Revista Luthor, nro. 58 (mayo 2024) ISSN: 18573-3272
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La pasión según Saussure
Notas para una lingüística dibujada
Gabriela Milone
En el invernadero del castillo de la familia Saussure, en 1996, florece una caja de manus-
critos. Entre ellos, uno muy especial: la historieta Las aventuras de Polychtytus. Este ha-
llazgo dispara una pregunta simple: ¿por qué dibuja Saussure? Con la hipótesis de una
lingüística dibujada, seguiremos las pistas de una pasión sostenida por la teoría y la
imaginación.
* * *
Si nadie confunde al estudioso de la literatura y al filólogo,
que se hallan muy próximos, en cambio es muy [].
Ferdinand de Saussure (2004, p. 157)
Por suerte -o por milagro, como se prefiera- aún quedan algunos enig-
mas. Ferdinand de Saussure acaso sea uno de ellos: una interrogación
que se reconcentra en un nombre propio (S-a-u-s-s-u-r-e) y que se au-
menta -directamente proporcional- en oposición a lo que se cree saber
de él (muy poco, por no decir casi nada). Se afirma saber que hubo alguien
llamado Ferdinand de Saussure, un profesor muy serio, de nacionalidad
medio confusa, del que se afirma que escribió un curso, olvidando -o
quizá neutralizando- el tesoro de ideas que condensa una voz escrita. Se
quiere creer que hubo algo así como un Padre de una cosa llamada Lin-
güística, disciplina a la que se le otorga un carnet de nacimiento y la deli-
mitación de un área de pertenencia, a la que se accede -exageramos- en-
señando mantras estabilizadores de ideas saussureanas (ideas que si las
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dijo convencido o no, no lo sabemos; sólo sabemos, sí, que no las escri-
bió). Mantras de este tipo: que el lenguaje es … [completar], que el signo
es [completar], que la lengua es [completar]. Heteróclito, multiforme,
arbitrariedad, forma, sustancia: la masa amorfa de nuestras jaculatorias
lingüísticas están ahí, nunca mejor dicho, en la punta de la lengua. Así,
creemos saber lo que aprendimos en nuestros trayectos académicos le-
yendo -con suerte- el denominado Curso de lingüística general.
Repetimos, acaso olvidando la maravilla que nace en cada perspectiva, el
punto de vista que determina el objeto. Repetimos, acaso desatendiendo
la suspicacia de las oposiciones, que la lengua es forma y no sustancia.
Pero hay algo que aprendimos también del pillo de Saussure, de su re-
celo, de su continua puesta en duda: eso que aprendimos -ojalá- es algo
del valor. Las monedas, las piezas del ajedrez, la hoja de papel: las figuras
se nos vuelven a la memoria; se nos vuelven también indispensables para
evocar esas ideas. Lo que vale (una cosa por otra, su equivalencia pero
sobre todo su inequivalencia) es algo que sabemos también (pero con ese
otro contemporáneo maldito de Saussure, el mismísimo Nietzsche) que
se trata de una cuestión de posición, o sea, de poder (Saussure no lo dice
así, claro; pero quizá sería plausible de pensar que podría haberlo pen-
sado así si lo leemos, finalmente, a él, al pie de su letra, al ras -con la
perspectiva de la rana nietzscheana- de su idea del punto de vista que
crea).
