Reseña de Escritos sobre el lenguaje, de Antonio Gramsci, con comentarios de Diego Bentivegna.
Reseña de Escritos sobre el lenguaje, de Antonio Gramsci, con comentarios de Diego Bentivegna.
Para los esperantistas de la filosofía de la ciencia todo aquello que no se expresa en su lenguaje es delirio, es prejuicio, es superstición, etc; ellos (en un proceso análogo al que se verifica en la mentalidad sectaria) transforman en juicio moral o diagnosis de orden psiquiátrico aquello que debe ser un mero juicio histórico. (…) Por otro lado, no estamos obligados a pensar que la forma del pensamiento “antiesperantista” signifique escepticismo o agnosticismo o eclecticismo. Es cierto que toda forma de pensamiento se tiene que pensar a si misma como la forma “exacta” y “verdadera” y tiene que combatir a todas las otras formas de pensamiento; pero ello se debe hacer “de manera crítica” (Gramsci: 99)
A primera vista la cuestión del esperanto hoy parece una curiosidad sin importancia. Por eso resulta extraño entrar en contacto con el ensayo de 1918 que abre esta recopilación de escritos breves divididos en diecinueve zonas temáticas dispuestas en orden cronológico. Sin embargo, el epígrafe de este artículo sirve para ilustrar cómo la polémica con el esperanto implica un campo problemático en donde se articulan las cuestiones aparentemente heteróclitas que recorren este libro. Se trata de la tensión entre lenguas históricas y lenguas artificiales. Las primeras están ligadas de manera inextricable a los procesos, las tensiones y las disputas de una sociedad; son verdaderas zonas de contacto en donde una multiplicidad de dialectos y jergas luchan por la hegemonía. Las segundas, en su afán de depuración, se han aislado del mundo de la vida y sin embargo aspiran a una aporética universalidad. El estatuto de las ciencias el lenguaje, el lugar científico, político y pedagógico de la gramática histórica y la gramática normativa, la relación entre lengua nacional-estatal y lenguas o dialectos regionales y comunitarios, la relación entre cultura popular y cultura letrada, la estética verbal, la autonomía y traducibilidad de los discursos científicos (verdaderas lenguas para Gramsci) así como de los medios y lenguajes estéticos, la metáfora como reveladora del vínculo esencial entre los proceso del lenguaje y los procesos de la historia: todos estos ejes problemáticos, cuya enumeración no es exhaustiva, se articulan con la disputa entre lenguas artificiales y lenguas históricas. Un problema indistinguible al fin y al cabo de aquel de las fronteras entre las abstracciones prístinas de la teoría y el magma concreto de la vida y la historia; problema tan político como teórico, pues se juega en él la condición de posibilidad de cualquier praxis teórica.
Además de los diecinueve capítulos o secciones, el libro incluye un estudio preliminar de Diego Bentivegna, quien estuvo a cargo de la selección y traducción de los textos. El estudio reconstruye el contexto intelectual y político de estos escritos. Uno de los puntos más importantes aquí es la relación entre el pensamiento de Gramsci, la lingüistica de Bartoli y el idealismo de Croce.
Se destaca aquí por un lado la influencia de la estética de Croce en el desarrollo de neolingüística de Bartoli (posteriormente lingüística areal). Esta disciplina de matriz historicista se encontraba en disputa principalmente con el biologicismo y el positivismo de los neogramáticos. Pero su disputa se extiende también hacia otros frentes. Por un lado se enfrenta al purismo retoricista de Bertoni (capaz de eliminar una palabra del léxico de la lengua debido a que su “fealdad”), quien fuera colega de Bartoli y que terminará apropiándose del término “neolingüística”. Por el otro confronta con la especulación vacía y puramente ideológica ejemplificada por Alfredo Trombetti, quien se jactaba de haber “descifrado” el etrusco y de haber dado con la clave para reconstruir la conjetural lengua adámica.
Pero ya la misma idea de una ciencia del lenguaje que tome como base el idealismo de Croce resulta problemática. Pues para el autor de la Estética la gramática no constituye parte del conjunto de actividades legítimamente teóricas. El lenguaje es para Croce una cuestión de expresión, de estética y de lógica antes que un objeto específico con propiedades inmanentes capaces de ser sistematizadas en forma de teorías gramaticales. Este postulado llevará a los idealistas a rechazar la enseñanza escolar de la gramática. Esta propuesta será impugnada por Gramsci, para quien se trata una medida reaccionaria disfrazada de progresista: liberalismo lingüístico, tan supersticioso y nocivo como la teoría de la mano invisible de Adam Smith.
