Éramos jóvenes y salvajes y libres

Lxs 7 fundadores de Luthor hacen un balance de sus experiencias

por Revista Luthor

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¿Qué lugar pensás que ocuparía Luthor en tu biografía intelectual?

Florencia Piluso: Formé parte de las primeras seis ediciones de la revista y luego me fui del grupo. No me convertí en lectora de la revista ni mucho menos (solo la he scrolleado un par de veces). El biógrafo intelectual diría que el lugar que ocupa es el de un superficial fulgor, seguido de un profundo reconocimiento: por aquí, no. Digamos, supe con la experiencia del grupo que mis ganas no estaban puestas en el pensamiento teórico literario. Muchos años después, precisamente 10 años después, entendí que las ganas ni siquiera estaban en lo literario a secas.

Ludmila Rogel: Luthor fue un momento bisagra en mi biografía intelectual. Cuando empezamos a juntarnos recuerdo que nos convocó cierto malestar con la carrera de letras de la uba. Observamos una falta de método, un uso superficial de las teorías que terminaba en escrituras oraculares, afrancesadas (aunque sin la lucidez de algunos teóricos franceses), escrituras que se mordían la cola y decían muy poco de la forma de los relatos. Finalmente a los pocos años, ¿dos?, dejé Luthor, y dejé también lo académico. Empecé a buscar otras formas de relacionarme con el arte, la narración y la comunicación de ideas.

Gustavo Fernández Riva: Luthor fue el lugar que me enseñó que las buenas ideas se generan y se desarrollan en la discusión con otros. En las humanidades en general estamos acostumbrados a que la discusión sea con los muertos o con los vivos a partir de las palabras que escribieron en algún momento. Pero al momento de desarrollar ideas el diálogo directo con otros pares es increíblemente enriquecedor. Y Luthor fue el lugar donde aprendí realmente a pensar con otros; a entender realmente que el pensamiento y la escritura es parte de un diálogo y no de un soliloquio.

Ezequiel Vila: Luthor es el proyecto que más me enseñó a trabajar en equipo y a entender la diferencia entre lo que una persona puede alcanzar por su cuenta y lo que se puede lograr mediante organización y esfuerzos coordinados. Éramos jóvenes, estábamos disconformes y teníamos alguna idea interesante, pero todo eso podría haber quedado en una charla a la salida de un coloquio. En lugar de eso, decidimos pensar y trabajar juntos, hacia dentro con el grupo de estudio y hacia afuera con la revista y los cursos. La experiencia audaz y feliz de Luthor la trato de replicar en todo nuevo proyecto y supongo que en mi biografía siempre tendrá un lugar privilegiado por haber sido la matriz de ese descubrimiento.

Mariano Vilar: Un lugar central en todos los sentidos posibles. Yo nunca me desvinculé del ámbito académico (y no sé si lo haré algún día) y he transitado en estos diez años por más de un par de grupos de estudio/proyecto de investigación, pero ninguno se parece en lo más mínimo a Luthor. Hice mi doctorado sobre Literatura del Renacimiento e invertí bastante energía en publicar papers sobre el tema, pero el feedback continuo de participar de un grupo como este no lo tuve en ningún otro lugar. Siempre que me piden el mini CV narrativo para un congreso o algo así me aseguro de que Luthor figure.

Además del feedback, siempre valoré de Luthor la permanente actividad: 4 números por año (eran 5 al principio), los cursos de extensión, seminarios, congresos, etc. Siempre hay algo para hacer y no hay que estar esperando (como en tantos otros ámbitos de la vida académica) una validación externa para hacerlo: lo hacemos y listo.

Guadalupe Campos: Como grupo de estudio, Luthor a mi “biografía intelectual” (o biografía académica, tal vez) llegó después de otra experiencia bisagra, un grupo de estudio que compartí con varios de los que después formaríamos este y que me enseñó, sobre todo, a pensar mis propias ideas desde y para el diálogo. Que no es nada más una cuestión de lo colaborativo y lo coordinado: es también, y tal vez sobre todo, ese esfuerzo de no solo tener ideas sino de pensarlas con un destinatario, internalizar la mirada de los otros y salir del huevo, de la propia cabeza. A esto, que lo aprendí en el viejo grupo de estudio Mimesis, Luthor le agregaba un extra: todos eran más jóvenes que yo, todos tenían un poco de ese gesto punk de ganas de romper cosas, una libido invertida en la reflexión que devino su sello fundante. Es algo que todavía, en alguna medida, mientras se acercan los 40 y divergen nuestras derivas, creo que todos guardamos.

