Entrevistamos a tres investigadoras: Victoria García, Carolina Grenoville y Guadalupe Maradei
Entrevistamos a tres investigadoras: Victoria García, Carolina Grenoville y Guadalupe Maradei
¿Existe alguna definición de la teoría literaria que pueda permanecer medianamente estable más allá de los discursos y las prácticas de quienes están institucionalmente habilitadxs para continuar su existencia? Incluso si podemos admitir que cualquier disciplina o campo de estudios (ya que no puede decirse de antemano si la teoría literaria se acerca más al primero o al segundo) está sujeto a la misma pregunta, la teoría, con sus genealogías cortas o largas y sus fluctuaciones abruptas en el mercado del conocimiento parece existir solo en sus márgenes.
En los números 10, 11 y 12 de nuestra revista presentamos los intercambios surgidos con distintxs colegas a partir de una serie de preguntas. El propósito era analizar los discursos que circulaban alrededor de la teoría literaria como objeto de estudio y como práctica de enseñanza e investigación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Pasaron alrededor de 8 años desde entonces y, aunque es difícil imaginar que un lapso de tiempo de esa naturaleza pueda implicar cambios sustanciales en el parsimonioso campo de la teoría, quizás aparezcan ciertas alteraciones. Por otra parte, como lxs lectores podrán observar, los interrogantes no son exactamente los mismos (lo cual también responde a la modificación de, por lo menos, nuestras inquietudes). El último artículo sobre la historia de los programas de las asignaturas vinculadas con la teoría literaria, y las entrevistas que allí incluimos a Nora Domínguez y Silvia Delfino, daban cuenta de ello hasta cierto punto. Aparecían, por ejemplo, una mayor presencia y visibilidad de los estudios de género y una distancia cada vez mayor respecto del textualismo derridiano.
Esta vez nos acercamos a dialogar con tres docentes e investigadoras de teoría literaria que forman parte de la carrera de Letras de la UBA: Victoria García, Carolina Grenoville y Guadalupe Maradei. A modo de primer acercamiento al diálogo, les preguntamos sobre su trabajo actual en relación con la teoría literaria; cómo abordan el vínculo entre teoría y corpus en sus investigaciones; la enseñanza introductoria de la teoría; la variación en la vigencia de perspectivas en los últimos años; y, por último, lecturas recientes recomendadas.
Victoria García es Licenciada y Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como docente en la materia Teoría Literaria III de la Facultad de Filosofía y Letras, en la misma universidad. Es investigadora asistente en el CONICET. Sus líneas de investigación abarcan los diálogos entre testimonio y literatura en el contexto argentino y latinoamericano, y las fronteras de la ficción y la no ficción en la literatura contemporánea. Sobre estos temas, ha publicado diversos trabajos en revistas especializadas.
Carolina Grenoville es Licenciada y Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, docente en la materia Semiología del Ciclo Básico Común y en Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempeña asimismo como secretaria académica de la Maestría en Estudios Literarios en esa misma facultad. Ha
publicado trabajos sobre las representaciones de los procesos de conquista y la colonialidad del poder en la literatura decimonónica y en la narrativa argentina contemporánea, y sobre las configuraciones del espacio doméstico en la literatura argentina del siglo XX y XXI.
Guadalupe Maradei es Licenciada en Letras, Doctora en Filosofía y Letras y Posdoctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en teoría literaria, teoría estética y estudios de género. Realizó estudios posdoctorales en Humboldt Universität zu Berlin y en New York University. Obtuvo becas investigación de Fulbright Program, DAAD, CONICET y ANPCyT. Desde 2006 se desempeña como docente regular en las materias Teoría y Análisis Literario ‘c’ y Teoría de los Medios y de la cultura (FFyL-UBA). Realiza tareas de investigación en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” y del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (FFyL-UBA). Dicta seminarios de grado y doctorado. Coordina la sección Reseñas de Teoría Literaria de la revista Filología (FFyL-UBA). Publicó Parra virgen (poesía), Historias de la literatura: asedios desde el sur y Contiendas en torno al canon. Las historias de la literatura argentina posdictadura (ensayos). Fue editora de la revista ramona.
