Revista Luthor, nro. 57 (noviembre 2023) ISSN: 18573-3272
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El sujeto post-pandemia
Aproximación a las nuevas formas de subjetivación y
reconfiguración de la escena cultural argentina
durante el aislamiento obligatorio
Amaranta Gallego
Apenas estamos empezando a dimensionar los efectos de la pandemia de COVID-19 en
la conformación de nuevas subjetividades sociales, políticas y culturales. Giorgio
Agamben y Jacques Ranciére plantearon perspectivas contrapuestas sobre el rol del
Estado. Las discusiones sobre el tema en la Argentina reflejaron modificaciones en las
formas de producción, circulación y consumo de la literatura que ya venían
percibiéndose en las últimas décadas.
* * *
1. Un acercamiento al sujeto de la pandemia
En su texto titulado “¿Qué es un dispositivo?”, Giorgio Agamben
recupera un concepto que considera fundamental en la obra del filósofo
francés Michel Foucault. El italiano retoma una entrevista de 1977 en la
que Foucault se aproxima al delineamiento de una definición al decir que
por dispositivo entiende “un conjunto de estrategias de relaciones de
fuerza que condicionan ciertos tipos de saber y son condicionados por
ellas” (2014: 8). Sin embargo, Agamben no se limita en este ensayo a la
realización de un estudio genealógico de este concepto, sino que nos
propone repensarlo desde su relación con los procesos de subjetivación.
Él sostiene que los dispositivos deben producir un sujeto y, habiendo
dejado esto en claro, propone una nueva definición. Para Agamben será
un dispositivo “cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de
capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar
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los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres
vivientes” (18).
Esta nueva forma de pensar los dispositivos en su relación con los
procesos de subjetivación nos resulta fundamental para entender la
postura del filósofo italiano ante las políticas del gobierno de su país
durante la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 en el año 2020. En
una serie de artículos publicados en diversos portales digitales y luego
compilados en un único volumen bajo el título ¿En qué punto estamos?,
Agamben dirá que la “bioseguridad” es el “dispositivo de gobierno que
resulta de la conjunción de la nueva religión de la salud y el poder estatal
con su estado de excepción” (2020: 7). Este dispositivo, en combinación
con otros tales como los dispositivos digitales, Internet, y la
implementación del distanciamiento social, ha definido una nueva
estructura de las relaciones sociales.
Si, al igual que Agamben, concebimos los dispositivos como máquinas
que producen subjetivaciones, entonces podríamos preguntarnos qué
tipo de sujeto resulta de la red de dispositivos que intervinieron durante
el Estado de Excepción de la pandemia. Es decir, ¿cómo es el sujeto de la
pandemia? Para el filósofo italiano, las políticas de Estado que promovían
el aislamiento obligatorio resultaban en la transformación de cada
individuo en un potencial “untador”, es decir, en un agente de contagio
(18). Fue precisamente este discurso el que habilitó y justificó que
cualquier individuo que incumpliera con las cuarentenas fuera multado
y, en algunos casos, hasta detenido por las fuerzas policiales. Pero lo que
más preocupó a este pensador tuvo que ver con que las relaciones entre
los nuevos sujetos que resultase de las limitaciones de las libertades muy
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posiblemente se vieran degeneradas. En definitiva, Agamben piensa en
la posible abolición del prójimo como resultado de la emergencia del
sujeto untador.
Al respecto, habría que revisar la lectura que del mismo escenario
propone Jacques Ranciére. A diferencia de Agamben, el filósofo francés
sostiene que “la gestión de la crisis por parte de nuestros Estados no ha
obedecido realmente al paradigma de un control científico de las
poblaciones” (66), pero reconoce que el confinamiento estricto y
controlado “ha puesto de manifiesto una relación muy específica y muy
limitada del poder del Estado con las vidas individuales” (67) en la medida
en que la pandemia ha sido gestionada de la misma manera en que se
gestionan los conflictos sociales o los atentados terroristas. De esta
manera, al igual que en los demás escenarios mencionados, el sujeto de
la pandemia encuentra en el otro ya no un ciudadano, sino una amenaza,
cuyo contacto (y su contagio) hay que evitar.
