Sobre H.P. Lovecraft, la disyunción en el Ser, de Fabián Ludueña Romandini
Sobre H.P. Lovecraft, la disyunción en el Ser, de Fabián Ludueña Romandini
"You and the dark one, Cthulhu.
Sharing adventures and smiles,
It’s a magical bond two pals can share.
Soon the whole world will be made aware of
You and the death lord, Cthulhu
Makin’ the world a better place.
Together you will have so much fun."
En su nuevo libro, H.P. Lovecraft, la disyunción en el Ser, Fabian Ludueña Romandini desarrolla una ontología del universo (o multiverso) lovecraftiano. A lo largo de cien páginas distribuidas en cuatro capítulos, prólogo y epílogo propone una reconstrucción sistemática de las proposiciones teóricas que delinearían el horizonte del Mito (con mayúscula en el libro). El lector asiste, entonces, a la exposición de una filología fantástica, una arqueología no antropológica, un pensamiento de lo político, una disputa con el psicoanálisis en torno al estatuto de los sueños, una postulación de un multiverso absolutamente infinito y una teoría incorporal del sujeto. Cada una de estas teorías se articula con las demás para conformar una imagen completa de un universo ficcional en donde naturaleza, sociedad y sujeto están atravesados por una hendidura que los conecta entre ellos pero los separa de sí mismos, o mejor dicho, de la posibilidad de circunscribirse a la jurisdicción de un principio de identidad.
Esta lectura de la narrativa de Lovecraft se inscribe, además, en el marco de un proyecto filosófico más grande. En este contexto, la reconstrucción del pensamiento que articula los relatos del escritor de Providence tiene el fin de comunicar un desafío a la filosofía. La declaración de intenciones de Ludueña Romandini advierte que no se trata de pretender que el Mito lovecraftiano sea la expresión de una teoría filosófica particular, sino de llevar a Lovecraft hacia la posición de interlocutor para la filosofía. Esta declaración de intenciones es importante por dos cuestiones: por un lado, porque a través de ella, el autor se sitúa en relación a un determinado horizonte de discusión de la filosofía contemporánea, por el otro, porque como declaración programática representa la medida ante la cual deben responder sus operaciones de lectura. La importancia relativa de cada uno de estos factores dependerá de los intereses que ocupen al lector en cuyas manos caiga cada uno de los quinientos ejemplares numerados del libro. En el caso de los lectores que hacemos Luthor, por nuestra formación y nuestro propio horizonte de debates, normalmente adquriría preeminencia la segunda de las cuestiones. Sin embargo, considero pertinente comenzar reconstruyendo este contexto con el que se conecta el libro, ya que en el fondo lo que está en juego es un debate en torno a las condiciones actuales de la práctica teórica. Por eso, antes de considerar sus operaciones de lectura me referiré a esta relación con lo que actualmente se conoce como “ontología orientada a objetos” (“OOO” para los amigos) y con cierto contexto discursivo identificado de manera más equívoca con el nombre de “realismo especulativo”. Esta relación se introduce por medio de una crítica al teórico Graham Harman, quien también ha dedicao estudios a Lovecraft desde un punto de vista filosófico. Pero hay buenas razones para creer que hay algo más en juego aquí; después de todo, la cadencia en el despliegue de referencias del libro no sigue los patrones del name dropping, sino más bien el trayecto de una prolija cartografía de enunciaciones.
