Acerca del valor del discurso crítico
Acerca del valor del discurso crítico
"Desperté con odio y resquemor;
La sombra de la frustración
Se cierne sobre mi cara.
Resentido y agrio sin por qué,
fui recordando el drama que soñé:
Soñé ser crítico de rock."
Babasónicos, "Camarín".
¿De qué se trata esto? ¿A qué me refiero con inflación? La cuestión tiene que ver con el modo en que se produce y circula la escritura en esta época. Me refiero a la escritura en Internet. Vivimos en un tiempo en el que el espacio donde más se escribe y más se lee es Internet; y el género discursivo que más se practica aquí, el género escrito por excelencia de ésta época, es el comentario. Pero esta abundancia del comentario no se limita a la escritura ni tampoco a las redes digitales, también predomina en la televisión y, en menor medida, en la radio. Especialmente en la primera se ha producido hace años un vuelco hacia el comentario y la cita de archivo que ha dado mayor presencia a la figura del panelista. Este rol puede en algunos casos confundirse con la vieja pero no del todo caduca figura del experto, cuya voz se convoca en razón de un saber específico, pero se diferencia claramente: la figura del panelista no se caracteriza fundamentalmente por la posesión de un saber, sino por la continuidad de un hacer; el panelista no comenta en cuanto experto en tal o cual cosa, sino en cuanto experimentado en la opinión. Y al mismo tiempo, el comentario escrito que circula en redes de Internet y el comentario oral que circula en televisión dialogan entre sí y se citan mutuamente de manera continua. [1]
Hace más de veinte años, a la generación de Adrián Dárgelos nada le importaba menos que tu opinión, hoy, para la mía, es casi todo lo que importa. La pregunta que se impone es cómo considerar el valor de una opinión, puesto que si todas las opiniones valen en cuanto son opiniones, no hay una opinión que pueda valer más que otra cualquiera. Bajo tal condición sólo es posible juzgarla si se la considera en cuanto es también otra cosa distinta que una opinión, como por ejemplo, un acto de habla de una persona famosa, un chiste, un acto de habla de un aliado o de un adversario político, un enunciado remitente a un tópico moralmente condenable o simplemente algo que ofende al interlocutor. De este modo, aquello de lo que habla la opinión, las proposiciones que se afirman, se desplaza hacia los márgenes y va dejando de ser cuestión de debate. Por supuesto, esto no quiere decir que no haya polémica, más vale que la hay, pero bajo estas condiciones la discusión tiende a dirimirse en torno a otras cuestiones distintas a las que plantea el enunciado que suscita la polémica, y que acaso parezca ser objeto de juicio, cuando en realidad lo que se juzga es más bien el acto de enunciación, el gesto de que tal o cual dijera lo que fuere precisamente en esas circunstancias, o que quien quiera que sea haya dicho justo aquello que bajo cualquier circunstancia no se debería decir.
Está claro que el cuadro que acabo de describir es un tanto exagerado. Imaginemos sino un mundo en donde el debate jamás se desarrollara en torno a alguna proposición en particular, sino que cada enunciado remitiera la discusión a las condiciones de enunciación del enunciado que lo precede:
"Ayer leí en Clarín que los hombres de pelo en el pecho son más inteligentes que los lampiños."
"Clarín miente."
"Eso es lo que dicen los K."
"No se puede discutir con alguien que lleva todo a una cuestión de ’K o no K’."
"Yo no estoy discutiendo con nadie, a mí no me interesa la discutir, las discusiones siempre llevan al conflicto."
"Lo que pasa es que vos sos un tibio y no te querés hacer cargo de que acá hay una discusión."
"¿Hacerme cargo? ¿Quién sos, Claudio María Dominguez?"
"¿Me estás tomando el pelo?"
"Miralo vos, como salta. ¿Por qué tanta agresividad?"
"A ver, esto se está yendo por las ramas, no me cambies de tema, estábamos discutiendo si los hombres de pelo en el pecho son más o menos inteligentes que los lampiños."
"O sea que no se puede decir nada que no cuadre dentro de lo que manda el señor, claro. Se te nota la media americana, ¿sabés?"
"Y vos sos un nazi."
"¿Sabés qué? Me ofendiste."
