Reseña y comentario crítico de Practicing New Historicism de Catherine Gallagher y Stephen Greenblatt.
Reseña y comentario crítico de Practicing New Historicism de Catherine Gallagher y Stephen Greenblatt.
1. “Post” vs “New”
Hace ya tiempo que el prefijo “post-” aplicado al sustantivo “historia” ha caído en un profundo descrédito, y si la frase “el fin de la historia” aparece en algún contexto, ya anticipamos que a continuación llegarán todos los argumentos que permiten refutarla (innecesarios en suma, ya que es una idea mucho más difícil de afirmar que de falsear). Aplicado al sustantivo “estructuralismo”, el “post-” tampoco se encuentra en su momento cumbre, pero más allá de lo que pensemos al respecto, es fácil coincidir en algo: sus principales representantes han sostenido y acrecentado las dificultades para pensar lo histórico que ya estaban presentes en el estructuralismo a secas.
Frente a este panorama crepuscular, me interesa presentar en este artículo una alternativa que, si bien dista de ser radicalmente original, reemplaza el “post” por “new” y vuelve a poner en un lugar central aspectos que la larga cola del postestructuralismo francés sigue manteniendo a raya en muchas producciones académicas. Se trata del New historicism (nuevo historicismo), una escuela crítica relativamente reciente desarrollada en universidades norteamericanas, y que se inscribe en el movimiento general de recuperación de la historia cultural que incluye a autores tan diversos como Fredric Jameson, Giorgio Agamben, Roger Chartier y (en nuestro ámbito local), Leonardo Funes. Me centraré en el libro Practicing New Historicism de Catherine Gallagher y Stephen Greenblatt, en donde se presenta la historia del movimiento junto con algunos ensayos que ejemplifican su forma de trabajar sobre textos y representaciones en general.
2. Representaciones
Si hemos de creerle a Gallagher y Greenblatt (de ahora en más, G & G), todo comenzó con un grupo de estudio integrado por historiadores y especialistas en literatura que decidieron armar una publicación, a la que llamaron Representations. Los intentos de sacar un editorial programático en el primer número se frustraron, ya que rápidamente notaron que sus operaciones no implicaban tanto la definición de un marco teórico como el reconocimiento de una práctica y de un modo de construir relaciones entre textos y fuentes históricas. O en otras palabras, entre representaciones y representaciones.
Lo más cercano a un marco teórico que podemos encontrar en el libro Practicing New Historicism está en la lista de influencias que citan G & G, que se aparta sensiblemente del canon teórico francés de los ‘50-’80 al que muchos de nosotros estamos más que acostumbrados, aunque la figura de Foucault y sus epistemes es inevitable. Toma en cambio como punto de partida fundamental a Herder y su concepto del volk (o “folk”), y llega hasta Mimesis de Eric Auerbach y a La interpretación de las culturas de Geertz, con algunos pasos intermedios que no hace falta detallar. Son estos últimos dos autores los que pueden relacionarse más claramente con la operación de lectura central del nuevo historicismo: la conexión entre textos de distinta categoría (típicamente alguno/s literarios y otros que no han sido considerados de esa forma) que permitan relacionar la producción cultural con las “energías sociales” que la atraviesan. Así entran en juego todo tipo de discursos anecdóticos (como aquellos que Geertz busca analizar con su “descripción densa”) y representaciones menores que no pueden simplemente subumirse en las grandes totalizaciones del historicismo ingenuo (“renacimiento”, “romanticismo”, etc.).
El propósito de este tipo de lecturas no consiste en organizar una “Historia” en el sentido de una narración integradora que ubique las grandes obras del canon en un esquema sucesivo y causal, sino más modestamente de ubicar cada representación en un contexto histórico específico que no la “trasciende” sino que la integra, y que es a la vez moldeado por la representación misma que se pretende analizar. Veamos como esto se aplica en uno de los trabajos incluidos en Practicing New Historicism.
