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Revista Luthor, nro. 58 (mayo 2024) ISSN: 18573-3272
Brandon Sanderson y la comida
para astronautas de la Guerra
Fría
La formación académica en escritura creativa y la crisis
del estilo literario en el siglo XXI
Guadalupe Campos
En las últimas décadas, la institucionalización de la formación literaria y estilística de
autores en programas universitarios de escritura creativa ha dado lugar a una
uniformidad de estilo muy específica. El origen de esta plantilla puede rastrearse hasta
los intentos de control de expresiones artísticas por parte de la academia
estadounidense en el marco de la Guerra Fría.
* * *
El reverendo O’Hara tiene muy buena voz, y ha enseñado su técnica a todos los
integrantes del coro. Oyéndolos, se nota que todos ellos cantan como el reverendo.
(Les Luthiers, “Hacen muchas gracias de nada”: 1980)
En los años 60, en plena Guerra Fría y carrera espacial, la NASA se
encontró con una gran cantidad de problemas técnicos en el desarrollo
de sus misiones tripuladas al espacio. Uno de ellos recién empezó a ser
identificado como problema cuando las misiones pasaron de durar unas
pocas horas a tener que sostener una tripulación viva y saludable en
órbita por más tiempo: cómo hacer para que la comida no sea un
completo espanto. La palatabilidad era un problema no tanto porque al
programa espacial de Estados Unidos le importara tener a sus
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tripulaciones con el corazón contento, sino porque se hacía difícil lograr
que los astronautas consumieran una cantidad medianamente razonable
de calorías y nutrientes para estar en condiciones de tolerar las tareas
que tenían que realizar: los mandaban con dietas de 2500 calorías y con
suerte, obligándose y conteniendo el asco, los tripulantes llegaban a
poder tragar unas mil. Y era un problema solucionar eso sin agregar
carga al despegue, sin riesgo de intoxicar a nadie y sin medios para hacer
más preparación que hidratar algo que viajaba, hecho polvo o
comprimido en cubos, dentro de una bolsa plástica.
Eventualmente, claro, los programas espaciales más o menos le
encontraron la vuelta a lograr que la comida para astronautas pareciera,
bueno, comida. El problema de base, no obstante, sigue siendo
estéticamente relevante: ¿hasta qué punto puede llegar la ingeniería de
estandarización y economía de productos sin poner en peligro un nivel
de bienestar que sea compatible con la reproducción de la fuerza de
trabajo? ¿En qué punto la negación de una base mínima de placer es
incompatible con la vida misma?
1
1
En los días en que preparaba este artículo, di con un desarrollo divulgativo de la
historia de la comida para astronautas. Fue en un video de YouTube de Max Miller para
su canal Tasting History, donde replica recetas históricas y comenta brevemente la
historia que las rodea. Si bien no forma estrictamente parte de la bibliografía (este
escrito no trata sobre comida de astronautas, que entra aquí solo como elemento
retórico; de otro modo, debería citar la copiosa bibliografía académica al respecto, no
un canal no especializado de YouTube), creo honesto dar crédito por la inspiración y
dejar aquí el vínculo del video en cuestión, en el que se ve a Max preparar y tratar de
comer (spoiler: no puede, es incomible) la hermana yanqui, fea y deforme de la torta de
chocolinas: una torta sin horno hecha con galletitas molidas y jugo Tang de naranja,
marketineada entonces como “de astronautas” porque la compañía, de hecho, vendía
su producto estrella a la NASA: https://www.youtube.com/watch?v=XroGUfzzXzo
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Estilo academicista
La literatura del último cuarto del siglo XX y el primero del XXI está viendo
un fenómeno que el capitalismo burgués industrializado desarrolló
mucho antes para otras artes: los talleres de pintores con aprendices
dieron lugar (sin desaparecer, claro) a las academias de Bellas Artes y la
formación particular de instrumentistas y cantantes a los conservatorios
mucho antes de que los talleres literarios empezaran a perder terreno
frente a los programas universitarios de escritura creativa. Lo mismo
pasó para las academias de cocina, la formación de actores, incluso para
el cine, pese a ser éste un arte mucho más nuevo. La literatura, con esto
como con todo, fiel a su tendencia conservadora, llegó un poco más tarde
a este fenómeno común a todas las artes.
