Revista Luthor, nro. 59 (septiembre 2024) ISSN: 18573-3272
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Encuesta a lingüistas
Docentes e investigadores responden sobre la relación
entre lingüística y literatura
Revista Luthor
Les preguntamos a Nicolás Bermúdez (Análisis del discurso y Semiótica), Laura Kornfeld
(Gramática y Lingüística formal), Alejandro Raiter (Sociolingüística y Psicolingüística) y
Andrés Saab (Gramática y Semántica y pragmática) sobre cinco aspectos relativos a los
vínculos (o la falta de) entre estudios literarios y lingüísticos. Todos ellos son (o fueron
hasta hace poco) docentes e investigadores de la carrera de Letras de la Universidad de
Buenos Aires y en otras instituciones científicas y académicas.
Hoy los estudios lingüísticos y los literarios parecen estar bastante
distanciados y son pocos los cruces explícitos entre los marcos
teóricos de las diferentes áreas de la lingüística y los que
predominan en los estudios literarios. ¿Por qué pensás que se
produce este distanciamiento? ¿Cómo ves esa situación hoy en
comparación a cuando empezaste tus estudios?
Nicolás Bermúdez [NB]: Lo primero que hay que decir es que la
pregunta utiliza dos expresiones estudios lingüísticos, estudios
literarios que fatalmente diluyen la complejidad y la historia de cada
uno de esos campos. Hecho este disclaimer, coincido parcialmente con la
situación general que describe la pregunta, y me permitiría agregar: hoy
incluso las distintas disciplinas dentro de las ciencias del lenguaje
parecen estar bastante distanciadas entre sí, fuertemente atomizadas.
Supongo que el escenario no debe ser muy diferente en el terreno de los
estudios literarios. Señalo solo dos de las causas las más evidentes por
otro lado que generaron esta situación. En principio, hay que
mencionar el proceso histórico de segregación e hiperespecialización de
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las disciplinas científicas. Esta ramificación se encuentra a su vez está
atravesada, con distintos efectos, por el funcionamiento de la educación
superior; con cómo se enseña e investiga en instituciones que tienen
tradiciones, operatoria y temporalidades propias que definen su
organización y sus prácticas. Además, estas series, la epistemológica y la
institucional, no presentan el mismo comportamiento en los países
centrales y en los periféricos, que reproducen o refractan los modelos de
investigación y docencia de distinta manera (por ejemplo, en varios
países de Latinoamérica, estudios literarios y lingüísticos constituyen
carreras separadas, y solo comparten unos pocos segmentos de su oferta
curricular).
Cuando era estudiante ¡más de veinte años atrás! todavía se
mencionaba en las clases de la orientación en teoría literaria a las figuras
legendarias de la filología nacional, como Ana María Barrenechea,
aunque ya no estuvieran produciendo o enseñando, pero casi nunca la
nostalgia por estos investigadores connotaba una nostalgia por la
pérdida de una organización disciplinar. Del mismo modo, como todavía
en ese entonces llegaban a la carrera algunas olas del auge del
estructuralismo, se hacía referencia al programa barthesiano de
sistematizar los estudios de textos literarios junto con otras unidades
significantes no necesariamente verbales en el marco de una
semiología ampliada o translingüística.
Creo que tanto entonces como hoy la discusión en torno a la distancia
entre estudios literarios y lingüísticos está muy focalizada. Puede ser una
problemática con cierta relevancia en las didácticas, en materias de
lingüística que tengan enfoques históricos o discursivos, en asignaturas
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de teoría literaria que enseñen, por ejemplo, estilística; también, por
supuesto, puede tener un lugar más relevante en la orientación en
Literatura Española o en la de Letras Clásicas. Ahora bien, al menos desde
mi posición en la carrera, no percibo un intercambio espontáneo y
generalizado sobre este tema. La última oportunidad para que este
debate tuviera un lugar en la UBA fue en el marco de las distintas
discusiones para la reforma del plan de estudios de la carrera de Letras,
que databa de 1985. Durante los aproximadamente ocho años que duró
el proceso, que se cerró en 2023, no faltaron entre los actores que
participaron argumentos o bien para aumentar o bien para estrechar la
distancia entre estudios literarios y lingüísticos. Pude escuchar un arco
de propuestas que iban desde habilitar una nueva orientación en filología
hasta crear carreras separadas con cada una de las orientaciones,
aprovechando la gran oferta de materias que tiene hoy la carrera.
Lógicamente, todas estas iniciativas se fueron disolviendo por el peso de
las inercias institucionales u otros objetivos más urgentes que la reforma
del plan debía atender.
Laura Kornfeld [LK]: En mi opinión, uno de los motivos del
distanciamiento entre los estudios lingüísticos y los literarios es la
creciente especialización de cada disciplina a través de las revistas y, por
lo tanto, de sus públicos. En esa especialización de circulación y lectura
influye el hecho de que el volumen de lo que se publica hoy es
infinitamente mayor que el que existía hace 50 años, por lo que resultaría
literalmente imposible estar al tanto de toda esa producción. En paralelo,
se produjo una uniformización en torno del “paper” como formato único,
o al menos predominante, para la difusión pública de los trabajos de
investigación, en desmedro de otros géneros (mucho más relevantes en
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otros tiempos), como los ensayos o, incluso, el libro como obra unitaria.
El “paper” con doble referato ciego (que se considera el procedimiento
deseable en la evaluación en el Conicet y, en menor medida, también en
las universidades) encierra más de una trampa para Letras y, en general,
para las humanidades, sobre todo cuando se trata de producir nuevo
conocimiento genuino en el cruce o la frontera de dos o más disciplinas.
