Estrategias y nubes de palabras

Una lectura superficial de la producción académica en Letras

por Mariano Vilar

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Todos hemos escuchado el adagio borgeano según el cual aquello que define una cultura es la forma en la que se lee. Imaginemos que en el próximo Congreso Internacional de Letras de la UBA, además de compilar las miles de páginas que conforman las Actas en formatos relativamente heterogéneos de la forma más prolija posible, se incluyera un PDF en un pendrive especialmente diseñado para soportar el viaje intergaláctico y se lo lanzara al espacio en busca de lectores interesados (una búsqueda que en el Planeta Tierra se sabe imposible). Luego de un tiempo indeterminado, supongamos que el pendrive fuera hallado y el PDF en su interior fuera decodificado por una civilización extraterrestre. Si esta hipotética civilización no conociera la literatura en el sentido en que nosotros la conocemos, ¿qué noción tendrían de ella a partir de la lectura de este interminable PDF? ¿En qué pensarían que consiste su sustancia? ¿Por qué creerían que merece la pena escribir sobre ella y compilar Actas de tamaña extensión?

Quizás semejante marco narrativo resulte demasiado improbable, y aunque esto no fuera un problema, colocarnos en el lugar del lector extraterrestre implicaría un procedimiento hermenéutico muy exigente, más difícil de realizar que un eventual envío de PDFs por la galaxia. Me propongo hacer algo que esté más a mí alcance dentro del mismo tipo de interrogantes: en base a un conjunto más o menos arbitrario de ponencias de las últimas tres ediciones del Congreso Internacional de Letras de la Universidad de Buenos Aires (2010, 2012 y 2014) y a mi propia experiencia como participante y ocasional colaborador en la organización de esos tres eventos, plantear una serie de hipótesis acerca de los enfoques que predominan en nuestro ámbito. Se tratará en todo momento de una lectura superficial, bordeando con lo cuantitativo. No discutiré con el contenido específico ni con la estructura argumentativa de ningún trabajo en particular, y mucho menos con sus autores. Usando la terminología de Foucault en su Arqueología del saber, más bien me interesa aislar algunos enunciados y sobre todo, encontrar recurrencias y repeticiones. No me interesa en lo más mínimo “quién habla” y no mencionaré los nombres de los autores. Dada la cantidad monstruosa de trabajos presentados en estos eventos académicos, soy muy consciente de la arbitrariedad cuasi azarosa de mis selecciones, pero confío en que de todas formas existen ciertas regularidades que pueden hacerse visibles incluso en estas condiciones. [1]

1.Títulos

Es imposible saber si dentro de algunas centurias las primeras décadas del siglo XXI serán consideradas como la Edad de Oro de los estudios literarios argentinos. La proliferación de doctores y doctorandos presentando ponencia tras ponencia en cuatro, cinco o diez congresos por año es ciertamente un rasgo de época que puede parecer positivo o no, dependiendo de la opinión que nos merezca la profesionalización de la vida académica en las humanidades. Lo cierto es que, pensemos lo que pensemos al respecto (y en mi caso, considero que los elementos positivos tienen más peso que sus consecuencias indeseables), no es muy fácil observar que esta multiplicación esté vinculada con algún tipo de recambio significativo en relación con los modos de pensar lo literario. Hace poco citaba un artículo de Nicolás Vilela y Florencia Minici en la revista Mancilla donde se reflexionaba sobre este mismo tema. El eclecticismo domina, lo que no tiene nada de malo, más allá de que quizás se extraña la posibilidad de enfrentar y contrastar lineamientos claros y cuestiones metodológicas. La idea de que algunos enunciados excluyen de forma definitiva la aparición de otros no es precisamente hegemónica, o al menos no a primera vista, y muy pocos hoy por hoy se definirían de forma taxativa como miembros de una “escuela” de pensamiento.