Ante esta concepción del otro como una amenaza terrorista o como un
untador, Agamben sugiere recuperar la figura del prójimo. En el texto
intitulado “¿En qué punto estamos?”, el italiano se propone posicionarse
a sí mismo como un hombre contemporáneo en los términos en los que
él mismo lo define, es decir, como “aquel que mantiene la mirada fija en
su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad” (2011: 21) y se
pregunta q significa vivir en una situación de emergencia. En este
punto, el italiano reconoce, en cierta medida, la necesidad y también la
importancia de cumplir con el aislamiento pero sin por ello caer en el
pánico que los medios de comunicación promueven e incentivan, así
como tampoco olvidar que el otro, antes que un posible agente de
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contagio, es también nuestro prójimo. Al mismo tiempo, insiste en la
necesidad de un cambio en lo que refiere a la forma en que miramos el
espacio que nos rodea y con ello recuperar nuestra capacidad de habitar.
Ahora bien, ¿cómo inciden estas nuevas subjetividades en la esfera del
arte en general y, más específicamente, en la escena cultural y literaria
argentina? Este escenario descrito por Agamben en Italia, y por Ranciére
en Francia, no es lejano al que hemos experimentado en nuestro país.
Aquí en Argentina, a modo de estrategia preventiva ante el próximo e
inevitable aumento de contagios, el 20 de marzo de 2020 se declaraba el
ASPO (Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio) en todo el país.
Durante dicho periodo, que inicialmente proyectaba una duración de
quince días, y que luego terminaría por extenderse (con progresivas
flexibilizaciones) por alrededor de un año y medio, toda actividad que no
fuera esencial, y toda circulación en espacios públicos y privados que no
estuviera justificada por dicha esencialidad, quedaban prohibidas.
En este nuevo contexto de reclusión involuntaria, la experiencia de lo
cotidiano sufrió un cambio radical. Gran parte de la población se halló
imposibilitada de realizar sus tareas laborales, muchos otros perdieron
sus trabajos y otros tantos se vieron obligados a readaptar sus
actividades bajo la modalidad del home office con vistas a mantener su
productividad. Mientras tanto, las cifras de muertes, contagios y
recuperaciones eran modificadas minuto a minuto. La realidad adquirió
un carácter paradójico: mientras que el mundo parecía detenerse ante la
cuarentena, el dinamismo de las sociedades modernas, junto con su
necesidad de “crecer, acelerarse y condensar la innovación para
mantener el status quo(Rosa, 2019: 28), parecía intensificarse cada vez
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más. En este nuevo escenario, la única forma de interacción con otros y
con el mundo exterior fue posible solo por medio de la virtualidad.
Desde numerosas instituciones surgieron planes de contingencia para
continuar con las actividades en medio de un ámbito que parecía propio
de una distopía. Plataformas docentes como el “Portal abc” publicaban
materiales que se adaptaran a las nuevas condiciones escolares y la
Televisión Pública transmitía programas que complementaban los
contenidos. El número de usuarios registrados en plataformas de
extracción de datos como Netflix y Amazon, entre otras, aumentó
exponencialmente e incluso las reuniones sociales fueron sustituidas por
videollamadas pactadas previamente.
En el presente trabajo, nos proponemos reflexionar respecto a cómo el
contexto de encierro preventivo en el marco de la pandemia ha acelerado
las modificaciones en las formas de producción, circulación y consumo
de la literatura que ya venían teniendo lugar desde las últimas décadas.
Nuestra hipótesis sostiene que, en un entorno de aislamiento social
obligatorio, el traslado de la ciudadela literaria hacia la escena digital fue
una necesidad y un fenómeno ineludible. En estas condiciones, las
llamadas “escrituras del yo” adquieren una dimensión pública que
resulta operativa en la medida en que el escritor, ahora influencer (Vanoli,
2019) o blogger (Groys, 2020), presenta una imagen de intimidad-pública
que comparte con sus lectores, constituyendo así una comunidad a partir
de la cual sus miembros crean herramientas con las cuales sobrevivir al
aislamiento y a la angustia vivenciada durante los momentos más
estrictos de la cuarentena del año 2020.
