Revista Luthor, nro. 61 (agosto 2025) ISSN: 18573-3272
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El ciudadano y el narrador
Dos novelas en guerra en Para hechizar a un cazador de
Luciano Lamberti
Mario Rucavado
Para hechizar a un cazador se presenta como una novela atravesada por dos relatos que
se intercalan y tensionan entre sí: por un lado, la historia de Julia, hija apropiada que
recupera su identidad; por otro, la de Griselda y Braulio Lara, abuelos que, enfrentados
a la muerte de su hijo, deciden reanimarlo a través de un pacto con un ente demoníaco.
La estructura dialoga con el modelo de Los detectives salvajes de Bolaño, especialmente
en el uso de múltiples voces y en la dispersión narrativa. El centro de gravedad de la
novela, sin embargo, se encuentra en la figura de Griselda, concebida como una suerte
de anti-Madre de Plaza de Mayo, cuyo vínculo con la maternidad y la memoria aparece
radicalmente invertido. La contracara es la trama de Julia, más convencional y cerrada,
que impone una resolución moral y atempera la intensidad ambigua y perturbadora del
núcleo oscuro que constituye la verdadera fuerza de la obra.
* * *
I
La novela que de forma más inmediata recuerda Para hechizar a un
cazador es Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez: ambas son
novelas de terror recientes, con elementos sobrenaturales, múltiples
protagonistas y puntos de vista, en las que la acción se extiende a lo largo
de décadas y que tematizan la violencia política de la última dictadura.
Además, ambas son novelas premiadas (la de Lamberti ganó el premio
Clarín, la de Enríquez el premio Herralde), lo cual sin duda está
relacionado a su temática: no es secreto que el Proceso (y todo lo que lo
rodea) es un tema apreciado por los jurados de los concursos literarios,
así como cierto tipo de películas siempre parten con ventaja en los
premios Oscar (entre ellas, películas sobre el Proceso como La historia
oficial). Sin embargo, la novela de la que más me acordé al terminar Para
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hechizar un cazador no fue Nuestra parte de noche sino Los detectives
salvajes de Roberto Bolaño.
La novela de Lamberti está divida en tres partes muy desiguales. La
primera y la tercera poseen un único punto de vista (el de la
¿protagonista?, Julia) y una temporalidad lineal, mientras la segunda, por
lejos la más larga, recorre múltiples personajes a lo largo de una
temporalidad discontinua. Esta asimetría entre la segunda parte (central
tanto por su posición como su extensión) y las otras dos constituye un
aspecto estructural de la novela: sacando los paratextos, la primera
consta en mi edición de 42 páginas, la segunda de 191 y la tercera de 46.
Juntas, la primera y la tercera parte apenas arañan un tercio de la novela;
la segunda parte, central tanto por su posición intermedia como por su
peso narrativo, abarca los restantes dos tercios y monedas. En esta
segunda parte, donde Julia casi no aparece, otros personajes y voces
ofrecen perspectivas distintas en torno a dos figuras centrales: Griselda
y Braulio Lara, antes, durante y sobre todo después del asesinato de su
hijo Luis, padre de Julia.
Breve resumen de Para hechizar a un cazador: Julia Ruiz Lara, criada por
un coronel del ejército argentino y su esposa, descubre que es hija de
desaparecidos, apropiada por el coronel, y que su familia biológica son
los Lara de San Ignacio de Córdoba, de los que solo sobrevive su abuela.
Cuando la visita, su abuela la droga para secuestrarla, ya que necesita
persuadirla de continuar su obra: mantener “vivoal cadáver de su hijo
Luis, integrante de Montoneros, al que ella y su marido Braulio revivieron
con ayuda de una entidad misteriosa, el Cazador que da nombre a la
novela, luego de que fuera asesinado durante el Proceso.