Ahora bien, si hay algo que podemos afirmar, leyendo no el Curso de lin-
güística general (ese artificio de escritura de ciertas clases, artificio reali-
zado por los muy pocos alumnos, hoy diríamos fans, que asistieron a esas
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aulas ginebrinas)
1
sino los Escritos sobre lingüística general (ese hallazgo
de la escritura de un torturado, de uno que deja sin concluir una inmensa
cantidad de frases, como la que usamos de epígrafe, que no encuentra -
o se queja continuamente de no encontrar- un punto de apoyo para esa
sustancia resbaladiza como se le figura continuamente la lengua) es que
no hay seguridades en este terreno y que todo pareciera estar aún a la
espera de ser pensado. Los Escritos florecen en una caja que se encontró
-recién en 1996- en un invernadero de una suerte de castillo, en Ginebra,
de la familia De Saussure. Una familia -digamos que aristocrática- que
“en cada generación generó un número sorprendente de eruditos, escri-
tores y artistas” (Arrivé 2017 p. 30). Así, la familia cuenta con estudiosos
de todos los gustos: naturalistas, alpinistas,
2
geólogos, químicos, mine-
ralogistas, traductoras, educadoras (los femeninos de estas dos últimas
1
¿Sabemos que la primera traducción del Curso fue realizada al japonés en 1928 (trad.
H. Kobayashi)? Este es uno de los tantos datos que hallamos en la completísima bio-
bibliografía que hace Tullio de Mauro para acompañar su traducción del curso al italiano
(cuya primera edición fue en 1967). Al castellano, habrá que esperar que Amado Alonso
llegue a Buenos Aires a hacerla y la publique en Losada en 1945.
2
Robert Macfarlane (2020) en Las montañas de la mente: Historia de una fascinación
cuenta la proeza de Horace-Bénédict de Saussure (1740 -1799), conocido como quien
funda la disciplina del Alpinismo haciendo cumbre en el Mont Blanc. Horace-Bénédict
escribe sus viajes alpinos (siete) en un libro titulado Voyages dans les Alpes, que cuenta
con cuatro volúmenes y que habría sido un material fundamental para el también gine-
brino Rodolphe Töpffer (1799-1846), considerado Padre de la historieta moderna, autor
de Viajes en zigzag (1844). Este último habría sido una influencia importante para el jo-
vencísimo Ferdinand que dibuja su única historieta, Las Aventuras de Polytychus -como
afirma su padre- a la Töpffer.
Padre del Alpinismo, Padre de la Historieta, Padre de la Lingüística: las paterni-
dades y las disciplinas se llevan bien, lo sabemos. Pero nosotras nos permitimos el ejer-
cicio de la imaginación: pensemos a ese joven Ferdinand frente a los cuatro tomos de
su antepasado alpinista, por un lado; y por el otro (como los buenos vecinos de todas
las bibliotecas) los dibujos de la historia Viajes en zigzag de Töpffer. Aventuras, glaciares,
pendientes, cumbres, ríos, todas esas figuras estarán a la mano, literal, en el dibujo
saussureano que pensará la lengua -lo veremos- como una morena de glaciar: capas
temporales, franja ubicada al pie de ese hielo glacial que se erige sin tiempo y que, sin
embargo, crece.
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áreas no son errores), hasta un historietista que no es ni más ni menos
que el mismísimo Ferdinand, quien dibujó a sus 17 años la historieta Las
aventuras de Polytychus. Este prodigio data del año 1875 aunque su ha-
llazgo se realizó en 1996 (en esa misma caja de manuscritos encontrada)
y que conocemos gracias a la edición que Sémir Badir realizó para el
Cahier de L'Herne dedicado a Saussure en 2003.
3
Polytychus es un personaje algo extraño, una especie de aristócrata que
se aburre en Atenas y que es advertido por un amigo adivino de que ha
descuidado sus sacrificios a los dioses. Así comienza la aventura:
Polytychus decide romper con ese estado de cosas y planea aventurarse,
para lo cual se hace de un ayudante -llamado Hypurge-, a quien da una
serie de indicaciones para la preparación del recorrido. No contaremos
aquí la historia de la historieta, sólo basta para nuestro fin decir esto:
todo en las aventuras se paga. Veremos a estos dos personajes, al mejor
3
Las aventuras de Polytychus ha sido por primera vez publicada en formato libro en 2024,
en traducción del francés al castellano realizada por Hernán Camoletto y Gabriela Mi-
lone, editada por Amphisbaena en Córdoba, Argentina.
