Ella, la Bodoc

Un homenaje a "la Madre de Los Confines"

por Diego Ezequiel Avalos

Ver en versión PDF

La conocí una mañana en el bar Sócrates, en la esquina frente a la Facultad de Filosofía y Letras. Yo en ese entonces estudiaba literatura, pero estaba más en los bares leyendo que dentro de las aulas, lo que si se piensa por unos segundos tiene mucho sentido. Ese día no la conocí en persona, ni siquiera la leí. Todo sucedió gracias a una nota de la revista Ñ alrededor del género fantasy. En una columna se nombraba a los referentes nacionales y había dos nombres: Gorodischer y ella. Más adelante, en un destacado, una entrevista a Ursula K. Le Guin. De pronto, algo llamativo. Textual:

- ¿Cuáles son los nuevos autores de su género que más admira?

- Evito esta pregunta porque la respuesta inevitablemente causa rencores. Mencionaré sólo un nombre: Liliana Bodoc.

Momento. Yo acabo de leer ese nombre. ¿Dónde? Mi famosa perspicacia me hizo dar cuenta, media hora después, de que lo había leído en la página anterior, al lado del de Gorodischer. ¿Quién era Liliana Bodoc? Un poco más de información: un ama de casa mendocina que a los cuarenta nos empezó a escribir su propia versión americana de El señor de los anillos. El resultado fue La saga de Los Confines, lo que se conoce en el mundo editorial como un longseller, un libro que no explota de un día para otro, sino que su éxito es lento, pero continuo y creciente. Algo más: la crítica había quedado deslumbrada con su fuerza poética, su coherencia política, su imaginación. El instinto, viejo amigo mío que no habla seguido pero cuando lo hace enmudece al resto, me dijo: “Acá hay algo”. Solo le erró en su formulación. No había algo. Había alguien.

Años después, el rodaje en Mendoza de nuestro documental Liliana Bodoc, la Madre de Los Confines. Orgullo modesto pero orgullo al fin: ese nombre, de Madre, lo inventé yo. Me emociona mucho cómo después prendió en todos sus seguidores. Se da como algo natural, como si ella hubiera venido al mundo con ese título. De todas maneras, aun sabiendo su origen, esta noche, de manera sincera, “honrada”, diría ella, creo que el “Madre” tan solo lo escuché susurrado desde otro lugar. Con Liliana lo fantástico era lo corriente. Doy fe.

Breve imagen: mi primer encuentro fue en una charla que ella dio en Puan sobre el género fantástico. En ese entonces, 2005 calculo, todavía su fama no había estallado como ahora. Éramos realmente pocos los que la habíamos leído. Me acerco con mi librito, nervioso, con un texto aprendido de memoria, me arrodillo junto a su silla y le digo todo en un discurso tan ensayado como apurado. Mientras repito como si fuera un inminente fusilado mis últimos padrenuestros, la veo y me parece muy linda. Sabía que era joven, pero su pelo largo, sus ojos tierra y su piel cobre me parecen hermosos. Termino mi propuesta de hacer una película, al mismo tiempo que pido un autógrafo (fíjense el nivel de la propuesta), cuando ella sonríe con esa sonrisa Bodoc, que era sol cálido en una tarde de otoño, y no solo me firma el libro sino que me pone su mail y teléfono para empezar el trabajo. Tengo el libro al lado mío. Dice:

“Para Diego con la misma pasión compartida, con un fuerte amor por la maravilla”.

Es mi primer autógrafo de La Bodoc, pero no el último. Eso siempre me llamó la atención: Liliana hacía sentir a cada uno de sus lectores como alguien especial. Cuando hablabas con ella parecía más interesada en tus palabras que en lo que ella tenía para contestarte. Sus abrazos eran completos y para las fotos no tardaba nada en apoyar su cabeza contra la tuya, como si fuera una vieja amiga. Además, siempre que podía, y era casi siempre, hacía autógrafos especiales, originales, que tuvieran que ver con su relación con el dueño del libro, o bien con algo que se le hubiera dicho momentos antes. Abro mi Oficio de Búhos y leo:

“Para mi director, el primero, el que llegó con una sonrisa y un presagio. Gracias”.

