Por una historia de la ficción

Una arenga para investigar las transformaciones de la ficción saliendo del hermetismo disciplinario

por Gustavo Riva

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¿Qué es la ficción?

Curiosamente una noción tan central para la literatura como la de ficción no ha sido tradicionalmente uno de los mayores intereses de los estudios literarios. La teoría literaria del siglo XX, que tan productiva ha sido en otros aspectos, poco ha dicho sobre el problema de la ficción antes de la década del ’80. Siguiendo a Ronen (1994) podemos afirmar que este desinterés se debe al hecho de que gran parte de las teorías sobre la literatura del siglo XX han sido teorías fuertemente inmanentistas. Esta característica, que permitió pensar aspectos del fenómeno literario que en tradiciones anteriores se descuidaban, tiene el inconveniente de dificultar la reflexión sobre la categoría de ficción, pues la ficción sólo puede abordarse exitosamente desde una perspectiva pragmática que contemple el contexto de las obras literarias.

En diversas disciplinas (filosofía analítica, psicología cognitiva, historia de la literatura, teoría literaria) se ha desarrollado en las últimas décadas un interés por el fenómeno de la ficción partiendo de una concepción pragmática de la misma. Sin embargo, ninguna de estas disciplinas ha abordado con éxito el problema de la historia de la ficción, es decir, de la cambiante función y consideraciones de la ficción en la sociedad a lo largo del tiempo. En este artículo quiero proponer algunas consideraciones previas para empezar a pensar ese objeto de estudio.

Como suele suceder con las definiciones, no hay una definición unánimemente aceptada de ficción y si tuviéramos que esperar a ponernos de acuerdo para comenzar a reflexionar al respecto no podríamos hacerlo jamás. Para nuestro propósito basta con partir de alguna definición provisoria de ficción que represente los aspectos más importantes de otras definiciones de teóricos pertinentes. Podemos afirmar a grandes rasgos, sin generar mayores objeciones, que ficcionales son aquellos textos que no refieren a entes o a estados de cosas del mundo real, pero que al mismo tiempo no son concebidos ni comprendidos como mentira, sino como refiriendo a entes o estados de cosas imaginarios. Por lo tanto, si prescindimos del contexto, la categoría de ficción no tiene ningún sentido, pues es la manera de interpretar el texto como refiriendo a entidades no reales lo que la caracteriza. Las teorías inmanentistas de la literatura han intentado sin demasiado éxito descubrir marcas textuales que identifiquen a la ficción, pero no existen marcas textuales que diferencien a la ficción más allá de los géneros, las lenguas y las culturas. Sólo hay convenciones culturales que indican la ficcionalidad de los textos en una cultura determinada. Un mismo texto puede ser incluso considerado ficcional o histórico de acuerdo al contexto en que es producido o leído porque las convenciones son diferentes. Cada sociedad posee formas diferentes de señalar convencionalmente la pertenencia de un texto a la categoría de ficción. El “érase una vez…” de los cuentos de hadas marca en nuestra cultura convencionalmente el comienzo de una narración ficcional; la industria editorial angloparlante gusta de aclarar en el paratexto de los libros su pertenencia a fiction o non fiction. [1] Pero estas convenciones pueden cambiar. Asimismo, el lugar y la función de la ficción en las distintas sociedades no son siempre los mismos.

En base a estas consideraciones creo que vale la pena plantear el proyecto de una historia de la ficción, que se encargaría de estudiar los cambios en la función y la caracterización de la ficción en las distintas sociedades, las diversas formas convencionales de marcarla y el desarrollo de categorías y teorías para entenderla. Esta disciplina sin duda resultaría un campo fructífero que contribuiría a entender mejor el fenómeno literario, pero también los múltiples y variados aspectos sociales y humanos de lo ficcional que sobrepasan lo estrictamente literario.