Empecemos por algo sencillo. Los títulos de las ponencias ya nos dicen bastante de su contenido. Usando la aplicación online gratuita WordItOut y los programas de los tres congresos, el resultado es la siguiente nube de palabras:

La enorme mayoría de estas palabras son efectivamente las que esperamos encontrar en este contexto: “textos”, “obra”, “poesía”, “novela”, “Estética”, “análisis”, “Argentina”, “Latinoamericana”, etc. Un poco más interesante quizás son aquellas que revelan algunos campos especialmente estudiados en los últimos años, como “revistas” (abundan las ponencias sobre la historia e incidencia de publicaciones periódicas argentinas o internacionales, antiguas o —más raramente— contemporáneas). A mitad del esquema, por pura casualidad, se formó un cuasi sintagma que nos remite a infinidad de lugares comunes en nuestro ámbito: “políticas - identidad - cuerpo - nacional”. Un poco más abajo, verticalmente, tenemos un eje todavía más frecuente: “política - memoria”. Otro azar hace que todo el esquema quede enmarcado en dos términos que tienen una importancia singular, una en el extremo superior que dice “representaciones” y otra en el inferior: “construcción”. Dos sintagmas que encontraremos con frecuencia en cualquier evento o publicación de este tipo y que funcionan como comodines a la hora de titular: la representación de X en la obra Y, o la construcción de X en el contexto Y. La palabra “lectura”, también bastante habitual, remite a veces al ámbito educativo (lo mismo que “escritura”), pero no faltan las ponencias que se proclaman a sí mismas como “lecturas de X obra” o que a su vez se presentan como lecturas de otras lecturas en el pasado.

Quizás se podría resumir todo esto diciendo: nuestra principal ocupación en los estudios humanísticos académicos es proveer lecturas sobre la representación/construcción de temáticas como el cuerpo, la nación, la identidad, lecturas históricamente fechadas, la política y la memoria, en novelas, ficciones, cine, revistas, teatro y obras y textos en general. No encontramos en los títulos, muchas alusiones a conceptos más técnicos. La palabra “Narrador” (aunque no aparece en el esquema) es la más frecuente en este sentido. Tampoco es común que los títulos provean definiciones precisas en relación con marcos teóricos o metodológicos, aunque existen casos en los que se alude en particular al postestructuralismo o la deconstrucción.

2.Bibliografía teórica

Está claro que los títulos por sí solos no nos permiten ir demasiado lejos. Muchas ponencias optan por títulos escuetos (o poéticos) que no dicen casi nada de su contenido. Si entramos a las Actas mismas, la bibliografía (habitualmente breve en este tipo de trabajos) puede orientarnos un poco. [2] No es difícil armar un pequeño ranking provisional de autores teóricos más citados. En primer lugar encontraríamos a Deleuze (el más citado es Mil mesetas pero aparecen varias alusiones a otros trabajos también), Walter Benjamin, Michel Foucault y Mijail Bajtín. Un poco más atrás en la lista figuran Roland Barthes, Giorgio Agamben y Jean-Luc Nancy. Entre los autores y autoras argentinas, Ludmer tiene un lugar más destacado que Nicolás Rosa y Beatriz Sarlo, aunque la diferencia es escasa.

La conexión entre los primeros dos autores y los tópicos que resaltamos a partir de los títulos de los trabajos es fácil de establecer: problemas como la identidad, el cuerpo y la memoria parecen sugerir una relación con teóricos que han puesto en escena su carácter político y que han llamado la atención sobre la posibilidad de construir formas contra-hegemónicas a partir del discurso literario. Mijail Bajtín es, posiblemente, una referencia bastante más neutra que a menudo sirve para llamar la atención sobre elementos “carnavalescos” hallables en muchas obras literarias. Existe, de todos modos, un uso algo más sofisticado que consiste en emplear a Bajtín para referirse a la construcción dialógica de identidades. En este último sentido es fácil emparentarlo con Deleuze y Guattari para repetir el lugar común de que nada existe en sí mismo y que todo lo que cae bajo nuestros ojos es una mezcla de discurso, ideología, diálogo, política, estrategias, etc. Un ejemplo:

Los espacios rizomáticos perfilados por los autores territoriales, quienes simultáneamente habitan y habilitan un espacio geográfico que deviene político e ideológico, se sitúan en un enclave cultural dinámico y dialógico (Bajtín 1993) en el sentido de la diversidad que los atraviesa y que imposibilita hablar de la tríada cultura-identidad-lengua (Bhabha 2002, Hall - Du Gay 2003,Bauman 2005) como única, homogénea e inalterable.