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2. La escena literaria digital y el escritor influencer en cuarentena
2.1. La ciudadela literaria y la escena literaria digital
En 2019, un año antes de la pandemia, Hernán Vanoli publicaba El amor
por la literatura en tiempo de algoritmos. Entre las once hipótesis que
integran el libro, el escritor argentino sostiene que “en lugar de
posicionarse en un campo literario, todo escritor deambula en una
ciudadela literaria intermitente y fantasmática”. Vanoli observa que la
noción de “campo literario” presentada por Pierre Bourdieu resulta poco
útil al momento de pensar la producción cultural en la América Latina de
los últimos años (83). Como alternativa a dicho concepto, el autor
propone el de “ciudadela literaria” en tanto “conjunto de escenas offline”
integrado por “escritores dispersos, escenarios urbanos y sociabilidades
cara a cara” (85). Esta ciudadela, entendida como un espacio geográfico
y presencial, se vincula con la escena literaria digital con la cual
ocasionalmente se superpone y con la que puede llegar a hibridarse por
momentos.
Por supuesto que Vanoli piensa esta superposición entre ciudadela
literaria y escena digital antes de que el aislamiento obligatorio fuera
siquiera una posibilidad. Sin embargo, en un contexto de encierro
absoluto, en donde el espacio geográfico de los sujetos se ha reducido a
las cuatro paredes de una casa, resulta inevitable el traslado total de la
ciudadela a la sociabilidad digital. Talleres de escritura, congresos
académicos, presentaciones de libros e incluso encuentros literarios se
han visto en la necesidad de recurrir a distintas plataformas de extracción
de datos en miras de continuar, no con normalidad, pero con cierta
sensación de regularidad, sus actividades. Sin ir más lejos, aquí en la
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ciudad de Mar del Plata, el famoso taller de narrativa dirigido por Emilio
Teno y Mariano Taborda realizó, durante los años 2020 y 2021, sus
encuentros semanales por medio de los servicios de videoconferencias
diseñados por empresas multinacionales como Zoom y Google Meet. De
esta manera, a pesar de la reclusión de cada uno de los participantes del
taller, era posible llevar adelante los intercambios “presenciales” sin la
necesidad de infringir la cuarentena. Además, esta “presencialidad
virtual”, o “sincronicidad” si se prefiere, admitió también acortar las
distancias geográficas aún más de lo esperado: ya no fue necesario
habitar en la ciudad balnearia para poder participar de los encuentros del
taller, sino que, con disponer de una computadora, o un teléfono celular,
y de una conexión a internet estable, cualquier persona interesada podía
participar desde cualquier rincón del globo. De la misma manera,
encuentros literarios locales como “ELICSyR” o “La prosa mutante”
recurrieron a las redes sociales Facebook e Instagram para transmitir “en
vivo” las lecturas de sus invitados, quienes ya no se encontraban en la
necesidad de trasladarse para participar, facilitando de esta manera la
“presencia” de escritores desde otros países, como fuera Malén Denis
desde Estados Unidos o Fernanda García Lao desde España. Si Vanoli, en
2019, consideraba la ciudadela literaria como un espacio “a la defensiva
que intenta purificarse tanto de la ironía como del cinismo que inundan
las redes sociales” (86), con el aislamiento preventivo y obligatorio que
advino en el 2020 esta postura debió reconsiderarse y volverse, la menos
provisionalmente, conciliatoria ante la situación de contingencia.