Sostener que ésta fuera la única forma de debate en la Internet, e incluso en la televisión y radio, sería tan absurdo como el mismo diálogo. Pero sí se trata de una forma de debate que convive con otras más pendientes a discutir precisamente aquello de lo que habla el enunciado sujeto a cuestión, en lugar de privilegiar las condiciones y circunstancias de la enunciación. Y aunque acaso constatarlo parezca trivial, no se trata de una convivencia sin conflicto. O mejor dicho, no se trata de un conflicto meramente aparente, en el cual los polos en tensión se reconcilien en una instancia superadora; es la apariencia de tal instancia superadora lo que constituye un riesgo para el pensamiento. Y esa falsa superación consiste justamente en concebir a estas dos maneras de hablar contrapuestas como, a fin de cuentas, nada más que opiniones. Este es un camino por el cual se regresa al punto de partida. Si la lógica de atribuir idéntico valor a todas las opiniones en cuanto opiniones llevaba a una forma de polémica en la que predominan los criterios externos al supuesto objeto del debate, la tensión resultante de la convivencia entre estos modos de discusión y aquellos orientados a criterios internos quedaría relativizada hasta la insignificancia, ante la invocación del idéntico valor de las opiniones como la condición de aparición del conflicto y como la condición de la enunciación de la proposición que constata el conflicto: “Vos te quejás de cómo son las cosas porque opinar es libre y cada quien tiene su opinión, tu opinión es la tuya y la mía es la mía, vos podés decir lo que quieras, pero no podés decirme cómo tengo que opinar ni tampoco vas a decir nada que me vaya a hacer cambiar mi opinión”.
Si a todas las opiniones les corresponde igual valor por ser opiniones, entonces ninguna opinión tiene valor porque no hay diferencia entre ellas; no importa lo que se dice sino el hecho de que se dice. A esta condición de superabundancia de emisión y crisis de valor me refiero como inflación. La pregunta que me ocupa en este ensayo es cómo considerar el valor del discurso crítico bajo condiciones semejantes.
¿Pero qué es el discurso crítico? No voy a ensayar una definición, basta constatar que hay personas que llevan a cabo una actividad que llamamos crítica. Entre las varios modos de esta práctica hay algunas que poseen tradicionalmente cierto privilegio simbólico, y entre ellas se encuentra la crítica literaria. Este privilegio es tal que a menudo se le da simplemente el nombre de crítica. Consideremos para el caso una serie de entrevistas que realizó Virgina Ruano para la revista Tónica a fines del año pasado y que fueron agrupadas bajo el título “Semana de la crítica”. [2] Tres cuestiones importan entre las preguntas: la primera, la posibilidad de que exista algo así como una nueva crítica argentina; la segunda se refiere a la diferencia entre la crítica que evita comprometerse con juicio alguno y aquella, por el contrario, pretende sostener juicios con sus argumentos; la tercera, a la diferencia entre el ámbito académico y el mercado editorial.
La pregunta inicial hace eco de una entrevista de Ezequiel Alemian publicada en el año 2012 por el diario Perfil, titulada “Las nuevas voces de la renovación crítica”. Allí se partía de la premisa de que los entrevistados serían representantes de una nueva crítica advenida bajo el signo de la catástrofe del 2001. La cuestión del juicio de valor y sus criterios también aparece allí, y aparece dejando ver de manera nítida el contraste entre dos modos de la crítica, situados a un lado y otro de las instituciones académicas. Por un lado, Damián Selci, miembro fundador de la revista Planta, reseñista, ensayista, autor de una novela publicada y ex – estudiante de letras, sostiene la necesidad de volver a una crítica que se encargue de juzgar el valor de la literatura: “Una crítica más de escritor, poundiana, que implique preguntarse cuál es la sensibilidad más avanzada en este momento” (Alemian: 2012). Por el otro, Cecilia Palmeiro, especialista en literatura latinoamericana doctorada por la universidad de Princeton, becaria posdoctoral del CONICET, prescinde de la categoría de valor: “No la uso nunca. Los textos que me interesan son textos que producen intensidades y tiran vectores hacia prácticas de transformación social. Me importa qué hace la literatura sobre el mundo, y no al revés” (ibid). La oposición aquí no es entre mercado y academia, como en la entrevista de Ruano, tampoco entre periodismo cultural y academia, sino entre investigadores y escritores. Esta distinción quizás parezca de una meticulosidad innecesaria, pero se trata de una diferencia significativa.
Hay una relación entre los criterios a los que adscriben y el lugar desde el que enuncian a partir de la cual puede inferirse una determinada posición respecto de la propia práctica. Palmeiro inscribe su práctica crítica en el contexto de la investigación académica, dominada por los estudios culturales; Selci en su propia formación como escritor que aspira a formar a otros con su escritura, al igual que lo hicieron con él los textos que considera valiosos.
