Este es solo uno de los numerosos ejemplos de diálogo con la actualidad
que podemos establecer. Quizás el punto más débil de ese diálogo esté
en las posturas sobre los feminismos. Todo el libro está salpicado de
críticas, en su mayoría fugaces, a las teorías queer, de género y de la
multiculturalidad. Algunas muy atendibles, otras más endebles. En el
ensayo titulado “Pliegue de género”, la autora asegura que dicho pliegue
no es “siempre igualmente significativo” (186). La cuestión del género,
sostiene, no puede ser pasada por alto en determinados ámbitos, entre
los que se mencionan las “oportunidades culturales”. No obstante, unas
líneas más adelante, establece que
“es difícil (y hasta puede llegar a ser grotesco) proyectar una desigualdad
institucional sobre la literatura en su dimensión estética, excepto cuando
esa desigualdad se ha convertido, precisamente, en materia estética (...) La
literatura tiene esa cualidad irreductible a la moral, a lo sociológico y al
género” (186)
Esta postura resulta polémica porque, durante años, las mujeres han sido
expulsadas de la Estética. En el mundo académico, además, existe una
cuantiosa bibliografía acerca de los diálogos entre la Estética, en tanto
disciplina filosófica, y los feminismos. Incluso hay una discusión vigente
acerca de qué llamamos “literatura feminista” y qué adscribimos a ese
corpus. La postura sobre el tema parecería ser producto de una cercanía
con la muy discutida idea de la autonomía del arte y el artista en la torre
de marfil. No obstante, ninguno de los escritos plantea las cosas en estos
términos, y lo que puede dejar este aspecto en la ambigüedad.
Sarlo observa que la dicotomía hombre-mujer ha relevado a otras
oposiciones como obrero/patrón, capitalismo/socialismo,
verdadero/falso, mercado/vanguardia, entre otras. Los feminismos
interseccionales podrían discutir esta idea de relevo para reemplazarla