Liliana sabía hacer sentir bien al prójimo. Era parte de su encanto, de su inmensa generosidad. Otra imagen. En una feria del libro a la que fui con ella, mientras firmaba ejemplares de Presagio de Carnaval se le acercó una nena con un pequeño señalador. Liliana, lejos de hacerla sentir menos, poco más le escribe en ese pedacito de papel un soneto entero. Una vez me comentó “La otra vez aparece una piba y me dice: señora Liliana, yo quiero que me dé un autógrafo, pero me da vergüenza, porque no tengo el libro. Y saca Los días del Venado fotocopiado. El editor después me dijo que no tendría que habérselo firmado. Pero, mi vida, ¿cómo le voy a hacer eso? ¿Vas a leer? ¡Fotocopiate todo mi amor!”

Así era La Bodoc.

Yo no le decía Liliana, yo la llamaba por el apellido, y ella también me decía “Avalos”. Además me decía: “Tipo Malo”, “Sos Malo”, “Sos un Victoriano”, “Sos Malísimo”, “Sos Jodido, eh”. Y si estábamos con alguien se reía y miraba al otro y le gritaba: “¡Este Avalos, qué mal tipo que es!” La divertía porque no tenía nada que ver con la mayoría de sus lectores. Yo no llegaba cargado de lágrimas hablando sobre la tierra y la luna y el saber de nuestros ancestros. Todo ese costado fue el que menos me interesaba de Liliana. Diría que ideológicamente cada vez nos fuimos separando más. Yo admiraba y admiro su calidad como escritora. Y cómo ella sostenía esa calidad con compromiso y coherencia. Mis charlas con ella fueron irónicas, venenosas, feroces. Y, les digo un secreto, Liliana se divertía porque ella también era así, solo había que lograr confianza. Podía ser lapidaria con algunos colegas suyos, cruel con sus ironías, gigantesca en su humor negro (muchas veces usado contra ella misma) e incluso súper boca sucia. Una vez le comenté lo que yo creí un hallazgo en la novela de una famosa escritora. Mientras bebía su cerveza -amaba la cerveza helada- le dice a Romi, su genial hija: “¡Y este que me viene a decir cada pelotudez de la novela de la otra!”. Sí, también era celosa. Pero no se notaba, por lo menos no de entrada. Porque además de ser una gran escritora, era una gran, pero gran actriz. Con Anita, la editora de nuestro documental, nos dimos cuenta de cuándo era que mentía. Eran un par de gestos y salía La Bodoc actriz. Ojo, no era falsa, sino que sacaba su personaje simpático y social cuando en el fondo solo quería soledad, estar tranquila con su mate, leyendo o cocinando. Lo social era todo un tema, pero creo que poco a poco lo fue disfrutando cada vez más. Puedo asegurar que, si bien las multitudes la ponían nerviosa, cuando daba un abrazo a un lector ponía en ello su corazón entero. Liliana quería a sus lectores, pero con amor verdadero.

Creo que empecé a decirle “La Bodoc” en Mendoza. Cuando apenas llegamos a la provincia para el rodaje, de pronto todos nos convertimos en “El Diego”, “el Fran”, “La Tamara”, “La Glenda” y “La Romi”. Obviamente nosotros nos prendimos enseguida en la joda y ya éramos unos mendocinos más que estábamos haciendo LA DOCUMENTAL con La Lili.

Algo gracioso: con la prensa de allá o delante de sus familiares, Liliana decía siempre que estábamos haciendo un corto o una documental. A mí me ponía nervioso cada vez que lo decía y volvía a repetirle, con toda la soberbia que un director necesita, que lo nuestro era UN LARGOMETRAJE DOCUMENTAL. Para terminar con el problema le decía a la gente: “Acá ando con los chicos, estamos haciendo… ¿cómo era amor que estamos haciendo?”

