Revistas, letras, Luthor

Reflexiones luego del evento "Pasar Revista a las Letras" en FFyL (UBA)

por Mariano Vilar

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Contexto

El 16 de octubre se llevó a cabo en la facultad de filosofía y letras de la UBA un evento titulado “Pasar Revista a las Letras” [1]. Además de Luthor, participaron del evento editores de las revistas Mancilla, Otra Parte, No Retornable, Escritores del Mundo, Kilómetro 111, El Río sin orillas, El ansia, La Balandra y Los inútiles. Hubiéramos deseado también que participara Las ranas, pero por cuestiones de organización y tiempos, no pudo ser. Lo que me propongo en este artículo es, en base a lo que allí se habló, reflexionar sobre el significado y los problemas propios de llevar a cabo una publicación cultural, y en particular, volver a pensar sobre el lugar de Luthor en relación con estos problemas, retomando el hilo abierto por nuestros sucesivos editoriales.

Tiempo de lectura

En primer lugar, debo decir que no leo la mayoría de las revistas que formaron parte de la convocatoria. Un par de ellas no las había ni oído nombrar. Como lector, conozco sobre todo Mancilla, Escritores del Mundo y No Retornable. Imagino que alguien debería consumir una gran parte de su tiempo para poder seguir al día con todas ellas a la vez. En la facultad, la sensación es que pocos estudiantes leen regularmente este tipo de revistas.

No retornable, la revista de la que me tocó hablar en el evento (ya que la propuesta implicaba que las revistas se presentaran entre sí), reflexiona sobre el problema del tiempo y la permanencia desde su mismo título. ¿Es una revista cultural un suceso que interpela necesariamente a su presente? En principio, diríamos que hay una diferencia entre una revista y un libro en ese sentido, que el libro puede pretender una permanencia e incluso, aspirar a convertirse en clásico. La revista se lee y se tira, es “no retornable” en el mal sentido del término, es decir, es desechable. Si no dice algo aquí y ahora, no dice nada.

Sin embargo, no es difícil ver que esta dicotomía admite demasiados contraejemplos. Muchos libros se publican y se desechan ni bien su presente desaparece, y al contrario, se reeditan revistas publicadas hace décadas como Contorno o Literal. Incluso más allá de estos ejemplos, quizás excepcionales, muchas de las revistas culturales salen en un formato que se parece mucho más al del libro que el de una revista (y cuestan también un precio más cercano al de un libro) y articulan una serie de reflexiones sobre autores y problemas literarios que no tienen marcas contextuales muy específicas.

El problema del presente de la lectura está directamente relacionado con uno de los sueños más recurrentes de las revistas (Luthor incluida): la intervención. Cualquier intervención necesita de la confluencia de al menos dos elementos. En primer lugar, es necesario que exista un campo donde intervenir. En segundo lugar, que los participantes de ese campo tengan alguna noción de la existencia de aquella publicación que desea intervenir. Quizás en rigor es la primera de estas condiciones la que es más difícil de cumplir y de la cual depende todo lo demás que pueda pasar.

Académicos

La posibilidad de una intervención requiere también de un tercer elemento igual de importante que los dos ya mencionados, y es que esa voluntad intervencionista se materialice en algo como una línea editorial. Una intervención no puede carecer de contenido, y ese contenido no puede ser tampoco una simple pila desordenada de elementos acumulados al azar.

Emilio Bernini, refiriéndose a la revista El río sin orillas hizo, a mi juicio, una de las observaciones más interesantes de todo el evento. Postuló la hipótesis de que el funcionamiento de muchas revistas culturales del presente sigue, voluntariamente o no, el ejemplo de sus parientes no-tan-cercanas, las revistas académicas. Una de las características más habituales (dudo si decir obligatorias) de las revistas académicas es que presentan una lista de artículos sobre temáticas de una vaga especificidad sin que haya entre ellos otra conexión que esta zona de interés, que puede ser tan amplia como la “literatura argentina y latinoamericana” o la “literatura medieval”, o incluso, los “estudios lingüísticos y literarios” en su totalidad. Lo único que unifica los artículos es su formato y el hecho de que todos fueron aprobados por un referato que da cuenta, en principio, de que son científicamente aceptables y que pueden ser citados en otras publicaciones similares. Desde ya, un artículo puede tener una voluntad marcada de intervenir en un campo y volverse un referente dentro del mismo, pero esa voluntad no se traslada a la revista como un todo.
¿Tiene razón Emilio Bernini al hacer esta conexión? Hay varios motivos por los que una revista puede elegir no tener una línea editorial definida y optar, en cambio, por la acumulación cuasi azarosa de temáticas y artículos, sin necesidad de pensar en una contaminación directa de la lógica de producción y circulación de la academia. Una revista cultural puede simplemente funcionar como una excusa para sistematizar las exploraciones de sus editores y divulgarlas para que cualquiera (perteneciente o no a “campos” definidos) pueda entretenerse e informarse también con ellas. Las líneas editoriales segmentan, ponen límites y excluyen.