En efecto, es altamente probable que un trabajo interdisciplinario, aun si
es original o brillante, no atraviese el filtro de los referatos en una revista
especializada, puesto que estos suelen hacer reclamos sobre la
pertinencia disciplinar y/o sobre la inscripción en una tradición
bibliográfica específica. Es muy difícil complacer ese tipo de reclamos si
se realizan en simultáneo desde dos (o más) disciplinas, por lo que el
trabajo interdisciplinario en cuestión deberá tener bastante suerte para
atravesar esas barreras (o morirá en el intento). Por cierto, eso ocurre
incluso al intentar publicar trabajos que cruzan subdisciplinas de la
lingüística (gramática y análisis del discurso, por ejemplo); como
secretaria de redacción de una revista especializada, he comprobado
cómo a menudo es preciso forzar los procedimientos estándares si se
quieren publicar trabajos interdisciplinarios. Por eso, no creo que se trate
de mala voluntad ni de los editores ni de los referees individuales, sino
que responde a la lógica del sistema de publicación científica, que, en la
búsqueda de estándares de calidad con una economía de esfuerzo, a
veces termina desechando muchos trabajos valiosos que no encajan bien
en los moldes. No si hay una reflexión suficiente sobre cómo afectan
este tipo de procedimientos al ejercicio mismo de la investigación
académica y que se refieren a un punto tan sensible como la difusión de
los resultados de nuestros trabajos.
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No considero que hoy haya un distanciamiento cualitativamente muy
distinto con respecto al momento en que empecé mis estudios de grado,
en los ’90 del siglo pasado, o cuando empecé a producir activamente
como investigadora, en la primera década del 2000. Supongo que los
procesos que menciono en el párrafo anterior ya estaban en marcha y
que, en todo caso, desde entonces simplemente se profundizaron en las
mismas direcciones en las que venían. Por el contrario, advierto con
transparencia cómo ha crecido el distanciamiento entre literatura y
lingüística si repaso la trayectoria de docentes e investigadorxs de un par
de generaciones anteriores a la mía. Por ejemplo, en su momento, me
pareció casi inverosímil enterarme de que Ofelia Kovacci (quien fue
profesora de Gramática en la UBA durante casi tres décadas) se hubiera
doctorado con una tesis sobre Ricardo Güiraldes, tal como narran los
Diarios de Adolfo Bioy Casares.
Alejandro Raiter [AR]: Me encantaría que lingüística y literatura
trabajaran juntas, pero es cierto: los estudios lingüísticos y literarios
parecen recorrer caminos no convergentes. Afirmaría que no existen
razones naturales, pero el adjetivo natural no es adecuado para calificar
disciplinas científicas: estas delimitan sus objetos de estudio. Suena como
una tonta perogrullada pero aunque el lenguaje, fenómenos lingüísticos
y/o asociados al uso lingüístico, sean la materia prima de ambas, no
parece ser condición para que recorran juntas el camino.
Creo que todes sabemos que la lingüística no es un campo homogéneo:
hay muchas corrientes diferentes, algunas no son compatibles entre sí.
No todas prestan atención a usos comunicativos del lenguaje. Cada una
sigue su propio camino diferencias teóricas, de métodos, de criterios de
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selección de corpus y hasta de qué considerar un dato lingüístico sin
dialogar con otras, salvo para criticarlas o para directamente negarles
legitimidad dentro del campo de los estudios del lenguaje. Por lo tanto,
no resultaría pertinente preguntarse por la distancia entre la lingüística
como un bloque indiferenciado y la literatura. Considero, entonces, que
la pregunta debería reformularse.
Diría que una de las causas más importantes de la divergencia está
determinada por el gran esfuerzo que dedicamos les investigadores a
profundizar y apoyar los desarrollos teóricos de cada una de las
corrientes y de las diferentes escuelas y/o tradiciones de investigación
dentro de ellas. Algunas corrientes incluso desmienten lo que acabo de
afirmar en cuanto a lo que llamé materia prima ya que no se ocupan del
uso del lenguaje.
Quiero señalar también que lo que me había parecido un atajo cuando la
conocí en la facultad la definición de la lengua como objeto de estudio
de la lingüística se convirtió en una senda obligada que determinó los
desarrollos posteriores. Llamo atajo aquí a la exclusión de algunos
fenómenos concurrentes con el uso del lenguaje y con el mismo lenguaje
para dedicarse solamente a alguno o algunos de ellos. Esta exclusión era
considerada necesaria para realizar un estudio científico
No me costó mucho convencerme de que el conjunto heteróclito de
fenómenos que componen el lenguaje obligaba a la disciplina a estudiar
algunos de esos fenómenos por separado. El estudio de aspectos
diferentes del lenguaje los niveles lingüísticos prometía que la
segmentación permitiría una futura integración una vez que avanzara el
conocimiento de cada uno de ellos.
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La irrupción de las teorías de Chomsky en mi formación, claro, los
aspecto biológico y mental de la gramática del lenguaje agregaron un
importante aspecto que ni siquiera había sido considerado. A partir de
allí. estudiar la capacidad biológica que permite el desarrollo lingüístico
se separa de sus usos (comunicativo, estético, pensamiento,
introspección). El presente de una lengua ya estaba separado de su
historia, las manifestaciones de lo considerado constante separado de lo
considerado ocasional, personal. Los estudios de la adquisición del
lenguaje en la primera infancia también se separaron de sus usos y de
las actividades de comprensión y producción, el estudio de las patologías
que sufriesen les hablantes se separaron de los estudios de las conductas
habituales. La sociolingüística, la etnolingüística, la pragmática, la
dialectología crearon sus propios objetos ((parciales) de estudio. La
separación entre Lingüística y Filología es total. Siempre soné y sigo
soñando que las disciplinas lingüísticas entre y de estas con los
estudios literarios podrán integrarse pero no parece fácil. El atajo se
convirtió en senda permanente o en sendas permanentes y paralelas
Mientras duró la Carrera no sentí esa separación. El viejo Plan de
Estudios, de todos modos, no lo permitía: sólo había dos materias:
Gramática y Lingüística, que todes debíamos cursar. En la actualidad la
separación se produce antes. Cuando comencé la especialización en
esa época se hacía por el sistema de adscripciones para realizar la Tesis
de Licenciatura comenzaron los problemas: Ofelia Kovacci titular de
Gramática no aceptaba ejemplos o problemas gramaticales
sustentados en ejemplos tomados de la literatura, de la poesía en
particular, ya que debíamos limitarnos a la lengua espontánea. Para mí,
muy influido por la lectura de Jakobson, fue un gran golpe. Más tarde
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conocí a Érica García quien tenía una hipótesis contraria: eran válidos los
ejemplos tomados de la literatura porque eran muestra del uso
deliberado de recursos gramaticales.
