Parte VII (1990-1999 bis)
Parte VII (1990-1999 bis)
“I guess i’m learning.
I must be warmer now.
I’ll soon be turning
round the corner now.
Outside the dawn is breaking,
but inside in the dark I’m aching to be free”
Queen, The Show Must Go On
“Ecos de antes rebotando en la quietud”
Gustavo Cerati, Déjà vu
Casi un déjà vu. La sensación de lo ya experimentado y la certeza de lo pendiente refrenan la ansiedad. La familiaridad es a la vez extrañeza. Volvemos a los comienzos de la década de 1990, pero esta vez con el foco puesto en la reflexión teórica y las propuestas que encontramos en los programas de “Teoría Literaria II” y “Teoría y Análisis Literario” “A” y “B”. Siempre con la contingencia de que las cosas pudieron haber sucedido de otro modo, porque nuestros materiales de trabajo son programas [1].
Así como la vez anterior entrevistamos a Jorge Panesi y Miguel Vitagliano (ver entrega previa), en esta oportunidad conversamos con Adriana Rodríguez Pérsico (ver entrevista) y Ana María Zubieta (ver entrevista). Compartimos con ustedes los intercambios que tuvimos con ellas. De esta manera, les ofrecemos las palabras de quienes estuvieron a cargo de las cuatro cátedras de teoría literaria de la Universidad de Buenos Aires durante los últimos años. Actualmente estamos en pleno recambio generacional y, con la excepción de Miguel Vitagliano, quien asumió de manera prematura por el fallecimiento de Nicolás Rosa, los otros tres docentes se jubilaron recientemente (aunque, como veremos aquí, siguen en plena actividad). Nuestro ánimo no es limitar estas discusiones a quienes estuvieron o están al frente de asignaturas, pero como continuamos con nuestro análisis de los programas, y sabemos la injerencia que tienen en esa tarea quienes encabezan los equipos docentes, comenzamos por allí. Seguramente, más adelante seguiremos dialogando con otros especialistas del área.
A modo de yapa, y para entretenerse hasta la próxima entrega, hemos digitalizado el primer número de Lecturas críticas. Revista de investigación y teoría literaria, salido en diciembre de 1980. La publicación es un trabajo del grupo “Theta”, que integraban Nora Domínguez, Alan Pauls, Silvia Prati, Renata Rocco-Cuzzi, Adriana Rodríguez Pérsico, Alfredo Rubione y Mónica Tamborenea. Del realismo a la parodia, de la oralidad a la escritura, la presentación abre el juego: “Este paso quería dejar atrás el aislamiento: uno de los peligros más concretos que amenazan a los grupos dedicados al debate de cuestiones vinculadas con la cultura [...]. A las determinaciones externas se agregan, además, los riesgos individuales que supone la práctica de escribir” (3). El número está dedicado a la parodia e incluye textos críticos y entrevistas a Ricardo Piglia, Nicolás Rosa, Severo Sarduy y Osvaldo Lamborghini, también orientadas a la reflexión sobre el mismo concepto. Se ofrece, además, un fragmento de un ensayo de Alberto Laiseca (quien “Acaba de concluir, después de diez años, una desmesurada novela cuyo título provisorio es ‘Los Soria’”), un comentario sobre el homenaje a Jaime Rest organizado por Punto de Vista, y una serie de reseñas teóricas y literarias de textos recientes. Dos detalles, solo a modo de invitación a recorrer las páginas de la revista: a) cuando Pauls presenta su marco teórico destaca que Bajtín es un “teórico ruso contemporáneo de la escuela formalista, que aún hoy permanece ignorado” (7); b) destacamos la precocidad del artículo de Rodríguez Pérsico y Rocco-Cuzzi sobre la primera novela de Laiseca.
El 6, 7 y 8 de septiembre de 2018 tendrán lugar en Mar del Plata las II Jornadas de Teoría Literaria y Práctica Crítica, tituladas “Tradiciones, tensiones y nuevos itinerarios”. Allí se propone una reunión intercátedras de teoría literaria y asignaturas afines, con el objetivo de conformar una red. La idea inicial es debatir sobre la actualidad de los programas de estudio del área de teoría literaria en las distintas Universidades Nacionales. Celebramos la iniciativa. La referencia nos interesa no solo por la vinculación del evento con el trabajo que venimos realizando, sino también para destacar la tendencia creciente de organizar los eventos académicos en forma de simposios propuestos de antemano y con ejes específicos.