1. ¿En qué estás trabajando actualmente en relación con la teoría literaria?
VG. Actualmente me dedico al estudio del estado contemporáneo de la ficción literaria y, más específicamente, a interrogar el lugar de ciertas narrativas híbridas que tienden a desestabilizar las fronteras de la ficción tal como las conocimos en la literatura de los siglos XIX y XX. Me propongo tender puentes entre la teoría literaria y la teoría de la ficción –en sintonía con intereses que Luthor ha perseguido en sus primeros años–, en función de pensar las transformaciones que ha experimentado el discurso literario en las últimas décadas. Este problema, como lo ha señalado insistentemente Marcelo Topuzian, es quizás el más importante al que nos enfrentamos hoy quienes trabajamos con el objeto literatura.
GM. Actualmente, continúo dictando clases de Teoría y Análisis Literario en FFyL-UBA (asignatura en la que me desempeño hace 15 años) y me encuentro enseñando un seminario para la carrera de Letras en torno a “Teoría y crítica con perspectiva de género”, en el que intento sistematizar los resultados de mis investigaciones posdoctorales en FFyL-UBA, FSoc-UBA, Humboldt Universität zu Berlin y New York University y avanzar en las líneas de investigación propuestas en seminarios de grado y doctorado dictados en años anteriores –“Historias de la literatura argentina posdictadura: modos de periodización, intervenciones sobre el canon y polémicas críticas” (FFyL-UBA, 2014); “Historias de la literatura: aproximaciones críticas” (FFyL-UBA, 2017); “Cánones estéticos y disidencia sexo-genérica. Cruces entre visualidades, feminismos y geopolíticas” (UNR, 2017), “Transformaciones de la crítica en la cultura argentina posdictadura” (FFyL-UBA, 2019)–; así como en el proyecto de investigación FiloCyT (“Crítica de la literatura, crítica de la cultura”) que dirijo actualmente en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas Dr. Amado Alonso de FFyL-UBA.
En paralelo, coordino la sección reseñas de Teoría Literaria de la revista Filología y participo del proyecto de Historia feminista de la literatura argentina (EDUVIM), en el que estoy a cargo del diseño de un diccionario crítico de autoras y contribuí con capítulos en torno a la crítica literaria feminista y a las historias de la literatura argentina, para los tomos III y IV.
En un mes se publicará mi libro Contiendas en torno al canon. Las historias de la literatura argentina posdictadura (CORREGIDOR), por lo que también estoy trabajando en las últimos ajustes con la editorial. Y estoy traduciendo bibliografía inédita en español sobre teoría y crítica literaria feminista.
CG. Desde hace ya un par de años estoy trabajando la configuración de la vida privada, la domesticidad y los espacios interiores en la narrativa y su relación con los modos de representación del realismo literario. Este interés surgió durante mi beca posdocotoral y como continuación de mi investigación doctoral, que se centró en las representaciones de las operaciones de conquista y colonización en la literatura argentina. En aquel entonces me interesó la idea de seguir los trazos de un movimiento de conquista en el Río de la plata hasta dar con una suerte de unidad mínima de esa forma singular de ejercicio de poder. Luego, esa idea, como tantas otras, se fue diluyendo, pero la intimidad y la vida privada cobraron cada vez más relevancia en mi trabajo. De todos modos, nunca logré enfocarme en un solo objeto o tema. En este momento, y como parte de mi labor en otros proyectos de investigación en los que participo, también estoy estudiando y escribiendo sobre la ciencia ficción argentina contemporánea y los estudios pos y descoloniales.
2. ¿Cómo abordás la relación entre la teoría y el corpus al momento de realizar investigaciones teóricas?
VG. La teoría empezó siendo una dimensión importante pero no central de mis investigaciones, surgida de la interrogación de materiales específicos, y solo en el último tiempo ha pasado a constituir un objeto investigativo en sí mismo. O, más bien, un objetivo de mis investigaciones, ya que, en el estado actual del trabajo que desarrollo, se trata más de un programa epistemológico que de una serie de reflexiones constituida.
