Ese Monstruoso Meme: política y reproducción memética con IA, por Carla Chinski

En la cuenta de Twitter “Archivo general Massa”, se generaron con IA imágenes del político en distintos acontecimientos históricos: tirando abajo el muro de Berlín, acompañado por Gandhi, en la declaración de la independencia de Argentina, entre muchos otros. Las imágenes no superaban las referencias de una clase de historia de la secundaria, apuntando a lo rápido y fácilmente reconocible. Quizás porque la creatividad aquí no está en la creación de la imagen en sí misma, sino en el output de la técnica, ese deber de publicar reinsertando y afirmando al que fuera candidato de Unión por la Patria como sujeto histórico. La IA no solo reinserta una imaginación histórica en el presente político, sino que marca lo que Patrick Boucheron llama una “obligación por el realismo”, que es ahora, de algún modo, la “obligación por la irrealidad memética” (pues no se busca para nada el realismo fotográfico sino, como dijimos, el reconocimiento del sustrato común de la “historia universal”). Ocurrió algo parecido con la imagen viral del Papa con una campera puffer blanca que se difundió en Twitter: la ilusión duró poco, pero duró. Lo que se espera no es que la imagen sea realista, sino que es real en toda su extrañeza técnica (irrealidad memética). Sería extraño pedirle virtud a un meme; y más extraño aún, pedir que eduque históricamente a quien ve esas imágenes. 

En su obra Conjurar el miedo (2018), Boucheron no habla de la creación, sino del reconocimiento: podemos reconocer a un personaje político por sus rasgos iconográficos distintivos. Del mismo modo, un meme con IA es instantáneamente reconocible, más, incluso, que sus contrapartes de baja calidad (Pepe, Chad, Simp, etc.) En términos de Boucheron, las imágenes que se producían para poblar castillos e iglesias no eran tanto formas de competencia en pos de medir la virtud y las buenas costumbres, sino de establecer diferencias entre el buen y el mal gobierno. 

 

 

 

 

 

 

Si la democracia está efectivamente en peligro, los memes no van a ser la primera fuente visual—ni la última, ni la única—en derribarla. En nuestro país, hay memes por doquier, por derecha y por izquierda (o, como dicen en inglés, left and right). La democracia no peligra por el sentido mismo de las imágenes, ni por la proliferación de una información sin sentido (como quisieran Virilio y Baudrillard en un tono de vaticinio); el meme, si bien lo parece en una primera instancia, no se reproduce ad infinitum. Para entender esto, hay que remitirse a una mezcla de teorías cuya creencia subyacente es: la imagen hace hacer. Más allá del poder inherente de la imagen, hay algo que no se articuló del todo todavía: la relación entre memes, productividad y capitalismo. En Argentina, los memes IA proliferan desde todos los espectros políticos, formando imágenes que incitan a la acción.

Está, de nuevo, esta idea de que la imagen “hace hacer”; eso nos permite explorar la relación entre imagen y poder más allá de su valor estético, indagando en su trasfondo productivo. La eficiencia en la producción de imágenes, como argumenta Tiziana Terranova en Cultura de la Red, sobrepasa la autoría individual y (en este caso) configura cada meme como una entidad única y autocontenida. Por lo pronto, en los primeros capítulos de Cultura de la Red, Tiziana Terranova ofrece una visión sobre cómo la producción y circulación de imágenes desde las plataformas digitales ha transformado la productividad de las imágenes: ya no se relaciona solo con su eficiencia y eficacia, sino también con su capacidad para crear significados y valores nuevos y singulares. En la teoría del “prosumidor”, que va en la misma línea, el consumidor se transforma en productor, redefiniendo y revalorizando las imágenes preexistentes. Esta dinámica se manifiesta en la generación de memes, ya sea de forma casera o mediante IA, donde se fusionan la crítica iconográfica y económica. 

En todas estas obras, e incluso en Capitalismo de plataformas de Nick Snrieck (2018) se menciona poco a la imagen como plataforma en sí misma. Por más que los datos son la materia prima de los grandes de Silicon Valley, y estos datos conforman la “economía técnica del conocimiento”, hay algo más que decir sobre la constitución de dicha economía a partir del individuo ready-made

Un punto clave en este análisis es la contribución de Juan Ruocco, ¿La democracia en peligro? (2023), cuya obra ofrece una perspectiva crítica sobre la impacto de los memes en la política en los márgenes como parte de una trama de habilitación de la violencia (si es que la hubiere). Ruocco plantea que los memes, más allá de ser meras representaciones visuales, son “artefactos de naturaleza participativa” que comparten “dinámicas y características comunes que los emparentan”. Si bien se centra más en lo que la filosofía propone acerca de la reproducción de discursos, queda claro que un meme puede encapsular múltiples dimensiones como discurso, ideología, imagen, consenso y disenso, ofreciendo un medio para registrar y reinterpretar la realidad política y social. 