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Para mantener animado a Luis-zombie, Griselda y Braulio secuestran y
matan a personas inocentes que señala el Cazador; la segunda parte, la
más larga, está dedicada a ir develando este misterio. Tras la muerte de
Braulio, y consciente de la cercanía de su propia muerte, Griselda busca
a Julia, a quien primero secuestra y luego cuenta toda la historia, para
entonces suicidarse y legarle el trabajo de mantener animado a su
“padre”. Julia se niega y lo deja morir, enfrenta al Cazador (que adopta la
forma del coronel, su falso padre), y empieza a restituir los restos de las
víctimas de Griselda y Braulio a sus familiares.
No podría afirmarlo de manera inequívoca, pero sospecho que Lamberti
se inspiró en la estructura de Los detectives salvajes, no solo porque la
extensión relativa de las tres partes es similar,
1
sino porque coincide en
focalizar las dos partes externas a través de un personaje (Juan García
Madero, en el caso de Bolaño; Julia, en el de Lamberti), que deviene
protagonista durante esos tramos pero es omitido durante la parte
central, dedicada a una exploración coral y panorámica de otros dos
personajes (Arturo Belano y Ulises Lima; Griselda y Braulio).
Focalización y protagonismo son dos categorías distintas, y no tienen por
qué solaparse. En la novela de Bolaño no hay demasiadas dudas sobre
quiénes son protagonistas del relato: Belano y Lima, poetas marginales y
revolucionarios fallidos (y, además, los álter egos de Bolaño y su amigo
Mario Santiago). García Madero, por su lado, funciona sobre todo como
un reflejo distorsionado de la vida de los dos poetas malditos, y una
ventana al mundillo poético mexicano que los vio nacer; es una versión
1
En mi edición de Los detectives salvajes, la primera parte tiene 127 páginas (21% del
total), la segunda 415 (69%) y la tercera 54 ginas (9%; redondeando los tres
porcentajes para abajo). La simetría no es perfecta, pero se acerca.
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más joven de Belano y Lima, pero en vez de una relación clásica de
maestro-discípulo, lo que la novela nos ofrece es la deliberada decepción
de nuestras expectativas sobre el camino del héroe que ninguno de los
tres personajes (ni ningún otro personaje de la novela) termina por
recorrer.
En Para hechizar a un cazador, la pregunta por la protagonista es más
ambigua ya que, aunque estructuralmente Julia ocupe una posición
similar (aparece sobre todo en la primera y tercera parte), su rol es más
central que el de García Madero.
2
Sin embargo, el peso (y la extensión)
de la segunda parte obliga a considerar a Griselda y Braulio como los
verdaderos protagonistas. Sobre todo a Griselda, que también aparece
en la primera y la tercera parte; no por nada, la novela comienza con una
frase suya: “Estuve mirándote”. Con la salvedad de que ella es, también,
la villana de la novela.
II
Para hechizar a un cazador puede leerse, en primer lugar, como la versión
más oscura de una recuperación de identidad. Al comienzo, Julia se
encuentra con Griselda Lara, una mujer mayor que podría ser su abuela
y que, en el primer capítulo, revela que efectivamente lo es, que Julia fue
secuestrada tras nacer en un centro clandestino de detención y luego
criada por un coronel del ejército argentino y su esposa, a quienes creció
viendo como sus padres. Un capítulo retrospectivo muestra una vida
2
Un detalle no menor es que la segunda parte de Los detectives salvajes lleva el mismo
título que la novela, lo cual enfatiza su lugar central y confina a la primera y tercera a un
rol más bien de prólogo y epílogo, mientras que en Para hechizar a un cazador es la
tercera parte la que lleva el título de la novela, lo que la pone a Julia en un lugar de
mayor relevancia frente a Griselda y Braulio.
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poco feliz, marcada por la violencia del coronel durante la infancia y
adolescencia de Julia, por lo que Griselda en un primer momento parece
traer un don precioso: un pasado distinto, una identidad nueva, una
posibilidad de reinventarse (Julia tiene 38 años al comienzo de la novela,
decididamente nel mezzo del cammin).