Inicialmente, fue el corpus el que dio lugar a las preguntas teóricas: en concreto, la indagación de una serie de materiales que organicé en torno de la noción de literatura testimonial me llevó a discutir, por un lado, la cuestión de los géneros discursivos y literarios –concepto sumamente vilipendiado que, no obstante, continúa interviniendo, aun de forma implícita, en las operaciones de la crítica–. Por otro, la discusión sobre la “no ficción” del testimonio me introdujo en los problemas que conlleva la definición de la ficción. Es de allí que surge el programa teórico que encaro actualmente. Este me enfrenta a nuevos desafíos en lo que hace a la relación entre corpus y teoría. En este sentido, apunto a ampliar el corpus que venía trabajando para indagar formas de hibridación presentes no solo en la literatura testimonial sino también, por ejemplo, en la crónica y en la autoficción contemporáneas. Sin embargo, desde un punto de vista teórico este corpus no deja de resultar restringido, especialmente en lo relativo al universo cultural al que se refieren mis investigaciones, mayormente centradas en la literatura argentina. Se trata de un sesgo justificado hasta cierto punto, pues me propongo interrogar fronteras de la ficción que están atravesadas por variables culturales. Sé, no obstante, que una investigación como la que desarrollo, en la que está en juego el estatuto contemporáneo de la ficción y de la literatura, requeriría un abordaje cuyo corpus trascienda el ámbito argentino. También soy consciente de las limitaciones de una investigación individual a este respecto: la ampliación del corpus probablemente debería ir de la mano de una colectivización del proceso investigativo.
Más ampliamente, creo que la investigación que llevo adelante interpela el núcleo de la relación entre corpus y teoría, y permite interrogar el alcance de estos términos. Me refiero a que mi objeto lo constituyen las fronteras de la ficción como práctica y como concepto. De allí que, aunque el corpus principal esté constituido por una serie de textos literarios que ponen en práctica determinadas modalidades de hibridación genérica, al mismo tiempo no puedo prescindir de las conceptualizaciones de la ficción que circulan contemporáneamente a estas narrativas. Me interesa pensar el metadiscurso actual sobre la ficción como un dispositivo de legitimación estética, sin desconocer las interacciones y las alianzas que se tejen entre el campo de la práctica y el de la teoría, pero evitando, a la vez, los lugares comunes que justamente pretendo discutir, y que reducirían el análisis a una mera dilución de las fronteras entre ficción y realidad, entre los géneros, entre literatura y teoría.
GM. Pensar “teoría” y “corpus” como espacios aislados de distinta naturaleza que eventualmente se articulan a partir de un ejercicio voluntario del investigador/a me parece una abstracción metodológica que oblitera las formas de conocer y de producir conocimiento de la teoría y la crítica literaria. Las lecturas teóricas y críticas permean la mirada, funcionan como marcos de inteligibilidad, formas de conocer, visiones de mundo y modos de leer. La configuración misma de los corpora, las series, las periodizaciones, los montajes, los interrogantes y las argumentaciones se erige sobre presupuestos teóricos, conscientes e inconscientes, manifiestos o vedados. Los modos en que concibo la lengua, el sujeto, la institución literaria, el estatuto de ficción, las relaciones entre producciones simbólicas y condiciones materiales de producción, los vínculos variables e históricamente condicionados entre Estado, cultura y sociedad, obran como condición de posibilidad de la formulación de cualquier corpus. Forman parte constitutiva de mi punto de vista, histórico y contingente, parcial y situado, al decir de Donna Haraway.
La teoría es la plataforma de pensamiento que dispara esos abordajes. La creatividad crítica tiene en su ADN una imaginación teórica.
CG. En un comienzo es probable que haya partido de un problema teórico y luego saliera a la búsqueda de un corpus donde intuía que ese problema se planteaba. Si trabajaba sobre la conquista, entonces, el corpus debía estar integrado por textos que se refirieran a ese tema. Lo cierto es que incluso en esos primeros abordajes la relación terminó siendo mucho más rica y compleja. La literatura es una fuente en sí misma de teorías sobre el sujeto, su relación con el mundo y la palabra así como la teoría contribuye a agudizar la mirada y precisar usos específicos de la voz, la focalización, las formas que pueden asumir la acción y el recorrido.