Andrés Saab [AS]: Creo que la distancia viene desde hace mucho, seguro
más de medio siglo. Sin duda, estaban ya distanciados cuando yo
comencé mis estudios a mediados de los años noventa. Creo que el
distanciamiento tiene motivos diferentes. Por un lado, está el ya lejano
declive de los estudios filológicos (sobre lo que no tengo mucho que decir
acá) y, por otro, el ocaso del programa saussureano, que alguna vez se
pensó como el modelo de toda ciencia humana. No solo los estudios
literarios se dejaron seducir por esa creencia; muchos psicoanalistas y
antropólogos vieron en el Curso de lingüística general, y en particular, en
la teoría del valor, el punto de partida para una mejor comprensión de
sus respectivos objetos de estudio. No se debe desmerecer la
importancia de la figura de Roman Jakobson, el gran seductor en esta
historia. El punto de mayor apogeo se da en Francia y, en particular, a
partir de algunos trabajos de Roland Barthes, que se entusiasmó
explícitamente con la idea de que la teoría del valor era la base de la
teoría del sentido. Vista la cosa en perspectiva, se entiende que el
entusiasmo no haya durado tanto.
El declive del estructuralismo y su pretensión de modelo epistemológico
de las ciencias humanas coincidió en la historia con el surgimiento de la
teoría chomskiana del lenguaje. Desde el punto de vista epistemológico,
Chomsky subvierte el orden epistemológico de manera radical. Como se
sabe, casi desde un principio, Chomsky concibió a la lingüística como
parte de la piscología cognitiva y, en última instancia, de la biología. El
plan de investigación chomskiano dio lugar a debates muy intensos
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dentro del mismo campo de la lingüística que, en última instancia,
derivaron en diferentes áreas de estudio, desde la gramática formal pura
hasta la sociolingüística moderna. Hubo y hay en este marco estudios
literarios que usan modelos formales para entender propiedades
constructivas del arte verbal (e.g., los trabajos de Nigel Fabb y otros). En
este sentido, cabe mencionar el Literary Universal Project cuyo objetivo
principal queda recogido en la siguiente presentación:
“Modeled on the study of linguistic universals, the Literary Universals
Project has two specific purposes. First, it should facilitate access to
established work on literary universals, which has otherwise been
scattered. Second, it should foster the advancement of further research
on literary universals. These specific purposes should in turn contribute to
our more general knowledge about literature and, ultimately, our
understanding of the human mind and human society.”
[ https://literary-universals.uconn.edu/]
Sin embargo, este tipo de proyectos no es parte de ningún consenso
generalizado en el ámbito de los estudios literarios que, al igual que lo
que observé con respecto al campo de la lingüística, parece estar
repartido en intereses muy diversos. En mi opinión, lo que se ve en
ambos dominios es una suerte de dispersión epistemológica que, creo,
fue el resultado del ocaso de los grandes modelos de ciencias humanas
en el siglo XX.
Más allá de este esbozo de respuesta a la pregunta, entiendo que, vista
la cuestión sin toda la carga histórica que tiene, no hay razones evidentes
para que el vínculo entre las dos disciplinas sea demasiado cercano, más
allá del auxilio que ciertos saberes gramaticales le puede prestar a ciertas
subdisciplinas dentro de los estudios literarios. O sea, es razonable el
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distanciamiento y en muchos aspectos, bienvenido. Al fin de cuentas,
muchos podrían preguntarse por qué teoría literaria y lingüística
deberían dialogar tanto en primer lugar o por qué más que con
disciplinas que teorizan sobre problemas de inteligencia artificial, lógica,
comunicación, psicología general, sociología, neurociencia, etc.
¿Te interesan los estudios sobre literatura o los ves como algo
distante? En caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿qué te resulta
interesante en los estudios literarios?
NB: Mi trabajo docente de grado en la UBA es actualmente en la
orientación en lingüística en la carrera de Letras y en semiótica en
Ciencias de la Comunicación, y en estas áreas también se desarrolló mi
formación de posgrado. Ahora bien, por motivos en los que no viene al
caso profundizar —tan solo diré que fui “víctima” de la flexibilidad
curricular del hoy ya antiguo plan de Letras y de una formación media
muy deficitaria, en mi recorrido como estudiante de la licenciatura
completé, casi por accidente, la orientación en teoría literaria. Dicho de
otra manera, egresé más familiarizado con el abordaje de textos
especulativos y con las prácticas interpretativas que con una reflexión
sistemática sobre las dimensiones formales del lenguaje, los métodos
experimentales o el trabajo de campo. Parte de este saber conceptual y
metodológico lo tuve que reponer después. Hoy sigo bastante interesado
en la literatura, pero nada en la crítica y lo un poco en la teoría literaria.
En realidad, me considero un lector ávido de lo que podríamos llamar el
discurso teórico, sea que provenga de los estudios literarios, la teoría
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política, la psicología, la filosofía, etc. Así pues, no me resulta extraña la
experiencia de compartir aún hoy lecturas (Rancière, Jameson, Eagleton,
Schaeffer, etc.) con los y las colegas que se dedican a la literatura. A esta
conducta le puedo encontrar varias explicaciones de índole personal (el
placer que genera desentrañar la dificultad, una curiosidad incompatible
con una formación especializada, la necesidad de entender ciertos
fenómenos del presente, etc.), pero existe también por suerte una
razón disciplinar. Enseño e investigo en el campo de los estudios del
discurso, espacio epistemológico cuyo estatuto es interdisciplinar.
Simplificando bastante la cuestión, esto se debe a que, por un lado,
analizar discursos supone articularlos de forma dialéctica con otras
dimensiones de “lo social”, lo cual le exige al investigador manejar tanto
saberes lingüísticos como de otro orden, según su área de investigación,
saberes que llegado el caso pueden pertenecer al campo de lo literario.
Por poner solo un ejemplo: participé en investigaciones que tenían como
objeto la relación entre lenguaje, discurso e ideología que me obligaron
a familiarizarme con otras perspectivas sobre lo ideológico ajenas a las
que constituyeron la tradición francófona del análisis del discurso, como
las de Ricœur, Gramsci, Geertz o Žižek, perspectivas que forman parte del
cuerpo bibliográfico de los que se dedican a los estudios literarios.