El criterio de juicio de Selci es válido para aplicarlo a su propia práctica: la crítica para el escritor en formación es, como para el protagonista de su novela, Canción de la desconfianza, una autopregunta. El problema es que se justifica a sí mismo con una petición de principio: yo reconozco a los escritores que me formaron como aquellos que se encuentran del lado de la sensibilidad más avanzada, y yo me reconozco de ese lado al reconocer en mí mismo la capacidad para reconocer esa sensibilidad avanzada. Habría que pensar, de todos modos, si esto es realmente un problema desde el punto de vista del escritor en formación; si acaso una decisión tajante, sin concesiones, acerca del valor del propio discurso no es condición necesaria para siquiera emprender el camino formativo de un escritor. En lo personal creo que probablemente lo sea, pero desarrollar un discurso que pretenda dar legitimidad a esa toma de decisión fundacional como si se tratara de una conclusión en lugar de una premisa, esa no es una necesidad impuesta por la decisión de convertirse en escritor (es un lugar común, al borde de lo trivial, afirmar que todos los escritores que hacen crítica literaria hablan de otros textos para hablar de su propio proyecto, pero no todos los escritores practican la crítica literaria como género). [3] Ahora bien, ¿qué ocurre con el criterio que enuncia Palmeiro?
Antes que nada hay tener en cuenta el uso de la expresión “me interesa”. Si comparamos las respuestas de Selci y Palmeiro en esa nota llama la atención cómo, mientras los enunciados del primero se refieren sin vacilar a un mundo objetivo, las proposiciones de la segunda están restringidas a su subjetividad: uno pretende hablar de un estado de cosas, la otra, de una experiencia. Ese “me interesa” entonces, viene a relativizar el alcance normativo de su criterio, porque se supone que se trata únicamente de sus parámetros personales de selección: lo que le interesa a ella no tendría por qué interesarle a nadie más; el valor de sus intereses, en tanto intereses, es el mismo que el de los de todos los demás. Lo curioso es que Palmeiro hable de su investigación en una institución académica en términos tan subjetivos y que Selci se refiera a su proceso casi autodidacta de escritor en formación en términos de las condiciones objetivas de esa experiencia. El caso es que por más que Palmeiro lo relativice como una cuestión de intereses personales, se está refiriendo al criterio de selección de corpus que emplea como crítica-investigadora. Y enunciar el rechazo de la categoría de valor no basta para abandonar realmente el juicio de valor: que el criterio de selección de un corpus por parte de un crítico presupone un juicio ya era una premisa metodológica de la crítica romántica, y recientemente ha sido un argumento de Graciela Speranza, justamente, en respuesta a una reseña que Selci hiciera de un libro de Beatriz Sarlo, en donde la acusaba de evitar todo juicio, de leer desde un marco de referencia caduco y, en definitiva, de practicar un pluralismo banal sin decir ni hacer nada relevante más que firmar con su propio nombre. [4]
Entonces, si reconocemos que los denominados intereses a que se refiere Palmeiro constituyen un criterio de juicio, ¿qué ocurre si aplicamos esos criterios a la pregunta por el valor de la crítica? Consideremos: ¿qué intensidades produce y qué vectores hacia prácticas de transformación social tiran las maneras las operaciones de la crítica en la actualidad? Si a uno le importa, como dice ella, ver qué hace la literatura sobre el mundo y no al revés, es probable que no encuentre mucho de valor en la literatura de los estudios culturales: una y otra vez se constata cómo los acontecimientos del mundo ponen en marcha una transformación en la literatura crítica, pero no cómo ésta cambió algo en el mundo del que habla. Y es así porque la relevancia estratégica de los estudios culturales en los campos de disputa políticos que identifican como su espacio de indagación e intervención es mínima en relación a la acción política directa. Justamente en otra entrevista, publicada el blog de editorial Iberoamericana Verbuert, Palmeiro dice que le interesa en particular tener contacto con los actores del campo que investiga, pero ella no se cuenta entre los mismos: los actores son los otros. ¿Cuál es el papel que cumple esta figura del crítico entonces? No se trata de una pregunta retórica.