No hace falta ser un lector muy avezado para darse cuenta (antes de la
propia Julia) de que hay gato encerrado y que cambiar de piel no va a ser
tan fácil, no más sea porque de otro modo no habría material para la
novela (en defensa de Julia, ella no ve a Griselda sacando unos cuchillos
negros luego de confirmar que su nieta la visitaría). Si Griselda fuera
como Estela de Carlotto u otra de las Madres de Plaza de Mayo, no
restaría narrar más que el descubrimiento y la reconciliación de Julia con
su nueva identidad, lo cual podría involucrar, por supuesto, su dosis de
ansiedades y tropezones psicológicos, pero no el relato de terror que
desarrolla Lamberti.
No por nada hay un momento, en esta primera parte, en que Julia piensa
en contactar a Abuelas de Plaza de Mayo y no lo hace. Precisamente, la
novela tiene como base que Griselda Lara, la verdadera protagonista, no
se parece a las Madres sino de una forma retorcida y maligna, y más bien
se yergue como su reflejo demoníaco. Cuando Julia, antes de descubrir la
verdad, le pregunta a su abuela si alguna vez pensó en contactarse con
las Madres, Griselda responde “Siempre fuimos animales solitarios,
Braulio y yo.”, para luego añadir, “Además, para nosotros Luisito no
estaba muerto, ¿entendés? No aceptamos su muerte, sencillamente.”; la
ironía dramática es obvia en una segunda lectura: Julia responde
“Entiendo”, pero todavía no entiende nada de la vida de su abuela.
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Griselda se casó con Braulio Lara, médico y dueño de la clínica de San
Ignacio (Córdoba) y uno de los hombres más ricos del pueblo. El hijo de
ambos, Luis Lara, rechaza la herencia familiar y se une a Montoneros,
como hicieron muchos hijos de burgueses en los setenta en la Argentina.
3
Luis es capturado por los militares junto a su pareja, que estaba
embarazada; ambos son torturados y asesinados pero, debido a la
posición de Braulio, le devuelven el cuerpo de Luis en vez de
desaparecerlo, como hacen con la madre de Julia (y con la bebé, que es
secuestrada y criada por una familia militar). Lamberti toma el esqueleto
de una trama conocida (que remite a cientos de vidas reales) y ejecuta un
rito vudú, le da un cuerpo demoníaco.
En los pasajes de la novela que muestran a la familia Lara antes de la
muerte de Luis, Braulio aparece como alguien profundamente
reaccionario, y la conversión política de Luis lleva a padre e hijo a una
ruptura total. Como parte de la alta burguesía (dueño de una clínica)
Braulio saluda el golpe de Estado y la muerte de su hijo no parece
generarle un arrepentimiento. Tal vez fuera poco probable que los Lara
tuvieran un despertar ideológico que los llevara a oponerse a la
3
La manera en que Luis habla de Montoneros es llamativa por la discordancia con el
tono del resto de la novela: “¿Qué son los montoneros? Son el aire que respiramos, son
insectos que comen de una fruta, son todas las personas y ninguna, son la noche, son
el día, son el deseo y su consumación, son la pérdida de cierto toque vital y el toque vital
que todos llevamos en alguna parte. Una familia está comiendo y levanta la vista del
plato: ha pasado el aire montonero entre ellos. Si se levantan para brindar en Navidad,
brindan con los montoneros. Si tiran pan sin bendecir, es el pan que los montoneros
recogen y comen como animales en lo oculto. ¿Dónde están los montoneros? En
cualquier parte.”; en estos pasajes Lamberti echa mano de una prosa poética para
ubicar a la organización armada en un plano mítico que no se condice con su lugar en
la trama.
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dictadura, pero en todo caso no es lo que sucede: más bien profundizan
en ella, en el horror.
Arquetípicamente, las Madres de Plaza de Mayo no paran de preguntar
por sus hijos: dónde están, qué les hicieron. En el caso de Braulio y
Griselda tienen un cuerpo y saben qué pasó (Luis fue torturado y
asesinado), y entonces su angustia y su dolor toma otra senda. No
pueden dejarlo ir (como dijo Griselda: “no aceptamos su muerte”), y por
lo tanto recurren a fuerzas extrañas para revivirlo. O “revivirlo”. Porque
no es Luis, propiamente, sino un cadáver hambriento lo que logran
reanimar. Y para mantenerlo vivo (o por lo menos reanimado), la entidad
a la que recurren (el Cazador) pide vida. Otras vidas.