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estilo Don Quijote y Sancho Panza, pasar por múltiples cuitas en su de-
rrotero: encuentros deseados y no deseados, aduanas, diversos sacrifi-
cios y frustradas iniciaciones. Baste también para nuestro afán decir esto:
dos mundos colisionan en la historieta. Polytychus está en Atenas pero
su siglo es -parece- el siglo XIX. Lo que se evidencia con crítica y sorna es
la distancia entre los dioses griegos de antaño, a quienes se ofrendaban
sacrificios para pedir favores y cuyas concesiones podían llegar a produ-
cirse pero no sin muestras de caprichos y maldades divinas; y el dios del
dinero de su contemporaneidad, extraña entidad que se manifiesta en
máquinas cuya velocidad -como en Tiempos Modernos de Charles Chaplin-
parece imprimir en todas las cosas una sola ley: time is money. Hay una
suerte de sobreimpresión de mundos en la historia: dioses y máquinas,
sacrificios y monedas, ofrendas y acreedores, creencia y valor. Polytychus
debe avivarse ante las -ahora- tretas de las iniciaciones rituales porque
ese será el modo de manejarse en el -ahora- mundo de las deudas y las
cobranzas. Todo esto parece sugerirnos que hay algo que se impone de
manera insoslayable: la cuestión del valor. No solamente se habilita la
pregunta por qué es lo que vale en un sistema, sino que fundamental-
mente se pregunta por la equivalencia: qué vale en relación a qué otra
cosa. Y podríamos también decir, a riesgo de tensionar de más la contem-
poraneidad de Saussure y Nietzsche, que esta pregunta por la equivalen-
cia de elementos en un sistema conlleva necesariamente también la in-
terrogación por las posiciones de valor en determinada axiomática: quién
otorga valor, cuáles son los límites y cuáles los alcances de este sistema,
en suma, cómo funciona y quién regula esa lógica. Quizá sea esta suerte
de cambio de tablero en las posiciones de valor lo que produce un fuerte
impacto en Polytychus y que lo experimenta ante la sentencia del “Time
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is money” que figura en la historieta. En este mundo, los sacrificios a los
dioses han experimentado una mutación: se han simplificado gracias a la
técnica y ahora deben ser pagados con sumas discrecionales de mone-
das. Vemos que la historia continuamente nos muestra a un personaje
que, gracias a haber salido del tedio para asumir el riesgo de la aventura,
ha alcanzado un saber orientador en este nuevo mundo, esa equivalencia
entre tiempo y dinero que la máxima condensa.
Ahora bien, ante este hallazgo de la historieta (y sus posibles interpreta-
ciones), la fascinación no debería impedirnos hacer una pregunta simple:
¿por qué dibuja Saussure? Si bien hace tiempo insistimos en esa inquie-
tud,
4
es con la noticia de la historieta que podemos avanzar en la intriga.
5
4
Por caso, remitimos a: “Notas para una eventual lingüística dibujada”, Chuy. Revista de
estudios literarios latinoamericanos (Vol. 8 Núm. 11), 37-58. https://revistas.un-
tref.edu.ar/index.php/chuy/article/view/1212/1013
5
Algunas de estas ideas están desarrolladas en “Las aventuras del Lingüista”, epílogo a
Las aventuras de Polytychus de Ferdinand de Saussure (Editorial Amphisbaena, Córdoba,
2024).
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En la presentación que realiza Badir para la edición ya mencionada del
Cahiers, se incluye una carta escrita por el padre de Saussure en donde
dice de su hijo que “tiene ese talento innato de expresar sus pensamien-
tos a través del dibujo” (en Saussure 2024, p. 7). ¿Acaso no es con esta
idea que podemos re-leer (o, mejor, volver a mirar) el tesoro del dibujo
del reino flotante que figura en el Curso de lingüística general, ahí donde A
y B, aire y agua, entran en contacto?
