La galaxia Kittler en la Argentina

Diálogo con Luis Sebastián Rossi

por Luis Sebastián Rossi, Revista Luthor

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Luis Sebastián Rossi es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos e Investigador del CONICET. Escribió numerosos artículos en el marco de los game studies (o estudios sobre videojuegos) y sobre la relación entre cultura y tecnología. En 2021 la editorial Teseo publió su libro Kittler en la galaxia Turing, en donde desarrolla los distintos aspectos de la obra de Friedrich Kittler con especial énfasis en sus aportes para la teoría de medios. Los/as editores de Luthor dialogamos con él respecto de este autor y su inserción y relevancia en distintos debates contemporáneos.

Revista Luthor [RL]: ¿Cómo llegaste a la obra de Kittler y por qué te parece relevante estudiarlo?

Luis Sebastián Rossi [LSR]: En principio quisiera aclarar que no hay nada de especial ni de sistemático en mi encuentro con la obra de Kittler. Creo que cualquier persona que hubiese estado estudiando cosas similares podría haberse topado con este autor, ya que no es ningún descubrimiento propio la importancia de su trabajo para muchos problemas de los campos que me interesaban e interesan. De hecho, inicialmente mi encuentro con los escritos de Kittler se fue dando por la creciente frecuencia de sus citas en otros autores (que no tenían a su obra como objetivo principal). Hace casi una década en algunas investigaciones sobre videojuegos encontré referencias indirectas a sus libros y artículos. En particular, por esos tiempos estaba concretando una suerte de genealogía de las prácticas lúdicas que se enfocaba en los pasajes entre pedagogía e industria cultural, en la progresiva formalización y racionalización de los juegos, en las aristas institucionales y sociopolíticas de estos fenómenos y, finalmente –casi como respuesta al rechazo del vértigo moderno por Caillois–, en las dinámicas históricas y materiales de la mecanización y de la electrificación de las diversiones. Cualquiera que recorriese este último punto ineludiblemente habría hallado las arqueologías de los medios y de las máquinas de jugar. En estas ramas, a veces como contenido explícito y otras como inspiración, distintas/os autoras/es rememoran permanentemente a Kittler tanto en el gesto de ir a las entrañas del mecanismo como en la obsesión coleccionista, en el rigor histórico, en el registro de los proyectos inconclusos o en las consecuencias para los imaginarios y para las estructuras psíquicas de los aparatos ópticos, sonoros y táctiles. En paralelo, también encontraba referencias a este autor en aproximaciones teóricas de los estudios de los medios y de los juegos (media y game studies) que no estaban necesariamente relacionados a las arqueologías. Por supuesto, aunque no puedo fundamentar esto con datos concretos, sospecho que se trataba de una época en la que la reciente desaparición del autor habilitaba bautizarlo como tal y para muchas/os, quizás, también cifraba un momento para reclamar (o polemizar con) su legado.

En segundo término, los fundamentos teóricos de lo que luego se convertiría en mi tesis estaban ligados al análisis de las formaciones de saber, de las relaciones de poder y de los modos de subjetivación en el capitalismo contemporáneo. Por supuesto, no hay ninguna originalidad allí, porque tanto grupos de investigación de mi Facultad como de otras universidades han hecho avances en esa dirección que tienen al posestructuralismo como núcleo privilegiado. En todo caso, cualquiera que busque un poco sobre las recepciones de esos filósofos y la zona tecnológica (que es una deformación de mi propio gusto) rápidamente se encuentra a Kittler como referencia. Obviamente, las respuestas que pueden sacarse del alemán son diferentes a las que anticipaba cuando me había limitado a pensar estos problemas desde los franceses. También, como derivado de esas líneas, participé con algunas/os compañeras/os en instancias en las que nos preguntábamos sobre la materialidad de las culturas digitales y, específicamente, de los libros electrónicos. Allí, en las historias de los formatos, de los documentos, de los protocolos, del hardware y del software de los ebooks aparecía como trasfondo Kittler.