El proyecto de una historia de la ficción plantea grandes obstáculos para sus investigadores. Uno de ellos es el encierro de los especialistas en su disciplina, que evitan el dialogo productivo con otras áreas que también estudian el fenómeno de la ficción. Una ocasión en que la brecha interdisciplinaria se ha roto productivamente fue el apropiamiento de nociones de lógica modal por parte de la teoría literaria en el desarrollo de las teorías de los mundos posibles ficcionales (por ejemplo Pavel, 1986, Ryan, 1991, Doležel, 1998). La nueva perspectiva así adquirida permitió superar la perspectiva inmanentista del estructuralismo y preguntarse por la ficción en los estudios literarios, desarrollando importantes reflexiones y herramientas de análisis.

La limitación de la teoría de los mundos posibles ficcionales es que la dimensión histórica se encuentra fuera de su ámbito de estudio. Su perspectiva hace abstracción de la historicidad concreta de los textos para preguntarse sobre la relación entre la ficción, el mundo, los productores y los receptores desde una perspectiva general y ahistórica. [2] El proyecto que quiero incentivar aquí podría partir de algunas reflexiones sobre los mundos posibles ficcionales, pero poseería un objeto de estudio algo diferente, un objeto diacrónico en estrecha relación con las transformaciones históricas. La hipótesis de base es que no basta con pensar la relación entre texto ficcional y contexto en términos abstractos; es necesario preguntarse por el lugar de los textos ficcionales en su contexto social más concreto.

Hay otras disciplinas, además de la filosofía analítica, que se han preguntado por la ficción y cuyos avances sería necesario tener en cuenta. La psicología cognitiva es una de ellas. Jean-Marie Schaeffer(1999), por ejemplo, ha mostrado que, desde una perspectiva filogenética (de historia de la especie humana) la ficción debe entenderse como un desarrollo cultural a partir de las capacidades adquiridas evolutivamente para la imitación y el fingimiento. Es decir, el fingimiento lúdico que caracteriza a la ficción está relacionado con otras formas de imitación y fingimiento comunes en el comportamiento humano. Desde el punto de vista ontogenético (del desarrollo de un individuo y no de la especie), Schaeffer sostiene que serían sobre todo los juegos de “make-believe”, de “hacer como si….”, de la infancia los que ayudan a moldear las aptitudes psicológicas específicas para comprender las ficciones artísticas. Richard Gerrig (1993) también ha resaltado que los procesos mentales implicados en la creación e interpretación de la ficción son utilizados cotidianamente y no tienen nada de extraño. Esta comprobación es importante porque nos permite dejar de considerar la ficción verbal como un fenómeno de segundo grado en relación con otros usos del lenguaje como hacen varios filósofos (por ejemplo Russell, 1962 y Searle, 1975). La psicología cognitiva nos muestra que la capacidad humana para la ficción es innata, que ya los niños la dominan y que los procesos mentales implicados son comunes y cotidianos. Sobre esta capacidad humana para producir y entender lo ficcional es que las sociedades desarrollan distintos tipos de ficción y le asignan diferentes funciones.

¿El descubrimiento de la ficción?

Dentro de la historia de la literatura el ombliguismo disciplinario es muy agudo y es un gran obstáculo para hacer una historia de la ficción. Los especialistas de un determinado período literario tienden a situar el “descubrimiento” de la ficción en su período de estudio, ya sea en la Antigüedad, la Edad Media o el siglo XVIII. Teniendo en cuenta lo que vimos más arriba debería sorprendernos que siendo la simulación y los procesos psicológicos de la pretensión algo tan básico en los seres humanos, tenga que esperar la humanidad a que la civilización occidental venga a descubrir la ficción en algún momento histórico particular.