No encontramos por ejemplo casi ninguna referencia a autores provenientes de marcos teóricos como la teoría de los mundos posibles (lo que tampoco es demasiado sorprendente, ya que no es un modelo hegemónico en ningún lugar), pero incluso la hermenéutica de Gadamer o Ricoeur está escasamente representada. En cuanto a la narratología clásica, Barthes y Genette siguen ocupando algún lugar. La explicación más obvia y la más probable es que esto simplemente refleja lo que se dicta en las materias. Aunque en los Congresos Internacionales de Letras participan personas de ámbitos ajenos a la UBA, lo que en los programas de esta última institución aparece con más frecuencia es lo que luego decanta en ponencias y eventuales artículos. Dolezel, Pavel o Gadamer son infinitamente menos estudiados que Deleuze, Foucault y Benjamin, pese a (¿o gracias a?) que estos últimos tres dedicaron la mayor parte de su producción intelectual a temas que no son estrictamente literarios.

3. Enunciados

Siguiendo el mismo proceso que con los programas, pero limitándonos a una selección amplia pero incompleta de resúmenes obtenemos este resultado:

La gran mayoría de palabras son de las más esperables, aunque quizás merece la pena destacar la preeminencia de “relación”, que remite a dos tendencias muy habituales: relacionar obras entre sí, y (quizás aún más frecuentemente) relacionar obras con problemas como los que mencionamos más arriba (la política, la memoria, etc.). La necesidad de establecer relaciones para formular cualquier idea sobre algo es básica por lo demás. Veamos, de todos modos, algunos de los cientos de enunciados en los que se utiliza esta palabra:

- “En sus textos se invierte la relación de dominación”
- “buscando ilustrar con el mismo la relación de inmediatez con los principales debates de la época”
- “manifiesta un tipo de relación entre los intelectuales y artistas que atravesó todo el continente en sus letras”
- “que se entabla en relación con esta cuestión y en torno al tema de la violencia política en los años 60 y 70”
- “a la luz del contexto del que emerge, y en relación con algunos paratextos del autor”
- “se abordarán ciertas características de la relación de Alejandra Pizarnik con su discurso poético”
- “analizar la novela de David Viñas Hombres de a caballo, a la luz de los festejos bicentenarios que se desarrollan en la actualidad en América Latina y en relación con las modificaciones en el rol de las fuerzas militares del continente desde el proceso independentista“
- “analizar la yuxtaposición entre lo verdadero y lo falso en relación con las referencias al mundo extratextual en la obra elegida.”

En estos ocho ejemplos azarosos encontramos una pre-eminencia de aquellos enfoques de lo literario que lo relacionan con su “afuera” (si aceptamos esa metáfora) o con otras series, discursos, realidades, etc. La excepción es el nro.6, y sin duda podemos encontrar otros usos que tampoco se ajustan al que acabo de caracterizar como el más general. La hegemonía de la palabra “discurso”, muy visible en el esquema, a menudo revela la misma necesidad de vincular series heterogéneas: la literatura es un discurso en un mundo de discursos en pugna, lo mismo que la crítica, la teoría y los estudios literarios en general. Son abundantes las metáforas y prosopopeyas que giran alrededor de esta palabra: “red de dicursos”, “discursos despóticos”, “discurso como práctica social generadora de sentidos”, “atraviesan las fronteras del discurso literario”. Cuesta pensar algún tipo de entidad que no sea subsumible bajo esta categoría.

Si apuntamos a algo más específico que la “relación”, una constante que surge en los resúmenes (particularmente los del área de teoría) es la hipervaloración de todo aquello que desclasifique o ponga en juego (o en tensión, por decirlo con una de las expresiones más frecuentes) un grupo más o menos arbitrario de categorías. Debido a que esto se enuncia con palabras variadas, no se lo percibe inmediatamente en el esquema de arriba. Sin embargo la idea de que una obra X (sino la literatura en general) es una potencia desclasificatoria y en este sentido liberadora es una de esas verdades que, aparentemente, necesita ser remachada con frecuencia, quizás porque no se sostiene fácilmente por sí misma, o quizás porque enunciarla provoca una sensación agradable. Tomemos algunos ejemplos de enunciados de este tipo:

