apaciguarlo, y ella hizo algo insólito: me sacó la lengua. Mi madre tiene
puesto un vestido azul muy bonito, con estampado de anclas; parece una
marinera vieja y experimentada. Le devolví el saludo sacándole la lengua
también y nos reímos las dos, y me pregunté si voy a envejecer con ella
en esta casa, madre e hija de la misma edad, subiendo y bajando la
escalera, sentadas en la cocina, las anclas de su vestido, las manchas de
café en mi camisa blanca, afuera un futuro de chicos muertos y una ciudad
que ya no sabe qué hacer.
Dejemos de lado las últimas oraciones. El gesto de la lengua afuera, y su
respuesta igualmente burlona, es el único detalle no solemne de este
cuento y como tal el único esperanzador: la literatura, esa vieja bien
vestida que todavía se pasea como un fantasma quejumbroso pero
experimentado, mantiene su capacidad de reír en el momento más
inesperado, de salir del juego de la autocompasión permanente.
Podría terminar este ensayo así, pero no me resulta muy satisfactorio
hacerlo, ya que estas celebraciones del espíritu disruptivo de lo literario
son también una forma conservadora de preservar su capital simbólico y
de hacer pasar sus bondades formales por un horizonte teleológico.
Además, al enunciado cómico de la narradora le siguen en el párrafo más
lamentaciones sobre la impiadosa banalidad del mal contemporáneo.
Como si dijera: mientras al menos una lectora/escritora viva en esta casa,
hay una esperanza para lo literario, pero no para la democracia. La
lengua afuera es entonces el gesto de impotencia de un fantasma que no
puede ya asustar a nadie.
Referencias bibliográficas
Auerbach, E. (1996). Mimesis. La representación de la realidad en la
literatura occidental (I. Villanueva y E. Ímaz, Trads.). México: Fondo
de Cultura Económica.
Doležel, L. (1999). Heterocósmica: Ficción y mundos posibles (F. Rodríguez,
Trad.). Madrid: Arco/Libros.