La historia y el recorrido intelectual de nuestra revista
La historia y el recorrido intelectual de nuestra revista
En diez años no faltaron oportunidades para reflexionar sobre nuestro recorrido en estas páginas. Es difícil volver a hacerlo sin repetirse, pero quizás este no sea un obstáculo que debamos tener en cuenta en una ocasión especial. El público, si existe tal cosa, se renueva, y el presente desde el que escribimos siempre cambia.
Hace algo más de diez años se produjeron una serie de encuentros entre siete estudiantes de la carrera de Letras de la UBA: Martín Azar, Guadalupe Campos, Gustavo Fernández Riva, Florencia Piluso, Ludmila Rogel, Ezequiel Vila y yo. Solemos recordar como el punto de partida la idea de armar un grupo de estudio sobre narratología que surgió en el V Encuentro Nacional de Estudiantes de Letras (ENEL) realizado en la ciudad de Neuquén en 2009, aunque no todos estábamos ahí. Otro posible punto de inicio puede tomarse como la fusión de aquel grupo que acababa de nacer con el que integrábamos Guadalupe y yo (junto con algunas otras personas) que tenía un recorrido diferente (la lectura de Mímesis de Auerbach y luego de El gran código de Northrop Frye).
Nos reuníamos en la casa de Martín en la calle El Maestro, a metros del Parque Rivadavia y leíamos textos como la Teoría de la narrativa de Mieke Bal y la clásica compilación titulada El análisis estructural del relato. En alguna de esas reuniones surgió la idea de que el grupo de estudio se convirtiera en el comité editorial de una nueva publicación. El objetivo primario sería difundir nuestras ideas sobre teoría literaria y dialogar desde ahí con lo que se enseñaba y producía en la carrera de Letras. En septiembre de 2010 se publicó el primer número.
La elección del nombre fue objeto de bastante debate. Es difícil recordar otras alternativas que se mencionaron, aunque estoy seguro que “Foco” era una de ellas (¿por Foucault?). Tal como explicamos en el primer editorial, elegimos “Luthor” atraídos por lo que en ese momento denominamos el “complejo humanismo” del antagonista de Superman, y a un nivel más obvio, para que quede de manifiesto nuestro interés por pensar la cultura de masas desde la teoría. Buena parte del debate sobre el nombre de la publicación se desarrolló en Google Wave, una plataforma con la que Google prometía reemplazar el mail y que no duró más que unos meses. Por el contrario, en estos diez años ni el grupo de estudio (aunque fue cambiando de temas y de integrantes) ni la publicación de Luthor se interrumpieron.
Sin duda el espíritu autogestivo (inspirado, al menos en parte, en el mismo ENEL, que no dependía de ninguna institución académica u agrupación política) y nuestra perspectiva sobre la formación que existía en ese momento en la carrera de Letras fueron dos factores determinantes. A esto hay que sumar la visibilidad de revistas digitales como El Interpretador (2004-2011) y PLANTA (2007-2012), editadas por personas no muy distantes a nosotros en edad y sin apoyo financiero ni avales institucionales.
Desde un principio había tres líneas claras: explorar zonas de la teoría literaria poco citadas en nuestro ámbito, trabajar con objetos de la cultura de masas y poner el foco en problemas metodológicos que (a nuestro juicio) solían ser dejados de lado por dos motivos: el endiosamiento del “crítico” como una especie de genio que prescinde de cualquier sustento más allá de su capacidad de realizar “operaciones de lectura” y la persistencia de un cierto postestructuralismo epigonal que prefería balbucear su admiración frente rizomas hipostasiados a proveer herramientas de análisis concretas.
Pero además, desde el principio tuvimos muy clara otra cosa: íbamos a ser una revista de teoría literaria, no íbamos a ser una revista de crítica de la literatura argentina. Quizás, a la distancia, esta diferencia sea uno de los factores identitarios de Luthor más reconocibles. Entre sus causas está el que varios de los integrantes teníamos (y en algunos casos, todavía tenemos) un interés académico ya más o menos delineado por la literatura medieval y renacentista, aunque esto no haya aparecido con tanta frecuencia en estas páginas.