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2.2. El diario del escritor influencer
Al igual que el vínculo entre ciudadela literaria y escena digital, la relación
entre escritores y lectores también se ha visto afectada en el contexto de
cuarentena. Lejos de ampliar las distancias entre unos y otros, la
transferencia total de la ciudadela a la escena digital reduce
significativamente las distancias entre ambos actores. Por supuesto que
este fenómeno en no representa una novedad. Ya Walter Benjamin
hablaba de la próxima desaparición del carácter fundamental en la
diferencia entre el autor y su público y observaba que con la creciente
difusión de la prensa “el que lee está dispuesto a pasar a escribir en
cualquier momento” (2011: 32). Siguiendo esta línea de pensamiento,
Vanoli también sostiene la indistinción de ambos roles y nos recuerda
que “en la internet actual, cada lector es un escritor y un publicista que
opera como una feria gratuita de contenidos artísticos obligada a realizar
performances para diversos flujos de audiencias” (2019: 33). Para él, la
figura del intelectual es sustituida por la del influencer en la medida en
que su “identidad digital” es también una parte de su obra que exige el
establecimiento de un pacto de sinceridad con sus lectores (42).
Al respecto de esto, resulta interesante la lectura del ensayo de Boris
Groys titulado Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora
moderna (2020). En él, el autor propone una lectura de las formas del arte
contemporáneo desde una perspectiva poética y no estética, es decir, no
desde la perspectiva del consumidor de arte, sino desde la del productor
(15). El pensador alemán encuentra que “el sistema del arte va en camino
a transformarse en parte de aquella cultura de masas que durante
mucho tiempo contempló y analizó a la distancia” (50) y sostiene que, en
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tanto parte de la cultura de masas, el arte deja de ser fuente de obras
comercializadas en el mercado y se convierte en una práctica de
exhibición. En este sentido es que Groys afirma que, en la actualidad, la
producción estética, la presentación y la distribución son coincidentes y
vinculan la figura del artista con la del blogger. Más aún, para este
pensador, en el mundo del arte contemporáneo “casi todos actúan como
bloggers -artistas individuales pero también las instituciones e incluso los
museos” (138). Groys sostiene que Internet es el lugar en el que el sujeto
se constituye originalmente como transparente, observable y solo
después empieza a estar técnicamente protegido para ocultar el secreto
revelado originalmente. El pacto de sinceridad propuesto por Vanoli,
para Groys, consistiría entonces en la construcción de una imagen
pública de sí mismo, es decir, la producción de un “Yo público” (16). En el
contexto de encierro referido, este pacto de sinceridad en parte adopta
la forma del diario.
Durante el primer año de pandemia, muchos usuarios de distintas redes
sociales recurrieron a la forma del diario para escribir sobre sus vivencias
personales durante el aislamiento. Así, por ejemplo, en su cuenta
personal de Facebook, Juan Cruz Zariello, un profesor de Letras
marplatense, llevó durante alrededor de un año y medio un “Diario
docente de cuarentena” cuyas entradas fueron posteriormente subidas
a un blog, y en el cual fue publicando desde anécdotas referidas a su
experiencia al momento de dar clases virtuales hasta fragmentos de
textos literarios, canciones e incluso reflexiones sobre lo paradójico que
resulta dar una clase de poesía vanguardista por medio de un aula virtual
mientras que afuera de nuestros hogares la sensación es la de estar
protagonizando una película de terror postapocalíptico.
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De esta manera, el diario, género escriturario asociado al espacio
personal y a lo íntimo, a la absoluta subjetividad, adquiere, por medio de
su publicación en redes sociales y otras plataformas digitales, una
dimensión masiva. Ahora nosotros, todos escritores-lectores influencers
y bloggers, sentimos la necesidad de hacer públicas nuestras
experiencias, de compartir nuestras ideas, pero también nuestras
angustias, miedos, incertidumbres en el encierro. Así, por medio de
nuestros perfiles personales nos diseñamos a nosotros mismos y
creamos así “un efecto de sinceridad que provoque confianza” en el alma
de nuestros espectadores (Groys, 2020: 41) que apela también a
despertar la identificación del otro con nuestra situación. En el caso de
las entradas pertenecientes al “Diario docente de cuarentena”, era
frecuente encontrar comentarios de colegas y otros contactos en los que
expresaban su acuerdo o su identificación con las experiencias
compartidas. En un contexto de soledad producto del encierro
involuntario, el diario, género escrito en soledad, se convierte en un
género público que crea comunidades.