Momentos delirantes así hay miles, fue un rodaje apasionado, lleno de risas y lágrimas, preocupaciones y milagros. Creo que eso se ve en la película. No es una obra perfecta, pero sí viva, emotiva y pura. Liliana nunca estuvo feliz con ella. Nunca me lo dijo, pero creo que se arrepintió de haberla hecho. El proceso fue muy duro. Nos metimos muy fuerte con su historia; no es un homenaje a una autora, es la exploración de la vida de una mujer que además es escritora. La mostramos en sus glorias, pero también en sus miserias. El montaje fue muy peleado. Me sacó escenas, y con las mejores tuve que discutirle mil veces el sentido para que se quedaran. No me arrepiento de un solo plano, de un solo momento. En el día de hoy todas esas imágenes cobran otro valor. Antes era el registro de una escritora en plena actividad. Hoy es la memoria del paso de un ser extraordinario.

Una vez me dijo: “Me cuesta mucho verme. Cada vez que veo la película lloro, lloro y lloro. Nos sacaste como somos, nosotros somos eso, nosotros somos así”.

También me dijo: “Yo no voy a frenar la película, pero tampoco la voy a salir a apoyar. No puedo”. Eso enfrió nuestras relaciones. Nunca nos peleamos, hasta el último momento existió el cariño, pero obviamente yo tenía que defender la obra. Sé que eso también lo entendió. A pesar de la relación ambigua que tenía con la película, creo profundamente que para ella fue un proceso muy curativo. Se sacó una piedra del corazón y, por eso mismo, al final se llevó otra piedra. Cuando vean el documental van a entender de qué hablo. Liliana era contradictoria y lo reconocía. Todo lo que le molestaba de la película era también lo que más la conmovía. Mi ejemplar de Los días del Fuego me lo firmó luego del rodaje. Dice así:

“Diego, gracias por guiarme en esto que fue más que un rodaje:Un ascenso,Un descenso,Un espiral.Te quiero mucho”.

Algo triste: siempre que nos despedíamos, Liliana me decía: “Te quiero mucho”. Yo solo atinaba a responderle: “Yo también”. Me parece que nunca pude pronunciar sus mismas palabras. Ahora de nada vale. Por algo ella era la Madre y yo El Malvado. Y, aunque yo era el católico, fue Cristo quien tuvo refugio en su corazón.

Lo que en verdad lamento es que nunca haya visto la película en compañía del público, en una sala llena. Las pocas pasadas que tuvo siempre fueron con el mismo resultado: gente emocionada, profundamente emocionada, que venía a decirnos que ahora querían a Liliana mucho más. ¿Y cómo no iban a salir así? En nuestra película hay mucha emoción y humor, pero sus últimos quince minutos son de una verdad tan grande que sin lugar a dudas es de lo mejor que hice como director. ¿Yo lo hice? No sé. Es un documental fantástico, quizás el primero de su tipo. No es de extrañar. Tratándose de La Bodoc, lo insólito era corriente. Y bien sabemos que Dios ama el cine.

