¿De qué trata True Detective? Cada temporada es independiente (más allá de algunos guiños, por ahora, bastante irrelevantes para la trama), pero ya el nombre nos da una vía de entrada: detectives verdaderos, hombres o mujeres que se entregan a su trabajo y que hacen de él la auténtica y excluyente motivación de sus vidas.
Por supuesto esto no es nuevo, y ni siquiera hay que limitarse al policial (la fuente de inspiración más obvia) para encontrar modelos de este tipo de personaje. El hacer héroes de los workaholics es un rasgo característico de la industria cultural. ¿Cuántas veces vimos a incontables protagonistas descuidar sus familias, sus amigos y a sí mismos en aras de cumplir obsesivamente una tarea que se imponen patológicamente? En el caso del trabajo policial, la supuesta nobleza de estas patologías corre paralela con la eterna contraposición entre policía bueno y policía(s) malo(s), cuya función más obvia es opacar las características intrínsecas de sus funciones reales en la sociedad. Ya lo dijo Lisa Simpson en los ‘90:
Esta famosa (y espero que no olvidada) escena podría aplicarse a muchas de las interacciones entre Liz Danvers (Jodie Foster) y su hija Leah (Isabella Star) en la última temporada, True Detective: Night Country, aunque no es tan fácil determinar si Canito, el perro detective, es la trooper Navarro (Kali Reis).
Night Country es la primera temporada que no guiona el creador de la serie, Nic Pizzolatto (que aparentemente la odió por los motivos equivocados), pero los elementos centrales están ahí: una pareja policial despareja, asesinatos violentos, un paisaje oneroso (más oneroso que ninguno de los que habíamos tenido hasta ahora), elementos sobrenaturales que oscilan entre fondo y primer plano y vidas personales destrozadas pero no completamente irredimibles. Quizás el componente más distintivo, además de la preeminencia de lo sobrenatural que hace que por momentos la serie se parezca más a American Horror Story que a sí misma, es la inclusión explícita de una Corporación del Mal: la mina que domina política y económicamente al pueblo y contamina sus aguas.
El hecho de que la corrupción esté tan flagrantemente a la vista y se tematice en pactos explícitos entre policías corruptos y empresarios, paradójicamente (o más bien, previsiblemente) hace que su carácter ominoso se vuelva mucho menos amenazante. De hecho, su cierre al final de la temporada es un excelente ejemplo de todo lo que no funciona de Night Country. Es como si el deseo de amplificar el carácter terrorífico y siniestro de la escenografía tuviera como consecuencia inevitable un final paradisíaco que desluce casi todo lo anterior. Si era totalmente de noche, ahora es totalmente de día. Los fantasmas peligrosos son angeles de la guarda y el asesinato horripilante era un ejercicio de justicia feminista-indigenista-clasista contra femicidas blancos corruptos (y probablemente bien pagos).
Resumiendo, la trama superpone estos cinco niveles: el familiar (la familia Danvers y la familia Navarro), el espectral (la porosa frontera entre el reino de los vivos y el de los muertos), el socioeconómico (la mina y su efecto sobre Ennis), el cósmico (la noche, la aurora boreal) y el detectivesco (la investigación criminal). Fiel a su título, la serie demuestra que el verdadero es el último, en el sentido en que ahí está la clave de todo lo que los humanos pueden comprender. No porque la resolución de la trama criminal, que es bastante insatisfactoria, produzca por una causalidad directa el acomodamiento del resto de los conflictos. Sin embargo, acceder a la verdad del caso hace que todo se arregle y la luz ilumine un nuevo orden social, cósmico y familiar en Ennis. Es como si un dios bondadoso premiara el sacrificio de las protagonistas por la investigación policíaca hasta las últimas consecuencias, como si un mundo de verdaderas detectives no pudiera quedar irredento.
Quizás es una forma hiperbólica e ideológica de resolver las falencias de la trama. El ejercicio de la búsqueda de la verdad contra viento y marea que caracteriza tanto a Danvers y Navarro como a los detectives de las temporadas pasadas, el sacrificio de la vida propia en pos de una obsesión mayormente inexplicable, es lo más auténtico que tiene la serie para mostrar. El workhaholic sabe algo que los demás no ven en la medida en que (incluso siendo policía) se obsesiona por la verdad, por preguntas que generan respuestas enunciables, por la capacidad de tomar decisiones éticas. El o la detective, por oposición al policía, va siempre un poco más allá (no se ata a la burocracia), pero al mismo tiempo, se queda más acá, más cerca de los hechos, del caso, de la verdad. Sin embargo, el ascetismo de este principio queda, en esta última temporada, sacrificado por la mano providencial que ordena el mundo de los fantasmas, las familias, y las futuras intervenciones del mercado, que esta vez tendrán que ser eco-friendly y contratar empleades de limpieza étnicamente diversos. La verdad se hace colectiva en sus efectos providenciales.
La primera temporada de True Detective termina con Rust (McConaughey) mostrándole el cielo nocturno a Marty (Harrelson) mientras le dice que la oscuridad parece total pero habrá esperanza en tanto las estrellas individuales luchen por brillar. En la tercera la individualización de la verdad es todavía más radical: queda atrapada en la mente dañada de Hays (Ali) que descubre lo que buscó tantos años y lo olvida en ese mismo momento por el Alzheimer. En Night Country la verdad de lo que pasó en la estación científica de Tsalal se revela solo a las dos protagonistas y bajo la forma de un relato oral (just a story), lo que mantiene cierta unidad en la serie. Sin embargo, esta unidad se rompe con la viralización del video de Clark, el científico que confiesa las actividades contaminantes de la mina, sin aludir a las eventuales consecuencias beneficas que su investigación podría haber tenido. Esta colectivización se lleva a cabo mediante la desaparición física de Navarro (aunque sin que haya una clara causalidad entre los hechos), pero ya el que este intercambio entre cuerpo y verdad sea posible debilita la consistencia simbólica de esta última, que pierde esa dimensión detectivesca en la que se volvía subjetiva y objetiva a la vez. Es como la famosa frase de Jack Nicholson: you want the truth? You can’t handle the truth (también parodiada en los Simpsons en dos ocasiones). Los y las true detectives no solo buscan la verdad, sino que también hicieron el sacrificio para poder asimilarla una vez que la alcanzan, si más no sea por un instante.