2.3. Los diarios del CCK: la intimidad pública de los escritores
En marzo y abril del 2020, desde la plataforma del Centro Cultural
Kirchner, comienzan a publicarse semanalmente los diarios de Mariana
Enríquez, Martín Kohan, Pedro Saborido, Gabriela Cabezón Cámara y
Camila Sosa Villada. Con cuatro entregas cada uno, estos escritores
utilizan la forma del diario para pensar, desde sus propios encierros e
interpelados por sus propias inquietudes, la situación actual. Desde la
modificación radical en nuestra percepción del mundo, pasando por el
terror que los medios de comunicación despiertan en la población,
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llegando a las inquietudes de corte social, colectivo y medioambiental y
finalmente la experiencia de la cuarentena para aquellos que conviven
sólo consigo mismos, lo interesante de la propuesta del CCK radicó en
que cada uno de ellos problematiza alguno de estos aspectos de la nueva
vida cotidiana y, por medio del registro subjetivista propio del género,
nos invitan a nosotros a formar también parte de esas reflexiones.
En tanto dispositivo que captura, orienta, determina, intercepta,
modela, controla y asegura los gestos, conductas, opiniones y discursos
de los seres vivos (Agamben, 2014), la plataforma digital del CCK se nos
presenta ahora como un espacio digital de debate y de intercambio. A
partir de la publicación del diario, los usuarios podemos acceder, como
por una ventana, a una imagen artificial que se nos presenta como un
fragmento de la intimidad de los escritores. A partir de ella, nos es posible
opinar y discutir con ellos al tiempo que también hacemos públicas
nuestras ideas y reflexiones desde nuestros propios perfiles (perfiles que
también hacen pública una idea de intimidad).
Quizás lo más interesante de la propuesta del CCK radica en el hecho de
que por medio de la discusión sobre el contexto más actual, también se
invita a la revisión de ciertos problemas e inquietudes preexistentes a la
pandemia. Así, por ejemplo, la primera entrada a los diarios de Gabriela
Cabezón Cámara, si bien parte de su experiencia inmediata en relación
con el encierro, en decir, la angustia que genera el encierro, la soledad,
la incertidumbre económica, etc., inmediatamente vira en otras
direcciones.
En la tranquilidad de su casa a las afueras, con sus perros y su huerta,
Gabriela planifica qué es lo que hará en los próximos días. Habla con
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amigas, y en sus conversaciones aparece el interrogante por las
cuarentenas ajenas. ¿Cómo vivirán estas semanas aquellas familias
numerosas, o aquellas que cuentan con pocos recursos económicos, o
aquellas en donde la violencia doméstica es moneda corriente? Porque,
como dice Martín Kohan en el primero de sus diarios, nuestra idea de
mundo ha cambiado. Eso es indiscutible. En efecto, el mundo que
conocíamos se ha convertido en una amenaza, salir implica ahora correr
un riesgo que podría ser mortal, por lo tanto, este termina por reducirse:
“El mundo entero por fin, pero metido cada cual en casa” dice Kohan.
Pero la pregunta que se hace Cabezón Cámara con su amiga que insiste:
“¿Y te imaginás la violencia en las casas? ¿Con los chicos y las chicas?
¿Contra las mujeres?”. Mientras los números que persiguen y obsesionan
a Mariana Enríquez (los números de contagios, muertes, recuperaciones,
las estadísticas, etc.), y los medios de comunicación masivos no nos
permiten ignorar, se modifican minuto a minuto, las cifras de femicidios,
violaciones y otras formas de la violencia que antes de la pandemia ya
eran difíciles de estimar, ahora en la reclusión de los hogares, de esos
mundos domiciliarios y privados, son prácticamente imposibles de medir.
La relevancia del diario, en este contexto, resulta fundamental porque
precisamente en la publicación de lo íntimo y de lo privado, o al menos
de una idea de lo íntimo y lo privado, se insiste en no perder de vista
aquellos problemas que preexisten a la pandemia. En un momento de la
historia de la humanidad en donde el mundo se ha reducido a cuatro
paredes, en donde el tiempo de percibe, como sostiene Camila Sosa
Villada, como dentro de una película iraní, y en donde la muerte acecha
en cada contacto humano directo, la modernidad continúa, no se detiene.
