De la filología a la crítica en Auerbach y Said
De la filología a la crítica en Auerbach y Said
Las preguntas acerca del método y la función de la crítica literaria constituyen dos interrogantes que se plantean desde los inicios de la disciplina hacia fines del siglo XVIII. Ya sea que nos refiramos a ella como “Crítica” literaria con los románticos de Jena, “Filología” y “Literaturas comparadas” en la tradición humanista de la postguerra, “Teoría” desde la influencia de la lingüística de los años 1950 o bien los más modernos y abarcadores “Estudios Culturales” a partir de los años 1960; cada denominación esboza una respuesta a la cuestión del método al mismo tiempo que intenta deslindar los alcances y limitaciones de la disciplina.
En Pequeña ecología de los estudios literarios publicado en 2011, el filósofo y crítico Jean-Marie Schaeffer diagnosticaba una doble “crisis” de los estudios literarios. Según Schaeffer, si la crisis se percibe en un principio como un síntoma generalizado de las ciencias humanas, sus efectos tienen un impacto especialmente marcado en lo que respecta a la disciplina literaria. La crisis afecta a los estudios literarios desde una doble vertiente: desde el punto de vista de la legitimación social de la disciplina y desde una perspectiva epistemológica. El diagnóstico de Schaeffer debe ser leído a la luz de una serie de obras que dan cuenta de esta percepción de “amenaza” de los estudios literarios en el marco institucional francés. Entre ellas, podemos nombrar La literatura en peligro (2007) de Tzvetan Todorov, ¿Para qué sirve la literatura? (2007) de Antoine Compagnon o el libro de Yves Citton L’Avenir des Humanités (2010).
Más allá de las diferencias entre los abordajes de la situación que cada autor propone, los cuatro coinciden en la necesidad de volver a abrir la discusión sobre el “método” de los estudios literarios. En el caso particular de Schaeffer, la pregunta por el método se inclina hacia una perspectiva hermenéutico-cognitivista pero, sin embargo, el autor reivindica la práctica del close reading –técnica de microanálisis formal y hermenéutico de los textos asociado al New Criticism– como una necesidad de cercanía al texto literario que nos retrotrae al sentido etimológico de la filología, es decir, el amor por los textos.
El postulado de una “filología hermenéutica” al que adhiere Schaeffer nos conduce a plantearnos los puntos de contacto y de alejamiento entre los abordajes hermenéuticos y filológicos de la literatura. La discusión acerca del método y del privilegio de un enfoque ya hermenéutico ya filológico aparece en el centro de los debates acerca de la New Philology [1] un veintenar de años atrás. En efecto, a mediados de 1990 y en el marco de una situación que se percibía como una crisis inminente de la filología, un grupo de investigadores –en su mayor parte medievalistas– dedica un número de la revista Speculum a polemizar acerca de la actualidad de la filología entre las disciplinas de las ciencias humanas. [2]
No es nuestra intención detenernos en los avatares particulares de este debate, sino ofrecer un marco histórico concreto que nos permita situar la actualidad del pensamiento de Erich Auerbach (1892-1957) y Edward Said (1935-2003) en lo que respecta a la importancia del método filológico en los estudios literarios. Teniendo como horizonte de reflexión las problemáticas actuales, nuestra propuesta consiste en trazar ciertas líneas de continuidad entre el pensamiento de ambos autores a propósito de una determinada concepción de la filología y de la crítica. En este sentido, recuperamos el carácter de diálogo que, desde la perspectiva de Auerbach y Said, emparenta la filología con la crítica como empresas que, retomando los términos de Bajtín, permiten trascender el “tiempo menor” del presente para situarnos en la perspectiva del “Gran Tiempo” de la historia (cf. Bajtin, 2008: 381).
