Heterotopías de música y embriaguez en Dancer from the Dance y Underground Resistance
Heterotopías de música y embriaguez en Dancer from the Dance y Underground Resistance
Ningún oyente puede creer estar en la esquina de lo audible.
“¿Dónde estamos, cuando escuchamos música?”
Peter Sloterdijk
¡De esta forma, el servidor ditirámbico de Dioniso sólo es comprendido por sus semejantes!”
El origen de la tragedia, Friedrich Nietzsche
Los ojos buscan acallar el ruido de las imágenes y un murmullo se acerca al oído, acaricia el cuerpo y busca, de alguna forma, crear una fuga del mundo. Sonido envolvente, música en volúmenes altísimos y espacios oscuros buscan desarrollar su propia acústica sagrada y dan lugar a un nuevo tipo de experiencia que comienza a abrirse paso en el pensamiento. Como señala Sloterdijk en su ensayo “¿Dónde estamos, cuando escuchamos música?”: “En los últimos años, el oído ha pasado a ser tema filosófico –como si este hijastro de la teoría del conocimiento hubiera podido interesar a la vez a una multitud de atentos padres adoptivos-“(2001; 285). Este giro en la teoría del conocimiento permite pensar, en consecuencia, tres problemas: 1-Un después de las imágenes, una experiencia del no-poder-estar-siempre-velando-en-el-mundo; 2-El nacimiento de una comunidad sonora que busca construir y volver perdurable este tipo de experiencia; y 3-Una versión arreligiosa de la experiencia de verdad y unión mística.
Anteriormente, en el artículo llamado “El éxtasis divino de los ciborgs”, publicado en un número anterior de esta revista, indagué sobre las relaciones entre el imaginario Sci-Fi, las prótesis tecnológicas, el poshumanismo y la música electrónica. El trabajo concluía haciendo hincapié en la importancia de observar en la relación de estos elementos un plan de la modernidad para volver a reintegrarnos en una experiencia envolvente que recree la experiencia mística de unidad de forma a-religiosa. Sin embargo eso no es lo único. En el mismo artículo hizo aparición, aunque de forma sutil y fugaz, un concepto: comunidad sonora. ¿Qué implica una comunidad sonora? ¿Cómo funciona? ¿A qué decide oponer su existencia? De intentar responder esas preguntas, entre otras cosas, tratará este trabajo.
En el salto temporal que hay entre la novela de Andrew Holleran, The Dancer from the dance publicada en 1978 y el manifiesto del colectivo de música electrónica Underground Resistance [1] a finales de los 80 es posible encontrar una evolución en la caracterización de esta nueva forma comunidad sonora, tanto en la construcción de espacios y formas de experimentación como en la proyección utópica de un programa de liberación del dominio de la imagen. Es por eso que este trabajo, a diferencia del anterior, no pretende solamente establecer posibles hipótesis sobre las nuevas formas de producción y experimentación de la música, sino que hace especial hincapié en el discurso que nace de estos nuevos agenciamientos maquínicos-sonoros y los nuevos espacios de habitabilidad que proyectan.
La novela de Andrew Holleran cuenta las andanzas de algunos personajes de la comunidad homosexual de New York durante la escena disco de los años 70. La narración entera está construida como una experiencia de desplazamiento horizontal, como una pista de baile, plagada de referencias musicales de época y citas de canciones intercaladas. La llegada a Fire Island, la sede de todas las fiestas, bailes y orgías es descrita como un éxodo, un afuera del resto de la civilización con sus propias leyes y su propia organización social. Durante el periodo de fiestas Fire Island es una Zona Temporalmente Autónoma, una comunidad efímera.
La vida de los personajes se dirime entre el afuera y el adentro de la isla en el plano de vida o muerte. La pista de baile es el lugar del eterno tiempo presente, un gerundio que lleva incluso a uno de sus personajes a realizar declaraciones como: “[…] es el único antídoto que nos salva de la muerte” (Holleran, 1981: 26) o “Mi existencia sólo es posible en New York. Sácame de esta isla y me evaporo” (1981 :146). Pero, si bien toda la novela parece seguir la lógica de la pista de baile –el desplazamiento de los personajes por la ciudad, las relaciones de superficie, el reemplazo del amor como trascendencia al sexo como única posibilidad, relaciones efímeras, el lucimiento de los cuerpos-, el espacio principal donde se puede encontrar condensado todo lo importante es en Twelfth Floor, la discoteca ubicada en el doceavo piso de un edificio de la isla.