En estos últimos meses también hubo novedades en el mundo editorial. Contamos con la aparición de cuatro libros que marcan el ritmo de la producción teórico-crítica en términos locales. Incluimos “crítica” en esta denominación dado que, como veremos en las entrevistas y en el paneo por los programas de esta década, en el espacio institucional trabajado, la teoría no puede entenderse escindida de la crítica que cruza y utiliza diversos discursos reconocidos como eminentemente teóricos. En mayor o menor medida, estos textos son aún herederos de esa tradición. Dobleces. Ensayo sobre literatura argentina, de Cristina Iglesia, editado por Modesto Rimba (editorial identificada con la publicación de poesía y, en menor medida, prosa) recapitula diferentes intereses de quien hasta hace muy poco era la responsable de una de las cátedras de “Literatura Argentina I” (ahora a cargo de Alejandra Laera). El libro presenta cierta sintonía con el modo de entender el discurso teórico en las cátedras que analizamos. La teoría en la UBA, desde 1984 en adelante, es el resultado de un ejercicio crítico que dispone de lo teórico como la consabida caja de herramientas que sirve para desmontar ciertos discursos. En Iglesia, la construcción de la figura autoral de Echeverría, el lugar de la mujer en la segunda década del proceso revolucionario, o el artículo de cierre sobre algunos aspectos de la obra de Juan José Saer son momentos de una prosa crítica que “hace teoría” en el análisis.
Otros dos libros que quisiéramos destacar corresponden a figuras que ya han aparecido en esta seguidilla de artículos. Los unos y los otros. Comunidad y alteridad en la literatura latinoamericana, de Adriana Rodríguez Pérsico, es sumamente relevante para pensar el estado de la crítica contemporánea, dado que revisa los avances dentro del campo de la biopolítica para leer determinadas zonas en tensión en la producción literaria latinoamericana. Así, ideas propias de Roberto Espósito en torno a la conformación de una comunidad sirven para ver tanto la figura del intelectual (se destacan los nombres de Borges y Piglia) como para revisar los discursos que, de una u otra manera, han colaborado en la construcción de una idea de Nación, concepto particularmente problemático en el estado actual de la teoría literaria y, especialmente, de las literaturas comparadas. Se hace imprescindible, en ese sentido, revisar el texto publicado por Eudeba Tras la nación. Conjeturas y controversias sobre las literaturas nacionales y mundiales (ver reseña), una recolección de artículos de diversos especialistas, coordinada por Marcelo Topuzian.
La última publicación a la que aludimos (salida, prácticamente, junto con este mismo número) es el tercer libro de Jorge Panesi, luego de Felisberto Hernández (Beatriz Viterbo, 1993) y de Críticas (Norma, 2000). Nos referimos a La seducción de los relatos. Crítica literaria y política en la Argentina. Con un subtítulo que recuerda a Viñas, este libro de Panesi es, en verdad, una recopilación de ponencias convertidas en artículos que nos muestran un perfil crítico de sobrada relevancia en nuestro contexto intelectual. Panesi lleva adelante un análisis de textos variados para poner en evidencia el problema del discurso de la crítica literaria en nuestro país, mostrando, de alguna manera, que tal nombre es inviable en un mundo entregado a la mundialización (bajo las particularidades que internet ha propiciado desde su uso masivo) y a la desaparición progresiva del formato papel. Lejos de ser apocalíptico, Panesi se permite ver cómo ciertas figuras de la crítica literaria pasan a ocupar una mayor relevancia en el análisis político, como si fuese necesaria la presencia de un especialista para poder organizar el relato que le falta al informe del politólogo o al dato del periodista. Beatriz Sarlo y Horacio González, entre otros nombres propios, pasaron a ocupar una silla en el mundo de los medios para poder presentar una ficción que ordene la noticia dura y cruda que trae el analista televisivo. Una nueva figura cobra relevancia en este trabajo de Panesi: la del medio, instancia con la que considera importante dialogar en un momento de crisis, de repliegue, o de desaparición de la crítica en el mundo académico. Una entrevista a Jorge Panesi, publicada en el suplemento “Radar Libros” de Página 12, ahonda aún más sobre estas cuestiones (ver entrevista).
Ya dispuestos a retomar nuestro recorrido por los programas que nos quedaban pendientes de la década del 90 resuena una pregunta que se formula en varios de ellos y que surgió, también, en las entrevistas. A la hora de investigar y producir teoría: ¿los textos literarios funcionan como disparadores de problemáticas específicas? Dicho de otro modo, ¿piden determinadas teorías o abordajes? O, en cambio, ¿el corpus es escogido con el fin de trabajar teorías determinadas?