Luthor desde un principio planteó una línea editorial bastante definida que busca un cierto “impacto” en la discusión sobre teoría literaria. Pero, ¿existe un campo de “teoría literaria” en el que se puede intervenir? Y si ese campo existe, ¿se puede decir que Luthor ha intervenido en él en los años que van desde el 2010 hasta hoy? Ambas preguntas admiten tanto un sí como un no por respuesta. Existen, sí, cátedras de teoría literaria en las distintas facultades de Letras del país. Existen congresos que o se especializan en teoría o que admiten entre sus ejes temáticos cuestiones claramente teóricas. Y existen, fuera de la academia en el sentido estricto, personas que se interesan y hacen uso de conceptos teóricos en sus escritos. Somos conscientes, como revista, de que algunas de esas personas han leído artículos nuestros, y que una parte relativamente grande tiene al menos noción de la existencia de Luthor (aunque es mucho más difícil saber si también tienen noción de su línea editorial).

Ahora, los argumentos a favor de una respuesta negativa son por lo menos igual de fuertes. La teoría literaria, a nivel local e internacional, es una cosa vieja que sólo sirve como etiqueta general para hablar de problemas extremadamente variados, desde la hermenéutica gadameriana hasta la violencia urbana, pasando por los estudios de género. Cuando encontremos etiquetas mejores, dejará de usarse la expresión y será reemplazada por otras más adecuadas a lo que de hecho se “hace” en los ámbitos que ahora mantienen ese nombre. ¿Y puede decirse que la condena que promovemos desde esta revista al esteticismo bobo embadurnado de citas derrideanas (entre otras cosas que odiamos) haya tenido un efecto observable? La sola posibilidad de medir ese efecto desafía al intelecto.

El presente

Cuando me dispuse a leer algunos números de No Retornable para poder presentarla adecuadamente en el evento, me topé con un dossier publicado en el número 12 que tiene como objeto las revistas literarias argentinas del pasado. Encontré especialmente interesante un artículo de Sebastián Hernaiz que tiene como temática las revistas de los 90, década en la que yo terminé la primaria y cursé la mayor parte de la secundaria. Hernaiz plantea la existencia de dos movimientos complementarios en ese período: por un lado, un "achicamiento de la torta", es decir, una percepción creciente de que la literatura (y la reflexión sobre la literatura) no tenían en los 90 el potencial político-transformador que tenía en los ’70. Por otro lado, un ensanchamiento del campo simbólico de objetos a analizar desde los estudios literarios, que ya son ahora a más bien culturales, y en los que proliferan las intervenciones sobre cine, TV, así como sobre las nuevas tecnologías (Hernaiz propone como ejemplo, entre otros, Escenas de la vida posmoderna de Beatriz Sarlo).

No pretendo tener la clave para pensar el asunto en el presente (llamemos "presente" a los últimos 10 años), pero desde mi perspectiva, y en base a lo que se habló en el evento, hay dos elementos fácilmente identificables. El primero de ellos es la expansión absoluta de Internet como medio. Es verdad que esto ya no puede considerarse nuevo, y ya para el 2003 la mayoría de la clase media argentina tenía una PC con conexión. Sin embargo no deja de ser cierto que no hasta hace mucho era común escuchar el comentario “me cuesta leer en la pantalla”, que hoy por hoy (ya sea por las tablets, los e-readers, la desaparición del monitor de tubo y el simple acostumbramiento) quedó reservado a un grupo generacionalmente segmentado. Muchísimas revistas culturales y académicas son puramente online hoy y esto no le llama la atención a nadie, aunque no falten los que siguen privilegiando el papel.

