Revista Luthor, nro. 60 (junio 2025) ISSN: 18573-3272
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Literatura y subjetividad
La emergencia del sujeto en la escritura literaria
Fabián Gabriel Mossello
A partir de su experiencia a cargo de un taller literario, Fabián Mossello reflexiona sobre
los cruces entre la identidad y la escritura literaria. El autor explora las formas en las
que el yo asoma en las producciones ficcionales de los talleristas, y analiza diversas
modulaciones de este fenómeno. Sobre el final el interrogante se abre también sobre
el terreno de la inteligencia artificial, con las posibles consecuencias que acarrea para la
literatura y la subjetividad.
* * *
El momento de la escritura siempre me ha parecido mágico, chamánico.
La disposición del papel sobre la mesa, las muecas y gestos
reconcentrados del ‘escribidor’, la vibración del lápiz sobre la superficie
bidimensional para imprimir el pensamiento a través de palabras,
acercan la escritura a la alquimia.
Muchas cosas pasan en ese laboratorio mínimo, desde los experimentos
más osados, con explosiones y tiros, hasta las fórmulas súper probadas
del final feliz. Sin embargo, uno me inquieta, por sobre otros, por su
persistencia e intensidad. Se trata de un aspecto no contemplado de las
escrituras, al menos para mí, y que desde hace un cierto tiempo ha
empezado a reclamar su presencia, aunque su descubrimiento, debo
aclarar, no devino de una reflexión sesuda y metódica; más bien apareció
como epifenómeno de la práctica.
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Eran las 10 de la mañana de un día soleado y apacible. Los alumnos se
habían dispuesto en círculo para escribir. No sabía todavía con certeza
qué íbamos a hacer. Computadora abierta en el archivo del taller, arriba
y abajo las páginas del Word, hasta que encontré algo: “escribe un relato
breve a partir de un personaje curioso de ficción”. De ficción significaba
de ficción, les dije, es decir, sin que se ajuste, en principio, a un hecho
acaecido. En un primer momento me escucharon, me miraron atentos,
con esa mezcla de azoro y temor que producen las consignas de
escritura. Después se pusieron a escribir por un tiempo. Mágica imagen
de alambique, los lápices furiosos y furtivos sobre el papel, hincados ante
la palabra que se escapa y llega. Mágicas lapiceras en la tarea, con ese
placer que produce ver los trazos audaces o tímidos; las letras enormes
o diminutas sobre la hoja haciendo del mundo sólo ese territorio que
parece escaparse y volver.
Pasado un tiempo que no recuerdo, alguien dijo ‘terminé’. Y los otros
parecieron regresar del embrujo en el que se habían sumido y también
fueron diciendo lo mismo. Momento de lecturas y comentarios. Una a
una aparecieron las historias. Los personajes estaban ahí: pordioseros,
tarotistas, profesores, astronautas, maestras y maestros. Disímiles
historias se tejían en las urdimbres del texto; raros episodios de las vidas
de ficción. ¿Ficción? He ahí la pregunta que empezó a pegarse en todos
los textos. Los comentarios iban descubriendo las motivaciones para la
invención del personaje. Uno a uno fueron construyendo un mapa que
revelaba un proceso creativo que enfatizaba un aspecto no contemplado
en mi propuesta inicial: todos habían pensado en un personaje existente,
todos hablaban de alguien de carne y hueso como diría Miguel de
Unamuno- que había tenido relación directa con el sujeto de la escritura.
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Los relatos se acercaban, a través de la máscara de la ficción, al mundo
experiencial del autor y, en muchos casos, lo ponían como centro de la
historia. Veamos un simple ejemplo del taller
José se internó por el sendero de los cedros centenarios, dobló para
pasar frente a la casa de su antiguo amigo, el 'Ruso' y se deslizó por
la estrecha calleja serpenteante de moras y frutillas. De ahí y un paso,
'La cascada de las águilas', tan empinada, como siempre. Al borde
del abismo, Joanimó a mirar el fondo de la espuma danzando una
sinfonía de voces quedas. Era la primavera rompiendo el silencio de
la nostalgia del invierno, para arrimar los cortejos de truchas y las
maravillas de tanta naturaleza. Se quedó mirando el agua cayendo
en el vértigo; se quedó mirando la gravedad del líquido en la trama
de las rocas. Entonces recordó su historia, la que lo trajo hasta este
paraíso verde, ahí al filo de estos cerros.