“Las formas de las estrellas que forman su constelaciónson los puntos vitales de su cuerpo”Shiryu, Saint Seiya
Los programas de 1990-1992 de “Teoría Literaria II” son los últimos a cargo de Josefina Ludmer. En 1990 los debates teóricos giran en torno a la autonomía literaria y las problemáticas se subdividen en cuatro unidades (que se detienen, respectivamente, en una historización del concepto de autonomía, sus cruces con las esferas pública y privada, lo ideológico y lo político). En relación con la interdisciplinariedad, vale destacar que al comienzo se señala que se tendrá en cuenta lo “histórico-filosófico-político”. Se trabajan dos grandes etapas de la literatura argentina: por un lado, el período rosista (o generación del 37) y, por otro, la década del 80, también del siglo XIX. A partir de allí se propone analizar los vínculos de la autonomía con la modernización, las instituciones literarias, la autorreferencia, el lazo Estado-literatura, la politización y la despolitización en distintos contextos históricos, el poder, la dominación y la ley, los discursos de la subjetividad y la intimidad en las relaciones entre literatura y vida (esta última temática se encuentra muy presente en las discusiones de los últimos años). El corpus, muy ligado a lo que habitualmente se ve en “Literatura Argentina I”, recorre los siguientes autores decimonónicos: Ascasubi, Cambaceres, Echeverría, Hernández, López, Mansilla, Mármol, Martel, Pérez, Podestá y Sarmiento. En cuanto a la bibliografía teórica se menciona la Escuela de Frankfurt y se incorpora un acervo variado y actualizado (como, por ejemplo, Los senderos de Foucault, de Tomás Abraham, Desencuentros de la modernidad en América Latina, de Julio Ramos, y Pensamiento postmetafísico, de Jürgen Habermas; los tres de 1989-90). Al año siguiente, el eje es la identidad y la representación en la literatura, y se discutirá a partir de un corpus de ensayos y ficciones de literatura latinoamericana. A modo de enlace con el programa anterior se incluye la relación entre la identidad y la autonomía. Otras de las inquietudes que sobrevuelan en 1991 son, desde el punto de vista identitario, las diferencias, la unificación y la fragmentación, los universalismos y los particularismos, las identidades del sujeto y de la comunidad. Desde la perspectiva representacional se discurre sobre los modos, espacios y construcciones de la representación en la literatura latinoamericana contemporánea. No es una novedad argentina vincular el tema de las identidades literaria, lingüística y cultural con la construcción de una Nación. Tampoco sorprenden las menciones de las fronteras, territorios, cosmopolitismo y regionalismo, pactos, discursos nacionales, marginalidad, lenguas y retóricas de lo nacional en la literatura, las historias de la literatura y los cánones. Esto se suma a la consideración de las identidades culturales, etnias y creencias, oralidad, transculturación, hibridación, traducción, exotismo, heterogeneidad, subalternidad. Para estos tratamientos, el primer apartado teórico se encarga de la representación en los textos vinculados con el realismo. Para el eje sobre identidad los teóricos que más resuenan son Bhabha, Fanon, Hobsbawn y Gayatri Spivak y, como corrientes teóricas colectivas, la historia cultural y el postcolonialismo.
Llamativamente, el programa de 1992 se titula “La crisis de la teoría. Debates y redefiniciones”. Pareciera que el campo de la teoría literaria se está poniendo en cuestionamiento a sí mismo todo el tiempo, tanto en lo que respecta a su propia existencia como a sus características. Esta reflexión despierta el debate, fundamentalmente, sobre la ficción, la verdad y la referencia y, de manera más amplia, sobre los conceptos y sus redefiniciones. ¿Qué es interpretar y cómo se construye un sentido? Interrogante muy propio del enfoque teórico que nos atravesó en toda nuestra formación y que se distancia bastante del existente en otros ámbitos formativos donde ir más allá de lo descriptivo pareciera apartarse de la investigación (e.g. la óptica dominante hoy en Francia, que pareciera renegar de su propio pasado teórico). El segundo bloque se aboca a otras cuestiones, muy propias también de la disquisición disciplinar: géneros literarios, contexto, intertextualidad, límites del texto, puntos de vista, prácticas y conexión con lo social. Quisiéramos destacar, antes de cerrar el período de Josefina Ludmer al frente, la frase que encabeza la sexta unidad: “La teoría hoy”. Allí se incorporan las últimas discusiones de la teoría y la crítica: “La crítica feminista, las políticas de las diferencias, etc. Nuevos objetos, nuevos saberes y nuevas prácticas discursivas”. En esta misma orientación, en los objetivos se dice que el programa busca recorrer los aspectos fundamentales de la teoría literaria y su actualidad: nociones, polémicas, transformaciones y nuevos conceptos y saberes.
El primer programa a cargo de Ana María Zubieta [2] (ver entrevista) lleva por título “Sujeto, subjetividades e identidades”, categorías centrales alrededor de las que girarán los planteos de la teoría literaria. Desde la perspectiva de la crítica literaria de corte sociológico se analizará el concepto de sujeto y, con herramientas del psicoanálisis y de los nuevos discursos sobre la historia, “los principales factores que contribuyeron a la puesta en crisis de una primera noción clásica”, se observarán otras contribuciones. En los desarrollos de las unidades se incluyen las polémicas Adorno-Benjamin y Brecht-Lukács. El único texto del corpus de 1993 que coincide con el programa anterior es el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Finalmente, en la bibliografía teórica notamos una mayor presencia de Foucault y Vattimo y, en menor medida, de Benjamin y Habermas. Al año siguiente, los tres debates del siglo XX que dispararán los problemas teóricos son: alta cultura/cultura popular, vanguardia/realismo, modernidad/posmodernidad. El primero de estos ejes se desprende, en cierta manera, de las propuestas del programa previo. Para detenerse en los vínculos con lo nacional y la oralidad, la subjetividad y la identidad, se sugieren las lecturas de Burke, Bajtin y Ginzburg, principalmente. Para los tres ejes se ofrece un corpus que incluye a Borges, Bioy Casares y Bustos Domecq, y algo de Marechal, Cortázar, Silvina Ocampo y Lange. En la bibliografía descuellan Bajtin, García Canclini, Monsiváis, y varios números de la revista Poétique.