El segundo elemento que puedo identificar es un ensanchamiento de las posibilidades económicas de la vida académica en las humanidades. No necesito decir que esto está ligado con el kirchnerismo, que sin duda ocupa un lugar clave en la reflexión de muchas de las revistas culturales que hoy por hoy se publican, aunque no es el caso de Luthor. Por otro lado, estamos vinculados, como revista, al movimiento de expansión de las becas doctorales. Aunque en septiembre del 2010, cuando salió el primer número, ninguno de los miembros era becario, hoy por hoy tres de los cinco editores lo somos. No es arriesgado suponer que muchos de los que escriben en revistas culturales actualmente también lo son, o lo fueron, o esperan serlo, o quizás deseaban serlo. En otros casos, por motivos variados, odian o desprecian a aquellos que lo son y buscan construirse como intelectuales o como editores deliberadamente a contrapelo de la burocratización académica. Sea como sea, nadie que edite una revista cultural hoy por hoy puede desconocer la proliferación de becarios y doctores jóvenes en el área.

También, los becarios escribimos en revistas académicas, con lo que la hipótesis de Bernini podría encontrar aquí otro punto de apoyo. ¿Estamos contribuyendo, en tanto tales, a erradicar esa distinción? ¿No podría acusarse a Luthor, que juega con la zona gris entre ambas categorías, de ser el ejemplo por antonomasia de este movimiento? Más allá de Luthor, no hay que ignorar este factor. El ensanchamiento contemporáneo de las posibilidades académicas viene acompañado por otro movimiento, que es la abundancia de doctorandos que estudian temas de literatura argentina estrictamente contemporánea, es decir, del siglo XXI. Esta proliferación de tesistas sobre el tema implica una intensa necesidad de acumular bibliografía. Como sabe cualquiera que haya hecho una investigación (aunque sea modesta) sobre un autor vivo, las revistas literarias no-académicas son una fuente imprescindible de información y referencias.
¿Podemos sacar alguna conclusión global de estos dos elementos? Ambos apuntan a una cierta abundancia: abundancia de revistas ya que la publicación online es comparativamente sencilla y económica, abundancia de lectores y redactores becarios o anti-becarios, y dado que el movimiento descrito por Hernaiz en los ’90 de expansión del campo simbólico no se ha detenido, incluso abundancia de tópicos sobre los que el humanista contemporáneo puede tratar. Las dificultades que surgen de esta abundancia, por otro lado, no son menos patentes. La abundancia de lectores que sólo buscan una referencia bibliográfica aceptable y que efectivamente leen una revista cultural con criterios similares a los que leen una revista académica, abundancia de redactores becarios que sólo quieren saber si la revista tiene ISSN y referato, y un medio absolutamente inasible e infinito como la difusión virtual, en la que cada revista parece existir para ser ojeada desaprensiva y distraídamente. Desde Luthor valoramos las innegables ventajas de lo digital y personalmente prefiero acceder a las revistas de esa forma... lo que no implica negar el hecho de que si, por ejemplo, compro un ejemplar de Mancilla, es seguro que leeré al menos dos o tres artículos, mientras que si me llega una notificación de que salió online el nro X de una revista X, las posibilidades de que me limite a surfearla casualmente son amplias.

Crítica en Letras

En el número 7-8 de la revista Mancilla Nicolás Vilela y Florencia Minici escribieron un artículo titulado "Crítica y despolitización", cuyo eje es la situación de la carrera de Letras de la UBA y su situación actual en relación con debates culturales más amplios. El panorama que presentan no es demasiado alentador. Empiezan por decir que "Si bien a nivel nacional hay más presupuesto universitario, puntualmente en Letras esto no se expresó en una mayor y mejor producción crítica" (p.148). Destacan también el individualismo y la especialización, ambas producidas por el aumento de estudiantes de posgrado, lo que se relaciona con lo que decíamos más arriba de los peligros del lector/autor becario. En el lado positivo, mencionan la existencia de una tendencia autorreflexiva que vuelve a interrogarse por la especificidad de los estudios literarios. Luthor es nombrada, junto con los trabajos de Marcelo Topuzian y Jerónimo Ledesma, dentro de esa corriente. Acusan a la carrera de Letras de vivir exhumando un derrideanismo en descomposición (una opinión que comparto) y también de no haber hecho lugar a corrientes como el feminismo y el postcolonialismo (una opinión que no comparto, ya que he visto contenidos ligados a esas problemáticas en mi cursada como estudiante de Letras). Sobre todo, Vilela y Minici manifiestan su desagrado frente a una crítica (académica y no académica) incapaz de leer la emergencia de una situación latinoamericana indudablemente afectada por figuras como Chávez, Evo o Néstor y Cristina desde una posición novedosa, arriesgada y materialista.

