poco feliz, marcada por la violencia del coronel durante la infancia y
adolescencia de Julia, por lo que Griselda en un primer momento parece
traer un don precioso: un pasado distinto, una identidad nueva, una
posibilidad de reinventarse (Julia tiene 38 años al comienzo de la novela,
decididamente nel mezzo del cammin).
No hace falta ser un lector muy avezado para darse cuenta (antes de la
propia Julia) de que hay gato encerrado y que cambiar de piel no va a ser
tan fácil, no más sea porque de otro modo no habría material para la
novela (en defensa de Julia, ella no ve a Griselda sacando unos cuchillos
negros luego de confirmar que su nieta la visitaría). Si Griselda fuera
como Estela de Carlotto u otra de las Madres de Plaza de Mayo, no
restaría narrar más que el descubrimiento y la reconciliación de Julia con
su nueva identidad, lo cual podría involucrar, por supuesto, su dosis de
ansiedades y tropezones psicológicos, pero no el relato de terror que
desarrolla Lamberti.
No por nada hay un momento, en esta primera parte, en que Julia piensa
en contactar a Abuelas de Plaza de Mayo y no lo hace. Precisamente, la
novela tiene como base que Griselda Lara, la verdadera protagonista, no
se parece a las Madres sino de una forma retorcida y maligna, y más bien
se yergue como su reflejo demoníaco. Cuando Julia, antes de descubrir la
verdad, le pregunta a su abuela si alguna vez pensó en contactarse con
las Madres, Griselda responde “Siempre fuimos animales solitarios,
Braulio y yo.”, para luego añadir, “Además, para nosotros Luisito no
estaba muerto, ¿entendés? No aceptamos su muerte, sencillamente.”; la
ironía dramática es obvia en una segunda lectura: Julia responde
“Entiendo”, pero todavía no entiende nada de la vida de su abuela.