Aunque no tiene los mismos fundamentos teóricos y procedimentales,
esta operación articulatoria no es totalmente ajena a la que tiene lugar
en ciertos trabajos de crítica literaria. Por otro lado, existe una dimensión
no ya inherente sino instrumental de lo interdisciplinar, que algunos
prefieren denominar transdisciplinar. El análisis del discurso puede
incorporarse como herramientas dentro de las investigaciones que se
desarrollan en el marco de otras disciplinas. Cabría subrayar que estas
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dos formas básicas de la interdisciplinariedad no agotan las formas en
que pueden converger los campos en cuestión (v. abajo). En mi caso,
además, participé en investigaciones y realicé trabajos en análisis sobre
narrativas literarias y audiovisuales, es decir, sobre objetos propios de los
estudios literarios, aunque llevadas a cabo en el marco de problemáticas
discursivas o semióticas, y configurando esas entidades significantes
como textos y discursos.
LK: En la actualidad es perfectamente plausible hacer una excelente
carrera académica en lingüística sin interesarse en absoluto por la
literatura (y a la inversa). Que esto ocurra o no depende de la
especialidad concreta dentro de la lingüística y también, claro, de las
elecciones y los gustos personales. En mi caso, he tenido distintos
acercamientos al estudio de la literatura, tanto desde la gramática (que
es mi especialidad) como desde el análisis del discurso o la sociología del
lenguaje (en los que incursioné más esporádicamente).
Para centrarme solo en la gramática, creo que el concepto de
extrañamiento permite articular reflexiones interesantes acerca del
sistema gramatical y su puesta en funcionamiento, tanto en la
investigación como en la docencia y la divulgación. Para pensar en esas
cuestiones, suelo servirme de la noción de variación estilística, es decir,
la variación idiolectal de los escritores (y otros artistas) que hacen un uso
intensivo de la función poética del lenguaje. El análisis de ese tipo de
variación permite analizar simultáneamente la función poética y la
función metalingüística del lenguaje (en el sentido de Jakobson), al poner
en tensión las leyes o principios de la gramática “normal” de los
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hablantes (algo que, por lo demás, se desprende con bastante literalidad
de las ideas del propio Jakobson en “Lingüística y poética”).
En lo que hace a mi investigación personal, que desde hace cadas se
refiere a aspectos gramaticales, léxicos y sociolingüísticos del español de
la Argentina, he realizado pequeños trabajos (algunos publicados y otros
no) sobre literatura argentina o latinoamericana que emplea variedades
en contacto o cambio de código entre lenguas (por ejemplo, Eisejuaz, de
Sara Gallardo; Xirú, de Damián Cabrera), así como la emulación de
literatura oral o popular (por ejemplo, “El limonero real” de Juan José
Saer) o “verdadera” literatura oral o popular (como en la monumental
colección de los Cuentos y leyendas populares de la Argentina, de Berta
Vidal de Battini).
En cuanto a la docencia, la reflexión sobre las relaciones entre gramática
y literatura puede lograrse incluso en una materia muy inicial, como es el
caso de Gramática en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Dado que el
tema de la variación gramatical es uno de los ejes estructuradores del
curso de Gramática (A), la variación estilística aparece como objeto
eventual de la ejercitación (sobre todo con autores argentinos: Cortázar,
Pizarnik, Girondo, Fogwill, entre otros), además de que el texto clásico de
Jakobson se incluye en la introducción del programa de la materia. En los
últimos años, por razones meramente prácticas, hemos renunciado a
considerar las relaciones entre las funciones poética y metalingüística del
lenguaje como un tema evaluable en los parciales presenciales de la
materia. Sin embargo, diría que muchos estudiantes disfrutan trazando
puntos de contacto, interacción y verdadero diálogo entre esas dos
partes de la carrera que tantas veces se presentan como disociadas y que
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se corresponden con Gramática y Teoría y Análisis Literario en tanto
materias iniciales. Por esa causa, a menudo eligen temas que
entrecruzan la literatura y la gramática para presentar en la exposición
oral en el examen final de la materia.
AR: Claro que me interesan, en particular los análisis, interpretaciones y
explicaciones de los usos lingüísticos. La lingüística le debe mucho a los
estudios de literatura. Creo que una referencia obligada y conocida es
Bajtín y su grupo, pero también, por ejemplo, el trabajo de Fowler, uno
de los fundadores de la llamada Lingüística Crítica, Linguistic Criticism
(1996).
Creo que la lingüística debe recuperar su lugar dentro de la semiótica y,
en ese sentido, no limitar sus corpus de análisis. No sólo debería
incorporar los estudios literarios y la literatura sino también otras
manifestaciones sígnicas (en sentido amplio).
No sería justo responder esta pregunta sin mencionar la influencia que
tuvo para Jorge Panesi: no todo conocimiento se expresa en una cita
bibliográfica
AS: No estoy al tanto del estado de la cuestión actual en los estudios
literarios. Con todo, una parte importante de mi trabajo sobre la
gramática y el significado de las emociones en las lenguas humanas tiene
vínculos con algunas ideas del primer formalismo ruso, el funcionalismo
de Roman Jakobson o el momento “estructural” de la semiología de
Roland Barthes. También estoy particularmente interesado en teoría de
la ideología y con el modo en el que ciertas palabras o construcciones
gramaticales reproducen sistemas de creencias arraigados en la cultura
de las diferentes comunidades lingüísticas. Hay también un nuevo interés
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en teoría gramatical por la función poética del lenguaje. Hay quienes
creen, por ejemplo, que el diseño del lenguaje es, en esencia, el de un
sistema de representación. El supuesto está muy extendido en distintas
tradiciones filosóficas y lingüísticas. Según este supuesto, el lenguaje
expresivo o no representacional supone una subversión del orden
gramatical canónico. Norbert Corver, por ejemplo, ha extremado la tesis
y sugerido que, en sentido estricto, la generación de significado
expresivos requiere la desviación de las reglas o principios de la
gramática. En un sentido similar, Martina Wiltschko conjetura que
cuando uno repasa la tipología de las categorías gramaticales en las
lenguas del mundo resulta que no hay categorías gramaticales para las
emociones. Yo sugiero un modelo más moderado, según el cual la
gramática de las emociones es marcada o no canónica, pero es, sin
embargo, enteramente convencional y no supone ningún alejamiento de
recursos gramaticales ya conocidos. Dicho de otro modo, mi idea se
puede resumir en el eslogan “la expresividad lingüística no es arte
verbal”. Desde este punto de vista, tengo una cierta curiosidad por
indagar en los límites entre ciertos aspectos de la gramática de la
expresividad en, pongamos por caso, el español del Río de la Plata y el
uso de recursos gramaticalmente subversivos que aparecen en
algunas formas de arte verbal (como ejemplo extremo se recordará el
spinettiano “el viento se llevó lo que” o quizás también algunos pasajes
de Aurora Venturini).