Por primera vez sentí que tenía un tema de investigación cuando advertí que un determinado problema teórico se imbricaba, casi como en una relación material y necesaria, con una determinada forma de expresión, un modo general de representación, una focalización o tipo textual, en suma, con una poética. Eso me permitió ir perfilando espacios, lugares, perspectivas, posiciones subjetuales en un sentido amplio, por fuera incluso de la literatura que me encontrara leyendo. En este punto, la teoría y la literatura, o el marco y el corpus, conforman prácticamente un telón de fondo común, una suerte de prisma con el cual comenzás a leer cualquier cosa con la que te topes: todos los textos te interpelan y parecen absolutamente pertinentes. El problema es que eso que parece ser el lugar de llegada puede convertirse en una forma anquilosada de leer y escribir. De modo tal que, paradójicamente, apenas alcanzado, ese equilibrio debería abandonarse y empezar de nuevo. Idealmente.
3. A tu juicio ¿qué es lo que debe enseñarse en una teoría literaria introductoria? ¿Modificarías algo en lo programático que se enseña hoy (periodizaciones, recortes, corrientes, problemáticas)?
VG. Creo que la introducción a la teoría literaria que se propone en la formación en Letras en la Argentina tiene la ventaja de apuntar a los clásicos de la disciplina, es decir, centralmente, a la teoría del siglo XX, que aporta una serie de referencias ineludibles para situarse en el campo, aun cuando se trate de discutir con ellas más que de incorporarlas en forma lineal. Sin embargo también pienso, por un lado, que dentro de ese recorte temporal existen algunas omisiones significativas. Menciono dos que extrañé particularmente cuando comencé a desarrollar tareas de docencia e investigación: en primer lugar, los enfoques narratológicos, que tienden a relegarse por consabidos o superados, y que sin embargo proveen una sistematización de herramientas de análisis formal que no dejan de resultar operativas en la práctica de investigación –aunque su uso, paradójicamente, termine siendo acrítico, por no mediar una instancia formativa que permita discutir los alcances y límites epistemológicos de estos enfoques–. Una segunda serie teórica que me parece relevante en la historia de la teoría del siglo XX, y que no suele aparecer tematizada en la formación en Letras, es la estética de la recepción: solemos interesarnos por los efectos de los textos literarios, por los modos en que intervienen en un terreno social, y sin embargo carecemos de una formación sistemática –o, al menos, institucionalizada– en la corriente que se dedicó a teorizar sobre la noción de lector, sobre los horizontes de expectativas activados y desestabilizados por los textos, etcétera.
Por otro lado, creo que la periodización centrada en el siglo XX plantea un sesgo desde el punto de vista de la idea de literatura que evoca, asociada únicamente a su definición moderna. Creo que las discusiones de la teoría literaria del siglo pasado se podrían dimensionar con mayor precisión si se fomentase un diálogo más orgánico con las teorizaciones estéticas y literarias previas. También creo que, de esa manera, sería posible informar teóricamente el estudio de las literaturas premodernas, que como corpus crítico ocupan un lugar destacado en la formación en Letras.
GM. No creo en un deber ser de los contenidos ni de la didáctica de la teoría literaria ni de ninguna disciplina. El diseño de programas de materias universitarias, pero también de otros niveles educativos, resulta de un proceso de trabajo colectivo y específico que implica indagar, sopesar y negociar con aspectos institucionales diversos y complejos las modificaciones necesarias para alcanzar las finalidades formativas de una carrera en un momento histórico dado, de acuerdo con los perfiles propuestos de egresados/as. El currículo, como construcción cultural, concreta y articula el enfoque pedagógico-didáctico de una institución educativa determinada, enmarca los aprendizajes, las situaciones y las acciones de los/as agentes implicados/as y, a la vez, está en sí mismo delimitado por el marco político-normativo que rige la vida académica de cada institución.
Eso hace que sea imposible responder desde el condicional (¿modificaría?/ ¿no modificaría?). Sin participar del trabajo de indagación, análisis, discusión y negociación de las variables, diagnósticos y necesidades institucionales no es posible formular ni validar ninguna opinión que pueda orientar de manera seria un proceso de cambio.
