análisis desde una perspectiva orientada hacia los particulares, en
oposición con el entramado social. En otras palabras, como dijimos al
comienzo, el hincapié está puesto en las poéticas propias:
Luchamos para cambiar nuestro cuerpo o para adaptarnos a las
convenciones dominantes, o bien luchamos contra esas
convenciones, peleamos para que la sociedad nos reconozca tal
como somos. El narcisismo contemporáneo no es la contemplación
pasiva del propio cuerpo, sino la lucha activa, en ocasiones violenta,
para lograr que se reconozca ese cuerpo como bello, digno de
respeto, valioso (2023: 16).
Luego de establecer que la mirada nos convierte en meros objetos –
aunque en esa premisa descansa la posibilidad de poder analizar nuestro
devenir artístico– aparece esta tensión entre nuestro cuerpo público y el
deseo moderno por el reconocimiento. En Narciso –la figura predilecta
de Groys para analizar las políticas visuales que convierten al humano en
obra de arte– esto no sucede, sino que funciona como contraejemplo: se
rechaza toda utilidad al asimilarse el propio Narciso con su reflejo en el
lago. De esta manera, se sacrifica el mundo interno en favor de la imagen
externa, accesible para todos; social y pública. ¿Cómo es útil Narciso, en
términos modernos, para afirmar estas consideraciones sobre la obra de
arte moderna? Groys postula que este narcisismo moderno consiste en
entender el propio cuerpo como objeto, como una cosa en el mundo,
similar a todas las demás. Este es el carácter objetivo del narcisismo: el
cuerpo mismo deviene en objeto, en obra de arte, pero, sin embargo, en
su consideración poética y política, no-estetizada.
Podemos traer a colación aquí otro entrecruce entre Groys y la teoría
moderna con la que establece un diálogo constante. De cierta manera, lo
que se está haciendo al trabajar con la idea de diseño es transpolar
comportamientos y conductas históricas en términos artísticos para