Dios. Ese era todo un tema con La Bodoc. Esto es muy personal, y me hago cargo de lo que digo. Pero yo, al igual que su padre, siempre desconfié de la parte musulmana de Liliana. Para decirlo claramente: Liliana, aunque no lo reconociera, era profundamente cristiana. Me atrevo a decir que católica, pero una de esas que prefiere mantenerse alejada de la iglesia. Y de manera crítica. Es obvio que Drimus y compañía son lo católico conservador, lo mismo que los ángeles arcabuceros en Presagio de Carnaval. Pero también creo que lo musulmán fue una manera de estar bien con el padre y la madre al mismo tiempo. La madre era católica, el padre ateo. Liliana amaba a los dos: lo musulmán fue una manera de no quedar mal con ninguno. Liliana reconocía que era muy relajada con sus rituales musulmanes y que su práctica no era constante. Por otro lado, su pasión cristiana no solamente la expresaba en sus conversaciones, sino también en su obra. Liliana amaba a Jesús. Amaba a la Virgen de la Carrodilla, se ponía a llorar con pasión católica cada vez que la multitud cantaba su canción en la Vendimia. Amaba los rituales de la comunión, del bautismo. Ella misma estaba bautizada y había tomado en secreto la comunión, gracias a su madre y a escondidas de su padre. Su obra demuestra todo esto que estoy diciendo. Yo le pregunté si había cristianismo en la vieja Kush repartiendo el pan. Y me dijo que sí. Nunca le pude preguntar lo que es evidente, aunque mucho de sus lectores parecen no darse cuenta: el último brujo que aparece en Los Confines es un brujo que trae el milagro de repartir lo poco que tiene. El último brujo de Los Confines es el cristianismo. Y ese brujo aparece -amamos las contradicciones- gracias a la llegada del llamado conquistador.

Para una de sus mejores novelas tuvimos un intercambio. En una charla por la radio dijo que estaba trabajando la biografía de Jesús pero que le interesaba apuntar al lado humano. Yo, que además de católico soy metido, le escribí una larga carta diciéndole cual era, para mí, la trampa modernista en la que podía caer si reducía a Jesús a tan solo su aspecto humano. Me respondió lo siguiente:

“De verdad, gracias. Si bien esa novela está tratativas interiores, juro que cada cosa que me dijiste será tenido muy en cuenta y muchas veces pensada. Hay en tus palabras algo que, aunque es mucha tu inteligencia, trasciende tu inteligencia, la mía y la de cualquiera. Gracias amigo”.

Mucho después me firmó mi ejemplar de El perro del Peregrino. La dedicatoria dice:

“Para Diego porque hay un concepto que te debo: la divinidad”.

Liliana era generosa y exagerada. Sé que no me debía nada, todas las posibilidades estaban en su cabeza como así también la decisión final. Es el agradecimiento por el atrevimiento. Liliana amaba el respeto y la osadía por partes iguales. Y era Maestra, nunca hay que olvidarlo. Con saber que gracias a un movimiento de ella alguien salió en defensa de una creencia, se sentía cumplida.

Para cerrar con lo religioso, algo divertido del rodaje. La primera noche que estuvimos en Mendoza nos invitaron a la Fiesta de la Vendimia. Ese día estuvo Mercedes Sosa, hay imágenes de todos nosotros bailando en la tribuna. Cuando llega el momento de la canción de la Virgen, yo me quedo muy asombrado, pero no digo nada. Al final de la fiesta, mientras salíamos por un camino de tierra, le digo con toda inocencia a Liliana y a una de las chicas, no me acuerdo si a Glen o Romi: “Che, qué loco esto, es muy zarpado cantarle a la virgen de la blanca rodilla”. A la noche, desde mi cuarto en el hotel, todavía podían oírse las carcajadas de La Bodoc.

Hago una pausa. Me quedo pensando. Más arriba dije que Liliana era una Maestra. Y lo era, en un sentido tan amplio que me parece que es parte esencial de su legado. Hubo un momento de su carrera donde ya ir a dar charlas, conferencias, clases a pequeñas escuelas mediante planes de lectura era una pérdida de plata. Liliana podía ganar mucho más si se quedaba en su casa escribiendo cuentos, poesías o novelas. Además del gran esfuerzo físico que todo eso le traía. Pero en Liliana era muy fuerte el compromiso ideológico. Es más: este compromiso era lo esencial de su vida y obra. Liliana no separaba sus creencias de su emoción, su decisión política de su poesía. Lo que en otro era pose, en ella era convicción. Lo que en otro era gesto para la tribuna, en Liliana era acción. O praxis, como diría ella con una sonrisa misteriosa. Yo no concordaba con todos sus planteamientos. En el rodaje me dijo mientras tomábamos jugo:

- Yo en mi casa de chica leía mucho de comunismo.