El estudio preliminar de Bentivegna también aborda la cuestión fundamental de las condiciones materiales de la edición y la forma actual del propio libro. Es decir, la cuestión de la naturaleza fragmentaria del corpus gramsciano y la historia de las operaciones editoriales sobre dicho corpus. El pasaje del corpus gramsciano a la “obra” de Gramsci implica un proceso de domesticación:
La recurrencia en los escritos póstumos de la cuestión de la lengua permite repensar el modo en que la producción de Gramsci ha llegado segmentada y transformada en un conjunto orgánico de volúmenes que domestican su escritura: la desglosan con parámetros aceptables, paradójicamente, desde la hegemonía cultural que en la Italia de los años 40 suponía todavía la filosofía de Croce y no en una editorial partidaria, sino en la más prestigiosa de las editoriales italianas de la posguerra (Einaudi, de Turín)
(Bentivegna, 34)
Esta cuestión es de especial importancia porque justamente la historia de las ediciones del corpus gramsciano se evidencia como un caso paradigmático del conflicto entre la pretensión de universalidad de las lenguas artificiales, abstraídas de sus condiciones histórico-materiales, y las lenguas históricas, involucradas ya siempre en los procesos sociales de los que forman parte. La “obra” de gramsci se plantea como una pieza del canon humanista de pensadores italianos del siglo xx. Esta operación implica convertir el magma de su escritura, determinado por condiciones históricas y contingentes, en un universal del cielo de la cultura. [1]De este modo el problema de la edición del corpus gramsciano se articula con el problema del estatuto científico y literario de su escritura. El problema epistemológico de la constitución de las lenguas científicas que plantea el propio Gramsci se refiere a las condiciones de recepción de su propia escritura en la actualidad. Y esto no es de ningún modo una coincidencia fortuita.
La cita que sirve de epígrafe a artículo remite al decimosexto capítulo o sección del libro, “Esperanto filosófico y científico”, precisamente porque lo considero clave en dos sentidos (cuyo número, orden y modo de exposición quizás delate cierto narcisimo generacional). En primer lugar, es clave en relación con lo que suele ser un leit-motiv editorial de la revista Luthor: la insistencia sobre cuestiones metodológicas y epistemológicas relativas al campo disciplinar en el que se originó la revista: llámese estudios literarios, ciencias humanas, estudios culturales o lo que sea que actualmente pueda ser considerado un nombre legítimo para el conjunto de prácticas discursivas heterogéneas que suelen habitar el ambiente académico de las facultades y departamentos de humanidades y ciencias sociales. En segundo lugar, es fundamental en relación con la manera en que el texto da cuenta de sus propias condiciones de legibilidad. Todo texto que contenga proposiciones teóricas, o que se involucre en debates teóricos, o si se quiere, todo discurso que tenga pretensiones de verdad: siempre que se refiera a la legalidad de la ciencia está hablando de sí mismo. Pues la ciencia es el conjunto legitimado de instancias históricamente ejemplares de discursos con pretensiones de verdad.
En las secciones decimosexta y decimoséptima Gramsci se refiere a dos condiciones que determinan los lenguajes (o lenguas) de las ciencias y la filosofía. Estas dos condiciones entran en tensión mutuamente. Todo lengua científica o filosófica aspira a la hegemonía y para eso tiene que combatir a todas las otras lenguas teóricas que se disputan su espacio referencial, institucional e histórico. Pero para luchar entre ellas las lenguas teóricas deben establecer fronteras claras entre ellas, deben diferenciarse lo máximo posible las unas de las otras: depurarse, cerrarse sobre sí mismas, constituirse como una masa (la expresión es de Gramsci, aunque no la emplea en este contexto), un cuerpo teórico. El concepto de “esperantismo científico” se refiere a la exacerbación ideológica de este proceso y el epígrafe de este artículo la ilustra bien. La primera condición, entonces, es la depuración de la lengua teórica. Pero la segunda condición es que toda lengua teórica, del mismo modo que toda lengua (e incluso que toda superestructura, llega a decir Gramsci) deben aspirar a un máximo de traducibilidad.