Este punto ciego en el criterio enunciado por una investigadora no es un caso excepcional. Es un elefante en la habitación. Como reconoce Jerónimo Ledesma en su reseña de Pequeña ecología de los estudios literarios de Schaeffer, publicada hace algunos meses en Ex-Libris, la revista del departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires, la cuestión de los criterios que fundamentan al discurso crítico acerca de la literatura es más bien marginal en los espacios de intervención académica. Quizás podría objetarse que las preguntas relativas a la fundamentación de un marco teórico no son relevantes en relación a los problemas que se discuten al interior del mismo; pero la pluralidad de debates en curso y de marcos teóricos particulares hace necesaria la discusión acerca de las relaciones conceptuales entre dichos marcos y acerca de los criterios de juicio que orientan la elección de un marco en lugar de otro. [5]
La escena que se dibuja entonces es, a mi juicio, la siguiente: por un lado, en ese teatro que llamamos “la vida cotidiana” y que día a día se sobreimprime con Internet, prolifera el comentario regimentado por la lógica de la opinión como opinión; por otro, lejos del mundanal ruido, predomina una lógica de debates académicos que se autolegitiman simplemente por ser debates y por su escenario institucional; sin embargo, en ninguno de los dos contextos se puede juzgar el contenido de las opiniones ni el de los debates, un juicio tal, en “la vida cotidiana”, vale simplemente como otra opinión, en el espacio académico, con fortuna, constituye un debate más, tan aislado como cualquiera de los otros que pueden tener lugar luego de la exposición de una serie de ponencias en un congreso. En este contexto, la insistencia sobre el juicio de valor en la crítica es una manera de afirmar el valor del discurso propio.
Consideremos al respecto la diferencia en el modo de plantear la pregunta sobre el juicio en la entrevista de Perfil del 2012 y en las entrevistas de Tónica 2013. En la entrevista de Alemián la pregunta es si los críticos le asignan algún lugar al juicio de valor; en cambio Ruano pregunta dónde consideran que hay lugar para una crítica argumentada, en contraposición a una “mera” crítica descriptiva o “reseña friendly”. En la manera de formular la pregunta ya está presente un juicio de valor, ya se enuncia un criterio normativo de lo que debe ser la crítica. ¿Cuáles son los parámetros de este juicio? Se sitúan en un interregno entre la ética, la estética y la política: una ética de la autenticidad (máxima: el crítico no debe ocultar sus juicios), una política del conflicto (máxima: la armonía es una negación del debate, y por lo tanto, de la política) y una estética de la fuerza (máxima: aquello que carece de la intensidad para sostenerse a sí mismo es una sombra despreciable). Esta es la pregunta que verdaderamente estructura la entrevista de Ruano; la “nueva crítica” aquí es eso: una crítica que sostiene juicios de valor con argumentos, no sólo dispuesta, sino ansiosa de debatir acerca de esos juicios; precisamente el tipo de crítica que se supone que se practica en Tónica (un caso ejemplar: la reseña que hizo Leticia Marin de Un género como cualquier otro, de Facundo García Valverde). En este sentido, la pregunta acerca de si hay lugar cuando pregunta si hay lugar para la nueva crítica en la academia o en el mercado, presupone la idea de que, en principio, esta nueva crítica está en un lugar que no es la academia ni es el mercado (editorial). Y está claro que este lugar no son los cafés ingleses del siglo XVIII. La oposición que verdaderamente se presenta aquí no es la banal “academia vs mercado editorial” ni la acaso indiscernible “academia vs periodismo”, de cuyos límites difusos se reía socarronamente Jorge Panesi en ocasión de la presentación del décimo número de la revista académica digital Orbis Tertius. La oposición es entre una crítica que nace y vive en Internet y todo el resto. Es esta crítica, la que convive más de cerca con el comentario ridículo que se da gran importancia por ser la opinión de quien lo emite, la que es movida más inmediatamente por la necesidad de autodeterminarse o callar.
Pero hay un flanco abierto aquí. La voluntad de juicio crítico, como puede llamársela, aspira a diferenciarse de dos modos del discurso, la opinión y la erística académica (el debate por el debate), cuyo sistema de valor se funda en una misma ideología del lenguaje que reduce sin mediación el decir al hacer, monismo pragmatista sería quizás un nombre apropiado para ella. Una premisa de esta ideología sería que todo discurso es nada más que una acción; otra premisa, que toda acción tiene un fin estratégico en relación con los intereses del sujeto agente; y otra más, que todo sujeto agente obra en interés de habitar un espacio como propio, dicho de otro modo: ocupar un territorio. [6].