A todas estas vertientes diferentes debo sumarle cierta inclinación por materias de Comunicación que nunca han sido mainstream en nuestra formación pero que obligan a pensar en todo su espectro a las transformaciones culturales y sociales de –para decirlo en una fea fórmula elluliana– la edad de la técnica. Consecuentemente, estos espacios suelen entroncar con los problemas de la filosofía de la tecnología y, como no tengo formación filosófica ni técnica, siempre me interesé por las ideas de esos campos. Así, indagando un poco, cualquiera hubiese podido encontrar que entre los heideggerianos (que no hacen fenomenología) se lo suele inscribir a Kittler –sobre todo en las supuestas tradiciones ingenieriles (si es que es válido ese nombre para todas/os las/os que se animan a explorar y reconocerle entidad a los artefactos)–.

En la misma dirección, un problema de esas áreas que he frecuentado y de las personas que me han formado ha sido pensar la noción de información y para mí –en una época en la que referir a “algoritmos” parece condensar mágicamente una respuesta para todo (lo malo)– volver desde cierto materialismo sobre la inquietante definición de la computación ubicua como indiscernible de la vida cotidiana era y es fundamental. Para que ese escenario sea pensable digamos que, quizás, me pude haber dado cuenta en algún momento que los postulados kittlerianos son indispensables (en el sentido en que difícilmente pueda explorarse ese problema acabadamente sin sus aportes). Por ello, tuve la necesidad de intentar armar un perfil de este autor para comenzar a entender las consecuencias de su pensamiento (que, espero, me ayuden para trabajos por venir). Adelanto cierta confianza en que se pueden y se podrán encontrar mejores versiones y explicaciones sobre y del autor.

Creo que en lo dicho queda anticipada la relevancia de Kittler, si es que me corresponde forjar un juicio al respecto. De hecho, por un lado, la respuesta de manual sería que, dado que se trata de un autor de la así-llamada (¿nueva?) teoría o ciencia de los medios alemana, debería interesar a quienes se forman en Comunicación (en efecto, empíricamente no faltan traducciones al castellano de algunos de los escritores que son puestos en ese rótulo y que mencionan a este autor en sus notas). Obviamente, sabemos que los mismos alemanes suelen advertir que no hay unidad teórica, ni metodológica, ni práctica, ni referencial… ni nada que se parezca a lo que, primordialmente en el mundo anglosajón, se suele calificar, empaquetar y vender en ese sentido. Pero, ¿acaso existe un estándar de coherencia tan exhaustivo en las corrientes fundamentales que hemos adoptado para nuestro campo?

Por otro lado, también la asociación entre estudios de los medios y de la Comunicación a menudo se pone en cuestión y, de hecho, se los suele distinguir de forma tajante (quizás por las resonancias habermasianas en el último término). Desde mi punto de vista, al momento de considerar el libro, no hacía sentido dividir esos campos; en especial, porque apuesto a las ganancias para un aumento de la recepción local de Kittler y de sus seguidoras/es, y a la riqueza interdisciplinaria que probablemente configure el futuro (si es que existe tal cosa) de los espacios de Comunicación. Sobre todo porque el trasfondo de mi disciplina siempre ha estado a mitad de camino de un diálogo con las ciencias de la información y, antes de continuarlo, recuperar alguien cercano que entregue la debida atención a los problemas y pensadores de esas áreas me parecía adecuado. Desde ya, no podría agotar con esto toda la importancia de Kittler para los estudios contemporáneos no solo en Comunicación, sino también en Letras, en Psicología, en Pedagogía, etc. En cualquier caso, en un momento donde se traduce a muchos autores que parecen decir cosas originales (o que se ponen en pose de decir algo interesante) sobre las realidades digitales, comenzar a recuperar a un pensador que causa tanta polémica y tantas lecturas disímiles valía la pena –aun si reconozco que seguramente hay mejores formas de hacerlo–.

Por eso también creo que es momento de devolverles el favor y preguntarles a Uds., editoras/es de Luthor, ¿cuál es la relevancia que encuentran en Kittler? O, quizás, de manera más brutal, ¿para qué sirve y cómo funciona?