Lo cierto es que en ningún período histórico se descubrió la ficción. Una mirada interdisciplinar nos muestra que los relatos ficcionales son algo bastante común ya en las sociedades sin escritura. En un clásico artículo, Bascom (1965), basándose en las observaciones de diversos antropólogos, estudia los usos y las conceptualizaciones de la ficción en varias sociedades orales independientes en diversos lugares del mundo. Bascom sostiene que en estas sociedades tienden a distinguirse tres tipos de relato: el mito, que narra sucesos verdaderos y sagrados de un tiempo anterior al humano, la leyenda que narra hechos históricos verdaderos y el relato folclórico (folktale) que narra hechos ficcionales. Cada uno de estos tipos de relato es contado en un contexto diferente (por ejemplo, sólo por las noches), tiene determinadas marcas textuales (frases convencionales con las que el relato se introduce). Todas las sociedades analizadas por Bascom parecen tener un alto grado de conciencia ficcional (es decir, saben que los relatos ficcionales refieren a entidades imaginarias, a diferencia de los relatos históricos o mitológicos que refieren a entidades existentes) e incluso poseen una terminología clara para diferenciar los distintos tipos de relatos. Bascom señala asimismo varias diferencias en la forma en que estas sociedades clasifican los relatos y la ficcionalidad es una de las variables más importantes. Bascom presenta evidencia abundante a favor de la idea de que la ficción es algo común a las más disímiles sociedades y establece puntos de partida importantes para pensar en diferentes formas sociales de entender y de clasificar la ficción.

¿Cómo explicamos, entonces, que tantos historiadores de la literatura adjudiquen a épocas disímiles de la cultura occidental el “descubrimiento” de la ficción? Básicamente, ombliguismo. Por un lado, es evidente el deseo de enaltecer su objeto de estudios con un hito en la historia literaria. En segundo lugar, porque cada cual define la ficción como más le conviene; se limitan a definir como ficción aquello que es propio de su objeto de estudio para (¡oh, casualidad!) descubrir que es justamente su objeto de estudio el primero en tener esta particularidad. Voy a resumir brevemente, a modo de ejemplificación, tres análisis clásicos, que han generado una amplia discusión en sus respectivas especialidades, que pretenden asignar a un período de la cultura occidental el descubrimiento de la ficción.

Wolfgang Rösler (1980) adjudica ese honor a la Antigüedad Clásica. En su ensayo sostiene que la categoría de mímesis en Aristóteles es la primera aparición de la idea de ficción pero los clasicistas en polémica con él han querido adjudicarle el honor a escritores anteriores como Jenofonte (Reichel, 1997), mientras que otros consideran que es un invento romano (Hose, 1996). Estos autores, sin embargo, no están realmente discutiendo acerca de la ficción en cuanto práctica cultural, porque no podrían negar que existen relatos ficcionales en la cultura griega mucho antes (ostensiblemente Esopo), sino que en realidad buscan la primera teoría sobre la ficción. Con lo cual el sintagma que utilizan, “descubrimiento de la ficción” (Entdeckung der Fiktion), es engañoso, porque la ficción ya estaba allí.

Walter Haug (1992), por su parte, propone situar el descubrimiento de la ficción en el siglo XII de la mano de la obra de Chrétien de Troyes. Chrétien de Troyes inventa un tipo de texto que cambia radicalmente el panorama de la literatura medieval. La literatura vernácula medieval hasta esa época sitúa los sucesos en un momento histórico particular y tiende a tener funciones de preservación de la memoria colectiva o de los miembros de una familia o a una función religiosa o una función didáctica. Los relatos de Chrétien se ubican en un lugar particularmente interesante desde una historia de la ficción pues tienen un anclaje histórico (la época del rey Arturo) pero al mismo tiempo el poeta inventa la historia, modelando motivos de tradiciones orales, para sus objetivos estéticos particulares y es difícil determinar hasta que punto el público consideraba que estos sucesos eran históricos o ficcionales.