En 1995 [3] el sintagma que guía el recorrido es “Algunos problemas teóricos redefinidos” (eco del seminario de Ludmer del 85, donde varios miembros de la cátedra habían participado), porque “Hoy se habla de ellos desde otras perspectivas”. Nuevamente contamos con tres ejes: sociología de la literatura (y estudios literarios procedentes del marxismo), cuestiones estéticas (conceptos en desuso, como el de vanguardia, y nuevos modos de representación: pastiche, kitsch y pop), noción de sujeto (su relación con el objeto y el rol del intelectual). En este programa los teóricos que sobresalen son Derrida, Foucault y Vattimo. Veremos que, entre los destacados cuantitativamente cada año, Foucault será una constante. Por ejemplo, en 1996 comparte ese espacio con Benjamin y García Canclini. Esta vez el título es “La nación, el pueblo, los héroes. Relatos, géneros, culturas, identidades”. En cierta forma se mantiene en la línea de las temáticas estudiadas hasta entonces. Lo popular se entrecruza con la distintas construcciones de la identidad heroica. Este empalme permite volver a detenerse en los debates sobre el sujeto, la alteridad y las minorías. Un detalle interesante de este año es una pequeña nota que anticipa, en el mismo programa, las fechas de una jornada de discusión donde, paralelamente a la cursada, los profesores expondrán sus trabajos y dialogarán con los alumnos. Algunos de los conceptos clave que aparecen para el estudio de la cultura popular son: hegemonía, resistencia, dominación, apropiación, transgresión, subalternidad e hibridación. El corpus, con alguna variante, sigue la línea previa: Bustos Domecq, Cortázar, Martínez Estrada, Walsh y Marechal. No nos detendremos en el análisis de las elecciones de los textos literarios, pero a quien le interese ahondar en ese punto puede ir directamente a los archivos digitalizados que aquí ofrecemos. Antes de pasar a 1997 quisiéramos resaltar el espacio considerable que a esta altura tienen los teóricos y críticos locales en las lecturas de la materia. Nos encontramos con trabajos de Barrenechea, Ford, Forster, Giordano, Gutiérrez, Ludmer, Mignolo, Prieto, Rivera, Romero, Romano, Rosa, Sábato y Terán, por solo mencionar unos pocos. El título de 1997 resulta bastante ilustrativo y continúa desplegando las inquietudes, que nos acompañaron anteriormente, por la tensión entre lo uno y lo otro, lo propio y lo ajeno, lo público y lo privado: “Secretos y confesiones. Relatos que cuentan secretos, secretos que se vuelven confesiones, confesiones que se hacen o se arrancan”. La novedad, quizás, proviene no tanto por el binomio poder-violencia sino por el de verdad-mentira. Estas reflexiones nos permiten adentrarnos en el testimonio, el fantástico, el policial, el diario, la autobiografía, la pornografía y el psicoanálisis. Esta vez destacamos a Bataille, De Certeau, Foucault, Levinas y Reik.
La propuesta de 1998 reviste un interés particular por ser la primera vez que nos encontramos ante un programa eminentemente dedicado a un teórico: Walter Benjamin. Coincidentemente, se trata del autor más citado en los trabajos de investigación literaria publicados en Argentina en los últimos años [4]. Las unidades que recorrerán la cursada a la par del autor se abocan a la vanguardia, el marxismo, las ciudades, y el tándem pasado-presente; todo esto en torno a una constelación de teóricos y problemáticas que recomendamos ver detenidamente en el archivo. Si aquí el eje es un autor, en 1999 las clases se detienen en un concepto. “Lo oculto y lo encubierto; lo no dicho y la verdad. Teorías de la interpretación: posibilidades y límites” discurre alrededor del “problema” de la interpretación, como continuidad y como ruptura, y la forma de conformación de un canon. Por primera vez se otorga un lugar central a la Escuela de Constanza, entre otras corrientes que ya se venían trabajando.
“No es mi tarea elegir
si la marea lleva o trae.
Iré por donde alumbre el sol”
Los Espíritus, Jugo
Las dos cátedras de “Teoría y Análisis Literario” que convivieron con la cátedra “C” poseen una visión similar con respecto al fenómeno literario, aunque ahondan, a su manera, en diversos asuntos de interés. La cátedra “A”, a cargo de Nélida Salvador, y la cátedra “B”, llevada adelante por Graciela Maturo, presentan una lectura de lo literario y de la teoría que proviene de una tradición fenomenológico-hermenéutica. Específicamente, la cátedra “A” ofrece una perspectiva más apegada a la fenomenología, mientras que en los programas de la “B” podemos encontrar un fuerte trabajo sobre la lectura de tipo hermenéutico, conectada con los textos que la propia Maturo fue publicando a lo largo de su carrera y, sobre todo, durante el período recortado; período que, por otro lado, en el caso de las dos cátedras, se reduce a parte de la década del 90. Contamos con programas únicamente de 1990 a 1995, en el caso de la cátedra “A”, y de 1990 a 1994, en el caso de la “B”. Por cuestiones relativas a concursos, por ejemplo, el último programa de Teoría “B”, de 1994, lleva la firma de Jorge Panesi, quien además de ser el profesor a cargo de la cátedra “C” era, en ese momento Director de la carrera.