Twelfth Floor es la versión laica de un espacio ceremonial. También es una heterotopía, al mismo tiempo hogar y espacio de ceremonia, un espacio fuera de todos los espacios y a la vez un lugar que se presenta como una utopía verificable. [2] Hacia adentro de este espacio se constituyen nuevas formas-de-vida, una nueva comunidad:
En el seno de ese grupo más nutrido […] tenía su sitio un núcleo de personas que se hubiera dicho carecer de toda existencia fuera de aquel local. Nunca, al parecer, se encontraban en casa, sino tan solamente en el incesante fluir de los movimientos de aquella minúscula sociedad. […] el alma vendida al diablo por la próxima mirada de un apuesto desconocido. Por la próxima excitación de un cardiactivador. Por la próxima canción que, convirtiéndoles el cuerpo en jalea, las dejase transidas en mitad de la pista, la cabeza desmayada hacia atrás, los ojos casi cerrados, en un éxtasis de santo trance de recibir los estigmas. (Holleran 1981: 38)
Este ritual pagano en el que sacrificador y sacrificado se confunde en la misma persona, acompañado por el uso de drogas y una sonósfera que absorbe a todos los que participan en ella generando una suerte de integrismo psicoacústico da lugar a una forma de verdad, quizá no tan nueva para la historia, pero sí para la cultura occidental: la verdad incorporativa –en oposición la representativa- que, como señala Sloterdijk, es resultado de la adecuación del contenido al receptáculo, o del consumidor a lo consumido (Sloterdijk, 2009 : 469).
Esta “experiencia de verdad”, pre-subjetiva, pre-lingüística, emula la vida endoacústica del vientre materno que, según Sloterdijk es el primer espacio sonoro que habitamos, ese del que el sujeto se ve expulsado por primera vez en su nacimiento. El ser-ahí en el mundo implica sí o sí la existencia en un espacio que puede ser no-musical. En consecuencia, toda experiencia musical incorporativa implica una teoría positiva de la resignación, de un no-poder-estar-siempre-velando-en-el-mundo.
La embriaguez, sea cual sea su causa u origen, es el estado de disolución de la relación sujeto-objeto. Como señala Jean-Luc Nancy es esa experiencia de goce que tiene lugar en lo absoluto. A través de las drogas y la música se alcanza un estadio previo a toda división, a toda contemplación y participación pasiva de las imágenes del mundo como representación.
La pista de baile, que se presenta como una alternativa a la agotadora experiencia de la vida moderna, como un espacio que denuncia la irrealidad de la vida en su exterior y propone a la vez una fuga del mundo –una vuelta al estado pre subjetivo- a través de la experiencia musical, también se yergue como una comunidad posible frente a la caída de los valores clásicos del humanismo. Southerland, aquel personaje cuya existencia fuera de Nueva York se desvanecería, dice:
[…]¿Qué nos queda? ¿Qué incentivos, podemos preguntarnos legítimamente, conserva la vida para nosotros? ¿En favor de qué levantarse de la cama? ¿De esa fatigosa noria de divertidas insinceridades? ¿De esta inmunda sociedad burguesa que los aristotélicos nos impusieron? No, todavía tenemos la opción de vivir como dioses, como poetas. Lo cual nos lleva al baile. Si […] eso es lo único que queda cuando el amor desaparece: el baile. (Holleran: 98)
Sin embargo, cabe aclarar, hay un problema: como todo viaje de drogas, como toda embriaguez, tiene su resaca. La limitación espacio-temporal de la experiencia, ese “afuera” que es todo lugar donde la música no suena, donde el sonido no envuelve, acaricia y acuna como a un bebé, es una reinserción en el tiempo. Ese sacrificio que se produce no es sólo el del “Yo”, sino que esta desarticulación del tiempo, la intensificación del presente, se produce a través de un costo de la energía vital. Paradójicamente, las horas de eternidad fuera del mundo implican un costo muy alto. “Imagina un placer, el momento de cuya satisfacción coincide con el de su exterminio”, dice el narrador y, de esta manera, confirma el futuro endeble de esta comunidad que no ha logrado establecerse más allá del escapismo.