6
¿Es Saussure el que dibuja? Diga-
mos, al menos, que Saussure dibujó; y aunque no sepamos quién fue el
que copió ese dibujo del pizarrón de esa aula ginebrina donde el profesor
desplegaba su pensamiento figurativo sobre la lengua, le debemos el
prodigio de haberlo reproducido con su propia mano en algún papel
(que, por suerte, fue salvado por la imprenta, esa otra quina del
tiempo). Que a Saussure le gustaba dibujar, lo sabemos por la edición de
los Escritos (que reproduce múltiples y fascinantes dibujos del lingüista,
como veremos más adelante) y por el hallazgo de la historieta. Pero tam-
bién lo podemos llegar a saber por quienes han accedido a sus manus-
critos, al parecer plagados de dibujitos en los márgenes.
7
Lo cierto es que,
a partir de las citadas palabras del padre,
8
podemos entender quizá un
poco más: Saussure dibujaba por ese talento (esa pasión) que algunos
tienen, ese de expresar pensamientos por medio de dibujos. ¿Cómo, si
no es por el dibujo, se podría con-figurar aquella idea de la lengua como
6
Sobre este re-mirar y re-pensar el esquema del reino flotante, remitimos al ya mencio-
nado artículo “Notas para una eventual lingüística dibujada”; pero también a su revisión
(a la luz del ritmo y la natación) en “Reino Flotante”. Livros ICNOVA, 2432. https://cole-
caoicnova.fcsh.unl.pt/index.php/icnova/article/view/144
7
Agradezco muy especialmente a Estanislao Sofía por mostrarme algunos de esos di-
bujitos (entre los cuales hay uno fascinante de un profesor de griego, personaje que -al
parecer- irritaba a Saussure por un taconeo que hacía en el suelo mientras impartía sus
clases).
8
¿También pensamos en la contemporaneidad de Saussure y Kafka? Sí, pero.
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pensamiento organizado en la materia fónica? Junto a los dos planos de
líneas ondulantes hay un pedido muy especial: un pedido de imagina-
ción; porque no olvidemos que cuando Saussure dibujó (junto a la mano
que copió el dibujo de la pizarra) esas ondulaciones del aire y del agua,
acto seguido (nos) pide que imaginemos esta escena. Dice: “Imaginemos
el aire en contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosfé-
rica, la superficie se descompone en una serie de divisiones, esto es, de
ondas” (Saussure 1945, p. 192). La imagen puede sernos familiar, pero el
dibujo de las ondas que busca con-figurar la idea de ensambladura de
pensamiento y materia fónica es una extrañeza, porque no se trata de
una ilustración ni de un esquema sino de una figura que hace emerger la
idea de sus trazos. Algo aparece que antes no estaba: de la ensambladura
de trazos emerge una idea. La lingüística hace teoría porque dibuja, es-
tamos tentadas a decir. Incluso más: la teoría es posible porque imagina.
Aparece así la pregunta por la importancia de la imaginación para la teo-
ría, de las figuras para la emergencia del pensamiento, o aún más: de la
ficción para la pregunta por la lengua. Es asombroso ver cómo emergen
de y con dibujos una gran cantidad de figuras para la lengua; y ver sobre
todo cómo emergen incluso ante su dificultad, su puesta en duda, su des-
valorización. Esto puede observarse en un pasaje de los Escritos, cuando
(quizá respondiendo a algunas críticas) Saussure juega irónicamente con
la exclamación “¡no más figuras!” para responder con una certeza: “pros-
cribir la figura es creerse en posesión de todas las verdades” (Saussure
2004, p. 209). Entonces: 1) las figuras no pueden prohibirse en la teoría
porque las verdades faltan; 2) las figuras proliferan porque la teoría re-
cién empieza; 3) figurar es teorizar, teorizar es dibujar. Así, dibujo, figura
y fabulación se encuentran en una misma pasión teórica por la lengua.