RL: Las últimas fases de nuestra investigación sobre mundos ficcionales nos habían llevado a leer a McLuhan porque nos interesaba la relación entre la inmersión y la interacción, y para eso algunas de sus ideas sobre los medios (por ejemplo, la clásica división entre medios “fríos” y “calientes”) resultaban productivas. Por otro lado, algunos de los editores seguíamos con interés el realismo especulativo en general y a Graham Harman en particular. A su vez, Harman tiene un texto muy bueno sobre McLuhan (“Maximum McLuhan”) donde conecta su teoría de los efectos de los medios con los nuevos materialismos.

La reflexión sobre los mundos posibles ficcionales en el ámbito de la semántica y sobre el sentido de la ficción como práctica social conduce fácilmente al problema de los medios, soportes o “dispositivos semióticos” en los que estas prácticas y mundos se apoyan. El problema es que, más allá de McLuhan, muchas de las cosas que leímos sobre ficción y tecnología nos resultaban un poco superficiales (un problema frecuente con las Ciencias de la Comunicación), o muy centradas en problemas particulares de la literatura electrónica o digital. En Kittler encontramos algo totalmente diferente, algo que nos permitía tanto reconectar con varias tradiciones internas a la teoría literaria (incluso si no eran las que habíamos privilegiado históricamente en la revista) como con problemas de la historia cultural y la filología. Al mismo tiempo, nos interesó de Kittler su compromiso directo con la materialidad y con los aspectos técnicos de los medios.

Más de una vez nos hemos preguntado cómo y para qué “usar” a Kittler. Hay dos respuestas relativamente sencillas. En primer lugar, identifica con precisión una serie de temas que son extremadamente interesantes para pensar la cultura tecnológicamente determinada del presente. Entre estos temas destacamos su conceptualización del ruido y de la espectralidad asociada con la tecnología, que trabajamos en artículos y en nuestro podcast. De esta manera, Kittler funciona como una lente que focaliza problemas que no son tan perceptibles desde otros marcos y los conecta con reflexiones teóricas sobre la escritura, el sujeto, el sentido que permiten establecer diálogos con problemáticas propias del análisis literario y de la ficción.

En segundo lugar, más allá de estos y otros temas que podríamos identificar, del armazón conceptual de Kittler destacamos en particular el concepto de Aufschreibesysteme (o “sistemas de anotación”), que nos parece una forma muy interesante de retomar simultáneamente las epistemes foucaultianas y las periodizaciones de McLuhan de una forma tal que posibilite nuevos caminos de análisis e interpretación literarios.

De Kittler, pasamos a autores de la llamada “arqueología de medios” que (algunos más, otros menos) retoman su obra, como Jussi Parikka, Erkki Huhtamo, Siegfried Zielinski, etc. ¿te interesa esa corriente de pensadores? Y si no es así, ¿por dónde seguir después de Kittler?

LSR: La revisión de M. McLuhan es una tarea muy importante y entiendo que en la última década hubo una revitalización de estudios latinoamericanos y españoles sobre la Escuela de Toronto y la ecología de los medios. En cierta medida porque estos autores están supuestos por todos lados, pero –quizás por fallas en la sistematización, en la formación o por las páginas oscuras de nuestra historia– los olvidamos durante un tiempo. Hace poco pasé horas revisando saldos en librerías de Capital y me asombré al encontrar colecciones ochentosas dedicadas a McLuhan (no me sorprendió tanto su presencia como pensar sobre la identidad de sus antiguas/os dueñas/os). Lo curioso es que por cada monografía laudatoria encontraba otra que lo defenestraba: quizás lo único que podemos decir es que provoca sentimientos encontrados... En todo caso, tanto en Mcluhan como en H. Innis hay mucho para ganar recuperando sus enfoques y temáticas tan fructíferas. Por ejemplo, me interesa llegar a decantar desde ambos alguna definición del dinero como realidad informacional (aunque creo que es el primero quien así lo expresa). Presiento que es una tarea que se ha vuelto un poco urgente y no solo por la multiplicación evidente de aplicaciones de pago o por las fintech, sino por la cada vez más palpable ontogénesis medial y tecnológica en nuestras economías (parte de, para decirlo con el gran libro de P. Manolo Rodríguez, la episteme actual).