A lo que yo le respondí, solo para molestarla:

- Que vendría a ser otra clase de literatura fantástica.

No se rió demasiado y me dijo, en cambio:

- Eso está por verse, Avalos, eso está por verse.

Si hubiera podido tirarme el jugo en la cara seguro que lo hacía, pero Liliana era muy profesional. Y hasta ahí nomás. Un día empezamos una hora tarde el rodaje porque no encontraba su cepillo. Otro nos pidió no rodar una media jornada porque, ya que estaba en Mendoza, iba a aprovechar para pedir un turno en el médico. Con mi mejor sonrisa le dije que no había problema, nosotros íbamos a aprovechar la tarde para filmar la ciudad. Tenemos material de acequias para hacer un corto entero, o una documental.

Liliana, como Maestra que era, enseñaba literatura con pasión, creaba conceptos, pensaba sobre el arte de escribir y leer. Pero también enseñaba con sus gestos, con esas acciones que le salían de su amor y convicción. Liliana festejaba en el otro la rebeldía tanto como propiciaba la emoción. Sabía cuándo abrazar y sabía también cuándo y cómo ubicar. A los autores pequeños los animaba; a los grandes, los reconocía. Sé de gente que se atrevió a escribir solo por estar en contacto con ella. Estoy seguro de que Liliana no solo nos dejó libros, sino también poetas. Y además nos legó un ejército completo de personas que gracias a su paso ahora son mejores, más humanos, más personas. En Liliana, la literatura era una militancia de sus creencias.

¿Cómo no va a ser Maestra la mujer que enseñó a miles a sentir lo que es la poesía? Me incluyo entre ellos. El video de Liliana recitando un antiguo poema chino para explicar lo poético es una de las pruebas más cabales de que en el mundo hay cosas que están bien, aunque sean pocas o, a primera vista, no parezcan útiles. Es toda una esperanza: en el mundo hay cosas que están bien. Maravilloso, ¿no?

Si bien es cierto que nuestro documental habla menos de literatura que de Liliana como mujer, como madre y como hija, también es cierto que los lectores van a poder rastrear en sus palabras y familiares vínculos directos con su obra. A propósito de esto, creo que la primera secuencia del film fue un evento de verdadera magia “bodoquiana”. Cuando grabamos esa escena, que ocurre dentro de la casa de Liliana en Buenos Aires, nuestra idea era realizar un documental mucho más centrado en Liliana como escritora, un documental sobre literatura. El tiempo nos hizo dar cuenta de nuestro primer error: el centro debía ser ella. El triste futuro nos dio la razón, para la literatura están sus libros. En esta primera secuencia, decíamos, Liliana nos mostró apuntes a la hora de escribir el Venado, fotos de referencia, mapas. Y de pronto, entre sus papeles, apareció un cuaderno con viejos poemas, poemas que Liliana escribió de chica. Le pedí que leyera uno, y Liliana, con mucha vergüenza, lo hizo, criticándose a cada momento la calidad del mismo. Al momento de hacer ese poema, que podríamos nombrar como “Me viene”, Liliana tenía nueve o diez años, su madre había muerto, la tristeza que nunca se iría había apoyado sus valijas. Este poema da varias pistas de lo que luego se desarrollará a lo largo de toda su literatura: una profunda nostalgia por un cielo perdido; la imaginación sutil como lugar de resistencia ante el dolor; lo épico, lo guerrero, como constante; la orfandad como situación dada; la inteligencia como arma noble y necesaria.

