Demoliendo hoteles
De TLtropes
El deseo, por definición, no puede ser satisfecho, dicen algunos. Cada texto (y aquí ni siquiera podemos diferenciar entre géneros académicos y literarios) es el testimonio del fracaso constitutivo e inevitable de un cierto impulso pasajero. En el fondo, todos lo saben, incluso los que pretenden hacer de el refrito una política de producción en serie. Pero hay algunos que no dejan de señalarlo, insistentemente, en el prólogo de cada nuevo libro.
Si bien es un gesto de cierta honestidad intranquila, también tiene algunas consecuencias molestas. Es feo morirse de aburrimiento con un mamotreto supuestamente esencial para descubrir que en el libro siguiente el mismo autor metamorfoseó en un nuevo tipo de polilla que, con argumentos, destroza todo lo que con tanto esfuerzo intentamos comprender.
Ejemplos
Michel Foucault, muy especialmente, y Roland Barthes con más moderación.