Cita, oh pequeño saltamontes

No es fácil escribir sobre literatura, sobre todo cuando dos días después de entrar por primera vez a un ámbito académico rápidamente caemos en la cuenta de que 1) no sabemos nada y esas 200 novelas que leímos mientras nuestros amigos tenían sexo desenfrenado en la playa no le importan a nadie 2) el impresionismo subjetivo no está bien visto hasta cumplir los 60 detrás de un escritorio y una oficina personal. Por lo tanto hay que citar, ¿pero qué?. El canon que conocemos es El Señor de los Anillos y hasta ahora la teoría literaria la leíamos en la Guía del Estudiante. No hay más alternativa que sacarle el jugo a ese texto mal fotocopiado de un formalista ruso que tenemos en nuestro regazo y si en un momento necesitamos expresar que un personaje de Poe es una mujer y no un perro o una mesa, ¡más vale que haya alguna cita teórica que lo justifique! La ternura que producen estas prudentísimas referencias bibliográficas puede hacer que perdonemos lo absolutamente banales que resultan y lo poco que aportan a la comprensión de un texto.

Si el crítico o teórico en cuestión persiste en esta actitud con fines maquiavélicos, o si se trata de una necesidad justificable por su contexto, se convierte en un Mac Gyver teórico.

Ejemplos

Todos hemos estado ahí alguna vez.

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