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Entre las figuras que podemos aislar, insistamos en aquellas que, como
dice Saussure, “mediante observaciones geográficas (...) se ha hecho luz
en lingüística” (2004, p. 275).
9
Hagamos entonces el ejercicio de mirar la
extrañeza de un dibujo de imaginación geográfica que está en la página
160 de los Escritos:
Estamos ante el dibujo de un glaciar, en donde la franja de la derecha
dibuja una morena, de la cual se afirma: “así, dada una lengua, no se
puede decir hasta cuándo durará, pero se puede estar seguro de que re-
monta tan lejos como sea posible y que trae sus materiales de la más
profunda antigüedad, como una morena de glaciar” (Saussure 2004, p.
160). Hermosura: la figura del glaciar y su morena, expuesta a la letra y
en dibujo, emerge para no aplanar el misterio de la lengua que radica en
su vida, una vida rara. Material ancestral, profundidad de los tiempos, ar-
canos glaciales: la lengua no se deja aprehender si no es (en parte) por
9
Claro que sabemos que estamos haciendo una lectura (poética, digamos) y no un es-
tudio (estricto, digamos también) de Saussure. Esta imaginación geográfica que evoca-
mos es algo que en esta cita puntual está en auxilio para pensar el fenómenos de los
dialectos, pero que también estará vigente a lo largo de los Escritos para pensar (para
fabular) el origen de la lengua (hecho fabuloso si los hay entre las reflexiones lingüísti-
cas). Por otro lado, también vale mencionar que Arrivé (2017) sugiere que la imagina-
ción geográfica y la fabulación alpinista de Saussure puede haber estado activa por sus
antepasados que se dedicaron a esas aventuras. Y, por último, puede ser tedioso el
gesto continuo de reenviar a trabajos previos, pero valga en este caso por la necesidad
de mostrar (de contar) una insistencia (una obsesión) de nuestro trabajo de lectura de
Saussure (cuya escritura espera -creemos- aún ser leída), a saber: la búsqueda por abrir
un campo de reflexión indisciplinar para la lingüística. Y, en consecuencia, la emergencia
(en la que nos encontramos trabajando) de una lingüística indisciplinar, imaginada, ma-
terial, poética, inespecífica. Remitimos, entonces, al artículo: “Por una lingüística inespe-
cífica: la inquietud ancestral de la voz”. AISTHESIS (72), 168-182. https://revistaaisthe-
sis.uc.cl/index.php/RAIT/article/view/45195/45587
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una figura que se dibuja. Necesita de esa figura dibujada porque ese mis-
terio está escondido en el fondo de los tiempos. Saussure lo sabía bien, y
casi hablándonos en la lengua actual de nuestras preguntas teóricas,
afirma: “la práctica impone el anacronismo y la confusión de épocas”; y
más adelante dice: “los elementos que abstraemos, a los que damos fic-
ticiamente existencia pura, vivían solamente en el seno de las formas an-
teriores” (Saussure 2004, p. 167 y p. 172, respectivamente. Las cursivas
son nuestras).
Glaciar, forma anterior: el dibujo expresa una fábula teórica, esa que
afirma que en la lengua lo que cuenta es un tiempo sin conteo, una suerte
de sincronía que se enfrenta a una práctica singular de anacronismo. Las
capas de tiempos están in presentia y es ahí donde está -creemos- la ma-
yor pasión de Saussure, esa que quedó anotada en un papelito que flore-
ció en la caja del invernadero: “un día habrá un libro especial, que sería
muy interesante escribir, sobre el papel de la palabra como principal per-
turbadora de la ciencia de las palabras” (Saussure 2004, p. 147). En el pro-
yecto de ese libro no escrito, de esa escritura en potencia (virtual, glacial,
como la lengua misma), la pasión perturbadora y perturbada de la pala-
bra (que es por y para la palabra) activa a su vez la pasión de dibujar, de
figurar, de fabular.