Hasta hace muy poco, lo más cercano a una formación institucionalizada,
fuera del simple taller literario, era, de hecho, nuestra profesión, la
Filología
2
. En sí, no hay nada de malo a priori con la academización de las
artes. O lo hay, pero tiene sus neutralidades: por supuesto, saber de
técnica nunca fue un impedimento para artistas competentes. Y saltarse
la academia tampoco. O ir a tallercitos. El problema, en todo caso,
empieza cuando la técnica se vuelve normativa y la normativa empieza a
dejar afuera toda posibilidad de búsquedas estéticas más interesantes,
al imponer restricciones a la circulación de obras que se salgan de los
parámetros convencionales.
2
En Buenos Aires, de hecho, mi generación millenial fue la última en la que mucha de
la gente que se apuntó para estudiar Letras lo hizo por el deseo de formarse como
escritor/a/e. La carrera de Escritura Creativa de la UNA ha llenado ese espacio, como
fue pasando en el resto del mundo antes. 20 años después que el resto de las artes (EC-
UNA es de 2016, la UNA, por entonces IUNA, de 1996, y unificando espacios de formación
que datan por lo menos de la vuelta a la democracia).
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Ya volveremos a eso, pero por lo pronto ilustremos el punto de este
artículo con tres fragmentos de prosa. La idea de este pequeño
experimento viene de un procedimiento que se hizo bastante popular
entre los influencers anglófonos de cocina: probar variantes de un mismo
alimento con los ojos vendados, de a tres, en modo odd one out”, para
saborear y detectar cuál de ellos es distinto de los otros dos.
Dado que voy a hablar especialmente de fenómenos que empezaron y
están mucho más establecidos en la ficción en inglés, elegí obras en esa
lengua, y para saltarse el problema del filtro de estilo del traductor, la
traducción es mía, respetando todo lo que fui capaz el tempo, léxico y lo
que pude trasladar del estilo original. A fines de experimentación, cambié
los nombres para que sean los mismos en las tres obras.
Fragmento 1:
"Dímelo a mí". Juan le pasó una cerveza y María dejó que su conversación
se perdiera con la del resto de la cocina mientras miraba a su alrededor.
No veía qué de todo esto podía ser otra cosa que seguro. Esta era la clase
de hogar en el que a veces desearía vivir, tan lleno de gente que no podrías
imaginar estar sola, sentirte sola, otra vez. No es que se sintiera sola con
Beatriz y Alan, solo era más silenciosa su casa, con ellos tres solos. (...)
Había más espacio en su casa, y con más espacio había más lugares para
estar a solas. Aquí parecía que ibas a chocarte con gente dondequiera que
fueras.
Fragmento 2:
Mientras María pasaba por el arco de los sirvientes y descendía los doce
escalones que llevaban al corredor principal de la cocina, percibió una
aguda transformación del ambiente. La soledad del santuario de Juan, que
se le había quedado en la mente, había sido violada. Aquí entre los pasajes
de piedra estaban todos los síntomas de una emoción desenfrenada.
María encogió sus hombros huesudos y con sus manos en los bolsillos de
su chaqueta los arrastró para adelante de modo tal que solo la tela negra
separaba sus puños apretados.
Fragmento 3:
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María se sentía... contenta. Mientras bebía su vino, miró la puerta abierta
por la que se veía el taller en sombras. Se imaginó, solo por un momento,
que podía ver una figura en las sombras: una chica espigada y asustada,
desconfiada, llena de sospechas. El cabello de la chica era desprolijo y
corto, y usaba una camisa sucia y pantalones marrones.
María recordaba (...) haberse quedado de pie en el taller a oscuras, mirando
a los demás compartir una conversación nocturna. ¿Había sido realmente
esa chica, la que se escondía en la oscuridad, viendo la risa y la amistad
con envidia oculta, pero sin animarse a participar?
Recomiendo tomarse un momento para releer los tres y decidir cuál es el
que corresponde a otros personajes, otro mundo y otra obra.
Los tres fragmentos representan escenas muy parecidas: alguien tiene
un momento de introspección en una cocina llena de actividad. En dos de
ellos hay descripciones físicas de un personaje. En los tres hay una mirada
alrededor. La sensación que evoca el segundo pasaje, no obstante, no
puede ser más distinta de los otros dos: hay algo profundamente
incómodo en el foco de la escena, en el que lo físico y lo mental están
fuertemente imbricados: sabemos la cantidad de escalones que separan
el corredor de la cocina, el gesto de encogerse está descrito enteramente
desde los ángulos (los puños cerrados contra la tela, los hombros
huesudos hacia adelante), la sensación de hostilidad aparece como
“síntoma”, “violación” y “desenfreno”. Hay un mismo plano de realidad
para lo que se percibe con los sentidos y con la mente: María del segundo
fragmento vive el espacio desde la paranoia y esto se hace tangible.