En lo que concierne a Said, nos atendremos a la noción de filología presente en su libro póstumo Humanism and Democratic Criticism (2004), cuyo capítulo central lleva el título "The Return to Philology". Contrariamente a de Man [3], que unos veinte años antes utilizaba el mismo título para promover una visión positivista de la filología –cercana en sus principios a la "New" o "Modern" Philology de F.A. Wolf de fines del siglo XVIII–, Said subraya que la disciplina filológica no puede desligarse de su afán humanista y político que se resume en los movimientos de "interpretación" y "resistencia". El método filológico consiste, desde esta perspectiva, en una lectura atenta, reflexiva y meticulosa de los textos según la cual las palabras "are not passive markers or signifiers standing in unassumingly for a higher reality; they are, instead, an integral formative part of the reality itself" (Said, 2004: 59). Así, la lectura filológica asume un compromiso humanista por cuanto implica develar aquellos aspectos que permanecen ocultos o ignorados en el texto entendido como una ventana a un mundo histórico particular.
Dos reflexiones que reaparecen como un leitmotiv en sus escritos nos permitirán trazar puntos de convergencia entre sus respectivas concepciones de la filología y la crítica literaria: la interrogación acerca del “método” y su relación profunda con una cierta idea de "responsabilidad" del crítico.
Tanto Auerbach como Said consideran la filología a partir de las enseñanzas de la Scienza Nuova (1725) de Vico, en una línea que será retomada por buena parte de los pensadores del primer romanticismo alemán. En efecto, la filología asienta sus raíces en una particular alianza entre humanismo e historicismo, en su pretensión de sincretismo, de búsqueda del conjunto y la unidad de una época a partir del trabajo de análisis e interpretación de los textos particulares.
Tomando como punto de partida las declaraciones de Auerbach en Lenguaje popular y público en la baja latinidad y en la edad media (1957) intentaremos reconstruir un primer esbozo de lo que el filólogo alemán entiende por “método”. Auerbach –del mismo modo que lo hará tiempo después Said– destaca la influencia decisiva de los estudios de Vico en su concepción de la filología. El autor señala que su influencia puede rastrearse en los escritos prerrománticos de Herder y Rousseau, así como en la corriente del romanticismo de Jena. En resumidas cuentas, la impronta de Vico se manifiesta en las dos vetas: historicista y filosófica, que aparecen como orientaciones necesarias de la labor del filólogo. En términos del autor:
Poco a poco se aprende a encontrar en las mismas formas históricas las necesarias categorías ordenadoras, elásticas y siempre meramente provisionales. Y se comienza a entender lo que significan las diferentes representaciones en sus propias épocas, lo que significan dentro de los tres milenios de cuya vida literaria poseemos una visión y, en tercer lugar, acto seguido, lo que significan para mí y para nosotros, aquí y ahora (1969: 17).
Historicista, entonces, puesto que es sólo a través de una mirada históricamente situada que el filólogo puede trazar los puntos de conexión entre una obra en particular y el resto de los aspectos culturales que definen el estado de dicha civilización –a la que la obra pertenece. Así, el historicismo aparece como una estrategia que le permite al filólogo tender puentes entre el pasado y el presente.
Filosófica, entendida desde la distinción de Vico acerca de los diferentes tipos de conocimiento a los que pueden aspirar tanto la filología como la filosofía. Así, el autor sostiene que mientras la filosofía estudia la vertus, ésta sólo es pasible de ser comprendida a través de los certe que constituyen el objeto de estudio de la filología, es decir, lo que una comunidad humana considera como verdadero en un determinado momento histórico. Es en este punto que el vínculo entre filosofía y filología se torna más necesario que nunca. Auerbach sostiene: “con ello la verdad que busca la filosofía queda sujeta a la filología, la cual estudia los certe tanto en su forma particular como en su relación mutua” (1969: 20). Siguiendo esta línea de reflexión, la filología deviene una especie de ciencia omniabarcadora que, mediante la “interpretación” de documentos, estudia lo que éstos consideran como verdadero.
En lo que respecta a la metodología, Auerbach sostiene que el único método posible consiste en una suerte de ametódica elección de “puntos de partida (Ansatspunkte) y “problemas clave” en los que el filólogo considera que vale la pena especializarse. Auerbach aclara en este sentido que la labor del filólogo:
solo puede lograrse sin método, de acuerdo con la inclinación y la coyuntura; todo método conduciría a la fatiga o a la especialización, y erraría con ello su propósito. La receptividad ametódica es, con certeza, una premisa necesaria para la actividad sintética, aún cuando nunca se identifique con esta (1969: 22. Subrayado nuestro).