3. Algo está podrido en Dinamarca
Probablemente el ejemplo más transparente de esta mecánica es el ensayo sobre Hamlet titulado The mousetrap (la trampa para ratones). Un comentario relativamente pormenorizado de ese trabajo nos será de utilidad para dilucidar los presupuestos teóricos y la eventual utilidad de las operaciones del nuevo historicismo. Además, el hecho de tratarse de una obra tan central en el canon occidental (los otros ensayos tienen temas algo menores: una serie de cuadros de Paolo Ucello y los debates sobre la alimentación de las clases bajas en el siglo XVIII), que ya ha pasado por numerosísimas instancias críticas, nos permitirá identificar con más precisión que es lo específico de este enfoque.
Reseñar un estudio como este implica respetar su secuencia narrativa, o mejor dicho, el montaje que se produce entre las narraciones que lo conforman. En el caso de The mousetrap, el elemento que funciona como punto de partida es precisamente una especie de mise en abyme de las problemáticas centrales sobre las que trabaja el nuevo historicismo: la hostia bendecida, es decir, la hostia que ha sido transformada en el cuerpo de Cristo. Las problemáticas que emergen de esta identificación son diversas y han atravesado la teología y la filosofía occidentales durante siglos. La hostia es un pequeño pedazo de pan imbuido en una corriente poderosísima de energías sociales que está sometida al mismo tiempo al régimen del alimento material (y a sus procesos digestivos) y al de la espiritualidad más abstracta. Si se compara con el pan sin levaduras propio de la tradición hebrea, las diferencias son aun más sensibles: mientras que el ritual judío está basado en el reconocimiento de lo Histórico como constitutivo del acto de apropiación comunitario, en la corporización de Cristo en la hostia la Historia se anula en favor de una instante de pura presencia, un instante cuyo carácter irrepresentable recorre todos los ensayos contenidos en el libro de G & G.
En The mousetrap, se nos narra como los movimientos protestantes cuestionaron sistemáticamente la idea de transubstanciación, señalando precisamente el carácter de representación (y no de corporización "real") de la eucaristía. Por lo demás, como señalan G & G en el ensayo sobre las pinturas de Paolo Ucello, estos conflictos ya estaban presentes en el cristianismo pre-reformista. Durante la Edad Media, las historias de la profanación de las hostias por parte de judíos (profanaciones que muy probablemente nunca sucedieron) cumplían la función de exorcizar las dudas propias que experimentaba la comunidad católica al respecto. Pero en la reforma las paradojas sobre la eucaristía se vuelve más abiertas. Una se destaca por sobre las demás: ¿qué pasa si una hostia consagrada cae al suelo y es devorada por un ratón? ¿El ratón adquiere el corpus christi, o este automáticamente "escapa" al sentir el contacto de los dientes del roedor? Ambas soluciones parecen inadmisibles, aunque algunos autores sostuvieron que en ese caso el ratón debe ser perseguido, asesinado, y debe removerse la hostia de sus entrañas, para luego ser ingerida por un cristiano humano.
Bien, el lector quizás se pregunte cómo vamos a salir de este embrollo. Si insistí en comenzar por aquí y no por las hipótesis principales del ensayo es para respetar el efecto de extrañamiento que produce el montaje de estos textos, extrañamiento sin el cual perderían gran parte de su eficacia. Porque efectivamente, el destino de la hostia consagrada por las entrañas de un hipótetico roedor puede conducirnos a la obsesión del príncipe de Dinamarca por la materia corrupta:
"Hamlet: A man may fish with the worm that hath eat of a king, and eat of the fish that hath fed of that worm.
Claudius: What dost thou mean by this?
Hamlet: Nothing but to show you how a king may go a progress through the guts of a beggar." [1]
G & G desarrollan en una serie de citas textuales bastante abundantes una idea que no tiene nada de nueva: la obsesión del joven Hamlet por la mórbida, lujuriosa y putrefacta carne. Una de las hipótesis más habituales para dar cuenta de esto es de corte psicoanalítico: el asco que siente Hamlet respecto a la sexualidad de su madre no sería más que una manifestación del horror-fascinación propio del Edipo. Un análisis como este pasaría sin grandes dificultades, pese a que implica dos anacronismos de distinta categoría: la tragedia griega y el psicoanálisis freudiano. La asociación no es casual, ya que precisamente el psicoanálisis y la crítica arquetípica (que suele tomar como modelos la mitología griega y cristiana) se pretenden a menudo como panhistóricas, bajo el paraguas compartido de que las preocupaciones esenciales de la humanidad (aquellas que la cultura intenta paliar) se han mantenido bastante estables. Puede ser.