Por otra parte, como está implícito en sus preguntas, los autores que nombran suelen retomar, responder y, a veces, complementar los estudios de Kittler. Tengo que aclarar que, como señalo en el libro, la recuperación de datos históricos solamente fue en función de recorrer y darle contexto, volumen y material al pensamiento, antes que dirimir efectivamente la exactitud de su trabajo historiográfico (placer de muchas/os especialistas). A lo sumo, respecto de las corrientes arqueológicas, si por una parte está dentro de mis muchos pendientes hacer una revisión exhaustiva que recupere todas/os las/os que se han inscripto bajo esa denominación, también debería anticipar que siempre me interesaron las condiciones locales para proyectos de naturaleza similar. En esos términos, evidentemente, Huhtamo, Parikka o Zielinski se han vuelto referencias obligadas. Un primer ejemplo serían los estudios sobre arcades y panoramas de Huhtamo que, además de sorprender por riqueza y detalle (y múltiples etcéteras), sirven como un estándar de calidad. Pero es una vara alta y, a veces, las condiciones materiales para llevar adelante algo semejante simplemente no están dadas… Recuerdo que tratar de establecer cómo llegaron los primeros pinballs y fichines y qué circuito cultural, comercial y policial tenían me llevó mucho tiempo. En ese caso, solo a nivel documental, armar las fuentes es un trabajo importante y si le sumamos la exploración efectiva de las materialidades, la cosa se complica. En algún momento, si no recuerdo mal, una historiadora nos comentó (a un compañero y a mí) que en las escuelas normales podrían haber quedado las primeras linternas mágicas y juguetes ópticos que ingresaron al país. Estábamos muy entusiasmados con la idea de salir a buscarlos, revisar los depósitos y desempolvar esos artilugios con todos los documentos que encontremos, pero no prosperó... En un segundo ejemplo, siempre me intrigaron los intentos vernáculos de replicar tecnología computacional como herencia de las experiencias con mainframes y calculadoras de las décadas anteriores. En todo caso, se podría conseguir alguna CZ Czerweny, revivirla de alguna forma (lo que significa también resucitar las comunidades de programadoras/es, empresarias/os, diseñadoras/es, usuarias/os, jugadoras/es, etc.) y compararla con la Sinclair. Sospecho que se podrían encontrar diferencias…o, quizás, son lo mismo. Pero no lo sabemos y de estos baches hay varios casos que implican tareas extenuantes (recordaría en este punto a Racing The Beam). Además, quizás pertenecen a la curaduría de los museos de informática y a los grupos de amateurs que tienen una relación especial con la tecnicidad. Lo mismo vale para todos los imaginarios truncos (y no tanto) de las revistas locales de informática así como para los focos de discusión y experimentación que estaban abiertos en nuestro país en esa época... Esto, desde ya, no sería ninguna novedad porque lo hacen los estudiosos de las ciencias de la computación cuando se ponen a hacer historias, así como lo practican algunos historiadores cuando se preguntan por la técnica e incluso –y lo que me parece mucho más interesante– lo hacen algunos grupos de las/os primeras/os programadoras/es. En todo caso, creo que en el posible diálogo sistemático con autores de las arqueologías (como los que Uds. han llevado adelante) se cifrará una ganancia inmediata para investigadoras/es que vienen de la historia de los medios (más allá de todas las distancias, contrapuntos, idas y venidas con la cuestión disciplinar). Pero esa nunca fue mi área, por lo que intenté mantener cierta prudencia para encarar algún proyecto similar (aunque ello no menguó mi interés en las arqueologías de máquinas hápticas y de los formatos de documentos así como en las narrativas con dimensiones históricas que ligan percepción, atención y medios).