La polémica con el esperanto en el ensayo de 1918 muestra por qué estas dos condiciones pueden llegar a contradecirse mutuamente. Como argumento a favor del esperanto, decían los esperantistas que había mucha gente en el mundo que lo hablaba. La respuesta de Gramsci es que sí, hay muchos hablantes de esperanto, pero sólo lo hablan en congresos de esperantistas donde se juntan para hablar sobre el esperanto. Si alguien quisiera organizar un congreso sobre cualquier otra materia, no lo haría en esperanto, porque el esperanto sólo sirve para hablar de sí mismo. Y aunque no careciera del vocabulario pertinente, históricamente desarrollado, que las demás lenguas emplean para los diferentes saberes, si un congreso sobre física, economía o historia del arte se hiciera en esperanto, habría que convocar como oradores a esperantistas, y no se puede esperar que estos sean especialistas en cada área del saber universal.
En otras palabras, cuanto mayor es la pura la lengua, menor es su traducibilidad, hasta llegar al punto en que sólo sirve para hablar de ella misma. Así las lenguas teóricas deben aspirar a la contienda y en esa contienda se depuran para fortalecerse, pero para ganar esa contienda necesariamente deben aspirar a la validez: y la condición de la validez de la lenguas teóricas es la traducibilidad. Pero el fundamento de la traducibilidad es la imbricación de lengua y cultura como aspectos de un mismo proceso histórico: es decir la coexistencia de lo traducible en una zona de contacto. Pero en el afán depurador, las lenguas teóricas dejan afuera todo lo que se resiste a la traducción inmediata, y esta resistencia entraña todo lo que es constitutivo de la heterogeneidad de los procesos históricos y materiales. Este problema se agudiza aún más cuando se trata de ciencias o discursos acerca de la sociedad, la historia, la cultura y, en fin, del mismo lenguaje. Pues mientras lenguaje y sociedad son inextricables, los discursos que se refieren a ellas tienden a constituirse como lenguas artificiales, esperantos científicos, que a medida que se consolidan a sí mismos se alejan cada vez más de aquello que constituye tanto su objeto de estudio como su condición última de posibilidad.
Respecto a esto es notable una tensión entre estos discursos y un substrato discursivo pre-teórico que es análoga a la relación entre la lengua del estado y la lengua materna. Se trata de una tensión que en la Italia de Gramsci se evidencia por el contraste entre el toscano enseñado en las escuelas y las otras lenguas y dialectos que se hablan en las casas de las diversas regiones del país. Esta tensión tendrá un correlato particular en la biografía de Gramsci, al que se refiere el estudio preliminar. La lengua del padre de Gramsci era el italiano, mientras la de su madre era el sardo. Esta era la lengua que Gramsci hablaba en su infancia, y también era la lengua a la que regresaba en sus momentos de mayores padecimientos en la carcel, intercalando frases en italiano con frases en sardo.
Ahora bien, la lengua del estado implica una política de transformación en masa del entramado lingüístico de una sociedad, de mismo modo en que las lenguas teóricas aspiran a una transformación en masa del entramado lingüístico e institucional en el que se inscriben y sobre el que operan: lo que llamaríamos, después de Kuhn, un cambio de paradigma. Sin embargo, para Gramsci las transformaciones en masa no son el único tipo de proceso de transformación lingüística y social. Están también las transformaciones moleculares. [2]. Estos procesos moleculares operan más allá de las diferencias entre masas. Son diferencias que se infiltran en los espacios lingüísticos y sociales y constituyen una resistencia virtualmente irreductible para todo proceso de depuración. La forma fragmentaria del corpus de Gramsci y la historia de su edición, de la cual forma parte este libro, es un caso ejemplar de este tipo de procesos.