Sin mayores esfuerzos podemos ver que José es el personaje al que se
refiere un narrador que está fuera de la historia y se posiciona como
‘testigo privilegiado’ de las experiencias. José, un hombre mayor que
revive, reconstruye imágenes de unos recuerdos que se agolpan como
en un sueño. Hasta atodo bien. El tallerista me estaba contando una
historia, al parecer, lejos de su vida. Pero en charlas y comentarios de
aula se fueron desgajando otras motivaciones de la historia. Ahí estaba
‘El Ruso’, ‘la estrecha calleja serpenteante de moras y frutillas’, ‘los
cortejos de truchas y las maravillas de tanta naturaleza’, ‘estos cerros’.
¿Qué representaban, qeran? Eran recuerdos de infancia del escritor
que oficiaban de marco de la historia de José, un personaje de pura
imaginación. Es decir, al extrañamiento de la escritura impersonal se le
aplicaba una identificación de proporciones similares pero de sentido
contrario. Me acerco y me alejo; esa parecía ser la lógica del relato de
ficción, pero con la salvedad de que no estaba el escritor sujeto a los
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límites de las escrituras del yo: decir algo, de alguien, en un lugar, en un
tiempo que se pueda verificar. Aquí nuestro tallerista tuvo toda su
libertad de contar una escena de un actor universal José, y esa misma
libertad le ofició de marco del recuerdo, tan o más vívido como si se
hubiera propuesto contar un fragmento autobiográfico
Escenas como estas siguieron sucediendo en otros momentos del taller
y, poco a poco, me di cuenta de que lo que había percibido esa tarde
había ya acontecido en otras oportunidades y, es más, creo que sucedía
siempre. ¿Qué era? ¿Qué estaba pasando en el laboratorio mínimo del
taller? ¿Qué era aquello que emergía una y otra vez con una urgencia
inusitada? Las respuestas parecían concentrarse en una palabra que en
los últimos años ha tenido una atención especial. Lo que estaban
haciendo los talleristas era ni más ni menos que construir algún
fragmento de su identidad. Pero ¿qué es la identidad? ¿Qué relación
guarda con la escritura?
La investigadora Leonor Arfuch se refiere a los escritos identitarios y las
conecta con el devenir de la cultura contemporánea:
En el escenario contemporáneo, lo sabemos, no hay límite para la
voracidad por las vidas ajenas: biografías autorizadas o no,
autoficciones, novelas autobiográficas, memorias, testimonios,
historias de vida, un énfasis creciente en los diarios íntimos, las
correspondencias que se venden a veces contra la voluntad de
alguna de las partes al mejor postor-, los cuadernos de notas, de
viajes, los borradores, los recuerdos de infancia, la entrevista en
todos sus registros, conversaciones, retratos, perfiles, anecdotarios,
indiscreciones, confesiones propias y ajenas, viejas y nuevas
variantes del show -talk show, reality show-, la video política y hasta
ciertos dominios de la investigación y la escritura académicas.
(Arfuch 2009, p. 37).
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Es decir, aquella experiencia de taller podría identificarse con algunas de
estas formas de escritura que en nuestro tiempo están cobrado una
visibilidad destacada en el marco más general de la llamada
posmodernidad, y constituyen narrativas caracterizadas por la ‘fluidez’
expresiva, la heterogeneidad temática y formal y, sobre todo, ponen en
jaque el pacto de verdad que bien definía, hasta no hace mucho tiempo,
los límites entre realidad y ficción. Así, “el carácter líquido de estos
tiempos ha venido a afectar directamente nuestras vidas, a cortarlas en
una sucesión de episodios mal trabados entre sí” (Cano Fernanda 2010,
p. 8).