Luthor como revista, además, fue otro gran aprendizaje que al común de la gente le llega mucho más tarde en la vida y del que, por gentileza, normalmente no se habla: reaprender a leer y a escribir textos académicos a partir de leer textos borrador o incluso, de vez en cuando, decididamente malos. No hay mejor maestro para la propia escritura que el moco ajeno, y vaya si se aprende a ponerle sal a un texto leyendo escritos aburridos, o a estructurar una idea desde la lectura de la masa amorfa del significante académico hecho más o menos.

Martín Azar: Luthor fue un puente indispensable entre mi carrera de grado (Letras, en la UBA) y mi carrera de posgrado para llegar a mi profesional actual. Fue durante esa exploración conjunta que descubrí el real potencial de los estudios literarios. Que no solo pueden generar crítica especulativa, sino también conocimiento acumulativo sobre el mundo –con claridad conceptual, hipótesis falsables y datos empíricos. Que se puede ir más allá de los libros canónicos de tal o cual cultura, y aspirar en cambio a describir todo lo que realmente escribe, lee y responde toda la humanidad –cosa cada vez menos utópica, gracias a la real Biblioteca de Babel que es la World Wide Web. Hacer madurar nuestra disciplina en este sentido fue la épica misión que nos habíamos impuesto. De ahí la imagen de Lex Luthor, el científico y emprendedor humano (simbolizando la comunidad científica, como motor de conocimiento), frente a las falsas promesas del alienígena Superman (el stardom de “intelectuales críticos”, que tan de moda estaban entonces como ahora en la academia). Después de mi Lic., hice un Master en Estrasburgo, Bolonia y Tesalónica, y un Doctorado entre Berlín y Stanford, investigando cómo procesa nuestra mente textos literarios (Lingüística Cognitiva) y qué información sobre estos fenómenos podemos obtener computacionalmente (Lingüística de Datos). Actualmente trabajo en el sector privado, en servicios de comunicación y data analytics desde Berlín, midiendo impacto lingüístico en audiencias alrededor del mundo, a partir del análisis estadístico de huellas digitales. Este campo, el estudio científico del lenguaje en uso, es hoy sumamente útil para múltiples disciplinas e industrias: desde la neurolingüística y análisis de opinión pública hasta el desarrollo de tecnología como traductores automáticos y chatbots. Pero posiblemente me resultaría un mundo inconcebible sin la pionera aventura de Luthor.

Recordá alguna anécdota o episodio ligado a tu participación en Luthor que te haya resultado particularmente memorable

FP: El viaje que hicimos al Encuentro Nacional de Estudiantes en Rosario. No recuerdo ni año ni número de encuentro, tampoco el nombre correcto del encuentro. La experiencia de participar formando parte de un colectivo fue definitivamente nueva y agradable. Y otro recuerdo: el curso que dictamos en FFyL, el primer curso de Luthor. De nuevo, un momento colectivo de exposición y primeros pasos.

LR: Mis recuerdos de Luthor tienen que ver más con las relaciones personales que con lo académico. La comida china y el poker después de juntarse a leer. Google drive que en esos años recién estaba empezando. ¡No había smartphones! La escritura a muchas manos. Un viaje a Rosario donde escuchamos el recitado de un poema que se llamaba La Marilyn de Puerto Rico.

GFR: En algún momento en los primeros años de Luthor encontrar gente en la facultad que me conocía por ser uno de los redactores y colaboradores de la revista.

EV: Hay varias cosas que disfruté muchísimo, sobre todo las reuniones en el departamento de Martín, en la calle El Maestro. No voy a desaprovechar esta oportunidad para recordar que la idea de hacer una revista fue mía, un poco embriagado de impunidad y campari, durante la sobremesa de uno de esos viernes de grupo de estudio en Caballito. En términos más profesionales, atesoro el recuerdo de cuando en mis clases en el seminario de grado de 2017 hice que los alumnos se dividieran en grupos y experimentaran con el I-ching, Elige tu propia aventura, generadores de poesía automática y otros textos ergódicos.