Es también este aspecto el que ha tendido a marcar una característica de Luthor con el que hemos tratado de lidiar a lo largo de los años: nuestra relativa soledad. Cuando en la revista PLANTA salió un artículo de Damián Selci y Nicolás Vilela en donde destrozaban la entonces muy comentada novela Las teorías salvajes de Pola Oloixarac (esto fue mucho antes de que ella se convirtiera en una figura públicamente despreciable), tuvo una repercusión que ningún artículo de Luthor parece haber alcanzado en toda su historia. [1] No es un secreto para nadie que muchas de las polémicas que agitan las aguas del micromundo intelectual letroso tienen que ver con posicionamientos fuertes respecto de autores del presente que están en proceso de canonización. Desde Luthor nunca participamos de estas lides, y en el ámbito propio de la teoría, nos ha costado (y sigue costando) encontrar debates en los que podamos participar.
Si seguimos definiendo a Luthor por la negativa, hay otro aspecto del que tomamos distancia rápidamente. Así como teníamos una fuerte desconfianza respecto de los tópicos repetidos de la escritura postestructuralista, tampoco veíamos con mucha simpatía gran parte de los enfoques teóricos que giraban alrededor de la crítica (marxista) de la ideología. Esto es en parte explicable por nuestro interés en productos que entran de lleno en la llamada “industria cultural”, pero también tenía que ver con un rechazo a cierto snobismo “de izquierda” tan común en nuestro ambiente.
Aunque luego muchos tomaron caminos diferentes, en ese primer momento nuestra intención de intervenir directamente en la Facultad era bastante clara. Varios de nosotros éramos adscriptos de alguna cátedra, pero nuestras chances de ingresar como docentes eran bastante insignificantes. Buscamos un camino alternativo. Nuestra primera experiencia docente como grupo fue la del curso de extensión que dimos en 2011, titulado “Métodos y perspectivas para el análisis formal de los relatos”. Todos los integrantes dimos una clase. El número de inscritos fue altísimo y la primera clase el aula estaba repleta. Había un interés genuino por la narratología. Para el final la mayoría había abandonado y el aula nos quedaba bastante grande. Volvimos a dictarlo en 2012 con un público más estable. Acá pueden ver el programa de ese año.
A esto sumamos algo más: cuando en 2010 se lanzó la primera convocatoria a proyectos de investigación reconocidos oficialmente (los “PRI”), nos presentamos y fuimos parte de los seleccionados. No implicaba ningún financiamiento ni apoyo concreto a ninguna actividad, solo una resolución que certificaba que alguien había evaluado el proyecto y lo consideraba adecuado. Nuestro primer PRI se titulaba “Metateoría literaria: un enfoque comparativo” y expresaba bastante bien el primer período del grupo, con lecturas que no tenían en sí una orientación concreta más allá de expandir nuestros horizontes teóricos. Incluía a Hans-Georg Gadamer, Northrop Frye, Paul Ricoeur y Jerome Bruner, autores que no habíamos frecuentado durante la carrera de Letras, pero también a “clásicos” como Jacques Derrida, Roland Barthes, Fredric Jameson y Michel Foucault. Acá puede verse el informe final.
Nos interesaba encontrar formas de pensar la teoría literaria que no fueran excusas para endiosar o destruir autores argentinos, que no fueran una manera de posar como intelectual “crítico”, y que no fueran una justificación para usar la palabra “rizoma” sin haber estudiado botánica… ¿qué queda?