Sus escritos sobre el lenguaje no constituyen un cuerpo teórico sino que se trata de marcas de una inquietud que atraviesa transversalmente su escritura: aparecen aquí y allá, salen a la luz en medio de otras cuestiones con las que resultan entrelazadas. La escritura fragmentaria, las cartas y los diarios constituyen una fuerza siempre en tensión con las lenguas literarias y las lenguas científicas. Esta escritura será siempre condenada como dialecto por las lenguas con pretensiones hegemónicas: la escritura fragmentaria es al discurso científico lo que el sardo al italiano. Para Gramsci, la condición de posibilidad de un discurso sobre la sociedad capaz de ser algo más que otro esperanto teórico será para Gramsci afirmar la traducibilidad pero negar la pureza. Una teoría de la cultura deberá implicar una crítica de la pureza de su propio lenguaje: una ciencia impura, una ciencia de algún modo vuelta contra y hacia sus condiciones de posibilidad. La escritura de Gramsci habrá de satisfacer estas condiciones afirmándolas no sólo en sus proposiciones, sino por medio de su misma materialidad textual.
Para terminar, queda algo más por decir acerca de la traducibilidad, y es algo que atañe tanto a la relación que mantienen las lenguas entre sí y con la sociedad. Esta cuestión podría servir como punto de partida para esbozar una teoría general de la referencia.
Al final de la introducción Bentivegna dice que para Gramsci el lenguaje no refleja ni representa la sociedad, sino que se trata de una relación de isomorfismo. En consecuencia, concluye, el lenguaje es una metáfora de la sociedad. Este isomorfismo es, justamente, la condición de la traducibilidad de las lenguas. Irónicamente, esta tesis implicaría la posibilidad de reencauzar la teoría gramsciana hacia un idealismo lingüístico. Recordemos que para Gramsci no hay lenguaje sin sociedad y no hay sociedad sin lenguaje. De la conjunción de ambas premisas podríamos deducir que si la sociedad y el lenguaje son isomorfas y no pueden existir por separado, entonces son lo mismo. Y puesto que el lenguaje era la forma en que nos relacionamos con la sociedad, todo acaba colapsando en puro lenguaje. Sin embargo no es posible llevar a cabo esta operación a partir de las premisas de Gramsci, pues a ellas hace falta añadir una más: en toda lengua, en todo discurso, en toda cultura, hay un “fondo esencial” que siempre puede ser traducido, pero también, en todo lo traducible hay un resto particularísimo que se resiste a toda traducción. Esa es la clave para evitar la reducción idealista y se trata precisamente de la figura que Quentin Meillassoux denomina correlación. Nótese también que sólo si se evita la reducción idealista entre lenguaje y sociedad es legítimo afirmar la relación metafórica inaugurada por el isomorfismo entre ambas. Sin embargo, la tesis del isomorfismo también esconde otro problema. Es cierto que sirve para no caer en la falacias mecanicista y miméticas de considerar al lenguaje mero reflejo o representación de la sociedad. Pero la teoría del isomorfismo se limita a describir la relación entre lenguaje y sociedad: deja abierta la incógnita para una teoría que pretenda explicar esa relación.
Por último, sería pertinente agregar también que, bajo las premisas de Gramsci, el lugar del lenguaje en su relación con la sociedad es tal que no se limita a ser sólo una metáfora: el lenguaje sería al mismo tiempo metáfora y metonimia de la sociedad. Las consecuencias de esta proposición no son asunto para tratar en este artículo. Sin embargo, si acaso se quisiera abordar el tema, habría que preguntarse cómo esa doble condición del lenguaje respecto de la sociedad se vincula con el hecho de que a fin de cuentas el lenguaje mismo es la condición de posibilidad de toda metáfora y de toda metonimia.
Gramsci, Antonio (2013). Escritos sobre el lenguaje. Selección, traducción y estudio preliminar de Diego Bentivegna. Buenos Aires, Eduntref.
Bentivegna, Diego; 2013; “Un arcangel devastador: Gramsci, las lenguas, la hegemonía”; en Gramsci, Antonio, Escritos sobre el lenguaje; Sáenz Peña; Eduntref.
[1] A este respecto quizás sería pertinente comparar la historia de la edición del corpus de Gramsci con la historia de la edición del corpus de Leibniz, cuya escritura fragmentaria e interconectada también ha estado condicionada por las tensiones lingüísticas, geográficas, económicas y políticas que involucran los procesos de constitución de las naciones modernas. Hay también un nombre que quizás podría articular la relación entre la escritura de ambos y se trata nada menos que de Gilles Deleuze.
[2] Y esta distinción habría que compararla con las las líneas molares y moleculares de Deleuze