En esos términos advierto cierto golpe de timón con Una geología de los medios y con aquello de indagar en la mineralogía contemporánea detrás de la supuesta inmaterialidad digital. Aunque me detendría ahí, por pudor y porque hay saltos cualitativos y cuantitativos entre los problemas de la explotación mundial, de la basura electrónica, de los consumos abismales de almacenes de datos y del llamado Antropoceno que no soy capaz de reponer. También sospecho, como lo hace Parikka, que sería necesario releer al extremadamente anti-mcluhaniano Mumford tardío: “En su devastación del entorno y su desdén hacia las amenazas que ello supone para la vida humana, la minería presenta un estrecho parecido con la guerra…” (El pentágono de poder, p. 238).

Otro aspecto interesante de Parikka, si mal no recuerdo (y atendiendo a que ha seguido publicando), es la relectura de la idea de tiempo profundo de Zielienski (no podría enfatizar lo suficiente la importancia de ese autor para los visual studies). Además, en el sentido de las temporalidades pero desde otro ángulo, sumaría a la lista a W. Ernst porque sobre todo me gusta mucho la inhumanidad que habita en las máquinas sónicas y en los archivos no antropocéntricos que delinean (y cuyas consecuencias difícilmente alcanzaremos a delimitar). En todo caso, se puede reconocer que tiene una necesidad de crear conceptos…Como la tienen las/os autoras/es que vuelven sobre las técnicas culturales o las/os que, como W. Coy o S. Krämer, dialogaban con Kittler interpretando la máquina discreta universal. Creo que recuperar ese legado y las divergencias de caminos sería muy interesante (y hasta me animaría a vaticinar cruces heterodoxos con otras tradiciones de pensamiento como las psicologías críticas).

Por último, digamos que en el futuro cercano Kittler ayuda a pensar, por ejemplo (y como anticipa P. Virilio), en los procesos urbanos de plataformización, en los vínculos entre ciudad y ubicuidad computacional, así como en las redes infraestructurales en las que se coagulan relaciones de poder en estándares y protocolos. Estos temas parecen adaptarse muy rápidamente a formas de estudio sobre legislación o explotación laboral, pero me reservo cierta sospecha de que cuando todo marcha bien en la adaptación analítica es porque los aspectos más sutiles de las relaciones de fuerzas contemporáneas se nos están escapando. Desde ya, la mirada de Kittler también podrá hacernos sopesar si solo un cambio metodológico alcanza, al tiempo que hará reaparecer la tarea de encontrar autoras/es contemporáneas/os que renueven la vocación de convertir ideas y conceptos tecnológicos en problemas teórico-prácticos para las humanidades y para las ciencias sociales (con conceptos que ponen en escena culturas de procesadores, programas, personas y animales como, por ejemplo, se intuye en libros como Internet Daemons de F. McKelvey). En todo caso, si no recuerdo mal, el pensador que nos reúne en algún momento señala que mientras evitemos conocimientos tecnológicos estaremos condenados a trabajar desde perspectivas históricas.

Asimismo, creo que tanto en los procesos intelectivos artificiales o en la espectralidad aparece esta pregunta tan extraña –o, al menos, que así parece para nuestro tiempo– de la relación entre lo técnico y lo sagrado. Todos estos ensayos de pensamientos quizás le devolverían (en nuestros campos) a la programación el potencial para liberar nuevas estéticas y semióticas. Pero son temas que me exceden, que encontrarán personas más capaces para sistematizarlos y en los que –lo que vale para todas las respuestas– deberíamos evitar (y no solo por incomodidad) la autorreferencialidad (desde ya pido disculpas por ese mal hábito).

Por aquello de que la sencillez es la cortesía del filósofo, Uds. mencionan a Foucault y podríamos integrar a otros franceses célebres de su tiempo… A veces, me pregunto: ¿qué dirían de la obra de Kittler? Pero, también, ¿qué confluencias, temáticas y problemáticas futuras son previsibles (más allá de zanjar las disputas sobre su mutua adecuación) y cuáles no lo son tanto? ¿Se les ocurren algunas?