En una línea similar, el análisis de su obra Figura (1938) nos permitirá constatar que, una vez hallados los puntos de partida y las problemáticas centrales, el autor procede a aplicar el método “figural”. El autor señala que entiende por figural “el concepto de la realidad propio del cristianismo antiguo medieval” (1950: 523). Vista desde una óptica figural, “la conexión entre episodios no es imputada a una evolución temporal o causal, sino que se considera como la unidad dentro del plan divino, cuyos miembros y reflejos son todos episodios (1950: 523). En efecto, el método figural permite al filólogo focalizar sobre el carácter interconectado de hechos y mundos completamente distantes entre sí.
Señalaremos finalmente que Auerbach concibe el método filológico como una serie de “preguntas” que se le formulan al texto y que constituyen una suerte de leitmotiv que guía la “escucha” de la investigación. El autor sostiene en Mimesis: “no me aproximo al texto como algo particular ni sin ideas previas; yo le dirijo una pregunta y esta pregunta, no el texto, es el punto de partida principal” (1969: 24).
En “Crítica secular”, introducción a El mundo, el texto, el crítico, Said hace alusión a la concepción de la filología que se desprende de los escritos de Auerbach. El crítico retoma el ensayo “Philologie der Weltliteratur” para mostrar que, según el alemán, la riqueza del trabajo filológico reside en su capacidad de ocuparse de la humanidad como un todo general que trasciende las fronteras nacionales. Así, Said sostiene que, para Auerbach, “su hogar terrenal es la cultura europea” (2004: 18).
La noción de “lugar” deviene, por otra parte, determinante en el razonamiento de Said. Siguiendo su reflexión, el verdadero crítico es aquél que sabe leer a contrapunto aquellos “lugares” en los que las formas de poder hegemónicas legitiman su autoridad. En el caso de Said, dicha lectura a contrapunto opera oponiendo el “Orientalismo” a una cultura eurocéntrica y, al mismo tiempo, poniendo en evidencia los discursos heterogéneos y menores que conviven al interior del discurso de los imperios –Europa y Estados Unidos en el caso de Cultura e imperialismo.
En este sentido, Said rescata determinados rasgos del modelo del sabio comparatista, verdadero philolog del siglo XX representado por nombres como los de Auerbach, Spitzer o Curtius. Sin embargo, el autor señala que la falla en el pensamiento de estos grandes filólogos es la identificación de la “cultura” con el arte y la literatura producidos por los imperios.
Said denuncia la ideología que yace detrás de esta concepción de la filología. Desde esta óptica rechazada por el autor, la cultura es percibida como una esfera armónica y prácticamente homogénea en la cual los procesos de construcción de la hegemonía permanecen ocultos. Contrariamente a esta lectura, el verdadero crítico debe considerar el “archivo cultural” pero para:
releerlo no de modo unívoco sino en contrapunto, con una simultánea consciencia de la historia metropolitana y a la vez de las otras historias contra las cuales el discurso dominante actúa mientras, a la vez, permanece a su lado (1996: 101).
Así, el humanismo y el perspectivismo entendidos como pilares de la labor filológica persisten en Said pero con un tinte renovado. El crítico es, al igual que los textos que estudia, “mundano”. Es precisamente a causa de esta “mundaneidad” que el crítico debe reconocer su inscripción en un momento histórico determinado así como sus “filiaciones” –rasgos individuales, dependen de factores tales como el nacimiento, la nacionalidad o la profesión– y “afiliaciones” –transpersonales, adquiridas por convicciones sociales y políticas, por condiciones históricas y económicas. En este sentido, es la sólo a través de la “perspectiva” que el crítico logra limitar el punto de vista personal y crear la necesaria distancia crítica respecto de su objeto de estudio. Con el objetivo de alcanzar esta perspectiva, la memoria debe convertirse en una fuerza de resistencia que le permita al crítico leer a contrapunto, considerando los textos como un “campo dinámico” de lucha por la inscripción y legitimación de valores y de saberes determinados.
C.1. Auerbach o la literatura como “monumento”.