Ninguna de las dos cátedras aquí tratadas tiene un acercamiento, al menos programático, al concepto de “problema” que estructuró las propuestas observadas en el punto anterior, ya fuera durante la presencia de Ludmer o ya con la firma de Zubieta. Muy por el contrario, parece que tanto en Maturo como en Salvador hay un esfuerzo por mantener una lectura humanista acerca del fenómeno literario [5], insistiendo en la idea de que hay que “resistir” frente a la avanzada de los discursos que hoy reconocemos como propios de la teoría. Una auténtica “resistencia a la teoría”, pero que no por eso deja de tener su costado teórico y, como toda resistencia, su cariz interesante.
Lo primero que llama la atención de los “Objetivos” del programa de 1990 es, por un lado, la revisión de los conceptos propios de la teoría literaria, por otro, la actualización de las novedades dentro de la disciplina y, finalmente, el complejo término de “aplicación” de esas teorías al análisis literario. Una idea que ya marca una diferencia tajante con lo que estaba sucediendo en “Teoría y Análisis Literario” “C” y en “Teoría Literaria II” y “Teoría Literaria III”.
La cátedra Salvador basa su punto de vista en el fenómeno dramático [6], lo cual permite una rápida conexión con la perspectiva en torno a la teoría literaria propia de Raúl Castagnino. Por eso, programas como el de 1992 trabajan como idea central la “significación del espacio”, lo cual lleva a pensar en una traslación directa de ese concepto, a través de la literatura y la teatralidad, hacia los modos de avanzar sobre el objeto. Así, vamos del “espacio en la perspectiva de género [literario]”, concepto que recupera el recorte en géneros (propuesta sumamente diferente a la que se podía encontrar en los otros equipos); pasamos por “la espacialidad evidente: espacio y lugar escénico”, una vez volcados al análisis de teatro; y terminamos en la “metamorfosis espacial”, para enfocarnos sobre el espacio narrativo y la “multiplicidad de espacios” a la hora del tratamiento del género lírico. Ya en Tiempo y expresión literaria de Castagnino podíamos leer reflexiones que coinciden con lo planteado en el programa de Salvador:
La literatura resuelve la dimensión espacial mediante el desarrollo mental; es decir, mediante la sucesión acumulativa en un espacio imaginario creado figurativa y convencionalmente en la fantasía del lector por la propiedad sugestiva de la palabra, por la capacidad de la palabra para suscitar imágenes para despertar las almacenadas en la memoria, para transustanciar, acciones, seres y cosas en voz o signo. La literatura crece en la distancia interior (1967: 61-2).
Los problemas del tiempo y del espaciamiento son dos dimensiones propias de la reflexión de corte fenomenológico sobre el hecho literario, y la idea de una “distancia interior” parece hallar eco en un programa que, al igual que los restantes del período, responde al interés por entender a la literatura como aquello dependiente de la “fantasía”. Es decir, lo que suscita en quien lee, o interpreta, la palabra misma. La palabra, entonces, se convierte en punto de origen de la fantasía (tomada en un nivel individual, no social); antes que en punto de conflicto, concepción que funciona en las cátedras de Panesi y Ludmer, donde la confrontación se encuentra en la primera línea de la reflexión literaria.
Los seis programas de Salvador siguen el mismo esquema con ligeras variaciones. Hay primero un trabajo de introducción, luego, la proposición de la división en géneros y, finalmente, se pasa al teatro, la narrativa y la poesía. Las obras elegidas en cada uno de los apartados muestran, precisamente, la centralidad de un concepto de representación de orden fenomenológico que, de una u otra manera, pone el acento en lo teatral como hecho de “presentificación” del juego de ausencias que implica lo literario. Lo teatral o, incluso, lo performático: sorprende la colocación de la poesía de Marosa Di Giorgio, por ejemplo, en el programa de 1990. También, en términos narrativos, aparecen textos que implican un juego con cierta dimensión teatral a la hora de pensar su trama: “Tema del traidor y del héroe”, presente en los programas de 1990 y 1992, es una elección especialmente elocuente si pensamos que el “hecho teatral” es lo que predomina al escoger las obras literarias. Además, hay selecciones que responden a una lectura estrictamente mimética, en la medida en que ponen en el centro de la reflexión “el discurso narrativo mimético”: Rayuela, de Cortázar, aparece como texto a trabajar en el programa de 1993, planteando un sentido amplio de la “mímesis”.
En cuanto a su organización, la secuencia de contenidos está pautada por fechas, lo cual es algo a tener en cuenta, considerando que son muy pocas las materias que ponen plazos tan exactos a la hora de pensar la cursada. Podríamos hasta aventurar la hipótesis de que nada, bajo ningún punto de vista, alteraría esos esquemas: la cátedra Salvador pareciera susurrar que ninguna situación de política universitaria interrumpiría el dictado de la materia (paros incluídos).