Nos encontramos, entonces, con que luego de atravesar una introducción en donde se nos presenta una narrativa acerca de un mundo en el que el último filósofo ha muerto hace tiempo y la filosofía, siempre en busca de su propio límite, subsiste a través de un conjunto de agentes que, “fagocitados” (sic) por ella, hablan “espectralmente” en su lugar (concepción clave de la filosofía del autor que resonará anafóricamente cuando exponga la teoría del sujeto lovecraftiana), [1] llegamos a un claro en el texto en donde finalmente se nos introduce el proyecto del libro: leer a Lovecraft como “el más importante mitógrafo del siglo XX”; como el escritor que mejor supo poner en escena un universo problemático, no sólo a la altura del pensamiento contemporáneo, sino digno de constituirse como desafío para todo pensamiento por venir. Junto con esta declaración de un programa positivo, nos encontramos también con una crítica a eso que Ludueña Romandini preferiría no hacer. La filosofía, nos dice, siempre ha tenido una relación tensa con eso que llamamos “literatura” y, generalmente, ha encontrado dos maneras de resolver esa tensión: ocluyéndola o capturándola (y aquí vuelve a hablar de “fagocitación”, lo que invita a pensar que la filosofía, para el autor, quizás se parezca en algo a los Shoggots, esa especie engendros amorfos que desafiaron a los Primordiales). Para leer a Lovecraft, Ludeña Romandini quiere distanciarse de esa operación violenta sobre la literatura, pero alguien se ha adelantado y ya ha pretendido convertir al escritor de Providence en su Hölderlin personal. Se trata de un excéntrico lector de Heidegger y Latour llamado Graham Harman.
Harman es el hombre detrás de los términos “ontología orientada a objetos” y “realismo especulativo”. [2] Su proyecto filosófico se sustenta sobre tres pilares, dos de los cuales son de orden teórico y uno de orden práctico-estratégico. En primer lugar se basa conceptualmente en el desarrollo de una ontología no antropocéntrica, reminiscente de la teoría del actor-red de Bruno Latour (que se caracteriza por modelizar las relaciones entre seres humanos y objetos inanimados como redes sociales, pasando por alto cualquier distinción ontológica entre ambos). En esto, Harman se reconoce en la línea de Deleuze y de Whitehead, pero a diferencia de ellos, propone considerar a los objetos no sólo en cuanto a sus relaciones, sino también en sí mismos. Aquí entra en juego el otro pilar conceptual de Harman, dejar de lado la distinción entre el mundo que se presenta a la conciencia humana y el mundo inaccesible de las cosas en sí, dando rienda suelta a la especulación metafísica. Pero probablemente el tercer pilar, de orden práctico, sea el de mayor importancia: la publicación y discusión constante por medio de blogs.
Ahora bien, a pesar de la gran distancia que media entre la OOO y la filosofía de Ludueña Romandini ambas se encuentran en el proyecto de un pensamiento que tome la forma de una ontología especulativa capaz de volver a entablar una discusión cosmológica con las ciencias físicas como la que tuviera lugar, en su momento, entre Bergson y Einstein. Pero al mismo tiempo ambos proyectos se sitúan en las antípodas del debate en torno a las prácticas discursivas contemporáneas, en el cual entra en juego no sólo el porvenir de la filosofía sino también el de la literatura, las ciencias, la economía y la política. La posición de Ludueña Romandini en este debate se constata en la sección de su libro menos propensa a ser leída, una sección a la que extraordinariamente se le dedica un apartado propio en el índice: los agradecimientos (institución editorial por la cual Harman ha demostrado su desprecio en las primeras líneas de su seminal Tool-Being: Heidegger and the metaphysics of objects). Allí se lee lo siguiente:
un libro sólo puede ser escrito en una estricta soledad premeditada. En el mundo contemporáneo, esta condición amenaza, cada vez más, con transformarse en un obligado estado de situación inexorable. De allí la importancia inconmensurable de contar con ciertas presencias. (…) Agradezco a Emmanuel Taub el cuidado irremplazable que le ha prodigado a este libro y le manifiesto mi admiración por su valentía y su generosidad al acogerlo en una editorial que honra al libro argentino. (Ludueña Romandini, 2013: 22-23)
La soledad premeditada de la escritura, el cuidado irremplazable del libro (con certificado de nacionalidad) la importancia de unas pocas presencias concretas para quienes el libro es dedicado como una carta. Quizás estas líneas deban ser leídas como un manifiesto. Compáreselas, por ejemplo, con la postura de Juan Terranova, a la que me referí en un artículo anterior. Compáreselas también con este fragmento de un post del académico y blogger Daniel Luna (@erichluna), miembro fundador del Laboratorio de videojuegos de Lima (espacio dedicado a los game studies) escribió en el año 2010 en referencia a las prácticas discursivas de los llamados “realistas especulativos”:
¿Publicar libros devendrá una traba frente a la rapidez y flexibilidad de espacios como los blogs? No digo que ganen más peso. Pienso en la comodidad y velocidad que ofrecen para generar diálogos y trabajo común. Hoy en día uno puede llegar a estar “refutado” antes de que su libro salga a la venta. (Luna, 2010)
Nada peor para la filosofía que la sociedad, dice Ludueña Romandini en las primeras páginas de su ensayo; nada más lejos de la forma de una escuela filosófica que una comunidad; en todo caso, la forma de vida no filosófica que más afinidad ha encontrado con la filosofía ha sido el ascetismo.