No hace mucho Martín Baigorria publicó y difundió un texto titulado "Literatura & kirchnerismo: panorámica del momento". No puedo decir mucho sobre ese texto porque se refiere a autores que no he leído. ¿Representa un intento de lograr lo que Vilela y Minici pedían desde Mancilla? Baigorria le dedica un párrafo a Damián Selci, que a su vez trabajó con Vilela en la ya inexistente revista PLANTA, por lo que no sería demasiado arriesgado suponer una conexión. Criticar sus operaciones de lectura también es difícil por el tono vacilante y el uso de la captatio benevolentiae que tienden a restarle impacto polémico al texto, cuyo tono es el de un "habría que preguntarse".

Nosotros no

Sol Echevarría, editora de No Retornable, empezó su presentación de Luthor hablando de nuestro primer editorial, cuyo tono de barricada no se corresponde, creo yo, con la actualidad de la revista. En rigor, no estoy seguro en que se corresponda con la realidad de ningún momento de la revista. Que no se malinterprete: las cosas que ahí decimos que detestamos las seguimos detestando, así como seguimos queriendo que cambien las cosas que entonces queríamos cambiar. Lo que no tiene mucha correlación, me parece ahora, es el tono. Si nuestro lema es "Entender, destruir y crear", está claro que nos interesa más crear. Porque de hecho, ¿qué hay para destruir? ¿el postestructuralismo estetizante bobo? es como patear una bolsa de hojas secas. ¿Atacar a los titulares, adjuntos o jefes de trabajos prácticos de las cátedras que consideramos más teóricamente débiles? ¿Deberíamos elegir voluntariamente libros de ensayos o de teoría que nos parezcan potencialmente destructibles para reseñarlos con furia? No es imposible que, si encontramos una situación que lo amerite, vayamos con esta última opción en algún caso excepcional. Pero la verdad, preferimos leer libros que nos interesan constructivamente, y tratar de justificar y expandir los motivos de ese interés.
La conexión de Luthor con la "literatura kirchnerista" (o si se quiere con la literatura argentina y latinoamericana del siglo XXI) es bastante endeble y de momento no esperamos que eso cambie. Sabemos que no somos una revista de crítica literaria atenta a definir el juicio estético y el nuevo canon del presente inmediato. Por otro lado, y siguiendo un poco la reflexión iniciada por Vilela y Minici, estamos sin duda conectados con la realidad de la carrera de Letras de la UBA, por la que todos los editores hemos pasado. Estamos conectados con los intentos recientes de incluir en los programas contenidos vinculados con la metodología y la escritura en la investigación en los estudios literarios, y estamos también conectados con la situación, tan naturalizada, de tener que completar la sección de "metodología" de un formulario para ingreso a doctorado, solicitud de beca o proyecto de investigación reconocido institucionalmente, y preguntarse si está bien o mal ahí, en ese formulario burocrático, hablar de aplicacionismo o anti-aplicacionismo en relación con la teoría literaria. Y también, estamos conectados con el problema de tratar de averiguar para qué uno llena el dichoso formulario y por qué, si hay suerte, recibirá algún día dinero estatal por eso.

Además, Sol Echevarría comparaba algunos de nuestros enunciados más combativos con algo que dice el Joker en The Dark Knight: "soy como un perro que persigue un auto... ¿qué haría si de hecho lo alcanzara?". Más allá de nuestro caso particular, la pretensión de buscar un sentido o una justificación para la actividad humana de producir revistas puede ser inconducente. ¿Por qué existen las revistas y no, más bien, otra cosa? Podemos pensar que se trata, más que nada, y antes del sueño intervencionista, de la compleja temporalidad de la que participa cualquier revista y de los condicionantes materiales y académicos de nuestro presente, de infundirle valor a las cosas que queremos.

Notas

[1El evento fue organizado por Azucena Galettini, Pablo Luzuriaga y el autor de este artículo, y convocado por la agrupación "Letras vuelve" (http://letrasvuelve.wordpress.com/)