El modo de evaluación está pensado para que los estudiantes pasen por cuatro instancias: dos de evaluación presencial, dos monográficas. Solo en el caso de tener una nota no satisfactoria aparecería la posibilidad de un examen final.
Si el tratamiento de Salvador presentaba la importancia de la lectura fenomenológica sobre lo literario, el de Graciela Maturo va a conectarse con ese modo de acercamiento, pero poniendo en el centro una lectura hermenéutica, que tiene a la interpretación como problema central. Pasamos de Husserl a Dilthey, Heidegger y Ricoeur. Como bien se aclara en 1993, el enfoque que se toma es el del “método fenomenológico-hermenéutico”, sentando una base por demás importante para entender la manera de avanzar sobre las obras a trabajar en el programa, o la forma de ver el “diálogo” de esta perspectiva con otras corrientes teóricas. A modo de advertencia, el programa comienza: “Nuestra cátedra adopta como fundamentos una perspectiva humanista del lenguaje y de la expresión estética”.
Es muy notorio el intento por trazar una diferencia con respecto al contexto académico en el cual la cátedra de Maturo tuvo que ubicarse. En diversos apartados, hay una necesidad de marcar cierta distancia y, también, de plantarse en una posición defensiva: “El humanismo frente al panorama moderno de la crítica”, Unidad 7 del programa de 1993, es el dedicado al estructuralismo y el posestructuralismo, dos corrientes que difícilmente podrían considerarse novedosas en 1993 y cuyo carácter moderno (en el sentido de nuevo) difícilmente podría ser algo a destacar por aquel entonces, cuando hasta las cátedras más apegadas a este paradigma estaban poniendo en crisis, desde mediados de los 80, la lectura estructuralista.
Tan amplia es la necesidad de establecer un marco metodológico hermenéutico que autores como Bajtin son considerados representantes de la fenomenología. Al mismo tiempo, la perspectiva “humanista” casi parece una metáfora de la lectura de “crisis”: el programa de 1990 comienza señalando “La crisis contemporánea y su proyección en la cultura, las artes, la ciencia y la filosofía”. Ese estado de crisis solo puede leerse desde un costado humanista como pérdida de valores o categorías consideradas clásicas: un gesto de defensa levantado como programa.
Las obras literarias seleccionadas ponen en la misma línea producciones precolombinas, tragedias clásicas del mundo griego y literatura latinoamericana contemporánea. Pueden aparecer tanto el Popol Vuh y el Génesis bíblico (en la medida en que la intención del programa es trabajar sobre la “expresión” humana como fundamento de lo literario), como Edipo Rey y Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez.
A diferencia de Salvador, no hay indicaciones en torno a la cursada o los modos de evaluación. Solo en el último programa, firmado, como indicamos, por Panesi, se encuentra manuscrita la aclaración de que la cátedra se apega a los modos de evaluación vigentes. Esto contrasta con el largo desarrollo de los objetivos y unidades.
Las cátedras de Salvador y Maturo, luego reunidas en una sola materia llamada a concurso sobre finales del período analizado, muestran el último fragmento de un tipo de lectura de lo literario y una idea en torno a la teoría literaria que fue propia de una etapa que concluyó con la vuelta de la democracia. Así, volverán a quedar, de vuelta como hasta 1978, dos alternativas. Con escasa presencia de autores marxistas (salvo por Lukács y Bajtin), el punto de vista fenomenológico-hermenéutico, en el modo en que es recuperado por estas cátedras, cerraba el proceso de lectura hacia un aspecto inmanente que poco tenía que ver con el análisis de un conflicto (salvo la reconocida avanzada del posestructuralismo; avanzada que, a mitad de la década, resultaba anacrónico leer como algo reciente). Si bien los programas de Salvador transitan algunas cuestiones de la teoría de la recepción, poco es el énfasis que puede leerse en sus programas en función de una historización de los procesos. Este paradigma se reformula en la línea fenomenológica sin considerar el ámbito social efectivo. Quizás, por eso, el nombre de Jacques Derrida sea uno de los pocos que puedan llegar a emparentarse con las perspectivas de las cátedras de Ludmer y Panesi, pese a que su propuesta filosófico-teórica aparece desprendida de todo intento de conflictividad.
“Y a ver qué pasa en el siguiente día”
Natalia Lafourcade, En el 2000
Pero el planeta gira y gira a la derecha. En el 2000 y, nuevamente, en estos últimos años [7]. Ya sin más dilaciones, la próxima entrega abarcará el tramo que sigue hasta nuestro presente. Una última reflexión que contrasta, en cierto modo, la época reciente con la formación de los docentes que entrevistamos en esta entrega atañe a los grupos de estudio. Si en el período dictatorial, en plena “universidad de las catacumbas”, los estudiantes, ávidos de conocimiento y miradas alternativas, se integraban en grupos a cargo de grandes figuras, hoy, y en paralelo a los ámbitos más institucionales como los proyectos UBACyT, los grupos de estudio parecen ser espacios de intercambio entre pares, más autodidactas y autogestivos. Esta impresión, quizás errónea, probablemente sea desmentida en el futuro. Pero creemos, sin ánimos de extendernos más por esta vez, que algo de eso responde a los contextos diversos, cierta institucionalización, y la conformación de un campo teórico local.