Cuando leímos Heterocosmica de Lubomir Doležel (una recomendación de Leonardo Funes, una figura ciertamente influyente en la primera etapa de Luthor), encontramos ahí una propuesta que nos permitía combinar maravillosamente bien las distintas tendencias que mencionamos más arriba. Por un lado, se trataba de una perspectiva que si bien no era exactamente novedosa (el libro es 1998), ciertamente lo era para nosotros, ya que es un texto que nadie daba en la carrera de Letras ni aparecía citado regularmente en las publicaciones que leíamos. Por otro, tenía una fuerte base metodológica y permitía volver sobre la narratología sin estar atado a la semiótica estructural. Además, tenía un cierto interés filosófico, un aspecto que había empezado a adquirir cierta relevancia desde que se sumó Rodrigo Baraglia (que estudiaba Filosofía y Letras al mismo tiempo, aunque finalmente se recibió de esta última carrera) al grupo. Finalmente, aunque en Heterocosmica Doležel analiza obras literarias canónicas, su pertinencia para pensar la construcción de universos ficcionales en la cultura de masas era bastante evidente. Cabe recordar que la primera Iron Man, con la que se inició el universo cinematográfico de Marvel, se había estrenado en 2008, y que en términos generales estos fueron años de mucha revalorización y popularización de la cultura “geek”, lo que implicaba un interés específico por comprender los detalles de los mundos ficcionales. La crítica y el fandom encontraban una curiosa amalgama en los estudiantes y graduados de Letras, que rara vez se materializaba en programas de materias, seminarios o grupos de investigación oficiales.
El segundo PRI que presentamos y que también fue aprobado marcó el inicio de esta nueva fase. Para entonces Martín Azar, Ludmila Rogel y Florencia Piluso habían seguido otros rumbos.
El interés por los game studies (o “estudios sobre videojuegos”) ya venía desde temprano en la revista, motorizado principalmente por Ezequiel Vila (que hoy forma parte de ese mundo) y también por un artículo que yo había escrito en PLANTA sobre aventuras gráficas. Luego de leer a Doležel y a su antecesor Thomas Pavel, dimos con La narrativa como realidad virtual de Marie-Laure Ryan (a quien entrevistamos en el número 25), que se ocupaba en gran medida de plantear puentes entre mundos ficcionales, inmersión, interacción y cultura digital. Su influencia fue muy grande en nuestras investigaciones de este período, incluso si reconocíamos que a veces carecía de profundidad y cedía a un impulso clasificatorio un tanto simplificador. Este era un problema general, de hecho, de todo el enfoque. Siempre fue claro que autores como Theodor Adorno o Jacques Derrida, por poner solo dos ejemplos, alcanzaban una densidad conceptual que no encontraríamos en las páginas de Pavel, Ronen, Doležel o Ryan. Por un lado, disfrutábamos de la conveniencia de leer textos que no dependían en lo más mínimo de un conocimiento previo de Hegel, Husserl y Heidegger, y que voluntariamente optaban por volar al ras de los problemas metodológicos y prácticos concretos que surgen al momento de describir un mundo ficcional. Por otro, teníamos conciencia de que aquellos que sondeaban regularmente las profundidades de la Teoría con “T” mayúscula podían encontrar las descripciones extensionales e intensionales de Doležel un tanto insulsas.
Esto se compensaba, a nuestro juicio, con su interés en repensar la metodología desde sus fundamentos y de revalorizar el carácter descriptivo de los conceptos teóricos. Tal como dijimos más arriba, sospechábamos de la retórica postestructuralista, y veíamos que la apropiación de autores como Derrida o Deleuze muchas veces resultaba en una verborragia que era tan inútil para describir un texto como para descubrir nuevas verdades filosóficas. La mayor parte de la teoría que habíamos conocido y leído antes funcionaba más bien como un camino empinado y arduo que recorríamos tratando de sostenernos de lo que pudiéramos, o quizás como una roca dura contra la que tratábamos de afilar nuestro intelecto. Los teóricos de los mundos ficcionales no planteaban ninguna objeción epistemológica a que sus conceptos se “aplicaran” y que funcionaran verdaderamente como una caja de herramientas. El camino entre teoría y método estaba bien señalizado.
Para 2017 yo me había doctorado, lo que abrió una posibilidad nueva: presentar un seminario de grado. Nuestro seminario se tituló “Mundos ficcionales y teorías de la ficción” (ver programa) y tuvo un alto número de inscritos. Fue la primera vez que muchos de nosotros dimos clases en un espacio oficial de la carrera de Letras. Para entonces la revista ya tenía un recorrido extenso y muchas colaboraciones externas. Sabíamos que Jorge Panesi nos mencionaba en algunos teóricos y habíamos participado de eventos como el Frikiloquio y “Pasar revista a las Letras”.