Si los románticos alemanes consideraban al poeta como una suerte de “guía” cuya función consiste en iluminar al pueblo en la vía de su emancipación intelectual, Auerbach retoma ciertos rasgos de esta concepción romántica en su caracterización del filólogo. En efecto, desde la óptica de Auerbach, el filólogo desempeña un rol central en la conservación del patrimonio cultural de Occidente. No es casual, en este sentido, que el auge de las Literaturas comparadas y de la filología coincida con el período que va de la Primera Guerra mundial a la Guerra Fría. Desde la concepción de la filología representada por Auerbach, la cultura aparece como un acervo cultural que es preciso conservar de las ruinas y el sinsentido de la guerra.
Si nos remitimos a la etimología de la palabra, un monumentum –del latín: hacer pensar, hacer recordar– remite a toda obra humana destinada a una transmisión para la posteridad: una persona, un evento, un acto, cuyo deber es el de ser recordado. Un monumento es, en este sentido, una construcción que se erige en aras de la memoria con el propósito de abolir el paso destructivo del tiempo. Esta idea de monumento es la que parece operar en el célebre Mimesis de Auerbach. Tal como el autor sostiene en esta obra, el ideal del filólogo está ligado a la conservación de las grandes obras de la cultura europea a fin de construir un acervo que constituya el legado o el patrimonio de las generaciones futuras.
Siguiendo la tesis del historiador francés François Hartog, el “régimen de historicidad” propio de la modernidad se caracteriza por una revalorización extrema del lugar que ocupan la memoria y el patrimonio. De esta forma, el deseo de conservar y de transmitir devienen esenciales para nuestra comprensión de la experiencia del tiempo en el mundo contemporáneo. Fuertemente ligada a la idea de la transmisión y a la reivindicación de la memoria, la concepción del monumento se emparenta con la del patrimonio en una corriente que enfatiza los “principios” de responsabilidad y de precaución (cf. Hartog, 2003: 210).
Desde la perspectiva de Auerbach, la concepción de la literatura como monumento le permite trascender las fronteras nacionales englobando toda la producción europea.
C.2. Said: la memoria como resistencia.
Paradójicamente, el ideal humanista e historicista de la corriente filológica se halla estrechamente relacionado con el ascenso de ideologías que reivindican valores imperialistas. En un largo proceso que abarca desde los albores de la Segunda Guerra Mundial hasta el fin de la Guerra Fría, el auge de los estudios filológicos y las literaturas comparadas no puede ser estudiado si no es a la luz de la expansión de una serie de “discursos universalizadores”. Tal como destaca Said:
casi sin excepción, los discursos universalizadores de la Europa moderna y de Estados Unidos presuponen el silencio, voluntario o no, del mundo no europeo. Silencio, ya sea a través de la incorporación, la inclusión, el gobierno directo o la coerción (1996: 100)
Frente a este ideal de “cultura” ligado a la producción de los imperios y a la afirmación de sus valores dominantes, Said propone ampliar el significado del término. El crítico sostiene que hoy en día el hombre no puede considerarse al margen de su inserción en una determinada “cultura”, entendida como “un entorno, un proceso y una hegemonía” (2004: 20). Bajo la impronta del pensamiento de Matthew Arnold, Said postula la necesidad de una relación de “correspondencia” entre la cultura y la sociedad “según la cual la primera engloba a la segunda” (2004: 22). Desde esta óptica, el crítico debe considerar el “archivo cultural” pero para “releerlo no de modo unívoco sino en contrapunto, con una simultánea consciencia de la historia metropolitana y a la vez de las otras historias contra las cuales el discurso dominante actúa mientras, a la vez, permanece a su lado” (1996: 101).
La memoria ya no actúa así como una máquina de “monumentalización/patrimonialización” del acervo cultural, sino como una herramienta conceptual que permite iluminar las fisuras que los discursos “menores” ejercen sobre la cultura hegemónica.