Resta entonces la pregunta por sus operaciones de lectura. Lo esencial de su operación se articula sobre tres rasgos: 1) la asignación de figuras de intelectual, 2) el posicionamiento en el espacio discursivo, 3) la enunciación “espectral”. El primero se refiere a la distinción entre filósofos, agentes de la filosofía, teóricos, literatos, mitógrafos, escritores, críticos y pensadores. Como dije más arriba, Ludueña Romandini se compromete con una narrativa acerca de un mundo en el que el último filósofo ha muerto hace tiempo. En este contexto, él mismo no podría llamarse legítimamente “filósofo”, pero sí aceptaría quizás ser llamado teórico. Un teórico bien puede ser agente de la filosofía, siempre que ésta lo “fagocite”, pero del mismo modo pueden ser agentes de la filosofía todos los demás roles que mencionamos. La diferencia entre literato, mitógrafo y escritor, en cambio, es una diferencia que aplica a Lovecraft y al modo en que ha sido leído. A lo largo del libro no se niega que Lovecraft sea un escritor, de hecho, se aclara que el interés del ensayo se centra en su faceta de escritor de ficción y no en el resto de su cuantiosa producción textual. Pero, en cuanto escritor, Lovecraft no le interesa como literato; así es como lo ha leído la crítica y la filología, se nos dice, aquí será leído como mitógrafo. Ahora bien, en cuanto mitógrafo, Lovecraft sigue situado como un sujeto de aquello que hoy en día conocemos como literatura, mientras Ludueña Romandini, como teórico, sigue jugando el rol de agente de la filosofía. El desafío está en encontrar un sitio en el cual desterritorializar la posición relativa de ambos discursos. Aun cuando luego se pretenda reterritorializar el discurso del lovecraftiano hacia el campo del discurso teórico, la condición de posibilidad de esta operación es encontrar un territorio compartido. Ese territorio es el rol de pensador. Al final del primer capítulo, Ludueña Romandini se pregunta por las enseñanzas que pueda extraerse para la filosofía de la filología fantástica de Lovecraft. La respuesta que encuentra es una teoría acerca del poder, y al ponderarla llega a proponer que Lovecraft habría sido “uno de los pensadores de lo político más provocativos del siglo xx” (2013: 53).