RL: En principio, hay algunas afinidades entre Kittler y Foucault que son bastante conocidas, y que también repercuten en debates contemporáneos de la teoría. Esto se ve por ejemplo en la cuestión de la corporalidad y los dispositivos que la conforman y atraviesan. Foucault pensaba sobre todo en instituciones y discursos. Kittler, en la estela de McLuhan, piensa primeramente en tecnologías, aunque la distinción entre discurso y tecnología no es realmente del todo fácil de precisar, como el concepto mismo de Aufschreibesystem pone en evidencia. Por otro lado, mucha de la reflexión post-foucaultiana sobre la biopolítica y la corporalidad va de la mano de reivindicaciones políticas de la diversidad y de las minorías contra-hegemónicas, y esto no es algo que le interesara a Kittler en particular.

Otra cuestión en boga (ya desde hace un tiempo) es el posthumanismo, que es también un aspecto en donde Kittler y Foucault podrían coincidir. El rostro del sujeto borrándose en la arena al final de Las palabras y las cosas tenía que ver con la clausura de una episteme que, pensaba Foucault en ese momento, desterraría los órdenes discursivos basados en la centralidad del ser humano. Para Kittler, la cuestión no puede pensarse sin atender a cuestiones técnicas. El hardware se impone sobre el software discursivo. Al mismo tiempo, tal como señala Winthrop-Young, se lee en varios momentos de la obra de Kittler una cierta teleología anti-humana. El orden de la tecnología no estaría sujeto entonces al puro acontecimiento azaroso del discurso: se dirige hacia el fin de la escritura antropomórfica que conocimos hasta ahora y hacia una disolución de la fantasía según la cual la inteligencia es un atributo excluyente de la humanidad. Aunque suenen apocalípticas, este tipo de reflexiones no dejan de ser interesantes en un contexto como el actual, donde el Dall-e y las OpenAI ponen por primera vez al acceso del público masivo la generación de contenidos mediante inteligencias artificiales.

Para terminar, quisiéramos hacerte una última pregunta: ¿cómo hacer conocida la obra de Kittler en la Argentina? ¿en qué campos de la teoría y la crítica local te parece que puede resultar más productivo? ¿qué puntos a favor y qué obstáculos ves para su difusión en nuestro país?

LSR: Son preguntas difíciles de pensar en soledad. De hecho, por ahí va la cuestión… porque me parece que la obra de Kittler se conocerá más –en el terreno local– por trabajos colectivos como los de ustedes que por esfuerzos individuales. Al mismo tiempo, es una estrategia que ya está en marcha. Primero, porque como lo demuestra el interés de otras/os investigadoras/es latinoamericanas/os se trata de un autor bien recuperado entre especialistas que vienen de Letras, Artes y Filosofía. Seguramente ellas/os tengan más y mejores herramientas para darlo a conocer y problematizar todas sus aristas. En esos términos, mis intentos fueron dirigidos a quienes desconocen su obra y, sobre todo, pertenecen al campo de la comunicación. En segundo lugar, planificar un debate y una difusión de sus trabajos debería –como habitualmente sucede– ir montado sobre el aparato de seminarios, coloquios, etc. Pero si, por un lado, un tal estadio debe esperar y alentar más traducciones –quizás el primer y mayor obstáculo en la actualidad–, por otro, vaticino que las primeras impresiones sobre su pensamiento ya no serán necesarias y algunas ausencias (como las de quien responde) configurarán, de hecho, una ganancia para las/os convidadas/os. Incluso, recuerdo que cuando ya tenía una idea sobre los conceptos de Kittler le propuse a un amigo que escriba el libro porque entendía que él hubiese podido hacer algo muchísimo mejor. Para pérdida de todos, tiene otras urgencias y solo quedó la actual versión… En todo caso, creo que en la medida que aparezcan más y, probablemente, mejores figuras problemáticas alrededor de este autor, las imágenes locales de su pensamiento serán más acabadas… Esperemos que ello no signifique un pensamiento terminado.