MV: Aunque es difícil salir del recuerdo nostálgico de los primeros años de reuniones en la casa de Martín, creo que en términos generales lo que siempre me resultó muy grato como experiencia fueron los momentos en donde comprobábamos empíricamente el interés real en los temas que nos interesaban a nosotros. Pienso en la primera clase del primer curso de extensión que dimos sobre narratología en un aula repleta, pero también en cosas más recientes como la charla sobre Arqueología de medios del año pasado, o en la conferencia inaugural que di en la Jornada que organizamos sobre Mundos ficcionales que, pese a ser un sábado a la mañana, fue muy concurrida. Tener una revista virtual que no trata de debatir cuestiones coyunturales hace que el “impacto” de lo que uno hace sea muy difícil de medir, y ver ahí a personas de carne y hueso materializarse es muy significativo. Por supuesto, también tuvimos algunos eventos fallidos (recuerdo que a la presentación del libro que compilaba artículos de los primeros años, Entender, destruir, crear, no vino nadie).

GC: No voy a caer en la tentación de hablar de la vez que le dedicamos todo un operativo culinario a Mariano para hacerlo comer un ingrediente puntual que detesta, aunque una de las fotos que se barajan para esta nota sea de esa noche. De eso, solo diré que creo recordar que fue idea de Gustavo. O de la vez que sopesamos seriamente responder a la ponencia de alguien con un meme, no lo hicimos, y nos arrepentimos por años de no haberlo hecho. Mejor, lo que destacaré es lo personal en lo grupal, el costado humano que es lo que hace que lo otro fluya: haber aprendido a tostar semillas de zapallo con Ludmila, recibir una reseña lapidaria y necesaria de una novela que escribí de parte de Florencia, detenerme en un viaje a comprarle un regalo a Eze en agradecimiento por un gesto muy desinteresado vinculado a un seminario que dimos, perdernos tratando de dilucidar la estructura familiar de base en una película de Chan-Wook Park con Gustavo, conversar con un tarot de por medio con Martín, o cierto viejo chat con Mariano en el que me pidió “a ver, quejate”, y le abrió la puerta de salida a todos los monstruos.

MA: El Maestro 5 era la dirección de mi departamento de Caballito que fue el primer centro de las reuniones de Luthor. Mi mejor recuerdo es el sentimiento de equipo que nace de las repeticiones que se convierten en ritual: los viernes, los debates, las cenas, las guitarras, la búsqueda de un nombre, el logo, el website, la celebración de nuestro primer número, la primera mención en otra revista... Y tengo también infinidad de recuerdos personales, en particular: de la memoria de Wikipedia de Guadalupe, de la genial prosa de Mariano (de la que tanto robé), de la capacidad de Gustavo de simplificar todo lo complejo, de la poesía y mitología gamer de Eze, de la cinefilia de Flor y su capacidad de reírse del absurdo, y de la sensibilidad literaria de Ludmila, que siempre nos recordaba el “para qué”.

¿Qué texto recordás haber leído/discutido en Luthor te parece especialmente valioso/interesante/útil y por qué?

FP: ¡Uh! ¡El libro de Derridá! ¡Ayúdenme con el nombre! Habrán sido dos o tres encuentros en la mesa redonda de la casa de Flores discutiendo ese libro que me resultaba material teórico de ingeniería lingüística. Un libro tan proclive al bolaceo. En aquellos encuentros hubo bolaceo y hubo seso. ¿De qué hubo más? Gracias a ustedes, lo segundo. Respondo a medias porque no me parece especialmente valioso/interesante/útil.

LR: Recuerdo que empezamos con textos de narratología. Justo unos días atrás pensando en Pedro Páramo me acordé de Northrop Frye. Un autor que antes de Luthor no tenía idea que existía y tampoco escuché después en ningún otro lugar. Me gusta la simpleza de sus modos, tienen algo intuitivo muy útil para armarse una tipología de los relatos.