¿Estás al tanto (y/o participás) de proyectos interdisciplinarios de
literatura y lingüística? ¿De qué manera se complementan las
disciplinas?
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NB: Personalmente, creo que en la actualidad cualquier investigación en
humanidades o ciencias sociales que pretenda ser relevante debe ser
asumida por equipos interdisciplinares, pero este ya es un tema que
excede el marco de este cuestionario. Ahora bien, más arriba me referí a
la vocación interdisciplinar de la corriente francófona del análisis del
discurso, que está determinada por la noción misma de discurso que
maneja y va más allá de una simple concepción porosa y no tabicada de
las fronteras disciplinares, por lo que de manera bastante “natural”
incorpora a su dispositivo conceptual elementos de otras disciplinas,
como lo ha hecho, por poner un ejemplo, en las últimas décadas con la
retórica.
Durante mucho tiempo formé parte de los proyectos de investigación de
la Doctora Narvaja de Arnoux y aún hoy soy docente de la materia de
Letras en la que ella ocupa el puesto de titular cuyo nombre es,
justamente, Lingüística Interdisciplinaria-. Así que ya sea por practicarla
o enseñarla estoy familiarizado con su visión del análisis del discurso, que
en términos metodológicos y conceptuales es muy poco dogmática, por
decirlo de alguna manera, lo que propicia que los atravesamientos entre
lingüística y literatura puedan ser múltiples y se den en diversos niveles.
Menciono solo algunos ejemplos de líneas de investigación
interdisciplinares que han sido promovidas por esta perspectiva, donde
el factor interdisciplinar tiene lugar en la dimensión metodológica o en la
configuración del objeto de estudio.
En algunos casos, la confluencia de disciplinas tiene lugar porque una
investigación en análisis del discurso requiere importar un diseño
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metodológico propio de los estudios literarios, como, por caso, el de la
crítica genética. Aunque también ese préstamo puede circunscribirse a
un plano estrictamente categorial: un término o un plexo nocional
acuñado en el seno de los estudios literarios se utiliza como herramienta
de análisis para el abordaje de corpus textuales en investigaciones
configuradas de acuerdo con los preceptos del análisis del discurso.
Ejemplos claros en este sentido son la utilización de la noción bajtiniana
de cronotopo, de las operaciones transtextuales propuestas por Genette
o del aparato de la estilística para analizar discursos políticos.
Otro escenario de contacto e influencia recíproca se da cuando algún
aspecto del fenómeno literario es configurado como objeto de
indagación para alguna de las ciencias del lenguaje. Muchos analistas
han trabajado sobre la dimensión discursiva de lo literario, ya sea con
instrumentos gestados en su campo (los trabajos de Maingueneau son
también ilustrativos al respecto) o en la línea de las narratologías clásicas.
O bien puede suceder que incorporan un fenómeno literario solo como
un aspecto parcial dentro de una investigación más amplia: el estudio de
una variedad y su literatura por parte de indagaciones etnolingüísticas,
por ejemplo. Otro caso es el de las líneas de investigación e intervención
que tienen como tema el cruce entre educación y procesos de lectura y
escritura. Alpor lo general se indaga el desempeño de la escritura y la
lectura literarias en las prácticas formativas en los diversos niveles y
áreas de la educación.
LK: En este momento, no participo (ni estoy al tanto) de proyectos
interdisciplinarios de literatura y lingüística. Creo que eso se debe, en
buena parte, al perfil de la institución en la que me desempeño
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actualmente como docente, la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. En ella, la organización rígida en cátedras
no estimula, en general, el diálogo interdisciplinario habitual, ni siquiera
entre subdisciplinas próximas (aunque este puede darse igual,
ocasionalmente, como en las relaciones que establecemos con la
literatura en Gramática A).
Sin embargo, no ocurre lo mismo en la Universidad de General
Sarmiento, donde trabajé durante más de diez años. La UNGS tiene una
organización mucho más flexible de los equipos de docencia e
investigación, una orientación decidida hacia la formación de docentes
de nivel secundario para su carrera de Profesorado de Lengua y
Literatura y además se estimulan institucionalmente la docencia, la
investigación y el diálogo interdisciplinarios. En esa universidad dirigí dos
proyectos de investigación sucesivos, durante seis años, sobre el español
de la Argentina y sus variedades. Ambos se definirían globalmente como
proyectos en lingüística por mi propio campo de especialidad, por tener
una mayoría de objetivos e hipótesis ligados a diversas subdisciplinas de
la lingüística (incluyendo gramática, léxico, análisis de discurso y
sociología del lenguaje) y por haber sido evaluado por lingüistas; sin
embargo, los dos incluían líneas de investigación y objetivos específicos
en relación con la literatura y participaban también investigadores de ese
campo. En torno a esos proyectos, organicé en la UNGS (y dirigí durante
varios años) el Museo de la Lengua, un proyecto de divulgación
compartido con la Biblioteca Nacional (encabezada entonces por Horacio
González y con María Pía López como directora del Museo del Libro y de
la Lengua). Desde el proyecto de divulgación del Museo de la Lengua,
resultaba evidente que hay una fluidez necesaria en los temas de
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lingüística y literatura, sobre todo si se hace hincapen la situación de
las lenguas en la Argentina y en el cruce entre una lengua y una literatura
nacional.