Otras tres cosas tuvieron su efecto sobre la revista en estos años. Por un lado, el nacimiento de la “Asociación Argentina de Humanidades Digitales”, de la que participamos (en distinta medida) Guadalupe, Gustavo y yo, trajo consigo un interés en el área tanto desde lo práctico como desde lo teórico. A su vez, Juan Manuel Lacalle comenzó en 2014 con su serie de artículos “Aproximaciones a la historia de la Teoría Literaria en la carrera de Letras de la UBA”, un trabajo de gran importancia de recopilación y reflexión que tuvo una amplia repercusión y generó (y sigue generando) mucho interés en nuestra revista.
El tercer hecho a destacar fue la publicación de Entender, destruir y crear. Un recorrido por los tres primeros años de la revista Luthor por la editorial independiente EDEFYL. El libro fue publicado en papel pero puede conseguirse gratuitamente en formato digital acá y contiene una selección de artículos (todos ellos ya publicados en la revista, aunque en algunos casos fueron levemente editados y corregidos) de todos los miembros fundadores junto con un artículo de Amadeo Gandolfo y otro de Jerónimo Ledesma.
Mientras preparábamos el seminario nos encontrábamos en pleno proceso de escritura de nuestro primer libro propiamente dicho: Multiversos. Fue una tarea considerablemente larga y atravesó muchos altibajos. En sus primeras fases los cinco integrantes nos reunimos con bastante frecuencia, pero para el final había cierto nivel de disgregación. Terminamos de escribir el libro a finales de 2017 y ahora, finalmente, está a punto de ser publicado por la editorial Santiago Arcos. Incluimos una reseña escrita por una de las integrantes más recientes del grupo en este número.
Ya para la finalización del dictado del seminario estaba claro que habíamos agotado la teoría de los mundos ficcionales. Además, había otros cambios. Gustavo se había mudado a Europa a finalizar allí su doctorado. Ezequiel y Rodrigo se alejaban cada vez más de la vida académica. Por otro lado, el seminario nos había dado la oportunidad de entrar en contacto con estudiantes que podían estar interesados en sumarse al grupo, y los años de la revista ya nos habían puesto varias veces en contacto con personas que tenían intereses afines. En septiembre de 2017 hicimos una primera reunión en el ahora inexistente café Vivero (a la vuelta de Puan 480) con los potenciales nuevos miembros. La propuesta del nuevo tema a investigar había surgido de las lecturas recientes de Rodrigo: la nueva teoría de medios, sobre la que ya habíamos publicado un artículo en 2016.
El tema representaba una continuidad con algunos aspectos de la revista, pero también una importante ruptura. Sin lugar a dudas recupera el espíritu inicial de ampliar el campo de la teoría literaria y explorar ramas poco habituales en nuestro ámbito más próximo. A su vez, el tema de los mundos ficcionales nos había permitido comenzar a considerar el problema de la transmedialidad. Pero, por otro lado, la nueva teoría de medios no tiene ninguna conexión directa con la narratología ni con los enfoques más descriptivos que privilegiamos en otros períodos. Además, buena parte de la arqueología de medios es heredera del postestructuralismo (el caso más claro es el de Friedrich Kittler, uno de los autores que más intensamente leímos estos últimos dos años) y en términos generales, favorece formas de argumentación y de escritura menos analíticas y más especulativas.
Pero además, al investigar este enfoque observamos inmediatamente su relación con discusiones teóricas mucho más visibles en el ámbito académico que las que surgían de los mundos ficcionales. Aparece el problema de la materialidad y de los nuevos realismos (dedicamos varios artículos al “realismo especulativo” y la ontología orientada a objetos) [2], así como también al aceleracionismo y la reflexión teórica sobre los efectos de la tecnología en nuestro pensamiento. La cuestión del archivo, tan omnipresente, también forma parte del núcleo de discusiones sobre las modalidades en que los medios tecnológicos dan forma a nuestra experiencia. [3].
