formación “clásica” que se atraviesa en nuestras comunidades, podría
decirse que tenemos dos líneas “obligatorias”. En primer lugar, vía
Saussure, el análisis formal, que tiende a observar la distribución de los
elementos constitutivos, los procedimientos y sus funciones, es decir, que
tiene en la gramática, la lingüística o el análisis del discurso su modelo (el
formalismo ruso, la escuela de Praga, el estructuralismo, el
posestructuralismo...). En segundo lugar, y tal vez sea este nuestro gran
centro de tensión, una crítica ideológica (estético-política) de la cultura,
con eje en cuestiones de poder (ya sea en variante lucha de clases, ya sea
en acercamientos desde discusiones de género), que pivotea en Marx (o
en Nietzsche) y se despliega de múltiples modos (el grupo Bajtín, la
escuela de Frankfurt, Foucault, Derrida, Butler, Deleuze, Rancière…). No
pretendo hacer una lista exhaustiva ni negar que haya otras rutas, quizás
menos transitadas pero no por eso menos importantes. Tampoco
pretendo hacer una crítica general de estas líneas, que al fin y al cabo son
en buena medida las mías. Pero me parece difícil no tener en cuenta que
Doležel, Pavel y Ryan, por volver a tres nombres del análisis de mundos
posibles que mencionamos antes, tienen como influencias principales la
filosofía analítica, la psicología cognitiva, cierta pragmática, corrientes
fundantes de la academia norteamericana (de Estados Unidos, pero
también de Canadá). Incluso Nelson Goodman y Jerome Bruner, que
incluí yo, están más bien de ese lado. Sus objetivos suelen ser diferentes
de los anteriores.
Quiero decir, el problema no está en la pregunta por si se pueden
combinar herramientas diversas (siempre se puede), sino en el hecho de
que las metodologías se eligen de algún modo en función de la meta.
Entre otros espacios, yo dicto talleres en la Universidad Nacional de las