De este modo, la cuestión identitaria se asocia a un trabajo con
fragmentos de episodios de vida que, de algún modo, el sujeto de la
escritura ‘encordela’, ‘hilvana’ en el relato. El resultado de estas prácticas
es mayormente un relato, o mejor dicho con Paul Ricoeur una
narración:
Porque es el relato de una vida el que ofrece una trama que viene a
configurar el ser del yo; podemos saber lo que es el hombre
atendiendo a la secuencia narrativa de su vida. La construcción de
una trama que cuenta del relato de una vida, una trama que
despliegue, describa, detalle qué episodios se reúnen con cuáles
acontecimientos configurando qué sentido para un yo (…) Si la
narración puede ser una estrategia para jugar el juego del
rompecabezas identitario, si puede ser el cauce que albergue una
vida dando sentido al agua del cambio, la escritura habilitará,
entonces, un registro para el paso del tiempo. Una Escritura que, por
la vía de la configuración narrativa, nos puede dar Identidad como
resultado. (Cano 2010, p. 16).
La lingüística también aporta su explicación a las escrituras de identidad.
Émile Benveniste (1956) nos da una pista de por qel sujeto que escribe
retorna al Yo. Para el lingüista francés, todo acto de lenguaje la literatura
uno de ellos supone un Yo como forma vacía que la realización de
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discurso llena con sus signos. Este Yo despliega un simulacro de
comunicación hacia un Tú, también lugar vacío y espacio del enunciatario
textual. La lengua para Benveniste no es instrumento externo al sujeto,
sino constitutiva de su ser y lugar de construcción de la subjetividad. De
algún modo, lo que somos es lo que podemos decir por el lenguaje.
Entonces, escribir es una práctica que modela y modula la subjetividad a
través del trabajo enunciativo:
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener
siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el
discurso provoca la emergencia de la subjetividad, en virtud en que
consiste en instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo
formas “vacías” que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia,
y que refiere a su “persona”, definiendo al mismo tiempo él mismo
como yo y una pareja como tú. (Benveniste 2014, p. 184).
Como vemos, el tema de la identidad es problema contemporáneo y
lugar de las discusiones de semióticos, lingüistas, sociólogos,
hermeneutas y pedagogos, entre otros. Todos aportan su grano de sal
al mar identitario. De algún modo contar sobre lo que nos pasa parece
ser la piedra angular de nuestro mundo actual. Favorecidas por el giro
narrativo (Arfuch 2007) que ha modificado las orografías textuales del
discurso periodístico, histórico, filosófico y hasta el de la ciencia, las
narrativas del Yo se desplazan de espacios, soportes y lenguajes, para
aumentar la incertidumbre sobre los límites genéricos, los usos de la
lengua y la relación con la verdad:
Los desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis,
así como el propio devenir de la ficción, que ha trabajado justamente
en la confusión de losmites […], nos han desengañado de la ilusión
de transparencia, de la verdad como adecuación referencial “a los
hechos”, de la intencionalidad del autor y hasta de la identidad. Ya
no somos tan proclives a creer que quien habla de mismo pueda
contar la versión s auténtica de la historia, que el (propio) decir
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conlleve necesariamente la espontaneidad y hasta podemos dudar
de que la “vida” que se cuenta exista en algún lugar por fuera del
relato. (Arfuch 2009, p. 55).
Uno de los sectores más dinámicos son los jóvenes y los nuevos espacios
de producción virtuales, que en sus formas más difundidas del blog y las
redes sociales, constituyen un sector societario particularmente sensible
a las prácticas identitarias:
Algunos jóvenes de la generación @, nativos digitales, ellos, pero
usuarios también de una red que se volvió su medio de expresión,
su canal preferido, parecen haber acordado una decisión: romper el
candado que guardaba el secreto de las palabras en un diario
personal. Esa escritura íntima, privada y personal, ahora, puede
hacerse pública, puede ponerse a disposición de lectores a través de
un blog. (Cano 2010, p. 33).