GFR: Los libros de Marie-Laure Ryan. Creo que es una autora que nunca habría encontrado de no ser por Luthor. Me resultan particularmente interesantes su perspectiva multidisciplinaria y la capacidad de crear marcos conceptuales y categorías.

EV: Hoy me parece una locura que hayamos leído y discutido los tres tomos de Tiempo y narración de Paul Ricoeur. Lo pondría en el CV. Heterocosmica también me encantó porque condensa bien la mezcla de ñoñez y amor por las cajitas que siempre tuvimos. Pero coincido con Gus en que Narrative as Virtual Reality de Ryan es el que más caminos me abrió y que sigo trayendo a colación en contextos que nada que ver.

MV: Estoy tentado de decir Northrop Frye como Ludmila, aunque se me mezcla un poco porque también lo leíamos en el grupo en el que estábamos con Guada antes que Luthor (aunque se superpusieron por un tiempo). Por otro lado, creo que leer De la gramatología de Derrida (creo que a este libro se refiere Flor) fue muy importante incluso si recelábamos bastante de la deconstrucción en aquella época. Es el tipo de textos que es muy difícil sentarse a leer por cuenta propia y sin un objetivo claro en mente, me parece a mí. Lo malo es que recuerdo muy claramente que al leerlo me dieron ganas de leer Tristes trópicos de Lévi-Strauss y hoy, muchos años después, todavía no lo hice.

Más allá del texto en sí, para mí la experiencia de la lectura en Luthor siempre fue fundamental (y sigue siéndolo) porque si leo un libro de teoría o filosofía y no lo uso para algo, me olvido de todo muy rápido. El verano pasado, o sea, hace menos de un año, me leí el primer tomo entero de Esferas de Peter Sloterdijk, que no es corto. No lo usé para nada y ya no me quedó nada en la cabeza más que un par de imágenes tenues sobre un feto. Leer en conjunto e ir discutiendo lo leído es un gran antídoto contra eso.

GC: De los que no mentaron, siempre termino volviendo a Fictional Worlds de Thomas Pavel por un motivo u otro, y a Pourquoi la fiction de Schaeffer. Algo que sí debo a Luthor, y no a otros grupos previos de estudio ni a mi formación base en Puan, es encontrar el placer del texto teórico, ese momento mágico de enamorarse de una idea interesante y hacerla propia.

MA: A mi parecer, una de las preguntas más significativas que encaramos en Luthor fue cómo formular hipótesis falsables sobre mundos ficcionales y, luego, cómo testearlas. Esto nos llevó desde la lógica y la fiction theory (Pavel, Ryan, Schaeffer) hasta la búsqueda de bases de datos que permitieran describir el universo literario a gran escala (p.ej., si uno quisiera comparar una variable como el tamaño del léxico de la literatura consumida en diferentes países a través del tiempo). Y esto nos acercó al estudio estadístico de corpus literarios, lo que hoy se llama digital humanities, culturomics y computational social sciences. Años después tuve la suerte de hacer una estancia de investigación doctoral en la cuna de las humanidades digitales: el Literary Lab de Stanford. Le sumó mucha emoción a la experiencia el haber descubierto la obra de sus fundadores (Moretti, Jockers) años antes en Luthor, y saber que, desde Buenos Aires, habíamos también colaborado con nuestro grano de arena para el crecimiento de esta nueva era de la lingüística aplicada.

¿Qué artículo (o actividad) de Luthor te parece especialmente destacable y por qué?

FP: Dada la pauperización masiva de todo lo bueno y bello de este mundo, no puedo más que hiper destacar que dan batalla. Luthor lee, escribe y piensa. ¡Es tan sencillo y valioso!

LR: Los seminarios de extensión. La autogestión. La continuidad del proyecto a lo largo de una década. Creo que fue un hallazgo temprano el estudio sobre la narrativa de videojuegos, series de tv y otros consumos masivos.

GFR: La capacidad de generar un espacio de reflexión y producción que se mueve en los márgenes de la estructura académica.

EV: Nuestra militancia de la cultura popular como objeto de estudio legítimo, sin dudas. Sin caer en los cultural studies o el fetichismo de otro tipo de crítica ñoña, hay varios artículos que se plantean interrogantes claves sobre la experiencia estética de videojuegos, juegos de rol, hits musicales, películas infantiles, etc...