Frente a este modelo, el nuevo historicismo propone una alternativa que varía más en su contenido que en su forma. Al igual que en los dos modelos citados, se trata de encontrar analogías entre relatos provenientes de contextos diferentes, y no de una relación entre un texto y un marco teórico establecido (como sería el caso de la narratología estructuralista, por ejemplo). La diferencia de contenido sin embargo no es menor: en vez de poner un texto históricamente concreto en relación con una historia (la del sujeto, la de la conciencia universal) que lo trasciende, el nuevo historicismo relaciona dos (o más) representaciones que comparten su especificidad histórica, aunque pertenezcan a géneros discursivos alejados entre sí. No se trata de que una vuelva a la otra inteligible, sino de que se expliquen mutuamente como representaciones simultáneas de los conflictos ideológicos de un contexto particular. Es en virtud de este movimiento que las disquicisiones de G & G sobre el marcado anti-carnalismo de Hamlet tienden a ubicarlo dentro del mismo contexto que los intentos reformistas por desarmar el materialismo católico en la hostia bendecida, su encarnación más absoluta. Tanto en una representación como en otra, se trata de llegar mediante la imaginación a los extremos de la carnalidad (e.g. el alma de Cristo en las entrañas de un ratón, el cuerpo putrefacto de los reyes y la carne lujuriosa de las madres/reinas) para exorcizarla y liberar nuestro espíritu de su veneno.
3. Verdad y aplicabilidad
Llegados a este punto, quedan sólo un par de preguntas esenciales para hacerse: 1) ¿cuál es la pertinencia crítica de este tipo de enfoque? 2) ¿hasta qué punto está en nuestras manos utilizarlo para producir lecturas?.
En cuanto a lo primero, existen dos argumentos que de alguna forma debilitan la posibilidad de construir algún tipo de sistema alrededor de las propuestas neo historicistas. El primero está insistentemente señalado por G & G: no se trata de una escuela teórica, sino de una forma de hacer crítica, o sea, de pensar fenómenos específicos y escribir sobre ellos. Si se compara el prólogo de Practicing New Historicism con el de un clásico de la crítica anglosajona, Anatomy of Criticism de Northrop Frye, las diferencias al respecto saltan a la vista. Mientras que Frye se propone encontrar la clave para organizar sistemáticamente un cuerpo de conocimientos alrededor del hecho literario, G & G declaran que la crítica es ante todo una actitud empecinada y solitaria:
No progress can be made on methodological problems without total inmersion in practice,and that immersion is not for us fundamentally collaborative: it is doggegly private, individual, obsessive, lonely. (Practicing New Historicism, p.18) [2]
Si dejamos esto de lado y aceptamos seguirlos en sus operaciones críticas pese a no contar con un marco teórico explícitamente definido que las oriente, podemos encontrarnos sin embargo con otro problema más difícil de solucionar. Existe una suerte de culpa en el texto de G & G que sale a la luz cada vez que se refieren a su procedimiento de selección y montaje de fuentes históricas, como si no pudieran terminar de reconocer que parece estar determinada por su rareza y su atractivo exótico. Pareciera que la única forma en la que pueden superar a los compuestos trascendentales como "El Romanticismo" del historicismo banal o a las generalidades de la crítica arquetípica es buscando pequeñas anécdotas y discursos extraños, deliberadamente off topic. Aunque sin duda esto hace que su lectura sea más amena, no queda del todo claro si está ligado o no a un incremento del conocimiento acerca de las representaciones que se pretende estudiar. Si bien es muy difícil que una lectura no mantenga parte del carácter hipotético del objeto cultural que pretende analizar, admitamos que no resulta del todo satisfactorio desde un punto de vista teórico depositar toda nuestra confianza en el exotismo de la anécdota perdida sólo porque hasta ahora nadie lo había pensado [3]. Es realmente fácil anticipar que un procedimiento que dependa de tales condiciones puede muy rápidamente convertirse en una moda académica vacía que sólo reintroduce la historia a costa de su estetización. [4]
Este problema parece potenciarse si luego de leer Practicing New Historicism (o en su defecto, este artículo) se desea de hecho realizar una lectura que siga sus lineamientos principales. Desearíamos tener para el caso una especie de “¿Por donde comenzar?” barthesiano, porque efectivamente la pregunta no se responde fácilmente. Hay un motivo práctico y es que el tipo de apuesta por lo específico histórico que hemos intentado caracterizar necesita para funcionar de un ineludible trabajo de archivo. Si la crítica arquetípica parece depender en muchos casos de la erudición de su ejecutante, la crítica neo histórica no puede existir propiamente sin la posibilidad de recorrer algunos de los testimonios más erráticos de un determinado contexto. Sin embargo, no corresponde aterrarse de entrada frente a este requisito. Aun en los casos en los que nuestro objeto de estudio no está convenientemente situado en nuestras inmediaciones espacio-temporales, existen muchas formas de acercarse a un contexto cultural por fuera de sus manifestaciones canónicas sin necesidad de desenterrar fuentes perdidas en instituciones europeas; pueden consultarse epistolarios, eventualmente biografías, textos de disciplinas diversas, o incluso leer atentamente detalles ignorados en las "grandes obras".