Desde este punto de vista, cada vez que se enuncia una opinión, se trata ante todo una manera más o menos efectiva de hacerse presente en un escenario, de llamar la atención sobre sí mismo y un intento de conquistarse un lugar para sí; y cada debate es una comunidad de discutidores, que actúa ante todo en función de su propia continuidad.
El peligro al que se enfrenta esta “nueva crítica” es que su propio afán de autodeterminación la encierre en el círculo de las mismas prácticas de las que pretende diferenciarse, pues esas prácticas son la ideología, es decir el conjunto de convenciones tácitas, que determina las condiciones de enunciación desde donde se enuncia esta crítica (condiciones a las que este artículo también está sujeto, obviamente). Entrevistado por Ruano, Nicolás Mavrakis dice “te piden que seas bueno en el sentido banal de la bondad y aprietes ‘me gusta’” (Ruano: 2013); debajo de la nota, un lector comenta que los críticos agrupados en torno a las publicaciones del CEC (base de operaciones de Mavrakis y Terranova) no dejan de hacer campaña por Facebook para que les den “me gusta”. Pero en realidad no hay ninguna contradicción entre el enunciado de Mavrakis y las estrategias de difusión que utilizan las revistas en donde participa. Mavrakis no impugna allí la práctica más elemental de difusión utilizada en la actualidad, sino el hecho de basar un juicio moral en dicha práctica; allí está la banalidad, no en enviar invitaciones a poner “me gusta”.
Dicho de otro modo, el peligro que corre esta nueva crítica es que no pueda hacer otra cosa que encerrarse dentro del límite que hace objeto de su crítica apenas entra en escena. Pero se trata de un riesgo, no de una fatalidad. Ese riesgo determina el horizonte de toda crítica que se proponga reflexionar sobre su propias condiciones. [7]
No se puede ignorar que esta ideología es la ideología de los espacios desde los que enunciamos, y como tal, forma parte de nuestras condiciones de enunciación; lo que no hay que admitir es la creencia de que no es posible pensar más allá de estas condiciones y que, por lo tanto, toda crítica de las mismas no es más que puro teatro. Conceder eso sería otorgarle a la crítica el lugar de máxima ideología, una especie de ídolo soberano capaz de dictar la medida de todas las demás ídolos.
En la entrevista de Alemian, Selci enfatiza la importancia de ser capaz de encontrar lo nuevo antes que juzgarlo. Si la crítica no es más que una ideología que legitima la creación de su propio espacio de poder, no es posible que ella encuentre nada que ella no haya concebido en primer lugar. Bajo esas condiciones lo nuevo no existiría, y sin embargo, poseemos conceptos que dan cuenta de la intromisión de algo inesperado que de cuando en cuando interrumpe el espectáculo de nuestro mundo construido a la medida de nuestras convenciones de lo contrario. Poner en marcha el pensamiento para poder dar cuenta de esos puntos ciegos por donde entra el mundo desconcertante donde imaginábamos que sólo había un abismo ontológico es una condición necesaria para que la aparición de lo nuevo deje de ser confundida con la innovación trivial (“¡pero el sombrero es nuevo!”) y con la niebla mística entre cuyas figuras reina hoy la catástrofe.
Bibliografía:
Alemián, Ezequiel. 2012. “Las nuevas voces de la renovación crítica”, en diario Perfil 27/5/2012. Buenos Aires. Perfil. http://www.perfil.com/ediciones/cultura/-20125-680-0020.html
Brassier, Ray. 2010. “Concept and objects”. En Levi Bryant, Nick Srnicek y Graham Harman, eds. The speculative turn. Continental materialism and realism. Victoria. Re-Press.