“La lengua tiene una historia”, dice Saussure (2004, p. 130), pero no podrá
ser entendida en rminos de rupturas y sucesiones sino en una trama
continua y fluida. Los glaciares figuran ese anacronismo y esa confusión
temporal. La lengua, como morena, remonta una materialidad confusa.
No hay lengua-madre ni lenguas-hijas. Nadie se acostó diciendo buenas
noches en latín y se despertó diciendo buenos días en francés, afirma
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Saussure con su humor característico (2004, p. 136). En estado glaciar, la
lengua muestra a sus pies la oscuridad de su materia, temporalidad es-
pectral que desafía toda idea de vida orgánica.
Ahora bien, por ejemplo, se sabe que los minerales pueden ser observa-
dos ya sea desde su constitución química o ya sea desde su aconteci-
miento histórico. Así es como se ejemplifica el famoso punto de vista: el
mineralogista no considerará su piedra como el geólogo, ya que uno verá
su sustancia química mientras que el otro buscará explicar su formación
en el tiempo. Pero Saussure duda, siempre: “¿Tenemos que decir nuestro
íntimo pensamiento? Es de temer que la visión exacta de lo que es la len-
gua conduzca a dudar del porvenir de la lingüística” (2004, p. 87). Pensar
la lengua es saberse ante la inminencia continua de una trampa. Porque
“si la unidad es siempre imaginaria y lo único que existe es la diferencia”,
tal como sostiene el más nietzscheano de los Saussure (2004, p. 84), ha-
brá que tener cuidado de no caer en la emboscada de las analogías, en
esa suerte de pacificación que la semejanza figurativa conlleva para la
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teorización. Más bien, habría que impulsarse desde los resortes en ten-
sión que dibujan las figuras: “estamos profundamente convencidos de
que quienquiera que pise el terreno de la lengua se ve abandonado por
todas las analogías del cielo y de la Tierra” (Saussure 2004, p. 196).
Cuando la pasión es la teoría, la lengua es un terreno minado de trampas;
pero las trampas no suponen sólo la caída para una presa, antes son re-
sortes que unas manos han tensado para obtener algo. Las trampas pue-
den ser, antes que nada, una posibilidad.
De las figuras no podemos prescindir porque, en tal caso, ya sabemos,
creeríamos que tenemos las verdades. Bien lejos de Saussure está ese
cáliz de la arrogancia. Por el contrario, contamos con una clara adverten-
cia desde la primerísima nota al pie de la Introducción del Curso de lingüís-
tica general: “Hay ciertas imágenes de las que no se puede prescindir.
Exigir que uno no se sirva más que de términos que respondan a las reali-
dades del lenguaje es pretender que esas realidades ya no tienen miste-
rio para nosotros” (Saussure 1945, p. 45). El misterio que apasionaba al
profesor (que buscaba no ocultar ni mucho menos aplanar), aquí además
se conjuga con el misterio que nos apasiona a nosotras: ese que se en-
trega a la fabulación y se pregunta por quién habrá decidido que esa re-
flexión tuviera que estar en un lugar específico de la página, al pie. La
lingüística -su misterio- se ubica al pie de esa morena de glaciar que es la
lengua. También la filología, dice Saussure (2004, p. 157), es un comenta-
rio que se inscribe “al pie de una literatura”. Y ese misterio, su pie, por
suerte o por milagro, persiste en los vacíos de las frases inconclusas. Los
corchetes que abundan en los Escritos para todas esas oraciones que no
fueron finalizadas son (ese sería nuestro más íntimo deseo) una indica-
ción para seguir los rastros hacia ese momento en el que uno (digamos,
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Saussure) levanta la cabeza y fabula los trazos con los que dibujará, una
vez más, el misterio de la lengua.
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