Por lo que la escena de taller que narraba no parece tan desencajada, ni
de los mecanismos mismos del lenguaje que habilitan la subjetividad,
ni de las nuevas lógicas culturales e históricas que el siglo XXI propone.
De algún modo, las prácticas identitarias que he intentado justificar, por
un lado, desde la reflexión centrípeta –la lengua y la ‘encerrona’ del
lenguaje en torno al Yo; o asumiendo una mirada centrífuga, hacia la
discusión cultural e histórica, me muestran, que cuando escribimos
literatura, inexorablemente nos encontraremos con la subjetividad
rondando por los pliegues del texto. De algún modo escribimos para
decir, para decirnos, para hacernos espejo, unas veces plano, otras
cóncavo o convexo de nosotros mismos.
Es que el proceso de escritura, que permite que la identidad se haga
visible, involucra recuerdos y olvidos; omisiones y énfasis, pues en todo
proceso de construcción de identidad se ligan, indisolublemente, las
nostalgias eufóricas con los fragmentos olvidables de las historias de
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vida. Pensada de este modo, la identidad es una construcción de los
agentes sociales a partir de un recorte, unas veces consciente, otra
inconsciente, de lo acaecido. De este modo:
La memoria es ‘generadora’ de la identidad, en el sentido de que
participa de su construcción [...]. Identidad (que) da forma a las
predisposiciones que van a conducir al individuo a ‘incorporar’
ciertos aspectos particulares del pasado, a realizar ciertas elecciones
en la memoria. ( Candau 2001, p. 16).
Pero volvamos al espacio del aula. Las prácticas de escritura de aquella
mañana me fueron mostrando paulatinamente cómo un tallerista podía
escribir sobre mismo, qué recuerdos enfatizaba u omitía y cuáles
recursos se elegían de la paleta del lenguaje. De algún modo, las lecturas
me fueron ayudando a configurar un mapa de regularidades, pistas que
me hicieron suponer que todo lo que se escribe en torno al Yo no es tan
aleatorio como parecía. Así en las prácticas de escritura pude visualizar
tres ‘momentos identitarios’:
a) El primero que llamaré protoidentitario conformado por aquellas
escrituras, que soportadas en saberes compartidos por lo general
no racionalizados, “constituye una memoria imperceptible que
agita, mueve el cuerpo sin descanso, constituyendo una
‘alienación fundadora de la identidad” (Muxel, A., citado en
Candau 2001, p. 20). Si vuelvo a la consigna de aquel día soleado
puedo decir que la orientación en la selección del personaje
aparecía en torna a ejes fuertes y decididos, entre los que
prevalecía la infancia como momento histórico identitario y sus
clásicos personajes cariñosos u ‘ogros’. Recuerdos ‘no recordados’
de miedos, fobias y utopías, siempre presentes que delimitaban un
espacio de expectativas para la escritura.
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b) En segundo lugar aparecía, superpuesta a las escrituras
protoidentitarias, un conjunto de marcas que, a falta de un nombre
más apropiado, llamaré el espacio de las memorias escolares o de
los saberes aprendidos, por ser recursos pensados como
estrategias de escritura
1
. En aquella consigna sobre un personaje
se destacaban los trabajos sobre el lenguaje, para cuidar, ‘pulir’ la
configuración del relato y hacerlo verosímil en relación a una
historia de vida que permitiera una “narración, a través de la
configuración de una trama, [que] viene a sintetizar esos
acontecimientos dispersos y heterogéneos que comprenden una
vida, a disponerlos en una sucesión, a decirnos primero esto, luego
lo otro, más tarde, aquello, a extraer de esa sucesión un relato”
(Cano 2010, p. 22). Los talleristas estaban reproduciendo ‘saberes’
aprendidos en la Escuela, en tanto hablar de un personaje era
también ponerle un nombre, hacerle hacer algo creíble en el
espacio y en el tiempo, en el marco dominado por un género que
habían escuchado con suficiente insistencia en sus trayectos
escolares: el cuento.
c) Por último la que llamaré metaidentidad, es decir, una identidad
para mostrarse en su propia productividad. En muchas de aquellas
escrituras aparecía el sujeto de la narración deteniendo el relato
de los hechos y reflexionando sobre el hacer mismo de escribir.