Braulio y Griselda, partidarios civiles de la dictadura, pasarán más de tres
décadas secuestrando y torturando personas para alimentar la pseudo
vida de Luis. Terminada la dictadura, condenados, indultados y vueltos a
condenar Videla y los demás integrantes de las juntas militares, ellos
siguen con su obra macabra de asesinato y desaparición. Porque hasta
en eso son los continuadores del Proceso: hunden los huesos de sus
víctimas en un pozo de su quinta, sometiendo a los familiares a la misma
angustia que vivieron las Madres de Plaza de Mayo: no saber dónde
están, no poder despedir un cuerpo. Algo que ellos, por su posición social,
pudieron evitar, ya que los militares cordobeses les hicieron la cortesía
de devolverles el cuerpo de su hijo, gracias a lo cual son capaces de
ejecutar el rito infame y reanimar el cadáver.
Estos son los abuelos de Julia, y esa es la carga que viene con su identidad
recuperada.
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III
En Los detectives salvajes, el contraste entre las partes de la novela
dedicadas a García Madero y la parte central tiene un sentido deliberado.
El lector que comienza la novela creyendo que García Madero será testigo
de una revelación iniciática (el encuentro de Belano y Lima con la poetisa
vanguardista Cesárea Tinajero) descubre, al final, que este encuentro fue
tan solo el primero de la larga seguidilla de fracasos que muestra la parte
central de la novela, que son los fracasos de una generación entera. Los
dos relatos (dos focalizaciones, dos temporalidades) no chocan sino que
se potencian.
No sucede lo mismo en la novela de Lamberti. En la medida en que Julia
es la protagonista, Lamberti se ve ¿obligado? a escribir un relato con un
“final feliz” ideológicamente hablando. Este final feliz resulta extraño (y
hasta inmerecido) tras asistir durante largas páginas (la parte central de
la novela que, por momentos, se hace un poco lenta) al despliegue de
crueldad de Griselda y Braulio. Griselda como anti-Madre de Plaza de
Mayo es el personaje más logrado de la novela y posee un atractivo
demoníaco: si es menester comparar a la novela de Lamberti con Nuestra
parte de noche, la mayor diferencia es que Para hechizar al cazador tiene
mucha más ambigüedad moral.
En la novela de Enríquez los villanos son el mal encarnado (al punto que
lo que veneran se llama “la Oscuridad” a secas), cómplices de toda una
serie de actos de barbarie de los que colaborar con el Proceso es apenas
uno más. En cambio, Braulio Lara es hijo de un inmigrante y su fortuna
obedece a la movilidad social que en algún momento fue posible en la
sociedad argentina y, por monstruosas que sean sus acciones, es posible
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empatizar con Griselda, con su dolor y su rechazo a aceptar el asesinato
de su hijo, algo que ciertamente no es posible con Mercedes Bradford,
villana de Nuestra parte de noche (ya el apellido inglés, como Bullrich, es
indicador de maldad).
Sin embargo, todo el interés que despierta Griselda se pierde cuando
volvemos a Julia. Si en la figura de la anti-Madre Lamberti encuentra una
veta para explorar algo perverso y relativamente transgresor (la víctima
devenida victimaria), Julia es, quizá por compensación, la sucesora ideal
de un montonero que asume el deber de reparar lo hecho por sus
abuelos. Cuando en la tercera parte Griselda revela que buscó a su nieta
para que se haga cargo de mantener vivo al engendro que alguna vez
fuera su padre (el cadáver revivido de Luis Lara), Julia toma la decisión de
dejarlo morir, confrontar la entidad sobrenatural que llaman el Cazador
y, finalmente, devolver los huesos de las personas que sus abuelos
desaparecieron a sus familiares.