Una “teoría literaria introductoria”, como cualquier asignatura, posee un peso específico y relacional respecto del plan de estudios en el que esté inserta. En la universidad pública, por sus objetivos estatutarios, entiendo que lo imprescindible es que el diseño de programas se oriente a la educación de calidad e inclusiva. Es decir, que tome en consideración y sea responsable de la posición particular que cada materia ocupa en el plan de estudios para operar una selección de contenidos con un criterio de productividad prospectiva: enseñar lo necesario para garantizar que todos/as los/as estudiantes que atraviesen esa instancia de enseñanza-aprendizaje alcancen las competencias y saberes para desempeñarse de manera adecuada y exitosa en las materias subsiguientes y para que la experiencia de permanencia -la continuidad temporal- en la carrera no se les presente como una adquisición de retazos desconectados de erudición o una maratón espasmódica entre islotes del saber sino que logre anudar un diálogo estimulante, transformador, desafiante, que luego trasvasará en sus prácticas docentes, investigativas y críticas.
CG. Las discusiones sobre lo que se debe enseñar –y esto vale para cualquier materia- son siempre problemáticas. Por este motivo, los contenidos mínimos de las materias suelen ser lo suficientemente generales como para garantizar cierta libertad a las cátedras, equipos docentes o docentes a la hora de diseñar los programas. Por un lado, creo que las materias introductorias tienen que ofrecer un panorama general a los estudiantes. En este sentido, uno de los objetivos debería ser que los estudiantes conozcan y se familiaricen con las principales escuelas y debates de la teoría literaria. Ahora bien, cómo determinamos cuáles son las principales escuelas o corrientes. ¿Quién lo dice?
El debate en torno a qué se da y qué queda afuera es siempre algo arbitrario. Entran a jugar ahí factores como el gusto, el interés, la relevancia que son muy difíciles de llevar a un plano general como para dar con una regla. Esas decisiones tienen que ver no sólo con lo que habría que enseñar sino también con los intereses del equipo docente que se encuentra al frente del dictado de una materia. Es lógico que ese espacio de enseñanza y aprendizaje priorice y aproveche aquellos temas, autores, problemas a los que se ha abocado o en los que se ha especializado una cátedra. Hoy las teorías introductorias ofrecen ese panorama. ¿Podrían comenzar su recorrido con la Poética de Aristóteles aunque en rigor no sea una teoría literaria? Sí. ¿Podrían centrarse menos en el formalismo ruso y priorizar la estética de la recepción o los estudios descoloniales? También. Pero no sé si sería mejor. No por nada hay quien dice que toda teoría es una autobiografía.
Por otro lado, están las necesidades y demandas de los estudiantes. Un diagnóstico serio puede arrojar resultados en este sentido y contribuir a precisar qué herramientas de análisis que en la actualidad no manejan -o no manejamos- los estudiantes y graduados de nuestra carrera, deberíamos enseñar o fortalecer. Puedo intuir por mi experiencia que uno se recibe sin tener muy en claro cómo encarar un análisis retórico, filológico o narratológico de un texto, por mencionar sólo algunos ejemplos. Una materia introductoria podría centrarse en esos aspectos teórico metodológicos y ofrecer algunas herramientas básicas de análisis de un texto con su correspondiente sistematización por escuelas, corrientes, etc. Ahora bien, esta materia también hará sus propios recortes y dejará afuera teorías que para otros pueden ser centrales. Asimismo, la exigencia de dar siempre determinados contenidos acarrea otros problemas, como la automatización en la enseñanza. Finalmente, si uno observa los programas de las teorías introductorias, descubre que los debates están ordenados por escuelas, y las escuelas por períodos. Esta sistematización en la exposición de los contenidos no garantiza que al finalizar el curso los estudiantes tengan un mapa ordenado en sus cabezas del desarrollo de la teoría del siglo XVIII al siglo XXI. Esa claridad conceptual requiere de cierta distancia y tiempo de maduración, no puede desarrollarse en el transcurso de una materia introductoria. Hay una idea de progresión y orden cronológico y evolutivo del saber que me parece no se condice con lo que ocurre en la realidad.