Al mismo tiempo, en la UNGS armé desde cero el programa y me hice
cargo bastante tiempo de una materia que funcionaba como cruce de
tres carreras diferentes (Cultura, Comunicación y Profesorado de Lengua
y Literatura), llamada, precisamente, Lenguaje, Cultura y Comunicación
Escrita, donde enseñábamos tópicos de la lingüística que pueden ser
relevantes simultáneamente para las tres carreras (análisis de discurso,
sociología del lenguaje, sociolingüística), aplicados a materiales diversos
que incluían crónicas periodísticas, cuentos, documentales, traducciones
de películas y de programas televisivos, etc. Como parte de esa materia y
del proyecto del Museo de la Lengua coordiné un libro donde
participaban investigadores con múltiples miradas (desde la lingüística,
la literatura y la sociología principalmente) en relación con la lengua. Para
la misma época, elaboré materiales sobre los cruces entre literatura y
lingüística, no solo para las distintas materias de grado que me tocó
coordinar, sino también para profesores de nivel secundario, que se
difundieron a través del Museo de la Lengua y de cursos de extensión.
Todas estas actividades interdisciplinarias de investigación, docencia y
extensión fueron posibles básicamente gracias al apoyo y el estímulo
institucional. A partir de esa experiencia personal, concluyo que el perfil
de las instituciones influye significativamente en la posibilidad de encarar
iniciativas interdisciplinarias de distinta clase. Por supuesto, no quiero
decir que sea imposible llevar a cabo estas actividades por encima (o a
pesar) de las instituciones, pero que se vuelve mucho más dificultoso
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hacerlo, sobre todo si el objeto central del proyecto individual de
investigación no es en sí interdisciplinario, sino que se trata de una línea
secundaria o complementaria (como es mi caso).
AR: Para mostrar mi absoluta inconsecuencia, la verdad que no. Como
dije antes, son caminos que no se encuentran o yo no pude encontrar el
camino. Investigo como lingüista, leo literatura y leo crítica como lector
ingenuo. No tuve y no tengo la menor idea de cómo resolver esta
separación
AS: No, no participo de ningún proyecto de este tipo de manera personal.
Mi equipo de trabajo es, de hecho, un grupo interdisciplinario que
convoca lingüistas y filósofos del lenguaje (para información sobre
nuestra conformación, objetivos y actividades, véase https://talk-
group.org/). Varios miembros del equipo participan paralelamente en
proyectos de filosofía de la ficción, pero, notablemente, no hay lingüistas
en tales proyectos, que, por lo demás, no incluyen problemáticas
lingüísticas relevantes.
Probablemente el área donde la conexión entre literatura y
lingüística es más visible es en el campo de la educación secundaria
e inicial, donde (más allá de los cambios de denominación de las
asignaturas) “lengua y literatura” siguen funcionando como un
combo en la mayor parte de los casos. ¿Considerás que esta
asociación es adecuada o debería revisarse en relación con el estado
actual de las disciplinas?
NB: Ante todo, debo aclarar que no cursé ningún tipo de profesorado y
que mi experiencia como docente fuera del nivel superior, si bien fue
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prolongada, no estuvo impulsada por nada parecido a una “vocación”,
por lo que la reflexión sobre las instituciones en las que me
desempeñaba, las estructuras curriculares y mi propia práctica fue a
menudo más bien pobre. Mi contacto con las problemáticas que surgen
de enseñar “lengua y literatura” en la escuela media provienen de los
intercambios, en su mayoría informales, con colegas y estudiantes
universitarios que trabajan en ese nivel. Por lo tanto, no tengo
elementos suficientes para dar una respuesta concluyente. Me permito,
no obstante, dar cuenta de algunos indicadores que argumentan a favor
de revisar la conveniencia de mantener ese combo, sino en todo el
trayecto al menos en el tramo final de la escuela media.
Intuyo que la conjunción “Lengua y literatura” se sostuvo hasta hoy por
las inercias de las políticas educativas, el respeto a las tradiciones
filológicas y/o la pereza a reflexionar frente a la evidencia incontestable
de que ambas disciplinas comparten dimensiones centrales del
fenómeno comparten, el lenguaje. Ahora bien, si los términos en cuestión
y su vínculo son percibido en la actualidad con cierta extrañeza o
sospecha parece ser no solo por los resultados de un proceso de
hiperespecialización disciplinar, que ha hecho proliferar la cantidad de
objetos abordados en cada uno de esos campos, sino también por los
nuevos fenómenos sociales que podrían estar subsumidos bajo esos
términos, “Lengua” y “Literatura”, y ser objeto de enseñanza en el nivel
medio.
Del lado de las ciencias del lenguaje, es evidente que aparecen
dificultades a la hora de tramitar en términos pedagógico la emergencia,
consolidación e hipertrofia de nuevas subdisciplinas y corrientes.
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Experimenté como estudiante y como docente de media un zigzagueo
constante entre una priorización de contenidos basados en los niveles de
análisis lingüísticos tradicionales y de aquellos que surgían de enfoques
textuales, comunicativos y discursivos. Entiendo que esta desorientación
es imputable en gran medida a las políticas educativas jurisdiccionales,
pero me inclino a pensar que también se debe a que la didáctica
específica de la lengua no parece ser un campo lo suficientemente
consolidado en el nivel superior universitario. O sea, no es solo una
cuestión de qué enseñar, sino de cómo enseñarlo. En lo personal, no
considero que las ciencias del lenguaje deban compartir espacio
curricular exclusivamente con los estudios literarios. Más bien creo que
deben ser parte de zonas de aprendizaje flexibles, donde se articulen, a
través de proyectos, con contenidos de otras disciplinas (proyectos que,
por ejemplo, hagan confluir saberes de la sociolingüística y la literatura,
de la lingüística computacional y la informática, del análisis crítico de los
discursos sociales y la formación ética y ciudadana, etc.).
Del lado de los estudios literarios, el estado actual de la mediatización, en
el que todas las prácticas sociales tienen lugar dentro de un entorno
mediático complejo, hace tiempo que empujó las distintas
manifestaciones de lo literario más allá de las fronteras de la cultura
gráfica. Vale decir, ya no se trata de incorporar a la currícula las
transposiciones o las puestas en escena, algo que de modo planificado o
no se viene dando hace tiempo, sino de acoger fenómenos artísticos y
estéticos que ya no se pueden pensar como marginales, que se gestan
en un ecosistema dinámico en donde convergen “nuevos” dispositivos,
géneros y soportes, que otorga múltiples posibilidades para combinar y
experimentar con diversos lenguajes. Aquí los ejemplos más obvios son
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los que se dan en los espacios de las narrativas transmedia, los games
studies o los estudios de performance ejemplos que además indican,
dicho sea de paso, el peso que tienen hoy lenguajes audiovisuales en la
producción y consumo culturales.