Contrástese con la descripción física del tercer fragmento, que podría
estar perfectamente en un posteo de redes sociales para buscar a una
chica desaparecida: al momento en que se la vio por última vez, “el
cabello de la chica era desprolijo y corto, y usaba una camisa sucia y
pantalones marrones”. La sensación que evocan tanto la María del
primer fragmento tomando su cerveza en esta casa que es “la clase de
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hogar en el que a veces desearía vivir, tan lleno de gente que no podrías
imaginar estar sola” como la María del tercero bebiendo su vino es
bastante la misma. La sencillez es la misma, el uso parco de los adjetivos
es el mismo, el foco visual también, la reflexión solo es posible en
términos de contraponer el presente con el recuerdo y contrastar lo
visible y tangible de ambos.
Estos tres pasajes, no obstante, no pertenecen a dos obras, sino a tres
novelas diferentes. Tres fantasías de mundo alternativo, con propuestas
profundamente divergentes entre sí, escritas por autores que vienen de
contextos muy distintos: el primero está en Pet, de le autore nigeriane
Akwaeke Emezi y publicado en 2019. El segundo es de Titus Groan, de
Mervyn Peake, y se publicó en 1946. El tercero, de Mistborn: The Final
Empire, de Brandon Sanderson, publicado en 2006.
En el primer fragmento, María es Jam, una adolescente negra trans que
creció en un hogar tecnológicamente moderno en un mundo
caracterizado desde el marco de la utopía: han caído los grandes poderes
económicos y la inhumanidad característica del capitalismo tardío, la
sociedad es igualitaria y se ordena en torno al respeto de los derechos
humanos, hay arte, acceso a salud y educación. Sus papás la quieren, en
la escuela la tratan bien. Visita la casa de su amigo Redemption, luego de
que una criatura sobrenatural le sugiere que ahí se esconde alguien que
es secretamente un monstruo.
En el tercer fragmento, María es Vin, una chica blanca pálida de cabello
castaño, hija de una madre demente y abusiva que intentó asesinarla de
bebé y un padre de la nobleza que desapareció y gracias que tuvo la
deferencia de no ejecutar a su amante plebeya después de violarla, como
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manda la ley. Creció entre golpizas brutales, pasando hambre y
privaciones en comunidades de ladrones, sobreviviendo a duras penas
en un mundo premoderno profundamente distópico, gobernado por un
dios cruel y sus poderosos esbirros sanguinarios, en el que todo es gris
porque está cubierto de ceniza y los oprimidos son masacrados
regularmente como cerdos en un matadero. Ella tiene poderes, y
encuentra un grupo de revolucionarios mestizos (porque tener o no
poderes es una cuestión de raza/casta, y ser mestizo y plebeyo con
poderes es ilegal) que por una vez la tratan bien y quieren ser sus amigos.
Me tomo el trabajo de presentar y describir a estas dos Marías, Jam y Vin
3
,
nombradas con sendos monosílabos de fricativa sonora
4
, vocal, nasal,
porque son prácticamente espejos enfrentados: una hasta entonces era
feliz y está encontrando grietas en su felicidad, la otra está apenas
empezando a entrever que quizás no todo en la vida es supervivencia en
una simple sucesión de horrores. Una confía en todos y tiene problemas
para desconfiar, la otra al revés. Una fue educada, la otra no. Y así por
delante.
Les autores de ambas obras también son personas de trasfondos y vidas
muy diferentes: Sanderson es un hombre blanco cisgénero
estadounidense que nació en 1975 y creció en un hogar mormón (religión
que sigue practicando), está casado, tiene tres hijos varones. Emezi,
nacide en 1987, es una persona no binaria y negra, que nació y creció en
3
María del fragmento 2, por si a alguien le interesa, es un señor, se llama Flay, trabaja
como mayordomo del conde Sepulchrave Groan en un castillo en el que todo se rige
por rituales y que tiene mucho de pesadilla, y está pasando a informar que nació Titus,
heredero del antiquísimo condado.