El segundo punto está implicado en ese desplazarse hacia el espacio del pensamiento como un terreno discursivo común a la filosofía y a la literatura. Se trata de poner frente a frente filosofía y literatura, reconociendo la contradicción que implica intentar hacer que hablen con una misma voz, pero no obstante asumiendo esa contradicción como un elemento constitutivo de la enunciación. Lo cual nos lleva al tercer punto: la teoría lovecraftiana del sujeto como justificación metodológica de la operación de lectura de Ludueña Romandini. La pregunta es ¿quién enuncia estas teorías? ¿Es posible reconstruir una teoría que quizás en primer lugar nunca haya estado allí donde la buscamos? ¿A qué mundo se refieren estas teorías? ¿Al nuestro o al de los mitos de Lovecraft? La clave del último capítulo está en intentar mostrar que estas preguntas están motivadas por problemas posiblemente tan ficticios como el universo lovecraftiano. Si el sujeto es el sitio en el que toma posición una multiplicidad de voces que subsisten incorporalmente, el sujeto de enunciación de las proposiciones ha sido siempre múltiple; ha sido la filosofía, ha sido Ludueña Romandini y ha sido Lovecraft, entre otros. Ese espacio de enunciación es caracterizado como una hendidura, un vacío abierto hacia el infinito en el que las diferentes voces se dan cita. Ese espacio, esa posición de sujeto, sería aquí el libro. Pero precisamente porque las proposiciones enunciadas en el propio libro reconocen que no hay ninguna posición de sujeto que sea necesaria, que incluso es contingente la mera existencia de alguna posición de sujeto, se trata de un libro que ha estado hablando de principio a fin de la posibilidad de su propia extinción. Sobre esta certeza se apuesta en él por una filosofía futura. Después de todo no tendría sentido hacer una apuesta si no hubiera nada por perder.
Ludueña Romandini. 2013. H.P. Lovecraft, la disyunción en el Ser. Buenos Aires. Hecho atómico.
Luna, Daniel. 2010. Realismo especulativo, preludio para una ontología del presente.
Harman, Graham. 2010. Brief SROOO tutorial.
[1] El concepto de espectro ha ido provisoriamente definido en La comunidad de los espectros y designa entidades incorporales comparables a las sustancias intelectuales de la filosofía medieval; de acuerdo con esto, la teoría del sujeto lovecraftiano que se expone en este libro sería una teoría del sujeto espectral en cuanto su estructura consiste en la conjunción de una multiplicidad de voces en un espacio vacío (ver infra). Respecto de esta ontología, considero importante señalar un dato contextual que hecha luz sobre las afinidades filosóficas del autor y permite comprender las coordenadas de su proyecto de una espectrología: entre las publicaciones de la colección de Miño y Dávila que dirige Ludueña Romandini se destaca en particular la obra de Alexius Meinong, teórico escasamente leído en general, pero a menudo mencionado particularmente en el contexto de la filosofía analítica por su compromiso ontológico con objetos inexistentes. La ontología de Meinong fue originalmente objeto del ataque de Bertrand Russell, quien durante su juventud adscribiera a sus postulados teóricos. En la actualidad son pocos los que reivindican la figura de Meinong. Entre ellos se destacan Terence Parsons, Richard Routley y, a través de éste, Graham Priest. Los tres pertenecen a la tradición anglosajona o analítica de la filosofía comtemporánea. El gesto de Ludueña Romandini de publicar a un Meinong en la misma colección que a un Taubes (figura ineludible para quien quiera referirse a los conceptos de escatología y mesianismo en occidente) se corresponde con la tendencia de algunos pensadores contemporáneos de tender puentes heterodoxos a uno y otro lado de los grandes bloques filosóficos del siglo pasado. Entre estos, si queremos imaginar un paisaje de ascetas que podrían mantener cierta afinidad teórica con Ludueña Romandini, destacaría en particular a Ray Brassier (originariamente vinculado con el “realismo especulativo”, etiqueta por la cual hoy en día ha manifestado su desprecio), quien en Nihil unbound ha trabajado en torno al tema de la extinción cruzando las aguas de las dos tradiciones, y al mencionado Graham Priest, quien en Beyond the limits of thought ha puesto su lógica heterodoxa al servicio de la comunicación entre ambos bloques y que en Towards non-being, sostiene su propia variedad de meinongianismo.
[2] En verdad, Harman atribuye la ocurrencia del nombre "realismo especulativo" a Ray Brassier, pero en la actualidad, de los cuatro teóricos que originalmente participaron en el coloquio así bautizado (Ray Brassier, Graham Harman, Quentin Meillasoux y Ian Hamilton Grant), sólo Harman continúa identificandose a sí mismo por medio de tal divisa.