Un fragmento de este poema dice: “Alego en mi favor que no soy tonta”. Es muy curioso que una niña utilice la palabra “alego”, que tan lejana al paradigma infantil parecería. Sabemos que Liliana desde muy chica tuvo a su disposición una gran biblioteca, basada sobre todo en teatro, poesía y formación comunista. Este “alego” destaca por ser tan exacto, tan justo. Alegar responde a lo legal, y este es el poema sobre una niña racional, lógica, que defiende su propio sentimiento extraño, su condición de distinta.

Bien podemos concebir este inicio literario como la fundación de una obra. El tema de Liliana será el margen, y cómo éste crea un poder para enfrentarse a otro, que es el centro. En este sentido, la Saga de Los Confines es un largo poema épico donde se cuenta cómo una vez pudo hacerse frente al Mal gracias a una alianza de los marginales. Pero sin lugar a dudas, la mayor lucidez de Liliana es haberles dado a estos márgenes su condición de humanos. Y nos referimos con esto a que no cae en un simple maniqueísmo donde los pobres y desgraciados son los buenos. Por el contrario. Los héroes de Liliana muchas veces son derrotados, humillados, traidores de sus supuestos principios y fracasados en su ilusión. Liliana sueña con la revolución y nos hace creer en ella como si fuera también nuestro sueño. Pero no cierra sus ojos a lo que la rodea y reconoce el egoísmo, la crueldad y la maldad incluso entre los propios.

No hace falta pensar como Liliana para ingresar a su literatura. Si bien es cierto que Liliana creía en una escritura ideológica, no por eso desprecia al distinto, aunque bien sabe llevarlo por caminos que, de otra manera, tal vez jamás hubiera imaginado. El primer poder de Liliana estaba menos en sus creencias políticas que en su mismo talento poético. Al fin y al cabo, ¿cuál fue nuestro interés por ella, nuestra primera admiración, nuestro impulso que luego se convirtió en total rendición? Palabras poéticas, palabras sonoras, palabras que dicen pero más ocultan. Todavía podemos recordarlas sin necesidad de buscarlas. Todavía podemos escucharla a Liliana cuando nos la leyó con esa voz que era de ella, pero también de muchos más, y que por vez primera tenía palabra, sustancia y eco.

Dice el proemio (así lo llamaba ella) en el primer libro de La saga de Los Confines:

“Y ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuerdo. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer. Y aun cuando pudieran adentrarse en cuevas sepultadas bajo nuevas civilizaciones, nada encontrarían”.

El resto fue, como en todo hechizo efectivo, pura maravilla.

Cabalmente, como diría La Bodoc, la obra de Liliana ocupa casi dieciocho años. Lo anterior, según sus palabras (yo no le creería), son meros intentos. Dieciocho años de escritura continua, apasionada y profesional. Muchos dirán que todo lo que dejó es insuficiente, de La Bodoc siempre querríamos más. Me da tristeza pensar en todos los libros que se quedaron en el camino. ¿Estará completa la saga de Tiempo de Dragones? ¿Hubiéramos tenido una cuarta parte de La Saga de Los Confines? ¿Cuáles cuentos no serán nunca contados, qué poema se calló para siempre? Lo excelente es que la obra de Liliana es de relectura obligada. Al ser tan poética y tan compleja, la verdadera riqueza va apareciendo en cada nueva lectura. De igual manera sé que hay material inédito. Liliana me contó la historia de una novela terminada que ocurre durante la dictadura, de corte realista. Me dijo en su momento que quería hacer con ella un guión, otro de los proyectos que nos quedaron en el camino. Porque después del rodaje intentamos varias cosas: la adaptación de ese texto, un tratamiento que ella aprobó de Presagio de Carnaval, una serie animada que ella supervisó, basada en Sucedió en colores. Incluso un programa de TV dedicado a los educadores, un proyecto que nos entusiasmó mucho pero para el cual no conseguimos apoyo. Lo último que hablamos fue la adaptación a escena de Gea, su libreto de ópera en la colección Elementales. Me acuerdo de que estuve varios días haciendo el concepto de puesta y finalmente me mandó un mail lindísimo que dice así:

“Dieguito, sos un grosso. El análisis del contenido, el escenario al aire libre, la concepción del vestuario.Me encanta.Escuchame, mi vida, ¿vos creés que de verdad alguna vez lo podremos hacer?Te quiero mucho”.