Aunque Rodrigo había propuesto el tema, no se quedó para investigarlo. Del grupo original permanecimos Guadalupe Campos y yo. Los nuevos integrantes son Abril Amado, Manuel Eloy Fernández, Maximiliano Brina, Juan Manuel Lacalle, Alejandro Goldzycher y Yael Tejero. Con todos ellos dictaremos un seminario de verano (virtual) titulado “Literatura y arqueología de medios: teoría, crítica y ficción”. Pueden ver el programa acá.
10 años es mucho más de lo que suelen durar las revistas. Desde el 2010 presenciamos el cierre tanto de El Interpretador como de PLANTA. No retornable, otra revista con la que teníamos varios puntos en común ya dejó de salir hace varios años. Por otro lado, no hay que sobreestimar la duración en sí: muchas de las revistas que han sido consideradas como definitorias del campo cultural argentino no duraron mucho (Contorno, Los Libros, Literal, por ejemplo). Ya desde hace unos años vemos una gran cantidad de investigaciones sobre revistas literarias y culturales del siglo XX. Es tentador preguntarse si Luthor será un día objeto de estudios de este tipo.
Desde que Luthor dejó de ser una extensión del grupo de estudios y comenzó a recibir (y a buscar) contribuciones externas se nos planteó un problema que es constitutivo de la revista misma y con el que tenemos que lidiar número a número. Somos conscientes de que el nivel de exigencia que tenemos con los artículos que recibimos (y las temáticas que privilegiamos) es muy superior al “puntaje” académico que otorgan. ¿Quién quiere escribir sobre teoría y que esto no le rinda (demasiado) para su CV académico? Los más de 80 colaboradores que han publicado sus artículos en los 10 años de la revista muestran que hay unos cuantos, pero no deja de ser cierto que es un margen algo difícil de precisar… lo que se vuelve especialmente perceptible (y molesto) cuando recibimos propuestas de artículos que tienen toda la impresión de haber sido rechazadas previamente por publicaciones indizadas y con referato externo. Siempre tuvimos claro que queríamos movernos dentro de los márgenes de la academia, pero que eso no debía implicar en la práctica ser una pseudo-revista académica de mala calidad.
La revista es, por otro lado, solo una parte. Para los que integramos Luthor en sus diferentes etapas, gran parte del valor de su existencia está en la continuidad de un grupo de estudio autogestionado y con absoluta libertad para elegir sus temas y lecturas. Pese a la existencia de numerosísimos grupos de investigación oficiales (UBACYTs, PIPs, etc. etc.), los que nos movemos en el ámbito académico sabemos lo difícil que es encontrar grupos que de hecho funcionen con cierto dinamismo.
Es posible que el problema más persistente (y definitorio) de Luthor como proyecto sea el de la relación entre estilo y tradición. Acaba de salir un dossier titulado “¿A dónde va la crítica?” en el número 20 del Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la Universidad de Rosario. Los artículos de Alberto Giordano y Diego Peller presentan perspectivas muy atendibles sobre el tema, que no tienen nada que ver con nuestros intereses. Estos artículos básicamente muestran que, mientras siga habiendo personas capaces de narrar el relato de la recepción argentina del grupo Tel Quel y de mantener una actitud relativamente distanciada de los requerimientos institucionales de las Universidades y los organismos estatales que pagan el sueldo, la rueda seguirá girando. ¿Hacia dónde? Ciertamente nadie lo sabe.
Por nuestra parte, seguimos tan interesados como siempre en ampliar el horizonte de la teoría y a evitar a todo costa convertirnos en rumiantes de una tradición nacional que, salvo algunas honrosas excepciones, tiende a pasarnos de costado. Aun con el riesgo de enfrentar cierta soledad, preferimos el camino de los exploradores.
[1] Salió en PLANTA nro, 7, marzo 2009, y el título era “Un juicio sobre Pola Oloixarac”.
[2] Cfr. “Sobre la ontología orientada a objetos” de Rodrigo Baraglia, la “Entrevista a Graham Harman”, e “Hiperarchivos” de Juan Mendoza
[3] Dedicamos el número 44 de la revista al problema del archivo