En Mímesis, el estudio de la representación de la realidad en las grandes obras de la literatura occidental aparece como una operación necesaria para acercarnos a una comprensión de los horrores del presente. Así, el filólogo busca en las obras del pasado las claves para captar un sentido del presente que se le escapa por estar demasiado inmerso en él:
Piénsese en la historia que nosotros estamos viviendo: quien reflexione sobre el proceder de los individuos y de los grupos humanos durante el auge del nacional-socialismo en Alemania, o en el de los pueblos y estados antes y durante la guerra actual (1942), comprenderá lo difícil que es una exposición de los hechos históricos y qué inservibles son para la leyenda: lo histórico contiene en cada hombre una multitud de motivos contradictorios, un titubeo y un tanteo ambiguo en los grupos humanos, rara vez aparece (como ahora con la guerra) una situación definida (…) Es tan difícil escribir la historia que la mayoría de los historiadores se ve obligada a hacer concesiones a la técnica de lo fabuloso (1950: 26).
A diferencia del escritor o bien del historiador, el crítico suficientemente sagaz contaría con la ventaja de poder vislumbrar en su “archivo/corpus” literario, los problemas fundamentales que servirán de punto de partida para acceder a una visión global de los problemáticas que caracterizan la “sensibilidad” de una época. Tal como lo formula Said, es en el carácter “mundano” de los textos donde reside el potencial subversivo de la crítica. En su elección del problema, del punto de partida o bien del método de análisis, el crítico toma partido y ejerce su derecho de manifestarse de cara a su objeto de estudio. Si, como sosteníamos al comienzo, cada obra literaria construye una imagen más o menos acabada e íntegra del “mundo de los hombres”, el crítico tiene la responsabilidad de volver “legible” esa imagen en los términos de su propio tiempo.
Repensar las condiciones de posibilidad del “diálogo” y de la “escucha” implica volver a cuestionarnos acerca de la doble responsabilidad de la crítica frente al objeto literario, a saber: considerarlo como un objeto de conocimiento y como un patrimonio a conservar. En la medida en que ambas operaciones dejan de presentarse como mutuamente excluyentes, parece abrirse una vía de diálogo para seguir discutiendo los cruces entre filología y hermenéutica.
Auerbach, E., “La cicatriz de Ulises” y “Epílogo” en Mímesis. México: Fondo de Cultura Económica, 1950.
––––––, “Philologie and Weltliteratur” en Centennial Review. Vol XII, Nro 1, 1969. Trad. Marie y Edward Said.
––––––, “Introducción: Propósito y método” en Lenguaje literario y público en la baja latinidad y en la Edad Media. Barcelona: Seix Barral, 1969.
Bajtín, M., “Arte y responsabilidad”, “Respuesta a la pregunta hecha por Novy Mir”, y “Hacia una metodología de las ciencias humanas” en Estética de la creación verbal. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2008.
Said, E., “The Return to Philology” en Humanism and Democratic Criticism, New York, Columbia University Press, 2004.
––––––,“El mundo, el texto, el crítico” y “Caminos seguidos y no seguidos en la crítica contemporánea” en El mundo, el texto, el crítico. Buenos Aires: Debate, 2004.
––––––, “El humanismo como resistencia” en Elpais.com. 23/08/2003. Disponible en: <http://elpais.com/diario/2003/08/23...>
––––––, “Introducción” y “I. Territorios superpuestos, historias entrecruzadas” en Cultura e imperialismo. Barcelona: Anagrama, 1996.
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[1] Valga la aclaración de que no nos referimos aquí a la disciplina ligada a la etnohistoria de la Mesoamérica colonial, más conocida como Escuela de Lockhard. Para más detalles acerca de esta acepción de la New Philology véase: Restall, Mathew, “A History of the New Philology and the New Philology in History” en Latin American Research Review, vol. 38, N. 1, 2003, pp. 113-134.
[2] Para un panorama más vasto acerca de los debates de la New Philology véase: Duval, Fréderic, “La philologie française pragmatique avant tout? L’édition des textes médiévaux français en France en Pratiques philologiques en Europe, París, Ecole Nationale des Chartes, 2006, pp. 115-150.
[3] Para una lectura comparativa de las respectivas concepciones de Said y de Man acerca de la filología véase: Harpham, Geoffrey Galt, “Root, Races and the Return to Philology” in Representations, vol. 106, N. 1, 2009, pp. 34-62