Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar a Kendall Roy, por Mario Rucavado

Según Northrop Fyre, dos cosas son esenciales para la sátira: un objeto de ataque y un sentido del humor que se nutra de lo grotesco y absurdo. En una obra puramente irónica el lector o espectador puede dudar de la perspectiva del autor (e incluso de la suya propia) respecto del mundo y los personajes, pero una sátira no debe ser ambigua: su efectividad depende de ciertos principios, socialmente compartidos, que orientan, explican y justifican el encono.

En Succession tenemos abundante ingenio, un humor mordaz y, al menos al principio, un objeto de ataque claro: comienza como una sátira feroz del sistema mediático norteamericano, del contexto político y económico y de las tribulaciones del 0,000001% más acaudalado de la población. Según el showrunner Jesse Armstrong, la serie “Surgió de varias cosas, creativamente hablando, de pensar sobre el poder y por qué el mundo es como es política y culturalmente”. Los paralelismos con el magnate mediático Rupert Murdoch y el presidente estadounidense Donald Trump fueron debidamente notados por toda la crítica, así como las similitudes entre Waystar Royco y Fox News como conglomerados mediáticos de políticas reaccionarias.

Sin embargo, en paralelo se desarrolló otro tipo de recepción, menos ligada a la serie como artefacto crítico que como obra de entretenimiento. Aparece, como motor de la trama, la pregunta por quién está ganando y quién perdiendo en el conglomerado mediático Waystar Royco, sobre todo entre los tres hijos de Logan (Kendall, Siobhan y Roman)[1]  que, absolutamente detestables al comienzo, adquieren cierto encanto (no más sea por la prodigiosa capacidad de insultar que les dan los guionistas).

Succession, según un coro de críticos entusiastas, supo conjugar una trama compleja con una mirada ácida sobre la sociedad actual; para el espectador de izquierda, parecía el mejor de los mundos posibles: narración trepidante y buena conciencia progresista.[2] Sin embargo, no deja de ser llamativo que Logan sea el personaje menos tocado por la sátira. La generación mayor (tanto Logan como su hermano) goza de un tono más grave, mientras los hermanos habitan plenamente el universo de la sátira (ni hablar del “primo Greg”). Que Logan no sea blanco del ridículo (salvo en los episodios iniciales, mientras se recupera de un ataque) denota un respeto extraño hacia el viejo patriarca, y quizá sea un síntoma de que la serie es menos crítica de lo que pretende ser.[3] 

Es más: conforma avanza la serie la crítica va perdiendo agudeza. La sátira exige una distancia de los personajes que difícilmente sobrevive el tipo de contacto íntimo que nos propone Succession. Una película (como Triangle of Sadness) o una sitcom (como Veep, para la cual Armstrong contribuyó un episodio) pueden sostener el filo satírico sin invocar ningún tipo de simpatía, pero Succession insiste en humanizar a sus personajes, y la crítica política que pretende Armstrong aparece mellada por el elemento dramático.

En el episodio final de la serie, hay una reunión de la junta directiva de Waystar Royco para definir quién se va a quedar con la compañía, al decidir si aprueba la venta al Lukas Matsson, magnate tecnológico, o decide seguir de manera independiente con Kendall como ejecutivo en jefe. Con la votación empatada, todo depende del voto de Siobhan, que previamente ha pactado con sus hermanos mantener el control de la compañía, pero a último momento cambia de parecer. La decisión es el resultado no de una lógica política o económica o incluso ideológica, sino privada y familiar. traicionar a sus hermanos y apoyar la venta (a pesar de que Matsson la había traicionado previamente) no siguiendo un cálculo frío o en virtud de un acuerdo a cambio de algo, sino como reacción ante lo que percibe como una coronación inmerecida de su hermano.[4] Y la reacción de Kendall es la de un chico caprichoso al que le niegan el único juguete que alguna vez quiso, su rosebud; en este momento se vuelve una persona a la que se le puede tener lástima. El foco pasa de lo político a lo personal; de lo económico a lo familiar.