No, Lili. No pudimos. Vos te fuiste antes. Yo me quedé y no llegué.

Una vez estábamos en lo de Romina y le dije: “Bodoc, vos tenés que escribir un guión”. Me dijo: “¡Y dale boludo, empecemos!” Y me contó una idea que veía más para película que para novela. Era sobre una secta de ancianos que guardan un secreto. Ahora que lo pienso, me pregunto si me estaba contando La profecía imperfecta antes de saber ella que esa novela alguna vez existiría. Mucho después, en una feria del libro, me dijo:

- “Amor, te pago lo que vos digas, pero necesito que nos juntemos y me des clases de guión. Estoy con la adaptación de “los dragones” y necesito que me aclares algunas cosas”.

Le dije que sí y que lo hacía gratis, el que iba a ir a aprender era yo. Me dijo que al día siguiente me llamaba, era algo urgente. Pero al día siguiente no me llamó y estuvo varios meses en completo silencio. Liliana era así. Y ella lo decía: “Soy contradictoria, ¿qué querés?” Como me dijo hace muchos años mi amigo Lisandro, un peronista de izquierda que también se quema en Cristo: “Liliana es dialéctica”. Creo que a ella esa definición le hubiera encantado. La mujer de casa comunista, bautizada como católica y consagrada al Islam aunque le encantara cantarle a la Virgen y escribir sobre Jesús. La escritora de inteligencia terrible que prefería charlar con un ciruja antes que exponerse en un congreso de snobs. La Madre que tenía miles de hijos pero prefería tomar mate sola para pensar en poesía o en las injusticias del mundo. La amiga que quería mucho pero se ausentaba mucho. La actriz brillante que no actuaba pero sabía hacer muchos roles. La talentosa que prefería pasar por ignorante antes que cometer un acto de soberbia. La poeta que escribía de manera poética pero no se consideraba a sí misma una poeta. La ama de casa que era una maniática de la limpieza y reconocía que en el fondo, no tan en el fondo, era un poco machista. La nena que extrañaba a su mamá y creía que, a ella, el mundo algo le había robado, y por eso odiaba tanto la injusticia y tan cercana se sentía a los excluidos, los marginales. Porque Liliana consideraba, honradamente, que pese al éxito, el amor y los sueños cumplidos, era una marginal más.

Se me ocurren varias maneras de terminar este escrito, pero ninguna me convence. ¿Con el final de la saga, su canto frente al Odio que parece eterno? ¿Con la anécdota de la piedra en el rodaje? ¿Con alguna otra dedicatoria? Me parece que lo mejor es ser simple y directo: así le gustaban las cosas a Liliana. Pero, ¿cómo despedirse de alguien que no solo nos regaló la poesía, sino que nos dejó amar a otros con sus propias palabras? Porque a Liliana se la regala a quienes más queremos, a quienes de verdad amamos. No se da a La Bodoc por mero placer estético. No. Se la comparte porque queremos decir con sus libros todo el amor y el dolor que queremos brindar pero no sabemos cómo. No te olvides: te doy a Liliana y me quedo callado. Entre sus letras vas un día a descubrir cuanto todavía te amo.

Gracias, Lili. Te quiero, y no te lo dije nunca. ¿Ya es demasiado tarde? Por ahí sí. Una voz me susurra, vaya a saber de dónde viene, si me la invento, o si me acaricia:

“Ay, Avalos, ¡además de malo sos tan tonto! ¿Te crees que no lo sabía? Por algo soy Maestra. Por algo, como Madre, en Los Confines te parí. Y ahora desde allí a vos, a todos, a todas, los voy a cuidar”.