- “Gilles Deleuze y Felix Guattari trabajaron los conceptos de aparato de Estado y máquina de guerra. A partir de esa base teórica analizamos al Estado argentino como aparato de captura que desapareciendo los cuerpos, codifica, manipula y tergiversa los discursos e interpretaciones. Mientras que la literatura, en determinados casos, desde 1963 opera como una máquina de guerra que subvierte los signos desterritorializados para reterritorializarlos.”
- “Esa fuerza o potencia opera aquí y allá según una lógica que no es exclusivamente ni la de la lengua, ni la de la época, ni la de la región. Es una fuerza o potencia de desclasificación y, al mismo tiempo, de agenciamiento.”
- “El mismo posibilitó de alguna manera sistematizar el planteo. Sin embargo, al finalizarlo se siente la necesidad de repensar que dicho título puede diseminarse para convertirse en otro que funcione como un enunciado que se desliza a través de las palabras con ansioso movimiento hacia un intersticio nuevo poseedor de identidad compartida.”
- “La escritura intentará deslizarse por los recodos del camino ramificándose por allí, generando sentidos por allá, pero sin dar jamás en el clavo.”
“Se recorren entonces una serie de textos de ambos libros para pensar la ruptura de los límites de los géneros y las clasificaciones sin que esto implique una pérdida de la posibilidad de pensar las cualidades y las divergencias entre las diferentes producciones.“
- “Y si hay algo contra lo que va la idea de Ludmer es contra la posibilidad de trazar límites: ni el espacio en blanco nos queda, debemos hablar de realidadficcion. En este sentido, podría sostenerse que a pesar de las resistencias del ensayista, habría algo en su producción que contribuiría a afirmar la idea de Ludmer. Algo que, a primera vista, podría pensarse en términos de homogeneización o indistinción de dominios”.
- “Es aquí donde entra a jugar la idea de umbral. La posibilidad de pensar en límites, como dije, se descarta. Los límites clasifican y si pensamos en términos de “géneros” o “tipos textuales” clasificamos. Contra eso pugna no sólo la realización sino también la teoría.”
- “Las clases y las clasificaciones son artificios impuestos, es decir: dispositivos de captura de lo incapturable. Evidentemente, esto interroga la literatura: ¿es una forma o una fuerza? Si la literatura es una forma, como toda forma, debería entenderse en relación con fórmulas y algoritmos que la expliquen. Si es una fuerza, no.“
- “Fuera del trabajo, lejos de la mirada de algún patrón, el poder gubernamental posa su ojo sobre ellos, y el discurso ejerce allí la violencia de la clasificación.”
- “ La escritura de Kafka experimenta con formas de narrar la vida desnuda, de suspender las clasificaciones para que, mediada por la imaginación, la noción de especie sea expuesta como sistema de exclusión unilateral y arbitrario.”
- “En ese contexto, el autor opera a través de la indiferenciación referencial (verdadero/falso) en cuanto categorías capaces de validar el texto.”
- “Como romper una carta en mil pedazos y re-armarla cambiando su orden primario.” De ello se trata este trabajo, de aproximarse pero no llegar, de tomar las partes y dejarlas fluir, mirarlas en su "estar siendo" y, entonces, quizás, creer entender de qué se trata todo”
- “Lo que proponemos es una renovación de un campo tradicionalmente “normal” y disciplinador, romper con la normalidad para resistir la ficción disciplinadora de un sistema de pensamiento cultural del que la literatura comparada en sus vertientes más clásicas forma parte.“
- “la ponencia explora cómo ciertos proyectos de escritura contemporáneos plantean la imposibilidad de ver, en el sentido de querer atrapar, entender, y, por ende, llegar a producir una síntesis del objeto con el producto artístico”
- “Porque es capaz de desplazar los regímenes de visibilidad y de enunciación, la literatura latinoamericana contemporánea desde principios de los años 90 hizo ver y oír aquello que en momentos de violentas y dramáticas transformaciones del poder desafía los límites de la representación discursiva.”