MV: Coincido con Ludmila: la autogestión y la continuidad me parecen absolutamente vitales. Además, sumo a eso la actitud con la que encaramos lecturas de textos canónicos (o a veces no tanto) de la teoría con la voluntad de interrogarlos hasta el final. En nuestro ámbito muchas veces pasa que por el carácter esotérico y exageradamente erudito de algunos de los teóricos más reconocidos, uno rara vez se siente capaz de cuestionar algo por miedo a admitir demasiado abiertamente que no lo entendió. Nosotros nunca tuvimos ese temor como lectores, y siempre aspiramos a que nuestros textos se entiendan.

GC: El carácter abierto. Coincido en todo lo que se dijo hasta aquí, pero creo que eso ocurre en otras partes también. Lo que se ve menos es la voluntad, fundante y vigente aún, de salir del grupito de estudio, de conversar con estudiantes, de seguir sacando una revista y tratar de proponer una agenda propia de cosas que creemos que merecen ser pensadas por fuera de los límites cómodos de nuestras casas.

MA: Una moraleja de Luthor. En los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA se comentaba que los estudiantes de Letras suelen pasar por un doble trauma vocacional: entran buscando convertirse en escritores, pero son formados como críticos, y usualmente terminan trabajando como docentes. ¿A qué se debe esta secuencia de malentendidos? Creo que una de las causas está en la centralización de la oferta educativa fomentada por el sistema de educación estatal –a través de medidas top-down como la estandarización de programas educativos. Cuando A (funcionario externo) pauta regulaciones sobre lo que millones de B (educadores) deben enseñar a millones de C (educandos), ocurre que A (que no es ni prestatario ni beneficiario directo de la educación) le arrebata a B la capacidad de arriesgar programas innovativos y a C la capacidad de elegirlos y manifestar sus preferencias. En consecuencia, se desconecta el verdadero potencial de oferta de conocimiento de la sociedad de la verdadera demanda de conocimiento en cada momento particular, y todo el sistema se descoordina y pierde eficiencia. Por el contrario, la auténtica innovación nace de modo bottom-up: de la voluntaria asociación de individuos con intereses compartidos para investigar, crear, aprender y enseñar. Y Luthor fue precisamente un ejemplo de esto, así como también lo son los millones de comunidades orgánicas de generación y consumo de conocimiento que existen hoy tanto físicamente como interconectadas a través de internet (Coursera, Udemy, etc.). El costo-oportunidad de la educación estatal no es inmutable, sino que se mide a cada momento contra el costo-oportunidad de la educación libre, que progresa cada vez más rápido. Tarde o temprano, la educación estatal deberá distribuir las decisiones sobre la dirección de la educación entre todos los participantes, o se volverá un lastre en vez de una ventaja para preparar a la sociedad para los requisitos del futuro. Después de todo, la diversificación es la única verdadera protección contra la ignorancia.

¿Qué estás haciendo con la teoría últimamente?

FP: Me formé como editora fuera de la academia y trabajo desde hace mucho en la industria del libro. Actualmente, soy editora en un sello especializado en psicología. Mi intención es, a medida que vaya avanzando en la carrera de Biología (perseverancia y ganas), dar el salto total de un universo a otro. Quiero decir además que me siento muy orgullosa de los viajes en bicicleta que hice en estos años, llevo una linda cantidad de kilómetros hechos a pura tracción humana. Y destacar finalmente que hay un modo de reflexión dialogada con el que me acerco a cualquier producción teórica que se relaciona mucho con la experiencia vivida dentro del grupo.

LR: En la actualidad, me sirvo de la teoría cuando estoy investigando sobre algún tema particular. La uso para armar el marco teórico desde donde voy a escribir. Trabajo como guionista de documentales. Pero sobre todo leo teoría por placer. Me gusta analizar la cultura desde ese lugar, me ayuda vivir en este mundo. Aunque también soy cuidadosa, un exceso de teoría me embota el cerebro, me apaga la imaginación.