Al tiempo que esta novela nos permite observar, como hemos señalado en el trabajo anterior, la modernidad produce dos movimientos. El primero parece anular nuestras posibilidades de experiencias metafísicas y trascendentales. Como señala Huston Simith en el prólogo a la segunda edición del libro El camino a Eleusis: “¿acaso el secularismo moderno, el cientificismo, el materialismo y el consumismo conspiraron para formar una coraza que hoy la trascendencia difícilmente puede perforar?”. El segundo, en respuesta al primero -¿tercera Ley de Newton?-, impulsa a la fabricación de espacios capaces de recrear de forma secular esas mismas experiencias trascendentales vedadas. Esta respuesta nos posibilita realizar también un primer acercamiento hacia una conciencia sobre la potencialidad desterritorializante del sonido.
Debemos a Burroughs y a su “Revolución electrónica” de 1970 la idea de “desprogramar” haciendo uso correcto del sonido. Hay, en su manipulación, en su condición modular (Deleuze 2005: 374), una doble potencia. Para Sloterdijk “escuchar siempre quiere decir, o bien adelantarse hacia el mundo, o bien, huir de él.” (Sloterdijk, 2001 : 297), en palabras de Deleuze: ritornello. A la vez que la música puede realizar una huida del mundo (desterritorialización), también permite la creación de un nuevo orden, una nueva territorialidad. Como señala Simone Borghi en su libro La Casa y el Cosmos: el ritornelo y la música en el pensamiento de Deleuze y Guattari:
[…] la música parece tener una fuerza desterritorializante mucho más grande e intensa que las demás artes […] parece que el sonido, desterritorializandose, se afina cada vez más para volverse perfectamente autónomo, mientras que, por ejemplo el color se acerca o se “adhiere” más fácilmente […] a la territorialidad. (Borghi 2014: 118)
Consciente de esta potencialidad, el colectivo de música electrónica Underground Resistance plantea, en su manifiesto, la posibilidad de una revolución sónica. Al avance de la “sociedad del espectáculo”, de esa experiencia individual y aislada que se vive como comunal en relación al consumo de la imagen, el colectivo propone la experiencia envolvente del sonido, donde el significado no puede hacer pie, donde la lengua hace agua y desaparece toda división posible. ¿Qué es la imagen sino una forma ya teñida de fracaso para acercarse a la realidad de las cosas? Luchar contra la imagen significa también luchar contra la palabra. Como dice Cioran en su ensayo “Hacia la desnudez”: “Únicamente se libera uno de la imagen si a la vez se libera de la palabra. Todo vocablo equivale a un estigma, es un atentado contra la pureza.” (Cioran 2007: 202)
A diferencia de lo que se puede encontrar en Dancer from the Dance, esa comunidad aislada y delimitada espacialmente por la discoteca, por la pista de baile, esta nueva comunidad sonora apunta a una expansión del territorio, una ampliación del campo de batalla. No tener lugar es la mejor forma de no poder ser aprehendido.
Ya no es suficiente la embriaguez como única posibilidad de escape. La heterotopía de la pista de baile ha abandonado su materialidad para transformarse en un discurso utópico que planea un futuro de la pura interioridad. La imagen ya no será más el punto de partida para el conocimiento, sino la experiencia sensible del cuerpo. Como señala McLuhan, el artista se ha transformado, mediante la tecnología, en un “experto en la consciencia sensorial”(Sontag, 2012: 382)
Como ya hemos analizado anteriormente, esta idea de experimentación tiene su correlato en la realidad, en tanto que esta comunidad ha avanzado en la producción de nuevas tecnologías para concretar su fin. Tal como señala Kodwo Eshun en su libro More brillant than the Sun: adventures in Sonic fiction: “Sónicamente hablando, la era post-humana no es la del dis-embodiment sino exactamente lo contrario: hyperembodiment.” Y agrega que hay que tomar la “experiencia hipersensual ciborg en sí misma como una galaxia de sensaciones audiotáctiles” (Eshun 1998: 001).