LK: Creo que se puede lograr una asociación virtuosa entre lengua y
literatura en distintos niveles educativos y de hecho, como señalé antes,
en lo personal he tratado de explorar esa asociación como investigadora
y como docente en el grado, en el posgrado y en la extensión
universitaria. Dado que en la Argentina (y en muchos otros países)
lingüística y literatura son una única materia en los niveles de la
enseñanza primaria y secundaria, estoy convencida de que sería
plausible, desde un punto de vista teórico, entrecruzar ambas disciplinas
en forma creativa e interesante, para beneficio de ambas, en
interacciones análogas a las que mencioné previamente (en los puntos 2
y 3) como parte de mi experiencia personalísima.
No encuentro, sin embargo, que en la práctica siempre sea virtuosa la
manera en que las dos disciplinas se interrelacionan en el nivel
secundario o en el superior. En general, al elaborar los planes de estudio
se asume que el mayor interés por la literatura por parte de los
estudiantes de los profesorados terciarios o universitarios legitima el
soslayar una formación sistemática en lingüística (que es,
adicionalmente, muy difícil de reponer de manera informal, por medio de
lecturas autónomas). De este modo, la formación de profesores queda
lejos de estar balanceada entre ambas disciplinas, algo que es
particularmente visible en las dos únicas materias obligatorias de
lingüística que tiene actualmente la carrera de Letras en la UBA (no así
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en la UNGS, por ejemplo, con mucho más equilibrio entre literatura y
lingüística por su orientación transparente hacia la formación de
profesores, justamente). Este desequilibrio en la formación superior se
refleja, a su vez, en las clases que reciben los estudiantes en el nivel
secundario, olvidando el hecho de que la significativa carga horaria de la
materia en ese nivel se justifica no tanto por la literatura, sino porque el
dominio de la lengua (particularmente de la lengua escrita) y la capacidad
de reflexión metalingüística son habilidades imprescindibles que debe
proporcionar una educación formal, y así se las reconoce en el mundo,
más allá de la variabilidad de los sistemas educativos. De todos modos,
estas cavilaciones pueden remitirnos a discusiones mucho más generales
sobre la educación argentina que no si serán interesantes aquí y
ahora. Factores como la falta de acuerdos esenciales sobre los
contenidos y las habilidades relevantes, así como cierta disposición
anárquica de las decisiones de profesores individuales, escuelas, distritos
o provincias (Ley Federal de los ‘90 mediante), trascienden en mucho las
relaciones entre literatura y lingüística.
Debo notar, por lo demás, que también sería perfectamente factible
separar las dos disciplinas en la universidad (y otras instituciones
terciarias consagradas a la formación de formadores) y en la escuela
secundaria, como de hecho ocurre en Uruguay, por recurrir a un caso
cercano. Es fácil comprobar (por ejemplo, al dar cursos de posgrado en
ese país) que el conocimiento general de los docentes de nivel
secundario sobre lingüística es notablemente más sólido que en la
Argentina; también obtienen resultados considerablemente mejores en
las habilidades de lectura o escritura en las pruebas internacionales
(como PISA). Pero, como esto último ocurre también en matemática, no
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me atrevería a afirmar que tal diferencia de rendimiento se deba
efectivamente a la separación de las dos disciplinas, sino a condiciones
más generales que afectan a la educación en cada país, como señalé de
soslayo en el párrafo anterior.
AR: Por supuesto que el problema de la educación es mucho más amplio
que el de nuestras disciplinas. Sería mucho más interesante pensar en
objetivos a lograr antes que en contenidos disciplinares. Digo esto
porque la llamada actualización de contenidos realizada en los años 90
en particular en Lengua y en Literatura no obtuvo los resultados
esperados
No creo que la escuela secundaria deba incorporar de modo acrítico los
desarrollos en el campo de la Teoría y Crítica literarias o de la Lingüística,
así como no creí ni creo que el Plan de la Carrera de Letras deba
adecuarse a los planes de estudio de la escuela secundaria. Por otro lado,
en mi experiencia, en la escuela, los temas de literatura y los de gramática
y lingüística se mantienen separados, aún bajo la responsabilidad dele
misme docente. Debemos pensar por un lado la escuela secundaria con
sus objetivos y por otro que significaría enseñar lengua que no es
sinónimo de enseñar gramática y lingüística y qué literatura.
AS: Nunca me dediqué a la educación primaria y media, así que mi
opinión acá no tiene más fundamento que el del interés personal. Por mi
experiencia, veo una crisis grande en el modelo de “lengua y literatura”,
en particular, en la parte de lengua. En las escuelas normales, el modelo
era una cosa más bien ecléctica entre los aportes de los funcionalistas y
los formalistas, todos de la escuela saussureana, más algo de la vieja
tradición filológica. Por ejemplo, el término “lengua” o “castellano” debe
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leerse o bien en clave saussureana (el análisis de las funciones
sintácticas) o bien en clave filológica (la indagación cultural sobre la
lengua). Todo mezclado con mucho normativismo. No cuánto se
desarrolla en clase de esas claves. Mi experiencia personal (bueno, la de
mis hijos) es que no se hace ni una cosa ni la otra. Para muchos, y es así
ya en varios programas, no se trata ya de “lengua” o “castellano” sino de
“prácticas del lenguaje”, lo que supone una subversión importante de los
modelos normales clásicos. En cualquier caso, noto una gran dispersión
de los contenidos y un cierto desconocimiento de la ciencia lingüística
actual. En el peor de los casos, se nota mucho sesgo antigramatical. No
deja de sorprenderme que la propiedad humana más característica, la
gramática, sea víctima de un cierto desprecio. En este sentido, las
escuelas normales pueden generar cierta nostalgia, dado el estado actual
de las cosas, pero no estoy muy seguro de si lengua y literatura deberían
estar juntas o no. Probablemente, no. Vería como más provechoso largas
horas dedicadas a la literatura en disciplinas especializadas en diferentes
áreas de la teoría literaria o de la literatura (narratología, historia literaria,
literatura argentina, etc.), por un lado, y luego disciplinas dedicadas al
estudio del lenguaje humano y sus conexiones con la biología, la
psicología, la comunicación o la inteligencia artificial. En algunos
espacios, lenguaje y literatura deberían conectarse naturalmente, pero
sin la carga filológica o normativa que había en los modelos normales.