Podríamos seguir agregando muchos más enunciados que expresen esta ansiedad anticlasificatoria, que puede tener un carácter fuertemente “rizomático” (como en el primer ejemplo y en muchos otros que no citamos por compasión hacia el lector) o estar orientado hacia los estudios de género donde es especialmente fértil, como veremos un poco más adelante. Las cuestiones políticas y biopolíticas no escasean, así como el elogio (de nuevo deleuziano, pero también ludmeriano) de la condición minoritaria o (quizás más kafkianamente) la indiferenciación como un valor positivo en sí mismo. Aunque Derrida no es de los autores que encontramos citados con más frecuencia, el verbo “deconstruir” aparece de vez en cuando en enunciados muy similares a los que hemos citado. Finalmente, todos estos usos y otros muchos que seguro estamos dejando de lado conviven con una desclasificación más romántica y decimonónica: la idea de que la gran literatura no puede acoplarse con ningún género sino que los trasciende a todos.

4. Estrategias

Este pequeño recorrido, arbitrario quizás e intencionalmente superficial nos sugiere entonces un conjunto de temáticas bien establecidas que giran alrededor del sujeto como entidad política (cuerpos, identidades, memoria, etc.), así como la obvia continuidad de problemas más tradicionales, como la historización de las lecturas y de las escrituras de las obras que solemos llamar literarias, y también la existencia (que ya a nadie sorprende) de enfoques que utilizan conceptos y herramientas de análisis literario para pensar en otros medios, como el cine o la lírica de las bandas de rock. Encontramos también una bibliografía teórica apoyada sobre todo en autores que tendieron a favorecer la relación entre lo literario y la vida o el mundo, sino directamente a borronear la posibilidad de establecer esta distinción. Esto último se vuelve especialmente manifiesto en la hegemonía de las “relaciones” para pensar los textos literarios y en la necesidad de remachar una y otra vez que existe un polo positivo de desclasificación al que la literatura relevante (y los estudios literarios relevantes) tiende naturalmente, como las moscas a la luz.

Creo que es posible asignar gran parte de estas tendencias a dos “estrategias” (otra palabra usada con bastante frecuencia en los resúmenes y trabajos en las actas) que se confunden casi en una sola: por un lado, una preocupación por apartarse de cualquier postulado metafísico que tienda a asignar un valor, esencia o identidad “en sí” a cualquier cosa. Por otro lado, la necesidad de valorizar todo lo que promueva la crítica a las categorías y clasificaciones. Contra lo primero, la estrategia principal es un escepticismo politizado que hace hincapié una y otra vez en los procesos de construcción (la palabra “escritura” a menudo aparece con este valor) o deconstrucción de lo aparentemente dado. Contra lo segundo, el uso y mención de categorías con el propósito de afirmar su carácter perimido o insuficiente, cuando no represor y fascistoide.

Quizás lo más fácil sería atribuir estas tendencias a las “modas”, pero esto nada aporta y resulta tan impreciso como inútil. Desde un punto de vista un poco más especulativo (quizás igual de impreciso pero al menos más interesante) podemos señalar algunas causas posibles. El cuestionamiento a las identidades “en sí” de cualquier cosa tiene una larga tradición filosófica, pero en nuestro presente parece ser enarbolado con especial vehemencia por los movimientos queer. Sin lugar a dudas, la idea de que debemos luchar por la desclasificación tiene valor en muchos ámbitos más allá de la orientación sexual, pero allí es donde parece asentarse gran parte de su fuerza argumentativa. La idea de que nadie está definido en sí mismo como “hombre” o “mujer” y que la imposición de esas u otras categorías falsamente esencialistas ha sido y sigue siendo una fuente de gran sufrimiento para miles y miles de personas no parece, por suerte, criticable de ninguna forma válida. En este ámbito particular, el constructivismo que hace de las subjetividades formulaciones provisionales y convencionales que hay que mirar con ojo crítico no tiene un enemigo que merezca la pena mencionar fuera de los ámbitos políticamente reaccionarios. Quizás si este área (los estudios queer) tiene especial relevancia para nosotros es porque parece realzar el valor de lo discursivo. Aun juntando un millón de millones de ponencias sobre como se puede transgredir los discursos sociales derechistas sobre la pobreza de las clases trabajadoras, la impresión es que eso no haría nada por los trabajadores mismos. En cambio, el combate por la representación de la sexualidad parece tener en sí mismo un aspecto discursivo más fuerte que las brutas relaciones de explotación, con lo que escribir sobre desclasificación en el ámbito sexual pareciera tener una relevancia más inmediata.