En la misma tónica, los temas que Uds. señalan responden, en parte, a estas últimas preguntas. Seguramente quienes se interesen por las obras artísticas informacionales o por proyectos de Humanidades digitales van a tener mucho para ganar en el encuentro con Kittler. De todas formas, creo que, en general, los campos que tienen a la crítica cultural contemporánea como impulso de sus reflexiones se verían beneficiados; en un momento en el que se multiplican los análisis sobre lo digital, un autor que exigía reconocer la dignidad de las realidades tecnológicas como parte de la cultura se ha granjeado un buen punto de partida para todos los debates –sin lugar a dudas un segundo impedimento puede esconderse en la acostumbrada actitud de defensa contra las técnicas–. Dichas estas cosas, ciertamente las interpretaciones más poderosas están destinadas a estudiantes, practicantes e investigadoras que cruzan campos con las áreas de sistemas…y estoy seguro de que, a diferencia de hace algunas décadas, estas interpretaciones ya existen en sociología, economía, derecho, etc.; solo deberemos aguardar que el azar produzca los encuentros necesarios con el pensamiento kittleriano. Pero, quizás, solamente alguien cuya formación sea en computación y matemáticas podrá aportar todos los elementos faltantes para recomponer el abismo que nos mira desde sus páginas más oscuras –un tercer obstáculo no está en las mañas, el estilo o los giros de Kittler, sino en la distancia que separa a las dos (o tres) culturas en la formación contemporánea–.

Mi pertenencia al campo de la comunicación hace inevitable que pretenda o, mejor dicho, que tenga la esperanza de una reintegración a nuestros estudios. Entiendo que, quizás, podríamos hacerle un lugar a las tradiciones posteriores a las teorías clásicas (ello sería una ganancia epistemológica y en otros terrenos… porque ya sabemos que la locura política tiene como antecámara a la prohibición de la imaginación teórica). Un intento semejante no implicaría dejar de leer teoría crítica; al contrario, se trata de extender los sentidos de lo que entendemos por ese sintagma en un momento en el que las condiciones culturales ponen en escena una transformación profunda que demanda una desterritorialización de saberes –de allí que la incomodidad con las soluciones típicas configure posiblemente un cuarto impedimento–. Asimismo, me gustaría volver a ver la sistematicidad que en algún momento caracterizó al campo. Sería muy feliz si se retomasen las tareas de escribir guías; sé que a nadie le gusta o le importa, pero son necesarias para las jóvenes (y no tanto) generaciones. Sobre todo cuando –para darnos una quinta barrera– los problemas y temas compartidos por las/os investigadoras/es han tomado una gran dispersión y las continuidades, rupturas y disparidades se hallan desparramadas por múltiples contextos y espacios diferentes. En todo caso, siempre es imperioso mantener un espíritu pluralista que así como reconozca similitudes y diferencias en las reconciliaciones teóricas y prácticas posibles, sepa poner límites en las hibridaciones. En esos términos, una vía que por ser de largo aliento y de muchísima profundidad no puede hacer una sola persona, sería contextualizar y distinguir institucional y teóricamente a las líneas alemanas, nórdicas y norteamericanas de estudios de los medios y compararlas con otras más tradicionalmente trabajadas –aun entendiendo que ya existen desarrollos significativos en tal sentido–. Por lo menos para que, a modo de introducción, se presenten sus tesis fundamentales y se incluyan sus derivas y consecuencias para las arqueologías y los estudios de las técnicas culturales –que abarcan mucho más que las/os autoras/es que ya nombramos y que probablemente cuenten con referentes vernáculos–.

Por último, si hablamos de puntos favorables de nuestro país creo que tiene que ver con la vasta cultura académica local de recepción y discusión sobre el posestructuralismo. Además de lo que Uds. han señalado sobre Foucault, evidentemente hay todo un campo de debates para abrir con los problemas derridianos y deleuzoguattarianos –aun si ello significa saltar el último obstáculo de las imágenes de pensamiento anquilosadas–. Pero también con autores de teorías posmodernas de los medios (Baudrillard, Virilio, ¿Stiegler?...). Para mantener la cordura, no voy a nombrar a otro amante del hardware y teórico medular de la información sobre quien –aunque no desconozco sus puntos de contacto- me reservo el derecho a silencio. Sistematizar y valorar los límites, no son tareas sencillas.

No queda más que agradecerles por el interés y la generosidad; por haber preguntado –que no es algo muy practicado– y, al mismo tiempo, pedirles disculpas si no he podido responder cabalmente en las líneas ensayadas.