amigas, y en sus conversaciones aparece el interrogante por las
cuarentenas ajenas. ¿Cómo vivirán estas semanas aquellas familias
numerosas, o aquellas que cuentan con pocos recursos económicos, o
aquellas en donde la violencia doméstica es moneda corriente? Porque,
como dice Martín Kohan en el primero de sus diarios, nuestra idea de
mundo ha cambiado. Eso es indiscutible. En efecto, el mundo que
conocíamos se ha convertido en una amenaza, salir implica ahora correr
un riesgo que podría ser mortal, por lo tanto, este termina por reducirse:
“El mundo entero por fin, pero metido cada cual en casa” dice Kohan.
Pero la pregunta que se hace Cabezón Cámara con su amiga que insiste:
“¿Y te imaginás la violencia en las casas? ¿Con los chicos y las chicas?
¿Contra las mujeres?”. Mientras los números que persiguen y obsesionan
a Mariana Enríquez (los números de contagios, muertes, recuperaciones,
las estadísticas, etc.), y los medios de comunicación masivos no nos
permiten ignorar, se modifican minuto a minuto, las cifras de femicidios,
violaciones y otras formas de la violencia que antes de la pandemia ya
eran difíciles de estimar, ahora en la reclusión de los hogares, de esos
mundos domiciliarios y privados, son prácticamente imposibles de medir.
La relevancia del diario, en este contexto, resulta fundamental porque
precisamente en la publicación de lo íntimo y de lo privado, o al menos
de una idea de lo íntimo y lo privado, se insiste en no perder de vista
aquellos problemas que preexisten a la pandemia. En un momento de la
historia de la humanidad en donde el mundo se ha reducido a cuatro
paredes, en donde el tiempo de percibe, como sostiene Camila Sosa
Villada, como dentro de una película iraní, y en donde la muerte acecha
en cada contacto humano directo, la modernidad continúa, no se detiene.
El mundo sigue girando, y lo que antes existía no ha desaparecido. Las