Underground Resistance establece una relación directa entre la experiencia del sonido y la materia. Apoyada en la capacidad de destruir y dar forma de las vibraciones sonoras se despliega una nueva soteriología. El Techno aparece como una posibilidad de salvación, ya no de unos pocos que se sumergen en el vientre sonoro artificial de una disco, sino de la humanidad entera. El mundo entero es un instrumento de resonancia capaz de modularse en la frecuencia perfecta. Donde hay sonido y la vibración perdura encontrando su resonancia, la imagen tiembla, peligra y se fragmenta hasta no ser capaz de decir nada.
Así como se señaló en el comienzo, el oído y la escucha se han transformado en nuevo problema filosófico. En torno a él se han comenzado a gestar nuevas comunidades que, frente a la violenta nostalgia que implica ser-en-el-mundo, estar escindido del objeto amado, han dado lugar no sólo a un nuevo discurso sobre la salvación en términos arreligiosos, sino que ha desplegado una nueva colección de armas para realizar su fin: la unión mediante la integración acústica, el abandono del mundo donde la distancia de la imagen nos dice que hay algo de lo que no formamos parte y que nos arroja a la saturación de los significados.
La comunidad sonora ha descubierto que con determinado manejo del sonido se puede lograr aquello que la religión aún se plantea como una posibilidad: la comunión. Nunca más acorde la letra de aquella canción de música disco que decía “Last night a Dj saved my life”.
Borghi, Simone (2014), La Casa y el Cosmos: el ritornelo y la música en el pensamiento de Deleuze y Guattari, Buenos Aires, Cactus.
Cioran, Emile (2007), Ejercicios de admiración, Barcelona, Tusquest.
Deleuze, Gilles (2005), Derrames: entre el capitalismo y la esquizofrenia, Buenos Aires, Cactus.
Eshun, Kodwo (1998), More brilliant than the Sun: adventures in Sonic fiction, Gran Bretaña, Quartet Books Limited.
Holleran, Andrew (1981), El danzarín y la danza, Barcelona, Argos Vergara.
Nancy, Jean-Luc (2014), Embriaguez, Buenos Aires, La Cebra.
Sloterdijk, Peter (2009), Esferas I, Madrid, Siruela.
Sloterdijk, Peter (2001), Extrañamiento del mundo, España, Pre-Texos.
Sontag, Susan (2012),Contra la interpretación y otros ensayos, Argentina, Debolsillo.
[1] Por motivos de espacio y extensión de la cita, copiaré aquí el breve manifiesto que circula en internet: “Underground Resistance es un sello para un movimiento. Un movimiento que quiere el cambio a través de la revolución sónica. Urgimos a unirse a la resistencia y a ayudarnos a combatir la mediocre programación visual y sonora con la que se está alimentando a los habitantes de la Tierra, esta programación está estancando las mentes de la gente, construye un muro entre razas e impide la paz mundial. Es este muro el que queremos derribar. Mediante el uso de toda la energía aun por liberar del sonido vamos a destruir este muro igual que ciertas frecuencias pueden quebrar el cristal. Techno es una música basada en la experimentación; es la música para el futuro de la raza humana. Sin esta música no habrá paz, no habrá amor, no habrá visión. Mediante la simple comunicación a través del sonido, el techno ha unido a las gentes de diferentes nacionalidades bajo un mismo techo para disfrutar. ¿Es que no es obvio que la música y el baile son las claves del universo? ¡Los llamados animales primitivos y las tribus humanas conocen esto desde hace miles de años! Urgimos a todos los hermanos y hermanas del underground a crear y trasmitir los tonos y las frecuencias sin importar cuan primitivos son sus medios. ¡Transmite este sonido y causa estragos en los programadores!”
[2] Foucault, Michele,«Des espaces autres», conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, págs. 46-49. Traducción al español por Luis Gayo Pérez Bueno, publicada en revista Astrágalo, n° 7, septiembre de 1997 (http://tijuana-artes.blogspot.com.ar/2012/10/michel-foucault-los-espacios-otros.html)