¿Crees que los estudios lingüísticos perdieron algo al alejarse
de los estudios literarios y viceversa? Si la respuesta es sí, ¿qué?
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NB: Nuevamente: es algo problemático medir esa distancia en términos
tan generales. Existen áreas disciplinares de la lingüística que no tienen
contacto con los estudios literarios, pero otras están evidentemente más
cerca, como lo comenté arriba. Digamos, por nombrar solo algunas, que
no es igual el panorama en la neurolingüística que en la glotopolítica.
Hace un poco más de 50 años, Antoine Culioli, un lingüista francés con
cierto reconocimiento, se preguntaba cuál puede ser el lugar de la
lingüística en el análisis literario.
1
En su respuesta menciona aspectos
como los estudios enunciativos, los de léxico o la reflexión sobre la norma
y el desvío. Lo interesante es que no desaprovecha la oportunidad para
recriminarle a los críticos literarios de su época Bachelard, Richard,
Auerbach, Frye, etc. carecer de una posición científicamente elaborada
sobre el metalenguaje que utilizan, la construcción de sus objetos y las
investigaciones interdisciplinarias. Por supuesto que este reproche es
bastante injusto, pero sirve para preguntarnos si, más allá de su vínculo
dentro de la tradición filológica, los estudios literarios y lingüísticos
modernos alguna vez estuvieron pacíficamente cerca.
En el plano formativo, la tendencia es que como señalé más arriba
las Universidades argentinas todavía se esfuerzan en sostener cierta
proximidad entre ambos espacios, al menos se los piensa como
complementarios en una instancia de formación básica, por lo que ese
distanciamiento es en este punto bastante relativo. ¿En el plano de la
investigación, se perdió algo con el incremento de la distancia y la
complejización interna de ambos campos? Al respecto, solo puedo decir
obviedades. Parado del lado de la lingüística para ser más preciso, de
1
“Un lingüista ante la crítica literaria”, en Culioli, A. (2010) Escritos. Buenos Aires:
Santiago Arcos, pp. 207-230.
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los estudios del discurso-, y planteado esto en términos extremadamente
generales, supongo que los estudios literarios que le den la espalda a las
ciencias del lenguaje dejan de lado un repertorio de instrumentos
conceptuales que le permiten analizar aspectos de nivel micro del
funcionamiento lingüístico; a la inversa, si los lingüistas no tienen
contacto con las formas de reflexión sobre fenómenos artísticos y
culturales que se dan en el campo de los estudios literarios, se arriesgan
a perder contacto con los mecanismos de articulación entre práctica
analítica y producción teórica, necesarios a menudo para impulsar un
campo de conocimiento. De todos modos, insisto sobre lo que dije más
arriba: frente a un escenario concreto de investigación todo es
recuperable si se organizan proyectos interdisciplinarios colectivos.
LK: Como todo proceso histórico-social-económico-cultural, la creciente
especialización en las disciplinas académicas (que quizás sea una
tendencia universal e irreversible, dado el actual estado de las cosas en
el mundo) tiene consecuencias positivas y negativas. Seguramente ha
permitido el surgimiento de nuevos e interesantes campos de
investigación, que eran inimaginables hace 50 años. Sin embargo, no
estoy muy convencida de que el proceso de especialización sea
totalmente positivo para las humanidades, como indiqué en mis
respuestas al comienzo de este cuestionario. Si bien es fundamental
contar con una formación sólida en un determinado campo temático (lo
cual implica inevitablemente tener una especialización), también me
parece importante “poner la cabeza” cada tanto en problemas más
generales o inusuales (y en lo personal trato de hacerlo cada vez que
puedo, aun si el sistema académico / universitario no lo favorece
demasiado).
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En el caso de la lingüística, como sugerí antes, alejarse de la literatura
implica perder la posibilidad de aplicar sus herramientas teóricas en un
objeto privilegiado para experimentar con ciertos problemas lingüísticos
(tanto gramaticales como sociolingüísticos). Además, se ha privado de
variar los géneros discursivos en que comunica los resultados de sus
investigaciones y con ello ha renunciado a la experimentación con el
estilo, porque se concibe la escritura únicamente en el formato del
“paper” que se publica en revistas científicas.
Mi perspectiva es, ciertamente, muchos tentativa en lo que hace a las
consecuencias del distanciamiento para la literatura. Me atrevería a
aventurar que, quizás, con el alejamiento de la lingüística la literatura ha
vista disminuida su capacidad de llevar a cabo análisis minuciosos sobre
el estilo de los escritores o sobre la forma de ciertas obras literarias. Me
refiero más que nada al estudio de la literatura moderna o
contemporánea, no tanto al de la literatura antigua o medieval, donde
suelen preservarse conocimientos y prácticas ligados con la tradición
filológica, mucho más afín a una disciplina unitaria e integrada.
AR: Hecha la salvedad de la existencia de corrientes muy diferentes
dentro de la lingüística, mi respuesta sería afirmativa. Trabajamos con
discurso político, periodístico, institucional, etc. Y no con literatura. De
este modo nos perdemos de atender, analizar y explicar lo que sospecho
sería una impresionante muestra de recursos, intenciones, realizaciones
y demás. Por otro lado, nos hemos condenado a trabajar siempre en un
presente inmediato y (parcialmente) idealizado.
AS: Por lo que argumenté anteriormente, diría que no, pero se entiende
que algunos (y me incluyo) sintamos cierta nostalgia de la conexión
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lingüística/teoría literaria. Creo que la razón es que ciertos momentos en
que estudios literarios y lingüística convergieron en intereses comunes
coincidieron con el momento en que las ciencias humanas estaban más
inmaduras, recién empezando a formular nuevos manifiestos o
programas de investigación. Yo no dejo de admirar esos manifiestos o
programas, pero el camino recorrido y la madurez alcanzada tanto en
lingüística como en literatura pone bajo sospecha que haya realmente un
proyecto general común, aunque existan desarrollos particulares sobre
problemáticas específicas que resultan fascinantes (e.g, el proyecto de
los universales literarios ya mencionado).