4. ¿Reconocés algún elemento o perspectiva que haya perdido vigencia en la teoría? ¿Por qué y frente a qué?
VG. En términos generales, han perdido terreno las concepciones textualistas que florecieron entre los años 60 y 80, en parte por límites intrínsecos de estas teorías, pero también por transformaciones del discurso literario en las últimas décadas, que demandan una incorporación de elementos contextuales en la práctica crítica. Pienso, por ejemplo, en la noción de autor, que “volvió” a la teoría literaria en un momento en que la literatura se aprovecha de ella para producir cierto efecto estético, como ocurre en la autoficción. Creo, a la vez, que esta rehabilitación del contexto no se ha desarrollado a la par de una de una reflexión sostenida sobre el estatuto contemporáneo de lo literario, y de una renovación epistemológica que esta contemporaneidad requeriría. De modo que, si bien en el ejercicio crítico tendemos a asumir alguna forma de contextualismo, lo hacemos careciendo de una base epistemológica más o menos firme, que aporte a pensar por la positiva la literatura hoy y sus modos de inscripción en lo social, más allá de los “post” que han proliferado en los últimos años.
GM. La historia de la teoría va más allá de la historia de los usos de la teoría. En ese sentido, la vigencia como valor implica una presunción teleológica que es problemática. Prefiero pensar que los “elementos” y las “perspectivas” no son per se actuales o inactuales sino que cumplen funciones determinadas en las condiciones de producción en las que se suscitan y que pueden ser refuncionalizados anacrónicamente con sentidos divergentes.
CG. Me cuesta determinar que una perspectiva pierda vigencia. Sí hay perspectivas que ya no encuentro relevantes, o que jamás me interesaron, el biografismo, el romanticismo, el formalismo ruso o la estética de la recepción. Como contrapartida, un autor como Peirce, que ha sido central en mi formación y mi modo de leer, que reúne en una teoría problemas fenomenológicos con una teoría muy completa de la representación y ofrece una explicación del modo en que se articulan imaginario, imagen y palabra que considero tiene aún plena vigencia, en nuestra carrera no se ve. ¿Debería darse? ¿Deberíamos leer al ingresar la Retórica y la Poética de Aristóteles? Creo que sí pero intuyo que muy pocos estarían de acuerdo. En este punto retomamos parte de lo que respondí en la pregunta 3.
5. ¿Qué lecturas de teoría con las que hayas estado en contacto en los últimos años destacás o recomendas?
VG. Las referencias teóricas más importantes para mi trabajo en los últimos años han sido las provenientes del campo de estudios sobre la ficción. Mayormente, me he interesado por las perspectivas que ponen el acento en los modos de inscripción de las obras literarias y de los objetos artísticos y culturales en general en determinados contextos históricos, políticos y culturales –mi enfoque difiere, en este sentido, del que Luthor ha llevado adelante, inspirado centralmente en la teoría de los mundos posibles–. La referencia más clara de estos enfoques, que se suelen llamar pragmáticos o externalistas, es el libro de Jean-Marie Schaeffer, ¿Por qué la ficción?, que me parece ineludible como material formativo para cualquiera que se ocupe de la ficción como objeto no solo de investigación sino, más ampliamente, de análisis. De los planteos de Schaeffer, me interesa no tanto su apuesta cognitivista –que ha acentuado en los últimos años, en el marco de un proyecto de filosofía naturalista que plasmó en El fin de la excepción humana–, como la posibilidad de poner a funcionar ese pacto comunicativo lúdico que caracteriza a la ficción en condiciones sociales, culturales y políticas concretas. Allí aparecen los encuentros entre productores y consumidores, pero también las ambigüedades y los malentendidos ‒a los que la literatura contemporánea parece apostar en forma deliberada‒. Me interesan, en esta línea, ciertas reflexiones que sitúan el objeto ficción, y los debates en torno de su definición, en el seno de los procesos sociales en los que circulan las obras literarias y los productos culturales. Así he leído, por ejemplo, el libro de Françoise Lavocat: Fait et fiction, donde la definición de la