GFR: En los últimos años trabajo fundamentalmente con problemas de Humanidades Digitales. La teoría me sirve mucho para pensar cómo las nuevas tecnologías influencian la manera en que reflexionamos y entendemos textos y objetos.

EV: Hace cuatro años que trabajo en la industria del videojuego y Luthor tuvo mucho que ver. Cuando tuve la oportunidad de entrar a trabajar como guionista de un juego, pude poner en práctica muchas de las cosas sobre las que había escrito desde el otro lado. O en realidad, activar ese pensamiento en función de problemas distintos, más concretos. Aunque no sigo la vía académica, sí encuentro en la teoría un arma para dar cimbronazos en una industria joven que necesita alimentarse de nuevas miradas. Para mí la teoría es una manera de plantarse frente a una serie de problemas y tratar de darle un orden aunque sea arbitrario a lo que si no es, llanamente, un despelote. Creo que la mayor parte de los que trabajan en videojuegos solucionan ese desconcierto apoyándose en el conocimiento muy preciso (y ciertamente valioso) de varias convenciones. Eso es el oficio. Pero tener la posibilidad de desarmar esas convenciones, mirarlas desperdigadas y volverlas a ensamblar, me ayuda mucho en mi trabajo. Eso es la teoría.

MV: Desde hace dos años doy “Teoría y Crítica Literaria” I y II en la UNLaM. Siento que la influencia de mis años en Luthor en mis clases es permanente, incluso si no se nota a simple vista en la bibliografía de mis programas. También es cierto que la obligación de repasar algunos teóricos que se veían mucho en la carrera de Letras pero que nosotros voluntariamente elegimos dejar a un costado cuando empezamos a delinear una orientación propia a nuestras lecturas me permitió verlos bajo una nueva luz y valorar cosas que nosotros tendíamos a despreciar. Incluso me hace entender algunas cosas que criticábamos de nuestros profesores de teoría…

GC: La deriva (laboral, económica, en algún momento también de salud, pero también y sobre todo de intereses) me alejó bastante de la academia. Tengo pendiente terminar una tesis de doctorado, y en ella hay un par de ideas troncales que vienen de cosas teóricas que pensé desde, por y gracias a lecturas y preguntas que se plantearon en Luthor. Muchas de esas ideas las sigo elaborando hacia otros horizontes, en actividades tan distintas como preparar una clase o escribir fantasía épica. Rescato, sobre todo, el hábito aprendido en tardes de mate y noches de cerveza de siempre, pero siempre, tomar distancia del objeto entre manos, y pensarlo, reflexionar sobre él antes de mandar los dedos a la arcilla y darle forma.

MA: La pregunta original sobre la naturaleza del lenguaje y el uso que hacemos de él que me motivó en mis estudios y me llevó a Luthor me ha seguido guiando durante mi carrera: cómo procesamos el lenguaje, cómo nos impacta, cómo lo podemos medir, y qué podemos aprender a partir de esto sobre el mundo. Los estudios digitales del lenguaje trabajan mayormente en el nivel lexical –haciendo estadísticas de millones de palabras. En los estudios literarios, en cambio, se usan muchos modelos formales para describir diversos niveles lingüísticos superiores (retórica, personajes, arcos narrativos, géneros, etc.). Estos modelos me han resultado muy útiles para hacer análisis de datos más complejos. Por ejemplo, para medir el arco emotivo de la respuesta de una sociedad ante un evento público, haciendo estadísticas sobre YouTube comments o Twits; o para medir la evolución en las interacciones entre chatbots y humanos en campañas de lead generation, o la percepción sobre diversos aspectos de empresas en millones de customer reviews. Las posibilidades de este campo han expandido una vez más mi visión de la lengua, la cultura y la sociedad. En particular, me ha llevado a apreciar una serie de fenómenos (evolución, orden espontáneo, redes de mundo pequeño, antifragilidad, etc.) que la lengua y la literatura comparten con otros sistemas complejos a primera vista tan diversos como son la mente, las redes sociales, la vida y los mercados. Tratar de distinguir la unidad tras esa diversidad es mi actual pasión.

De izquierda a derecha: Martín, Ludmila, Florencia, Mariano, Guadalupe, Ezequiel y Gustavo