Enunciados como “Pero pienso ¿dónde estará hoy aquel personaje
1
La estrategia supone un conjunto de acciones racionalmente orientadas para la resolución de
una práctica.
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del pueblo?” indicaban la intención del narrador por mostrarse
como productor, en el giro excéntrico como afirma Genette
(2018) que genera todo pasaje de la diégesis a la extradiégesis
2
.
Esta estrategia se enlazaba con aquello que Walter Ong (1994)
asocia con las culturas escriturarias, en tanto escribir es también
mostrarse como hacedor de lo dicho.
La reflexión que estoy concluyendo, en torno a la relación entre escritura
literaria e identidad, me ha llevado por la lingüística, la teoría literaria, la
semiótica, los estudios culturales y discusiones actuales sobre los talleres
creativos. En todo el recorrido, la literatura apareció siempre como
práctica ejemplar que oxigena la memoria en ese juego complejo “de la
reproducción y la invención, de la restitución y la reconstrucción, de la
fidelidad y la traición, del recuerdo y el olvido” (Candeau 2001, p. 104).
Como nota final quisiera referir que la experiencia contada sigue
teniendo poco ‘eco’ en la formación específica de los estudiantes en las
carreras de lengua y literatura
3
. Si bien se viene discutiendo en extenso
sobre estas prácticas de escritura subjetivante en relación a memorias,
identidades y otras configuraciones de discursos, el campo de la
enseñanza de la escritura en la universidad sigue estando fracturado
2
Genette divide los niveles enunciativos en cuatro subniveles según la posibilidad de estar
presente o ausente, dentro o fuera del enunciado. Así el narrador heterodiegético, es un narrador
presente como voz (aunque el lugar de enunciación en tercera persona intenta borrar las marcas
textuales), pero fuera de los acontecimientos propiamente dichos. Su nivel de competencia lo
dividirá en omnisciente, equisciente y deficiente.
3
Solo dos proyectos en nuestro espacio universitario (UNVM-UNC) se han desarrollado en los
últimos años en estrecha relación con las miradas desplegadas en este artículo. El primero tuvo
que ver con un trabajo sobre escrituras ficcionales con estudiantes avanzados titulado Memoria e
identidad cultural. Construcción de identidades culturales a partir de procesos de escritura de ficción
(Fabián Mossello y Marcela Melana. UNVM). El segundo, más reciente, se instaló como parte del
trabajo dentro de la cátedra Taller de Producción de Textos Primer año del Profesorado en
Lengua y Literatura de la UNVM titulado Leer, recordar y escribir: tres momentos en la construcción
de identidades dirigido por la Mgter. Marcela Melana.
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entre espacios curriculares focalizados en procedimientos objetivantes
en pos de una textualidad científicamente ‘correcta’ y circunscripta a ese
sector de la praxis llamando géneros académicos y otros -talleres
creativos, literarios, grupos de lectura y escritura- en los que está
‘habilitado’ el corrimiento hacia la subjetivo como parte esencial de la
producción literaria. Con esta fractura estamos soslayando algo esencial,
por lo menos desde Benveniste en adelante, y que tiene que ver con la
inscripción y presencialidad del sujeto en todo acto escriturario. Por lo
tanto, y retomando la experiencia descrita, es clave empezar a articular
prácticas de escritura académica con prácticas literarias, no para borrar
los límites y especificidades de cada una de estas áreas, sino más bien
para enriquecer y dar espesor a nuestro trabajo con la lengua.