Ya hablamos más arriba del anti-categorialismo, que también se entronca en el mismo problema (al punto de que es difícil separarlos incluso con fines expositivos). Cuanto menos sean las cosas de una manera determinada mejor, dice la doxa crítico-académica. Necesitamos abandonar toda ingenuidad clasificatoria, porque el peligro del estructuralismo positivista normativista (algo que apenas existió) estaría a la vuelta de la esquina amenazando con reducir nuestras posibilidades de definirnos políticamente, aplanando nuestra capacidad de análisis a la ubicación de personajes en grillas narratológicas. Toda categoría es una afirmación identitaria que existe para ser reapropiada y deconstruida, preferentemente en un sentido rizomático, desterritorializante y/o indiferenciador. Notemos también al pasar que esto justifica en parte la frecuencia con la que aparece citado Bajtín, ya que su énfasis en lo “carnavalesco” por un lado y en el dialogismo y en la construcción dialógica de la realidad por otro sirven por igual a las tendencias que hemos presentado. Si a eso se le suma el uso ocasional de sus conceptos más técnicos como “cronotopo” o “género discursivo”, resulta en un verdadero todo terreno que es, además, más fácil de usar que Deleuze, Derrida o Foucault ya que no se mete con temas filosóficos tan complejos como Spinoza, la fenomenología o la botánica del siglo XVIII.

En términos más amplios, la práctica de llamar la atención sobre “estrategias discursivas” (de las buenas y de las malas) nos sirve para legitimarnos como intelectuales de izquierda con cierto compromiso con lo social. El esencialismo categorizante, por contraste, parece limitarnos a la descripción, y la filología (de la que poco hablamos aquí, aunque ciertamente tiene sus representantes en estos congresos) al murmullo incesante de la historia libresca y erudita. En cambio, la crítica ideológica en todas sus formas tiene un poder explicativo cuasi garantizado por la conciencia en el ámbito de las humanidades de que la literatura tiene algún nivel de capacidad liberadora que hay que resaltar, sin importar si somos Lukacsianos, Bajtinianos, Derrideanos, Foucaultianos, Deleuzianos, Ludmerianos o simplemente almas bellas.

No es quizás conveniente renunciar a esta idea, que los que disfrutamos de la literatura tenemos enraizada en nuestras existencias cotidianas. Si la literatura puede poner en cuestión algunas categorías, la crítica puede justificarse como la tarea de actualizar el potencial de producir conocimiento a través de esos desplazamientos propios de las obras que analiza. Por citar un ejemplo trillado, si ciertas representaciones de la Historia favorecen un dualismo que separa la civilización de la barbarie, puede identificarse un conjunto de obras literarias que, sin necesariamente declararlo con pelos y señales, pondrían en jaque esta separación: el crítico literario académico podría entonces justificar su intervención desclasificatoria argumentando que su análisis libera este potencial desarticulador, y que estas conclusiones, de llevarse al plano social, apoyaría la posibilidad de cuestionar críticamente las instituciones y los discursos sociales en sentido amplio.

Los peligros de aplicar este razonamiento son varios, por otro lado. Por un lado, para aquellos que apuntan a hacer del análisis literario algún tipo de herramienta política (o al menos politizable), no es tan claro que la descategorización sintomática sea la forma más productiva de hacerlo, salvo quizás (e incluso esto ameritaría pensarse) en los estudios de género a los que aludimos más arriba. Para aquellos que quizás estamos más interesados en la sustancia de lo literario y de los universos que fabrica, la tendencia a desclasificar corre el riesgo de caer en un automatismo a priorístico que haga de la “no esencia” una esencia tan ubicua que cualquier individualidad caiga avasallada por su hegemonía. ¿Qué es lo más interesante de la literatura? ¿aquello que crea o aquello que deconstruye?

Notas

[1Las Actas del CIL 2010 y 2012 pueden consultarse aquí http://cil.filo.uba.ar/

[2Hicimos una selección parcial y casi totalmente arbitraria dada la dificultad de unificar todas las ponencias. Excluimos conscientemente las que tratan sobre linguística y las producidas por investigadores brasileños en lengua portuguesa. Nuestro “método” consistió en seleccionar unas 55 ponencias cuyos títulos refieran a problemas que involucren alguna medida a la teoría literaria.