4
Antes de que vengan los puristas de la fonética, sí, que la J inicial inglesa
técnicamente es una africada, no una fricativa propiamente dicha.
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Nigeria en un contexto bastante complicado, hije de una familia católica.
Migró a Estados Unidos en la adolescencia, tuvo una crisis de fe,
transicionó, es soltere, no tiene hijes, lleva una vida de arte y
autodescubrimiento.
Y sin embargo, en un párrafo aleatorio, elegido con el único criterio
completamente artificial de que ambos ocurren en una cocina, de obras
escritas con década y media de diferencia, se sienten como si pudieran ser
el mismo personaje, en el mismo mundo. Un poco como la comida de
astronauta de los sesenta, en la que, según reportan quienes han tenido
el disgusto, no importaba de qué ingredientes estuviera hecha y qué se
trataba de emular, todo estaba a temperatura ambiente, con la misma
textura de puré y el mismo gusto desabrido.
Emezi y Sanderson ni siquiera estudiaron en la misma institución, ni
siguieron lo mismo cuando salieron del colegio (Brandon se interesó por
la bioquímica, Akwaeke por gestión institucional y relaciones
internacionales). Lo que tienen en común es que, eventualmente, les
dos hicieron sendas especializaciones (MA) en Creative Writing que
informaron y formaron sus estilos.
Estandarización en el capitalismo tardío
Durante la Guerra Fría, mientras la NASA se afanaba en los innúmeros
problemas de llevar gente al espacio con la copiosa financiación que le
brindaba el apuro por tratar de ponerse a tiro con la Unión Soviética en
la carrera espacial (que Estados Unidos arrancó en clara desventaja),
otros gallos reñían en la arena cultural. En una investigación publicada
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por la misma universidad de Iowa en 2015, Eric Bennet ha rastreado los
vínculos que existieron entre el programa pionero de escritura creativa
de la universidad de Iowa y la bajada de línea ideológica de la CIA
5
, que
pretendía desalentar formas artísticas que considerara peligrosas, en
beneficio de otras que, aun cuando fueran críticas al capitalismo, eran
consideradas ideológicamente inocuas.
El foco de este recorte sigue teniendo su impacto al día de hoy:
“sensaciones, no doctrinas; experiencias, no dogmas; memorias, no
filosofías: estas iban a ser la salvación de la mente moderna y el estado
moderno” (Bennet, 2015: 97)
6
. O digamos: que María recuerde la ropa
que usaba en su vida anterior mientras bebe su vino en la cocina, OK.
Que María tenga la sensación de que, como hay mucha gente, se puede
chocar con alguien y que lo compare con la soledad de su casa en la que
viven solo tres personas, OK. Que María evalúe un ambiente como una
violación al propio estado de espíritu y llegue a interpretarlo como
síntoma de un entorno enfermo: no está OK.
Show, don’t tell (“mostrá, no lo expliques”), es el mantra que se suele dar,
y se sigue dando como consejo técnico de perogrullo. No adjetivar de
más. Evitar planteos problemáticos sobre temas complejos
7
. Desarrollar
5
En notas periodísticas y reseñas de Aubry, 2015 y Jones, 2018, pueden leerse
resumidas algunas de las ideas principales de aquella obra. Brian Merchant, en una nota
para Vice de 2014, también relevaba algo de esta historia.
6
La traducción es mía, como para todas las citas textuales de este artículo.
7
La definición de qué es un planteo problemático y un tema complejo es fluida, cambia
con el tiempo y no obedece, como chillan los reaccionarios de redes, tanto a la
“dictadura de la corrección política” como a un estado del mercado: no se recomienda
escribir ni se publica lo que tiene el mínimo riesgo de ser retirado de los anaqueles.
Porque lo que hace el Estado allá en el norte es precisamente eso: cuando un libro es
considerado problemático, se lo saca de circulación en espacios públicos como
bibliotecas y escuelas. Uno como el de Emezi probablemente hoy sería difícil de publicar:
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un estilo homogéneo, “literario”, artificial pero de un artificio que llame
la atención sobre mismo lo menos posible. Hay, claro, una historia
política e ideológica relevante detrás de estos mandatos estilísticos, que
hoy día sirven a la vez como recomendación y como admonición: salirse
de norma no implica solo no aprobar en la facultad, sino también tener
problemas para publicar en el mundo allá afuera. Y lo que empezó en las
universidades estadounidenses devino, con el tiempo, norma extendida
en programas de escritura creativa de otras partes del mundo.