http://www.re-press.org/book-files/OA_Version_Speculative_Turn_9780980668346.pdf
Gerbaudo, Analía. 2013. “Funciones y sentidos de la Teoría literaria. Una conversación entre
Josefina Ludmer y Walter Mignolo”. En revista Badebec, vol.3 n°5. Rosario. Centro de estudios de teoría y crítica literaria. http://www.badebec.org/badebec_5/sitio/pdf/08_colaboracion_Gerbaudo.pdf
Ledesma, Jerónimo. 2013. “La academia literaria en debate”. En revista Exlibris n° 2. Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. http://www.filo.uba.ar/contenidos/carreras/letras/exlibris/contenido/2-res6-Ledesma.pdf
Padilla, José Ignacio. 2012. “Cuestionario, Cecilia Palmeiro. Desbunde y felicidad”. En el blog Iberoamericana/Vervuert. Madrid. Iberoamericana Vervuert. http://blog.ibero-americana.net/2012/09/19/cuestionario-cecilia-palmeiro-desbunde-y-felicidad/
Panesi, Jorge. 2005. “Los dos tiempos de la crítica”. En revista Orbis tertius vol. 10, n° 11. La Plata. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Plata. http://revistas.fahce.unlp.edu.ar/index.php/OT/article/view/OTv10n11a01/3862
Ruano, Virginia. 2013. “Semana de la crítica”. En revista Tónica. Buenos Aires. CEC. http://revistatonica.com/category/semana-de-la-critica/
[1] No incluyo aquí el comentario oral de los videologs en internet por ser más marginal en cuanto a su diálogo con lo que circula por otros canales institucionalizados de comunicación, condición que se constata en su escasa presencia en el sistema de citas mutuas que se ha desarrollado entre Facebook, Twitter y la televisión; también hay que reconocer que hoy en día casi todos los canales de televisión circulan, ellos mismos, en Internet, sin embargo es obvio que el formato de emisión sigue siendo suficientemente distintivo como para diferenciarlos del resto de los fenómenos de comunicación por redes digitales.
[3] Es probable que la crítica más atenta que se haya escrito hasta ahora sobre las estrategias argumentativas de Selci sea el ensayo de Mariano Perez Carrasco titulado “Los ideólogos del municipio”, en donde discute las operaciones de lectura que Mazzoni, Kesselman y Selci llevan a cabo en La tendencia materialista. Antología crítica de la poesía de los 90; llama la atención, por cierto, que un ensayo que invita al debate con juicios y argumentos claros, tal como los críticos de Planta suelen exigir y profesar, no haya provocado respuesta alguna; hay que admitir, sin embargo, que los tiempos de Internet nos han malacostumbrado a creer que los tiempos del debate intelectual tienen su misma cadencia. http://hablardepoesia.com.ar/numero-27/los-ideologos-del-municipio-filosofia-y-politica-en-la-poesia-argentina-de-los-%C2%B490/
[4] http://revistaotraparte.com/semanal/discusion/a-proposito-de-el-problema-del-juicio-sobre-ficciones-argentinas-de-beatriz-sarlo-de-damian-selci/
[5] Cfr. el artículo de Martín Azar en este mismo número
[6] Es en este sentido que hay que entender la idea de Josefina Ludmer de pasar de la crítica literaria al activismo cultural. Sin embargo, no se trata de la transformación de una práctica, sino de la adopción de una nueva denominación (a mi juicio, más adecuada) para referirse a lo mismo que ya se venía haciendo. En un artículo del año pasado, Analía Gerbaudo analiza una discusión entre Ludmer y Walter Mignolo que tuviera lugar en un seminario de teoría literaria de 1986. En ese debate se contraponen la perspectiva de un proyecto de estudios literarios académicos orientados según la lógica de las comunidades de investigación científica, y otro, suscrito por Ludmer, que concibe a la teoría y la crítica como una caja de herramientas sin fondo en la disputa política y el espacio académico como un territorio más en disputa. Es correcto el argumento de Ludmer según el cual las condiciones institucionales convertían la idea de comunidad académica en una fantasía, anulando el fundamento del proyecto científico al que suscribía por entonces Mignolo. Sin embargo, lo que la propia Ludmer reconocía como una práctica en el umbral de la academia y su exterior se consolidó con el correr de los años en el paradigma de la crítica académica una vez que se hubo consolidado una comunidad académica. En ese contexto, la utopía del activismo cultural probablemente sea algo así como la comunidad que describe Fernando Montes Vera en su novela La masacre de Reed College
[7] Al respecto, cfr. Brassier. En los últimos siete años se ha puesto en marcha un debate en torno a los presupuestos ontológicos y epistemológicos que subyacen a las diferentes concepciones constructivistas que suelen identificar las limitaciones gnoseológicas de la razón con la ontología del mundo. En su artículo “Concepts and objects”, Brassier presenta una crítica de la estructura que suelen adoptar los argumentos en favor de esta correlación infranqueable entre sujeto y mundo. Una crítica de estas ontologías -sostiene- es una condición necesaria para llevar a cabo una crítica ideológica que no confunda la metafísica con la política. Volveré sobre este debate, a cuyos principales protagonistas me he referido al pasar ya en “Las fuerzas extrañas”, en un artículo futuro.