Veamos brevemente cómo se construye este “Cazador”. La primera
mención del término en realidad refiere a Julia: cuando su nieta le cuenta
de su vida nómade, Griselda dice que “podría haber elegido lo mismo
que vos. Ser una cazadora. (énfasis mío). Poco después Griselda se
refiere a las dos, abuela y nieta, como cazadoras, distintas de la gente
común. Y recién cuando droga a Julia empieza a hablar de “el Cazador”,
en masculino y mayúscula: “Fue gracias al Cazador que te encontré”.
Mucho más adelante en la novela, cuando al final de la segunda parte
aparece la bruja que va a ayudar a los Lara a reanimar al cadáver de Luis,
se lo describe un poco más, pero nunca de forma muy concreta:
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“Imaginen esto: en mitad del campo hay un Cazador. No tiene cara. Es
una sombra. La sombra de un Cazador”.
Esta figura no está tomada de una mitología o leyenda en particular; no
tiene nada que ver con Acteón u Orión, por nombrar cazadores de la
mitología griega.
4
Fue creada por Lamberti para su novela, y su carácter
indeterminado es una decisión deliberada. Cuando finalmente aparece
en escena en la tercera parte, después de que Griselda se suicida y Julia
queda a cargo del zombie de su padre y la continuidad del rito, el
enfrentamiento debería funcionar como un clímax apropiado. El lector
podría esperar que el Cazador fuera el propio Luis Lara, que en ese caso
sería el anti-desaparecido (en la medida en que la figura del desaparecido
se construye como la de un mártir), o quizá Braulio, para subrayar el dolor
de Julia al descubrir que su nueva familia no es tan distinta a la anterior,
o incluso Griselda, que no por nada se había adjudicado el título de
cazadora.
Sin embargo, no es lo que ocurre: cuando asistimos a la batalla final, el
Cazador toma la forma del coronel que atormentó la infancia y
adolescencia de Julia. En términos de la vida de Julia es significativo (se
trata de un triunfo sobre la apropiación de su vida por el Proceso), pero
en términos de la novela resulta casi trivial: hacía muchas páginas que no
veíamos al coronel, que además es en un personaje terciario, indigno de
erigirse como enemigo final. La narrativa convencional que Para hechizar
4
Tampoco remite al mito de la cacería salvaje en cualquiera de sus versiones, ya que
esta es un episodio colectivo que involucra muchas figuras sobrenaturales (y no, como
en la novela, un cazador individual). Además, la cacería suele estar asociada a fechas
particulares (funciona como presagio de calamidades) y los seres humanos no tienen
recurso frente a ella; en cambio, en la novela, Griselda y Braulio invocan al Cazador y
negocian con él.
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a un cazador había esbozado en la primera parte para luego tomar otra
dirección (la dirección de Griselda) regresa y la novela se desinfla por
completo. El mal, que se había expandido de manera inquietante hasta
incluir, potencialmente, a las víctimas del Proceso, vuelve a estar
contenido en la figura del milico.
IV
Mi argumento, a nivel formal, es que la novela de Julia y la novela de
Griselda no solo son distintas sino incongruentes. Y llegado este punto
es inevitable dejar lo formal por lo ideológico: la figura de Griselda como
villana, desapareciendo civiles para mantener vivo a su hijo muerto, se
presta a una serie de lecturas que el desenlace de Julia parcialmente
cancela. Ensayemos dos, desde perspectivas políticas opuestas.
Griselda y Braulio son representantes de la clase social más responsable
por las desapariciones. Si aceptamos la caracterización de la dictadura
como vico-militar, (la dictadura terrorista burguesa unificada, en
palabras de Alejandro Horowicz), el dueño de la clínica y su esposa
claramente forman parte de la clase social que festejó el golpe de Estado
y en términos materiales se benefició de sus políticas (algo que el propio
Braulio refrenda con su actitud). Estos personajes son, como Mercedes
Bradford y a pesar de su distinto origen, incapaces de relacionarse con el
resto de la sociedad de una forma que no sea depredadora, y ni siquiera
el sacrificio de su hijo puede persuadirlos para actuar de otro modo.