Principalmente, Ruocco aborda la evolución de los memes desde la Web 2.0, caracterizada por blogs estáticos y textos extensos, hasta su actual manifestación en la Web 3.0, donde la interactividad, el anonimato y la IA juegan un papel crucial. En Argentina, la proliferación de memes relacionados con figuras como Sergio Massa y Javier Milei ejemplifica esta dinámica. Aunque difieren ideológicamente, durante la campaña, sus memes comparten una estética técnica común. Un meme puede registrar simultáneamente múltiples dimensiones: discurso, ideología, imagen, consenso, disenso. Lo notable es que, más allá del régimen de gobierno, el régimen técnico y estético resulta ser uniforme; es un fenómeno que Boucheron ya identificó en su estudio de las imágenes políticas en la Italia del siglo XV. 

Por otra parte, la obra Hay que adaptarse, de Barbara Stiegler, proporciona un marco para comprender cómo las políticas monetarias y económicas influyen en la proliferación de imágenes, reflejando la adaptabilidad del tejido social ante circunstancias cambiantes. Stiegler argumenta que cada política monetaria produce un “tejido de imágenes” que refleja y a la vez modela la realidad social y política. En “Las fuentes biológicas del conflicto”, Stiegler habla del pensamiento de Lippman basado en el principio de la “fabricación del consenso, que asume la construcción de buenos estereotipos a través de una propaganda bien orientada”. A esto se opondría, de forma casi total, el modelo democrático por consenso de Dewey, que veía la comunicación como cultura (es decir, no veía a la comunicación como acto neutro, o de neutralidad, sino más bien como una dimensión de valores, fines y objetivos). Que, para Lipmann–desde el costado liberal que luego alimentó el pensamiento neoliberal de las élites, como demuestra Stiegler–el público sea considerado como “masa” a la que gestionar encuentra un paralelismo en la actualidad con el uso de memética generada por inteligencia artificial, donde el debate público se dirime en torno a la creación, los derechos (de copyright u otra naturaleza), y la ética.

¿Qué implicancias tiene esto para los memes hechos con IA? Aquí, se produce una paradoja que a menudo se discutía entre la corriente progresista liberal (el segundo Dewey) y la desprendida del darwinismo social cruento (el primer Lippman), siguiendo del análisis de Barbara Stiegler. Ocurre que, aunque esos memes de apoyo a dos candidatos se refieren a términos de gobierno—y terminologías—supuestamente opuestas, paradójicamente el régimen técnico y estético es exactamente el mismo. De nuevo: más que competencia, diferencia entre buen y mal gobierno, donde uno (Massa) es un buen gobierno porque recupera a la idea del candidato como histórico e inserto en la melancolía (como dijera Enzo Traverso en Melancolía de izquierda), y el otro (Milei) es un buen gobierno porque refiere a un puro presente.

Por otra parte, si la metodología de creación (prompting) es la misma para el “buen” y “mal” gobierno, habría que preguntarse que espacios políticos contemporáneos abren los memes creados con IA, donde el producto va desde imágenes customizables con DALL-E hasta deepfakes que generan un cuestionamiento acerca de la veracidad de la imágen–el verosímil queda abolido porque va de suyo. Ese individuo que crea y comparte y reproduce es aquel que está listo para adaptarse ante cualquier situación. Está despojado de toda historia, de su individualidad, al mismo tiempo que—paradójicamente—no puede sino constituirse como independiente del medio social en el que está mágicamente inserto. Entonces, podría constituirse y ascender por las escaleras de los expertos de las grandes plataformas (Twitter, principalmente), pasando del nicho para consumo interno a la consumición masiva de la imagen hecha con Inteligencia Artificial. La idea es esta: el tinte neoliberal está, estuvo, en el corazón mismo de la imagen memética, sin importar su filiación partidaria. ¡Si tan solo dejaran al individuo en paz!