En un principio, por ende, la idea de “ficción especulativa” abarcaba un
margen muy pequeño de lo que hoy en día se pone bajo ese paraguas
terminológico. Compárese esa definición súper estricta de Heinlein (que
ni siquiera abarca la totalidad de lo que podemos entender como ciencia
ficción) con la mucho más abarcativa que brindaba en 2010 Gerald R.
Lucas en The Encyclopedia of Twentieth-Century Fiction:
La ficción especulativa explora conscientemente y cuestiona la
realidad situándose en la intersección de lo mundano y de lo que no
está del todo bien. La ficción especulativa posiciona la realidad de
una forma que hace que sus superficies sólidas sean menos opacas,
y sus ángulos no tan derechos. Cuestiona la realidad empírica al
proponer una extraña novedad, que causa un extrañamiento
cognitivo en el lector. [...] La ficción especulativa a menudo responde
a una pregunta de "¿Qué pasaría si?" que propone una realidad
alternativa como su motor narrativo primario. La realidad
distorsionada o alterada explícitamente hace avanzar el relato
mientras que implícitamente pone en cuestión lo que se da por
sentado sobre la realidad y las fuerzas que la componen: la historia,
la ciencia, la tecnología, la política y la metafísica. (Lucas, 2010: 4)
Es curioso que en esta entrada, no obstante, la inclusión de la fantasía se
da como una nota al pie, un tren de cola, junto con otros fenómenos
originalmente excluidos:
La ficción especulativa incluye todas las características de la ciencia
ficción, pero a menudo abarca un rango mucho más amplio,
incluyendo historia alternativa, realismo mágico, fantasía
contemporánea y demás. Como parte de su definición más inclusiva,
la ficción especulativa también rompe con las preocupaciones
tradicionales de una comunidad de lectores y escritores
tradicionalmente blanca y mayormente masculina, para incluir voces
marginadas y preocupaciones como las de clase, raza, género y
sexualidad. (Lucas, 2010: 1)