El mundo sigue girando, y lo que antes existía no ha desaparecido. Las
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realidades individuales, aunque modificadas por el aislamiento, siguen
siendo. De ahí la necesidad de volverse público: en el encierro obligatorio,
es imperativo que lo privado se convierta en público para a poder
reafirmar su existencia y su continuidad.
4. Conclusión
El 24 de diciembre del 2021, el diario La Nación publica una noticia en la
que se informa que desde el Gobierno Nacional se ha prorrogado la
emergencia sanitaria hasta el 31 de diciembre del 2022. Sin embargo,
parte de la vieja normalidad ha sido recuperada. Las instituciones
educativas, los eventos culturales, los talleres, los congresos entre otros
tantos espacios de sociabilización han vuelto a su presencialidad. En gran
parte, esto se debe a las campañas de vacunación, facilitadas por la
implementación de plataformas de extracción de datos estatales que
operaron con el fin de administrar turnos en orden de prioridad. Sin
embargo, los nuevos dispositivos adquiridos durante el periodo de
cuarentena no han desaparecido, sino que han sido asimilados
selectivamente. Hoy en día las aulas virtuales se siguen utilizando con el
fin de facilitar y democratizar el acceso a materiales de estudio, seguimos
gestionando turnos virtuales para realizar distintos trámites, e incluso la
mayoría de nosotros contamos ahora con aplicaciones de pago a
distancia y sin contacto en nuestros celulares.
En lo que refiere al ámbito cultural, la ciudadela literaria parece haber
recobrado cierto grado de autonomía respecto a la escena digital, pero
no es una autonomía total. Hoy sabemos que, para participar en
congresos en otros puntos del país, podemos contar con la bimodalidad.
Las presentaciones de libros y eventos literarios han vuelto a ser
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presenciales, pero transmiten también en vivo por sus respectivos
canales de YouTube para aquellos interesados que estén a la distancia.
Lo mismo ocurre con los festivales de cine, los cuales ofrecen la
posibilidad de ver las películas tanto en la sala real, como en salas
virtuales desde nuestras casas. La nueva normalidad (una normalidad
bimodal, presencial y virtual) parece haber acortado la brecha geográfica
que nos distanciaba, pero también nos ha desdoblado a nosotros como
sujetos. La existencia post-pandemia, o post-cuarentena si se quiere, es
una existencia doblemente pública: la presencialidad blica, por un
lado, luego, la intimidad que se ha vuelto pública por medio de la
virtualidad.
5. Bonus track: La emergencia del sujeto libertario de la post-
pandemia
En 2022 se publicó en Argentina El futuro después del COVID-19, libro
digital que reúne ensayos de pensadores de diversas áreas y que tiene
como propósito reflexionar sobre el entonces actual contexto de
pandemia e intentar hacer una proyección de lo que sería nuestro país y
el mundo luego. En “Después del aislamiento”, el primero de los artículos
de la antología, Roberto Follari señalaba la irresponsabilidad de varios
intelectuales europeos que, lejos de estar a la altura de los desafíos de la
historia, “han pasado por debajo de la vara” (10). Para Follari, los
intelectuales han perdido la oportunidad de indagar en un fenómeno
inédito para nuestra generación y se han quedado estancados en la
reconfirmación de sus propios prejuicios y en la emisión de golpes
retóricos que llevaron a subestimar la pandemia. En efecto, la
minimalización de los efectos de la pandemia durante las primeras
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semanas luego de su impacto en Europa, efectuada no sólo por
pensadores de reconocimiento mundial como Agamben o Byung-Chul
Han, sino también por dirigentes políticos como Trump y Bolsonaro, y por
comunicadores pertenecientes a grandes monopolios, terminaron por
construir el ambiente perfecto para la emergencia de discursos que,
hasta algunos meses antes, circulaban casi exclusivamente en
plataformas digitales, blogs y redes sociales. De repente, las teorías
conspirativas que hasta entonces habían sido un simple objeto de
consumo irónico, ahora comenzaban a ocupar el lugar de discursos
dominantes y se replicaban en canales televisivos de alcance global.