Para las teorías inmanentes de la ficción esto marcaría un punto de inflexión importante, pues resalta la artificialidad poética en la construcción de la narración, dándole a Haug la oportunidad para referirse a la invención de la ficción por parte de Chrétien de Troyes (luego del supuesto olvido de la misma durante la temprana Edad Media). Haug define desde una perspectiva inmanentista a los textos ficcionales como aquellos en los cuales el autor construye una estructura que otorga el sentido a la totalidad de la obra. La teoría de Haug ha sido criticada desde muchos puntos de vista, por ejemplo por olvidar que en la literatura latina medieval esta forma de composición ficcional ya existía o presuponer un grado de autonomía muy grande para la literatura medieval (cf. Green, 2002, 1-25). Desde una perspectiva histórica y pragmática como la que quiero proponer, la obra de Chrétien sin duda es un hito importante, porque muestra un aprovechamiento de las posibilidades de la escritura ficcional y una conciencia de la misma muy fuerte en un contexto en el que no era normal. Sin embargo, no por eso podemos adjudicarle el descubrimiento de la ficción, pues la ficción era una práctica usual en la literatura oral y escrita medieval, de la cual Chrétien sólo estaría haciendo un uso novedoso.

Finalmente, Catherine Gallager (2006) sostiene que el descubrimiento de la ficción se daría en el siglo XVIII de la mano de la novela realista moderna. Por supuesto, se ve obligada a reconocer que existen textos ficcionales antes del siglo XVIII, por lo que decide recortar la definición de ficción para que sólo se adapte a su objeto de estudio. La ficción propiamente dicha se daría cuando se trata de historias que sean al mismo tiempo plausibles y sobre individuos imaginarios. Para esta autora las narraciones ficcionales anteriores al siglo XVIII tendían a mostrar que eran imposibles. Una narración que presentara sucesos verosímiles sería interpretada como histórica, no como ficcional. Hay muchas posibles objeciones a esta afirmación. Deja de lado el hecho de que una definición casi idéntica a la suya es la dada por Quintiliano y gran parte de la retórica para definir argumentum (“quod falsum, sed vero simile”, Institutio oratoria, II, 4.2). Asímismo, podrían encontrarse incontables ejemplos de textos previos al siglo XVIII que se adapten a esta definición. Sin embargo, es cierto que el realismo de la novela moderna implica un trabajo con lo ficcional diferente al predominante en otros géneros. Esta diferencia genérica en cuanto al uso de lo ficcional es extremadamente interesante y pertinente, pero no habilita a hablar de una invención de la ficción, pues implica desestimar todas las formas de ficcionalidad anteriores como pseudo-ficciones para reservarle el nombre de ficción sólo a la novela. Al reducir su análisis de la a la ficción novelesca, Gallager impide pensar en la dialéctica y evolución de la ficción a través del tiempo y de los géneros.

Hacia una historia de la ficción

El primer paso para poder hacer la historia de la ficción es olvidarse de buscar el descubrimiento de la misma. La ficción está, en principio, donde estén los seres humanos. Lo que tenemos que estudiar son sus transformaciones y la forma en que es practicada y teorizada en diversas sociedades. Esta no tiene por qué ser una historia lineal de la cultura occidental, sino una historia con distintas tramas en diferentes culturas.

Podemos partir de la hipótesis de que algunos cambios sociales y tecnológicos tienen profundas influencias en el lugar y la concepción de la ficción. Probablemente la escritura haya significado una revolución importantísima en la consideración de los relatos en relación a su ficcionalidad. La escritura complejiza el sistema de los relatos que circulan en una sociedad, dividiéndolos en aquellos escritos y aquellos orales. La relación de la palabra escrita con el contenido de verdad de lo dicho es diferente a la de la oralidad. Tal vez otras tecnologías e invenciones, como la imprenta o la prensa escrita, hayan causado una transformación similar.