A través de este trecho encontramos, por un lado, algunas constantes en el trabajo teórico: crisis, tensión, redefinición y problema [8]. Todo esto en un cruce con las inquietudes del sujeto y su vínculo con lo social y lo político. En la otra orilla se mantiene el panorama clásico, con el detalle, no menor, de no llevar títulos diferenciales entre programa y programa (y no se trata de una particularidad de la asignatura inicial, dado que la cátedra “C”, como vimos en la entrega anterior, sí proponía el formato titulado). Tampoco es cuestión, por supuesto, de que el nombre o el eje, ante el mero capricho, difuminen el contenido a enseñar. Entendemos que son instancias diferenciales a las de un artículo ensayístico, periodístico o académico.
En esta segunda parte dedicada al período 1990-1999, esta constancia del interés por la crisis muestra, por un lado, la definitiva consolidación de un pensamiento en torno a la teoría literaria que, pensada como crítica, exhibe nudos, conflictos y tensiones que no buscan (ni pueden) alcanzar una resolución. La labor crítica sería la puesta en evidencia de ese conflicto, como vimos en los programas de Ludmer y Zubieta. En cambio, desde la perspectiva de Maturo y Salvador, la idea de crisis invoca el léxico de la resistencia: la defensa del humanismo o la presentación de un tipo de lectura fenomenológico-hermenéutica son modos de reacción de un paradigma que quedará en desuso por su identificación con el modo de leer durante la última dictadura. Esa crisis, frente a la cual habría que resistir, conforma la última expresión de un modo de lectura conciliador, simplificador y ajeno a la reivindicación de la polémica como modo de pensamiento. La cultura democrática también se cuela en la teoría, si pensamos que la puesta por delante del disenso en lugar de su ocultamiento es, precisamente, un modo rotundo de hacer política. Queda otro panorama de crisis por delante, otros nudos y otros problemas: la próxima entrega, que parte del marco histórico signado por la crisis de 2001, será también el recorte en que habrán de emerger las revisiones históricas de la teoría en un momento de crisis disciplinar e institucional.
Fuentes:
Las resoluciones de designaciones y concursos docentes fueron consultadas en el Departamento de Letras de la UBA. Los Programas de la FFyL de la UBA entre 1990 y 1999 editados por “Publicaciones de la FFyL” fueron consultados en la Biblioteca Central Prof. Augusto Raúl Cortazar. A continuación presentamos los programas digitalizados.
Teoría Literaria II
1990 - 1991 - 1992 - 1993 - 1994 - 1995 - 1996 - 1997 - 1998 - 1999
Teoría y Análisis Literario
(A) → 1990 - 1991 - 1992 -
1993 -
1994 -
1995
(B) → 1990 -
1991 -
1992 -
1993 -
1994
Seminarios para seguir explorando
1991 - “La ficción
paranoica. Formas del género policial en América Latina” (Piglia)
1991 - “Semiótica
general y aplicada” (Mancuso)
1991 - “La perspectiva del
género (gender) en la literatura” (Domínguez)
1992 - “Metacrítica e investigación literaria” (Altamiranda)
1992 - “Novela de
aprendizaje y representación familiar” (Domínguez)
1992 - “Textos e
instituciones: J. Derrida” (Panesi)
1992 - “Macedonio
Fernández (historia de la novela argentina)” (Piglia)
1992 - “Historia, ficción
y metaficción” (Rodríguez Pasqués)
1993 - “Las poéticas de la
obra abierta” (Mancuso)
1993 - El laboratorio del
escritor” (Piglia)
1993 - “Discurso narrativo
y representación” (Salvador)
1994 - “Postestructuralismo e investigación literaria” (Altamiranda)
1994 - “Las construcciones
literarias de la maternidad” (Domínguez)
1994 - “Los cuentos de
Julio Cortázar” (Piglia)
1994 - “Ficción y
testimonios biográficos” (Salvador)
1995 - “Fenomenología y
humanismo” (Maturo)
1995 - “El discurso
teatral contemporáneo. Proyección y límites” (Salvador)
1995 - “Jacques Derrida:
deconstrucción, literatura, filosofía” (Panesi)
1995 - “Apropiaciones y
representaciones de lo popular” (Zubieta)
1995 - “Crítica cultural:
discursos, prácticas e interpretación” (Delfino)
1996 - “Conservación y
ruptura del canon: Silvina Ocampo, Norah Lange y
Beatriz Guido” (Domínguez)
1996 - “Borges y el género
policial” (Piglia)
1996 - “La estética de los
iconoclastas” (Rey)
1996 - “Orden de clases y
orden de géneros” (Drucaroff)
1997 - “Género y
representación en cine y literatura” (Amado-Domínguez)
1997 - “Crisis de la
modernidad: formas literarias de la desintegración” (Rey)
1997 - “Literatura y
cultura popular: la polémica de la representación” (Alabarces)
1998 - “Puig, Saer, Walsh (vanguardia y novela”
(Piglia)
1999 - “Política y ficción
en Borges” (Piglia)
Bibliografía secundaria:
Castagnino, Raúl. 1967. Tiempo y expresión literaria. Buenos Aires: Nova.