Si se quiere dar un vistazo de la normativa de la prosa académica y cómo
evalúa obras que se salen de esas expectativas es un buen ejercicio ver
la crítica devastadora que escribió un autor graduado de un programa
universitario de escritura creativa, Sam Byers, de Nuestra Parte de Noche,
de Mariana Enríquez, cuando en 2022 salió su traducción al inglés. Entre
lo que achaca Byers a Enríquez por su novela, la culpa de que, al
abandonar el cuento por la narrativa de largo aliento, termina “formando
su estilo de acuerdo al espacio” y en consecuencia “lo deja drásticamente
flojo”.
¿En qconsiste esa “flojera”? Bien, Byers cita un fragmento en el que
Enríquez se entretiene en dejar fluir un poco la conciencia de Gaspar,
para mostrar su forma de ver el mundo y de pensar. Es una
caracterización indirecta incluso clásica, el entorno en los ojos de un
chico, pero para el punto de vista de Byers, como no nos está mostrando
nada del mundo físico y no mueve la trama, sobra: "No es sólo la
hinchazón lo que desalienta, sino la falta de rumbo. Se trata de un pasaje
es una novela juvenil que cae en la volteada de las prohibiciones recientes de libros
LGBT+ que rigen en muchas partes, ascenso de las ultraderechas blancas nacionalistas
protestantes de por medio.
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que no avanza, sino que se expande, una nube amorfa de asociación
libre".
También comenta con escándalo que "Nuestra Parte de Noche toma este
deambular desestructurado y sin rumbo y lo hace su estética
dominante", y se dedica a criticar duramente la parquedad que usa la
autora para nombrar lo terrible: que La Orden sea La Orden (y no,
digamos, como la de Rice, la Talamasca o algo así), el Lugar de Poder se
llame así o la Oscuridad sea la Oscuridad y no algo de resonancias más
lovecraftianas o bizantinas. Para Byers, Enríquez es demasiado literaria
donde tendría que ser parca (representar mentes, demorarse en un
estado de conciencia, dejar que el relato tenga una estructura
arborescente) y demasiado parca donde tendría que haber más adorno,
sobre todo en la construcción de su mundo. Claro, para ser una novela
académica, Nuestra Parte de Noche está muy mal, eso seguro. No lo es, y
tal vez eso sea lo que la salva de la banalidad. Está lejos de ser una novela
perfecta, claro, pero es en esa búsqueda de algo más en donde llega,
como sus protagonistas, a arañar algo diferente, más interesante. Claro
está, Mariana Enríquez, como Mervyn Peake, estudió otra cosa
8
.
Panorama actual
Una de las “ventajas” de la prosa creativa académica es que, por diseño,
trae en un potencial transmedia: no tiene sentido, para el panorama de
8
Mariana Enríquez estud Comunicación Social en la UNLP. Mervyn Peake, por su
parte, se formó como artista plástico.
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las grandes editoriales
9
, sobre todo en las ediciones para el gran público,
editar nada que no pueda adaptarse sin demasiada complicación a una
película o una serie. Una literatura con un foco en la acción y en lo visible,
con una estructura clara y una prosa que no llame demasiado la atención
sobre misma, se presta bien a este fin. Esto no es bueno ni malo en sí
mismo, y no quiere decir que las obras hechas bajo estas “normas de
calidad” no puedan tener su valor o lograr interpelar a las audiencias.
Difícilmente lo hagan por su lirismo y la potencia de su prosa, pero no es
lo único de lo que está hecha una obra, claro.
Brandon Sanderson, que es un autor que entendió como nadie que lo
suyo es un oficio
10
, lo aceptó y trata de hacer lo mejor que puede con ello
(incluyendo actuar con una fuerte conciencia gremial), también logró
salirse de la expectativa actual vista como más deseable para un escritor
de este entorno cultural: si lo que se espera es publicar, con una
periodicidad reducida al mínimo humanamente posible, textos para
consumo rápido, a sabiendas de que perderán circulación tan pronto
como pasen sus quince minutos en la mesa de novedades y llegue la
novedad siguiente, se puso a trabajar en sagas con universos
consistentes, que requieren volver sobre trabajos anteriores. Si lo que se
espera es que el autor sea su principal publicista, es obsesivamente
cuidadoso con su cara pública, al punto de que es muy difícil siquiera
conocerle una opinión política fuera de “el bien está bien y el mal está
9
Momento de volver a señalar que hoy en día un porcentaje muy grande de lo que se
distribuye en librerías de todo el mundo, en todos los idiomas, pasó por alguna oficina
de Penguin Random House, como un porcentaje muy grande de lo que se filma con
cierto presupuesto se hace en la órbita de Disney.