Aquí en Argentina, sin ir más lejos, el ASPO recibió, por parte de ciertos
sectores, un rechazo contundente. Se habló del uso político de la
pandemia con el fin de controlar a la sociedad y de limitar las libertades
individuales, incitando a la población a salir de sus domicilios y “violar la
cuarentena”. Asimismo, se puso en cuestionamiento la eficacia de
barbijos y vacunas, se atacaron a científicos y profesionales de la salud e
incluso se han visto por televisión abierta a periodistas consumir y
recomendar irresponsablemente la ingesta de dióxido de cloro. De la
misma manera, algunos influencers de extrema derecha comenzaron a
hacer videos contra las medidas sanitarias y se constituyeron como
“Ministerio del Odio”, con el objetivo de reclamar “libertad” frente a las
restricciones sanitarias (Levy, 2023: 94).
Otro fenómeno tuvo lugar en esta época, uno que se venía gestando ya
desde algunos años antes. En “El elefante que nadie vio” (2023: 84),
Andrés Ruggieri estudia el “fenómeno Milei” en íntima relación con “la
emergencia de un sector del trabajo que fue expulsado de la relación
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salarial formal, pero no tanto como para formar parte de las grandes
organizaciones de la llamada economía popular” (86). Allí, sostiene que
el gran desafío del ASPO fue la contradicción entre “cuidar la salud o
cuidar la economía”. En efecto, como sostenía Follari, en cuanto
aparecieron las primeras, y por supuesto obvias, consecuencias recesivas
del encierro, “los profetas y voceros del establishment económico
recogieron el guante y lanzaron la idea de que “se ha abandonado la
economía”” (2022: 11). Ruggieri por su parte señala que gran parte del
problema tuvo que ver con el desconocimiento o el error de cálculo por
parte del gobierno al momento de impulsar el paquete de medidas
económicas destinadas a asistir a aquellos trabajadores más precarios.
Este sector de la sociedad que no podía hacer su trabajo de forma remota
como otros sectores y que tampoco podía salir a la calle quedó
prácticamente abandonado. A este fenómeno, Ruggieri suma también el
detalle no menor de que muchos trabajadores integrantes de este sector
eran jóvenes que, además, “estaban sometidas a un bombardeo
mediático contra todas las medidas sanitarias del gobierno, inhibidas de
salir y divertirse por algo que, en general, pensaban que no era riesgoso
para ellos” (2023: 88). La sensación de absoluto abandono por parte del
Estado experimentada por este sector, lo convirtió en el receptor ideal de
los discursos de extrema derecha que promovían “una versión radical,
irresponsable e individualista de la libertad enfrentada a la idea de
libertad asociada a las nociones de comunidad y solidaridad” (94).
Pensar en la idea de un sujeto post-pandemia, exige, indefectiblemente,
pensar también en la emergencia de un sujeto libertario. En efecto, para
reflexionar sobre el contexto sociopolítico que la Argentina transita
actualmente debemos tener en cuenta que el surgimiento de estos
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nuevos (y no tan nuevos) sujetos es responsabilidad de diversos sectores.
La implementación de medidas económicas que resultaron por demás
insuficientes para asistir a ciertos sectores de la sociedad, la
irresponsabilidad de intelectuales que menospreciaron en sus comienzos
un fenómeno insólito en la historia de este siglo, sumado a la tensión
irreconciliable entre el aislamiento preventivo para el resguardo de la
seguridad social y el aceleracionismo propio de una modernidad
capitalista, atada a los intereses del establishment económico, son
elementos que, articulados en dicho contexto por una inevitable
existencia virtual, han dado como resultado que, actualmente, al menos
un 30% de la población encuentre en el partido libertario un espacio de
pertenencia. Será necesario, entonces, revisitar los sucesos y las
experiencias individuales y colectivas vividas durante los años de
pandemia para poder encontrar una salida a la actual crisis de
representación y recuperar, a sus 40 años, la confianza en la democracia.
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