Mi argumento no es que Armstrong y su equipo traicionaran deliberadamente la visión original de la serie, cuando Mark Mylod (productor y director de numerosos episodios) afirmaba que no habría concesiones a la “likability”, lo agradable o simpático.[5] Planteo que la misma extensión de la serie más allá de la primera temporada exige un elemento novelesco, ya sea ganchos narrativos o desarrollo de los personajes, que vuelve difícil sostener el tono más satírico que predomina al comienzo. Los personajes se vuelven más humanos, más cercanos y sí, de alguna forma retorcida, más queribles.

La sátira, dice Frye, se derrumba cuando el contenido es demasiado opresivamente real para permitir que se mantenga un tono fantástico o hipotético.[6] Esto no vuelve imposible una sátira a partir de hechos reales, pero sí exige un delicado equilibrio, y vuelve imperativa la claridad de la que hablé al comienzo. Succession nos muestra a figuras demasiado parecidas a los plutócratas que de hecho gobiernan nuestras sociedades, y aunque empieza disparándoles sin piedad acaba por empatizar con ellos. Las últimas escenas de la serie, donde se ve a cada uno de los hermanos tras la venta del conglomerado, carecen de todo filo satírico: aparecen más o menos solos y derrotados, contemplando el futuro. La cámara nos invita a compadecerlos.

  • Coda

Si alguna vez hicieran una película o serie sobre Mauricio Macri, los directores y guionistas podrían concentrarse en su vida íntima, la relación con su padre Franco, tal vez empezar ubicándolo en un lugar vulnerable (maltratos de chico, el legendario secuestro) para después triunfar en Boca Juniors y en la política nacional. O podrían, en cambio, ilustrar sus vínculos mafiosos con los servicios de inteligencia, el Poder Judicial y los medios; podrían, incluso, retratar su presidencia no a través de intrigas de palacio sino del impacto en la población de las políticas regresivas de su gobierno. Ambas decisiones son legítimas (cuántas películas no se han hecho sobre Churchill que escamotean los millones de muertos en la India) pero, como alguien que vio sus ingresos pulverizados en 2018 y 2019 a causa de las políticas de Macri, tengo perfectamente claro cuál preferiría ver.

NOTAS

[1] Como botón de muestra puede verse la serie de “Power Rankings” publicados en The Ringer, que aplicaban un tratamiento típico del periodismo deportivo al desarrollo de la trama. También tuvimos la discusión sobre “equipos” (Team Roman, Team Shiv, por ejemplo) en redes sociales, donde las personas se identificaban sin mayor pudor con alguno de los hermanos en disputa por el “trono”.

[2] Dejando de lado, por supuesto, en qué medida los supuestos blancos de la sátira pueden ganar con la serie. Como señala un artículo de The Guardian, la serie se transmitió por Sky Atlantic, lo cual implica que el propio Rupert Murdoch se beneficiaría de su éxito..

[3] Soy culpable de citar en exceso la frase (posiblemente apócrifa) de Truffaut, según la cual no es posible hacer una verdadera película antiguerra porque la acción siempre argumenta a favor de sí misma, pero podría plantearse, a manera de corolario, que también resulta muy difícil hacer ficciones sobre los ricos y poderosos sin, de alguna manera, ensalzarlos, ya que el despliegue de poder suele ser cautivador en sí mismo. Tal vez sea por eso que Logan no puede realmente ser ridículo: es el que tiene el poder.

[4] Es debatible en qué medida hay un cálculo respecto de su marido, Tom Wambsgans, quien era el candidato de Matsson para director ejecutivo de la empresa. Pero lo súbito de la decisión (la noche anterior se había aliado con los hermanos) delata una motivación más bien emocional.

[5] Hay que decir también que, como señala Mark Fisher, en condiciones de realismo capitalista parte de la audiencia busca y espera esa visión cínica y desencantada del mundo, como desarrollé en otro ensayo.

[6] Escribí una versión de la Modest Proposal de Swift en 2018, cuando gobernaba Mauricio Macri. Cuatro años después, con Javier Milei hablando de vender órganos en televisión pública, se había vuelto superflua.

 

Por Mario Rucavado

Volver a Luthor