10
Salvo, quizás, Stephen King, o en otros tiempos Agatha Christie, Alexandre Dumas y
Charles Dickens.
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mal”. Si tiene que restringir el estilo, compensa con una imaginación
amplísima para construir mundos: si lo que hay para construir es ladrillo
(sin desmerecer al noble material), verá mo hacer una catedral con eso.
Claro, si miramos con atención al detalle, como en el fragmento de
Mistborn arriba, los ladrillos están ahí, y si se llega a la literatura a buscar
otra cosa (variedad de lengua más allá de la nomenclatura, variedad de
estructuras, variedad incluso de ritmos y estructuras de frase,
experiencias de extrañamiento y una poética más o menos personal) algo
se va a echar en falta.
Quizás, como ocurrió cada vez que un estilo académico en otras artes se
hizo demasiado prevalente, estemos en la última media hora antes de
que amanezcan nuevos estilos disruptivos, que busquen distanciarse de
una forma de escribir que los algoritmos están siendo cada vez más
eficientes en imitar: un estilo genérico en el que lo que importa son las
ideas es la cancha en la que la inteligencia artificial generativa juega de
local, y por algo ChatGPT tiene muchos más problemas para generar un
Tolkien o un Borges creíbles que para imitar a cualquier autor que pasaría
más fácil las pautas para medir prosas ajenas de Sam Byers. Y las
audiencias empiezan a cansarse, como puede verse en la cantidad de
segundos libros de sagas que se hunden en Goodreads, o de guiones que
dan en series que agotan a su público y se cancelan enseguida.
Lo que ocurra, en todo caso, ha de pasar lejos de los grandes sellos (y las
grandes productoras), como el arte rupturista que marcó los fines del
siglo XIX y principios del XX ocurrió al margen de las grandes galerías
académicas: quizás venga de la mano de la migración a la lectura digital,
que cada vez es más un hecho. Quizás, de las nuevas formas de
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circulación que no dependen de los costos inflados del papel y la
distribución que aplastan la edición independiente que apuesta por otras
estéticas. Quiero creer que no será en inglés.
Volviendo a la metáfora inicial, se puede hacer comida muy nutritiva
disecada en una bolsita para su fácil transporte en cohetes, y con un poco
de maña hasta se puede hacer un alimento que resulte nutritivo y más o
menos palatable para consumir en una estación espacial con algo que se
parezca a la pequeña alegría cotidiana de comer algo rico. Pero la
novedad y atractivo de la “dieta de los astronautas” ya pasó con la Guerra
Fría. Hoy, quizás, estamos más para algo casero.
Referencias bibliográficas
Aubry, Timothy. (2015) "‘Workshops of Empire,’ by Eric Bennett". En:
https://www.nytimes.com/2015/11/29/books/review/workshops-
of-empire-by-eric-bennett.html
Bennet, Eric. (2015) Workshops of Empire: Stegner, Engle and American
Creative Writing during the Cold War. University of Iowa Press
Byers, Sam. (2022) "Our Share of Night by Mariana Enríquez review
political horror". En:
https://www.theguardian.com/books/2022/oct/27/our-share-of-
night-by-mariana-enriquez-review-political-horror
Emezi, Akwaeke. (2019). Pet. Make Me a World/Random House Children's
Books
Jones, Josh (2018) "How the CIA Helped Shape the Creative Writing Scene
in America". En: https://www.openculture.com/2018/12/cia-helped-
shaped-american-creative-writing-famous-iowa-writers-
workshop.html
Merchant, Brian. (2014) "The CIA Helped Build the Content Farm That
Churns Out American Literature". En:
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https://www.vice.com/en/article/4x3vg3/how-the-cia-turned-
american-literature-into-a-content-farm
Peake, Mervyn. (1946) Titus Groan. Eyre & Spottiswoode
Sanderson, Brandon. (2006) Mistborn: The Final Empire. Tor Books.