Otro de los aspectos a investigar dentro de una historia es el intercambio entre los géneros ficcionales y los no ficcionales e incluso la metamorfosis de uno en otro. Pavel (1986) y Bascom (1965), por ejemplo, han investigado qué sucede cuando los relatos míticos se secularizan y pasan a ser considerados ficcionales. Green (2002) ha mostrado cómo el relato artúrico medieval surge a partir del relato histórico y toma muchas de sus convenciones literarias. Por su parte, la novela realista moderna surge estrechamente relacionada con las chroniques scandaleuses que narran historias supuestamente reales de personajes reconocidos de la época (Gallager, 2006: 365).

Otro fenómeno interesante por estudiar son las teorías que a lo largo de la historia han asimilado la ficción con la mentira. En Occidente estas teorías tienen una larga tradición, siendo uno de sus representantes más famosos Platón. La falta de un lugar para la ficción en su teoría es lo que ha llevado a Rösler, por ejemplo, a pensar que la ficción no existía en esa época y debía esperar a Aristóteles para ser descubierta. Creo que sería productivo comenzar dejar de pensar estas teorías como un síntoma del lugar de la ficción en la sociedad en cuestión (por ejemplo, la Grecia del siglo IV a.C.), sino como un intento teórico, probablemente destinado al fracaso, de atacar el lugar y la función de la ficción dentro de la sociedad.

Como conclusión, creo que un análisis más detallado de cómo los cambios sociales y tecnológicos afectan la consideración y usos de la ficción en una determinada sociedad puede ser altamente productivo. Sean cuales sean los resultados a que nos lleve este camino de investigación resulta imprescindible plantearse seriamente el trabajo interdisciplinario; pensar desde diversos paradigmas a la vez que permitan captar la complejidad y riqueza de la ficción.

Bibliografía

Bascom, W. (1965). The Forms of Folklore: Prose Narratives. The Journal of American Folklore, 78, 3-20.

Doležel, L. (1998). Heterocosmica. Baltimore: John Hopkins University Press.

Gallager, C. (2006). "The Rise of Fictionality". In: The Novel (Vol. 1). Princeton: Princeton UP, pp. 336–63.

Green, D. H. (2002). The beginnings of medieval romance fact and fiction, 1150-1220. Cambridge, UK; New York: Cambridge University Press.

Haug, W. (1992). Literaturtheorie im deutschen Mittelalter: von den Anfängen bis zum Ende des 13. Jahrhunderts. Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft.

Hose, M. (1996). „Fiktionalität und Lüge. Über einen Unterschied zwischen römischer und griechischer Terminologie“, Poetica 28, 1996, 257-274

Pavel, T. G. (1986). Fictional worlds. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.

Reichel, M. (1997). „Eine übersehene Reaktion auf Platons Dichterkritik: Xenophon, Kyrupädie 2,2“, in: Günther, Hans-Christian (Hg.), Beiträge zur antiken Philosophie. Festschrift für Wolfgang Kullmann, Stuttgart, 103-112.

Ronen, R. (1994). Possible Worlds in Literary Theory. Cambridge; New York: Cambridge University Press.

Rösler, W. (1980). "Die Entdeckung der Fiktionalität in der Antike". Poetica, 12, 283–319.

Russell, B. (1962). An inquiry into meaning and truth. Baltimore: Penguin Books.

Ryan, M.-L. (1991). Possible worlds, artificial intelligence, and narrative theory. Bloomington: Indiana University Press.

Schaeffer, J.-M. (1999). Pourquoi la fiction?.Paris: Seuil.

Searle, J. (1975). "The Logical Status of Fictional Discourse". New Literary History, 6 (2), 319–338.

Notas

[1Claro que literariamente se puede jugar con estas convenciones. Podría comenzar un relato histórico con “érase una vez…”. Pero este uso trasgresor de la convención no anula su validez general y, en parte, sólo es posible en tanto a que la convención existe.

[2Pavel (1986) ha sugerido alguna aproximación al problema de la transformación de los mundos ficcionales en distintas sociedades, pero no se ha ahondado en esa perspectiva.