Iglesia, Cristina. 2018. Dobleces. Ensayo sobre literatura argentina. Buenos Aires: Modesto Rimba.
Panesi, Jorge. 2018. La seducción de los relatos. Crítica literaria y política en la Argentina. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Rodríguez Pérsico, Adriana. 2018. Los unos y los otros. Comunidad y alteridad en la literatura latinoamericana. Villa María: Eduvim.
Topuzian, Marcelo (comp.). 2017. Tras la nación. Conjeturas y controversias sobre las literaturas nacionales y mundiales. Buenos Aires: Eudeba.
[1] Ver el párrafo final del apartado “criterios de la investigación” de la primera entrega.
[2] AQUÍ pueden ver algunas de sus publicaciones. Desde comienzos de 2017 es la Directora de la Maestría en Estudios Literarios de la Universidad de Buenos Aires. Ha integrado y dirigido numerosos equipos de investigación en la misma universidad y en la Universidad Nacional del Sur. Es de destacar la cuantiosa y constante trayectoria como docente e investigadora, difícil de subsumir en un resumen curricular. En 2018 compiló por Eudeba Otro mapa de la violencia. Enfoques teóricos, recorridos críticos. Actualmente se encuentra en plena redacción de Los usos del tiempo. Una historia del lujo, el entretenimiento y el trabajo. AQUÍ la podemos ver en acción, durante la presentación de un trabajo sobre la memoria, temática sobre la que ha ahondado ampliamente.
[3] Este año, además de dictar la asignatura, la profesora Zubieta ofrece el seminario de grado “Apropiaciones y representaciones de lo popular”.
[4] Próximamente saldrá publicado por la revista Anclajes un trabajo donde se profundiza este análisis mediante herramientas digitales de lectura distante.
[5] Véase, especialmente, el seminario ofrecido por Graciela Maturo en 1995, “Fenomenología y humanismo”. Curioso detalle el del título tachado, justo el año que se interrumpe el dictado de la materia.
[6] Véase el seminario que dictó Nélida Salvador en 1995 “El discurso teatral contemporáneo. Proyección y límites”.
[7] En los registros archivísticos de resoluciones que pudimos relevar, nos encontramos que el año 2002 es el que ofrece el panorama más completo del nuevo espectro de equipos docentes de las cuatro cátedras de teoría literaria. La flamante “Teoría y Análisis Literario” “A y B”, a cargo de Adriana Rodríguez Pérsico, estaba integrada por los Jefes de Trabajos Prácticos Armando Capalbo, Nora Domínguez y Martín Kohan; y los Ayudantes Pablo Bardauil, Hernán Biscayart, Martín Ciordia, Marcela Dómine, Cristina Fangmann, Silvia Jurovietzky e Isabel Quintana. La cátedra “C”, a cargo de Jorge Panesi, contaba con Delfina Muschietti como Adjunta; los Jefes de Trabajos Prácticos Silvia Delfino, Ariel Schettini y Jorge Warley; y los Ayudantes Gabriel Castillo, Paola Cortés Rocca, Hernán Díaz, Leonora Djament, Cecilia Palmeiro, Diego Peller, Marcelo Topuzian y María Alejandra Uslenghi. “Teoría Literaria II”, a cargo de Ana María Zubieta, tenía a Nora Domínguez y a Martín Kohan como Jefes de Trabajos Prácticos; y a Amelia Barona, Adriana Imperatore y Alicia Montes, como Ayudantes. Por último, la “Teoría Literaria III”, a cargo de Nicolás Rosa, contaba con Miguel Vitagliano como Jefe de Trabajos Prácticos; y con Oscar Blanco, Marcela Croce y Laura Estrín, como Ayudantes.
[8] No es un comentario original, pero no deja de resultar curioso (o inquietante) el creciente apego por la utilización de los términos “problema” o “problemática” para señalar cierta complejidad, antes que un mero “obstáculo” o “inconveniente” (entre otros sinónimos que podemos encontrar con un matiz más negativo). Esto se vincula con la vindicación por generar inquietudes, y no por resolverlas, propia de muchos ámbitos de las ciencias humanas y sociales. Esto perturba a determinados actores sociales que representan los intereses de corporaciones, como se vio en el recorte agudo y brutal que realizó el gobierno actual en el ámbito de la educación, la ciencia y la técnica durante los últimos tres años. Por supuesto, hay que combatir la generación de una doxa, producto de un blindaje mediático perverso, que atenta contra la formación crítica. En cierta manera, sentimos que estos artículos acompañan la percepción de que todos estos términos (tensión, problema, crisis) engloban el momento cúlmine, constante y procrastinador, donde pareciera todo el tiempo que algo está por ocurrir pero que, sin embargo, todavía no llega.
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