Más difícil es el problema de la selección. Aun suponiendo que dispusiéramos de un archivo gigantesco que contenga todos los testimonios registrados de un contexto cultural cualquiera, no resulta para nada evidente con qué procedimiento hermenéutico podríamos comenzar a buscar analogías productivas para nuestro objeto de estudio.
No hay una solución para este problema fuera de la obsesiva y solitaria actividad de la crítica a la que ya nos hemos referido, particularmente porque hemos visto que la búsqueda de analogías entre dos representaciones no implica una mayor generalidad de una por sobre la otra, sino que deberían en principio poder invertirse y explicarse recíprocamente. Así, cada objeto de estudio se “encuentra” con la mente históricamente informada (un a priori inevitable) de su lector, constreñido a buscar una analogía capaz de producir una serie de enunciados convincentes que justifiquen (a posteriori) ese montaje. Quizás, para muchos de nosotros esto resulte un tanto difícil, pero ciertamente no es imposible, como lectores críticos, intentar encontrar en lo específico de la historia claves para pensar las tensiones que atraviesan las representaciones con las que trabajamos.
Bibliografía
Gallagher, Catherine y Greenblatt, Stephen, 2000. Practicing New Historicism. Chicago: The University of Chicago Press.
Darnton, Robert, 1985. The great cat massacre and other episodes in French cultural history. New York: Vintage.
Greenblatt, Stephen, 1988. “The circulation of social energy”. En: Shakesperean negotiations. Los Angeles: University of California Press.
Frye, Notrhrop, 1990. Anathomy of Criticism. Princeton: Princeton University Press.
Myers, D. G., 1988-89. “The New Historicism in Literary Study”. En: Academic Questions 2, pp. 27-36, [disponible online en: http://www-english.tamu.edu/pers/fac/myers/historicism.html]
[1] “HAMLET: un hombre puede pescar con el gusano que ha comido de un rey, y comerse el pescado que se comió a ese gusano
CLAUDIO: ¿Qué quieres decir con eso?
HAMLET: Nada más que mostraros cómo un rey puede hacer un viaje por las tripas de un mendigo.”
[2] ”Ningún progreso puede hacerse en problemas metodológicos sin una inmersión total en la práctica, y esa inmersión no es para nosotros fundamentalmente colaborativa: es obstinadamente privada, individual, obsesiva, solitaria.” (Traducción M.V.)
[3] Myers (1988-1989) ofrece una visión particularmente negativa de este movimiento en el contexto específico de la academia norteamericana, centrándose precisamente en lo fácil que es banalizar el exotismo de este tipo de procedimientos de lectura.
[4] La cuestión es compleja, ya que puede postularse la idea de que este “exotismo” es un procedimiento herenéutico perfectamente legítimo que tiene como efecto presentarnos fragmentos del pasado que chocan con nuestra visión del universo, y que por lo tanto son especialmente interesantes. Robert Darnton sostiene esta postura en su texto The great cat massacre and other episodes in French cultural history (1985, p.262).