Capítulo aparte pero complementario lo tiene la emergente IA en el hacer
con la escritura. Sabemos que la IA no opera sola ni es autónoma de las
decisiones que requiere nuestra inteligencia humana. De todos modos,
se abre un campo de incertidumbres para saber hasta dónde y de qué
modos los procesos de enseñanza y aprendizaje serán atravesados por
su uso. Es claro que los desarrollos en tecnología de la última década han
convulsionado los modos de leer y escribir de una manera sustancial y
visible en todos los niveles educativos. En este sentido, “el fomento de la
lecto-escritura se encuentra atravesado por reinvenciones y nuevos
modos de comprensión y/o abordaje. Por eso mismo, la transmisión del
conocimiento se ha reconfigurado de un modo dinámico y contundente,
dando lugar a nuevos recorridos y tránsitos” (WECUDI, 2023). Es que el
rol posible que le vamos a ir dando a la IA en el armado de los procesos
de pensamiento es todavía un enunciado hipotético.
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Tal vez la perspectiva histórica nos permita ir encontrando un hilo
conductor a cierta respuesta toda vez que recordamos el ‘sismo
académico’ producido cuando se empezó a popularizar la interfaz de
Windows, el paquete de Office y aquel Google incipiente. Recuerdo que
García Márquez en una nota de diario comentó que la novela (Crónica de
una Muerte Anunciada) había sido escrita con un computador. El balance
de los usos del procesador de texto y la Web pasados treinta o más años,
creo, ha sido por demás positivo en tanto esos recursos tecno
escriturarios nos simplificaron más que entorpecieron la producción y
transferencia de saberes. De igual manera, si pensamos en la inteligencia
artificial (IA) como lo fue en su momento y sigue siendo el corrector de
Word o la corrección en línea a través de la nube, para solucionar
problemas de orden general como los de sintaxis y ortografía,
organización de ideas y manual de estilo, entre otros, creo que la elección
de aquella herramienta va a ser muy productiva. Si, por el contrario, la IA
ayuda al plagio, la copia y otras apropiaciones varias de ideas ajenas
estaremos haciendo un mal uso y nuevamente se abrirá esa brecha que
tantas veces hemos presenciado en las aulas entre los escritores
‘honestos’ que hacen el esfuerzo de producir textos genuinos y aquellos
que se ‘suben’ al decir de otros.
Nuevas preguntas desde un panorama visible y tangible que tensiona las
teorías hasta ahora aceptadas y nos lanzan hacia nuevos horizontes
epistémicos. Tal vez debamos ir mudando paulatinamente nuestras
concepciones de lectura y escritura sujetas al papel y el lápiz para
abrirnos a otros circuitos del decir donde se juega mucho más con la
conectividad global de ideas y la celeridad de los circuitos informatizados
para el procesamiento del lenguaje. Sin embargo, sea del modo que sea
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y con la tecnología que adoptemos, las didácticas de la escritura deben
garantizar ese espacio que se abre siempre que vamos a plasmar
nuestras ideas; un espacio en el que la creatividad, lo singular y personal
se tejen desde el lenguaje y proyectan hacia la sociedad, hacia la cultura:
Referencias bibliográficas
Arfuch, L. (2007). El giro narrativo en las ciencias sociales. Córdoba:
Doctorado en Semiótica, CEA, U.N.C.
. (2009). Historias de vida: subjetividad, memoria y narración. Buenos
Aires: Diploma Superior Lectura, Escritura y Educación.
Candau, J. (2001). Memoria e identidad. España: Ediciones del Sol.
Cano, F. (2010). Escrituras, jóvenes e identidad: del diario íntimo al blog.
Clase 5. Especialización en Lectura, escritura y educación. FLACSO.
Cammertoni, M. (2023). La escritura académica y el rol de la Inteligencia
Artificial (IA) Primer Congreso Internacional Wikimedia, Educación
y Culturas Digitales (2023)
Benveniste, É. (2014). “De la subjetividad en el lenguaje”. En: Journal de
Psychologie. París: PUF.
Genette, G. (2018). “Discurso del relato. Ensayo del método”. En. Figuras
III. París: Seuil.
Mossello, F. (2019). Cuadernos semióticos. España: EAE.
Ong, W. J. (1994). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México:
Fondo de cultura económica.