Así, Para hechizar a un cazador puede leerse como una puesta en escena
de la pata civil de la dictadura, y una muestra contundente de la
persistencia del terror más allá del 83. Rodolfo Fogwill se refirió
numerosas veces al período democrático como “posdictadura” para
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subrayar en qué medida la democracia argentina nació condicionada por
el Proceso; Griselda y Braulio serían agentes de esta posdictadura, al
igual que los responsables de la desaparición de Jorge Julio López.
Sin embargo, también es posible hacer una lectura más cínica, donde
Griselda y Braulio (o más bien el cadáver de Luis) sirven como metáfora
de una Argentina que no deja ir a los muertos, que no cierra la herida
abierta en 1976, con consecuencias letales. ¿Puede verse aquí una crítica
a las políticas de memoria, verdad y justicia? Probablemente no, dadas
las simpatías políticas de Lamberti, que al recibir el premio Clarín dedicó
la novela a los treinta mil desaparecidos.
5
Podría argumentarse que
hacen falta más políticas de memoria, verdad y justicia para cerrar esa
herida, no menos, pero también es cierto que la figura de Luis como
zombie montonero que se alimenta de la sangre de civiles tiene algunas
resonancias incómodas en tiempos de Milei (aunque la novela, conviene
aclarar, fue escrita antes de la elección). Sobre todo, porque el episodio
de secuestro y tortura que se narra con más detalle es el de una niña
adolescente. Como en La nona de Roberto Cossa, donde las nuevas
generaciones son devoradas por las anteriores, acá los niños son
sacrificados para alimentar los sueños truncos de los años setenta.
“El asesino de chanchos”, cuento perteneciente al libro homónimo de
Lamberti publicado en 2010, tiene fuertes ecos de Bolaño: “Yo no tenía
trabajo, ni una familia que pudiera considerar como propia, ni domicilio
fijo”, comienza relatando el protagonista adolescente antes de dejar su
casa para irse a vivir a lo de una amiga que hospeda viajeros y linyeras y
5
Con mención del número, muy necesaria en el contexto actual:
https://www.lavoz.com.ar/cultura/luciano-lamberti-ganador-del-premio-clarin-el-
miedo-aparece-con-la-inteligencia/
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tiene una foto de Cortázar pegada en la pared de la cocina, como un
personaje cualquiera de Los detectives salvajes.
Leído desde Para hechizar a un cazador, lo más interesante de este cuento
es la figura del asesino de chanchos que fascina al protagonista y
narrador, un carnicero al que le encontraron, en el tacho de doscientos
litros donde guardaba pedazos de cerdo, “algunos miembros humanos,
brazos, piernas, órganos rosados”. El modus operandi del asesino se
parece al de Griselda y Braulio, que a menudo viajaban a otros pueblos
para secuestrar personas: “Dos de las víctimas del tacho se identificaron.
Vivían lejos y se creía que el asesino las había adormecido en su lugar de
origen”. Al protagonista no le genera rechazo, al contrario: “por alguna
razón me alegraba que no lo encontraran. El asesino era una especie de
héroe para mí”.
Puede trazarse una línea desde el tacho lleno de miembros humanos del
asesino de chanchos hasta el pozo con los restos de las víctimas de
Griselda y Braulio. Claro que al vincular los asesinatos de los dos
burgueses terroristas con el Proceso, no es posible sostener el
entusiasmo del protagonista adolescente del cuento; la perspectiva de
Julia se ocupa de establecer una condena política clara, que fuera de la
novela comparte el propio Lamberti. Pero resulta elocuente que las
partes más potentes (para bien y para mal) de Para hechizar a un cazador
tengan que ver con el horror en el que se sumen Griselda y Braulio,
mientras que las partes de Julia resultan más bien trilladas.
Quizá sea injusto, pero podría decirse que la novela de Julia pertenece al
ciudadano Lamberti, consciente del horror que fue el Proceso, y que la
novela de Griselda es del narrador Lamberti, abocado a explorar el terror
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y lo inhumano. El todo resulta menos que la suma de las partes, y la
tematización de la dictadura parece ser un corsé para el tipo de historia
que este narrador disfruta de contar.