ficción se entiende como un campo de batalla social, y también el libro de Olivier Caïra, Définir la fiction, que retoma desde la sociología pragmática los planteos de Schaeffer, abriéndolos al estudio del modo –a menudo, conflictivo– en que las ficciones se inscriben en ciertos contextos sociales. Creo que estos materiales ofrecen una serie de lineamientos muy generales, teóricos y epistemológicos, para pensar la ficción como objeto. En lo que hace a mi tema específico de investigación, es decir, las fronteras de la ficción en la literatura contemporánea, hay referencias en la crítica argentina y latinoamericana que han sido relevantes para mi trabajo: Florencia Garramuño, Reinaldo Laddaga, Josefina Ludmer, Alberto Giordano, Luz Horne, todos ellos han aportado a pensar el problema que me interesa, aunque desde inspiraciones teóricas diferentes. Annick Louis lo ha hecho conjugando una preocupación por la literatura argentina con un diálogo fluido con la teoría de la ficción producida en Francia, diálogo que comparto. Fuera del campo de la crítica argentina, y con menor circulación aquí, destaco el libro de Marie-Jeanne Zenetti, Factographies, que teoriza sobre la preocupación por los hechos de cierta narrativa contemporánea, retomando la distinción ficcional/factual de Genette, e introduciendo, a la vez, matices desde el punto de vista de las características formales de estas narrativas, de las tradiciones literarias que recuperan y el lugar social que construyen. Uno de los desafíos del tema de investigación que desarrollo es estrictamente filosófico, ya que concierne al concepto mismo de realidad y a las posibilidades de acceder a ella mediante el pensamiento y el lenguaje. En este sentido, me he acercado a lecturas del llamado realismo especulativo –como Después de la finitud, de Quentin Meillassoux–, en las que encontré, más que respuestas acabadas a estos problemas, interrogantes con los que me identifico y, más precisamente, la posibilidad de pensar críticamente la idea, sedimentada en muchos años de pensamiento filosófico, de que no existiría realidad postulable más allá de sus representaciones humanas. Esta es, en última instancia, la idea que subyace cuando en el campo de la crítica literaria se sostiene que no vale la pena preguntarse por la especificidad de la ficción, porque toda representación sería ficcional en cierto sentido. Se trata de una discusión importante que, creo, vale la pena plantear, en tiempos de “posverdad” y con miras a recuperar cierto filo crítico para nuestra actividad teórica.
GM. Disfruté la lectura de los últimos libros de Didier Eribon (Teorías de la literatura. Sistema del género y veredictos sexuales), Jacques Rancière (Los bordes de la ficción), Razmig Keucheyan (Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos), Suely Rolnik (Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente), Donna Haraway (Seguir con el problema. Generar parentesco en Chthuluceno), María Moreno (Panfleto. Erótica y feminismo) y Alicia Genovese (Sobre la emoción en el poema), entre otros/as. Recomiendo leer lo que disfrutemos.
CG. Están los libros a los que siempre acudo. Homo sacer de Giorgio Agamben es sin dudas uno de ellos, en especial, El uso de los cuerpos. Además de haber sido mi puerta de acceso a autores como Benjamin o Heidegger, encontré en esa obra una problematización de determinados temas, como el de la propiedad del cuerpo o la relación entre palabra y experiencia, muy convincente y productiva para pensar los feminismos, la política y el poder en la actualidad. La invención de lo cotidiano de Michel de Certeau, Los fundamentos retóricos de la sociedad de Ernesto Laclau y Vida precaria de Judith Butler también son libros que releo con frecuencia. Un libro que leí hace mucho y encontré en su momento revelador fue La perspectiva como forma simbólica de Panofsky. Todavía vuelvo a él para pensar el grado cero de la mirada.
Siempre todo Barthes y Foucault.
De los libros que leí recientemente destaco Crítica de la razón reproductiva de Penélope Deutscher.
Finalmente, están los libros que uno tiene como horizonte. En mi caso, esos libros son Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio de Kant. Hacía allí me dirigiré en breve. Al menos eso espero.